Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil (35 page)

BOOK: Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil
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   En el trabajo de auxilio voluntario que realizaban las mujeres se concentraba también en ámbitos como el saneamiento y la asistencia médica, la creación de guarderías para los niños de las trabajadoras y los comedores colectivos. La asistencia infantil era uno de los terrenos más importantes de la solidaridad femenina a lo largo de la guerra. Durante los primeros meses, muchas familias tomaron niños refugiados a su cuidado y como el sustento diario era cada vez más difícil, el Consejo Nacional de la Infancia admitió que representaban una “pesada carga” debido a que requerían una asistencia prolongada.
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Las dificultades eran tan extremas que en algunos casos los niños eran abandonados,
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sin embargo, gran parte de las familias y los niños refugiados sobrevivieron gracias al enorme esfuerzo de las amas de casa.
   A otro nivel, las mujeres también eran responsables de la asistencia infantil como dirigentes y personal de las organizaciones voluntarias e instituciones internacionales, tales como la Cruz Roja y Solidaridad Antifascista Internacional. Existían organizaciones oficiales para los niños refugiados, como la Sección de Higiene Infantil del Ministerio de Sanidad e Instrucción Pública, que atendía a más de 40.000 niños en treinta y ocho dispensarios de diferentes zonas de la España republicana,
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y el Consejo Nacional para la Infancia Evacuada que, sólo en Cataluña, tenía en diciembre de 1938 setenta y cuatro campamentos infantiles.
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En esta región había numerosas organizaciones oficiales y voluntarias dedicadas a la asistencia infantil,
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algunas de las cuales, como Segell Pro Infancia, ya existían antes de la guerra; otras, como Ajut Infantil de Reraguarda, se creó especialmente en respuesta a las necesidades inmediatas de asistencia infantil originadas por la guerra y tenía, a principios de 1938, dos guarderías, sesenta y una residencias, dos granjas escuela, un sanatorio y dos campamentos.
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   Las organizaciones oficiales eran insuficientes para satisfacer todas las necesidades en este campo, por lo que eran fundamentalmente los voluntarios, muchos de ellos mujeres, quienes prestaban el auxilio infantil.
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Algunas ocupaban puestos directivos importantes en las organizaciones de asistencia social, como la abogada socialista Matilde Huici que era miembro del Consejo Superior para la Protección de Menores y que en 1937 fue delegada española en el Comité de la Infancia de la Sociedad de Naciones.
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La antigua socialista, y por entonces diputada comunista Margarita Nelken, formaba parte del comité ejecutivo de la Cruz Roja Española y era una figura activa en el auxilio infantil.
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Sin embargo, a nivel local, la mayor parte del trabajo asistencial lo realizaban cientos de voluntarias anónimas.
   El voluntariado femenino canalizaba la ayuda para el bienestar infantil organizado actividades como “La Semana Infantil”, un acontecimiento anual que se celebraba a principios de enero para surtir a los niños de ropa y juguetes en la época festiva. Las mujeres que trabajaban activamente en las organizaciones femeninas, partidos políticos y sindicatos organizaban labores de auxilio voluntarias, guarderías e instalaciones educativas para niños.
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Además, la asistencia infantil era un ámbito en el que la polarización política no se tenía en cuenta; mujeres de afiliaciones rivales llevaban a cabo empresas conjuntas como la creación de guarderías, campamentos y otras instituciones infantiles.
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Poco después de estallar la guerra, la iniciativa, la capacidad y la dedicación de las mujeres socialistas, comunistas y anarquistas facilitó, en cuarenta y ocho horas, la creación de una guardería infantil que procuraba medios de vida a más de 100 niños pertenecientes a familias de militantes antifascistas.
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En este caso, como en muchos otros, las mujeres se convirtieron de repente en maestras, enfermeras, cocineras, modistas y voluntarias, llevando guarderías y centros para niños refugiados. La actividad femenina en las labores asistenciales fue un aspecto decisivo en la resistencia de la población civil a la guerra entre 1936 y 1939.
   Una de las características de la movilización femenina durante la guerra es que rompió las barreras de los espacios públicos y privados y dio impulso a la participación de las mujeres en el ámbito público. De este modo se llegó a cuestionar una de las premisas fundamentales del discurso de la domesticidad: la limitación de las mujeres a la esfera privada. La proyección de sus roles sociales de madres y esposas dentro del espacio público se manifestó plenamente en el campo de la asistencia social. El trabajo de las voluntarias constituía el fundamento de las instituciones benéficas, tanto oficiales como no oficiales, y era vital para la supervivencia de los niños y los adultos refugiados. Los campos de actividad de las mujeres se ampliaron claramente durante la guerra, pero no hay que exagerar la importancia de esta redefinición de los roles femeninos. Durante estos años, las mujeres no se profesionalizaron como asistentas sociales; al parecer, su entrega al bienestar de los niños y los refugiados era una proyección de su tradicional rol de género como proveedoras, aunque entonces éste no sólo suponía sustentar a su familia cercana, sino también a la comunidad.
   Esta nueva orientación cuestionó las restricciones de género tradicionales de la actividad de la mujer al hogar y abrió nuevos horizontes de trabajo y experiencia más allá de las fronteras de la familia, lo que fue un paso trascendental, especialmente porque afectó a miles de mujeres cuya capacidad en este campo no se había reconocido ni explotado hasta ahora. ¿Hasta qué punto significó una redefinición de las relaciones de género o un avance decisivo en la estrategia colectiva a favor de la igualdad y los derechos de las mujeres? En el caso de la Guerra Civil española, parece que la imprecisión de los espacios público y privado, aunque de profunda significación social, hizo poco por modificar los roles de género básicos. Sin embargo, amplió las opciones de las mujeres y significó un cierto reajuste de las normas culturales de la conducta de género, ya que les permitió penetrar en ciertas zonas del universo público que previamente estaban reservadas a los hombres.
   Este asunto plantea un problema de más envergadura que hace referencia a la redefinición de los ámbitos público y privado y los términos en los que se representan las diferentes situaciones históricas. ¿Hasta qué punto se produce una redefinición de lo “público” cuando las mujeres ocupan este terreno? ¿La presencia de las mujeres en lo público reconvierte esta esfera en un ámbito semipúblico o intermedio? ¿La feminización de ciertas esferas públicas, como la asistencia social, modifica la connotación real de público o privado? En el caso de la Guerra Civil española, parece que el acceso de las mujeres al ámbito público de la asistencia social representó una mejora decisiva de su situación social. Sin embargo, se justificó en relación a las diferencias de género tradicionalmente admitidas reforzando de ese modo la base de género de las relaciones sociales. Los roles femeninos tradicionales de madre y esposa legitimaron su acceso a la esfera pública. Las mujeres subieron de categoría —de ama de casa a proveedora de la comunidad sin sueldo—. El discurso central sobre las relaciones de género no había sido puesto decisivamente en tela de juicio, aunque lo cierto es que la participación de las mujeres en nuevos campos de actividad en un contexto comunitario de base más amplia estimuló, sin duda alguna, la conciencia de la sociedad acerca de los derechos y la emancipación de las mujeres así como de sus propias expectativas con respecto a su papel en la sociedad.
   Bajo el escudo de estas nuevas actividades en la asistencia social, se cumplía con los roles de género tradicionales sin apenas cuestionar los reajustes de roles, incluso en esas nuevas circunstancias sociales. La asistencia infantil era precisamente un campo en el que se podían haber introducido nuevos modelos. Sin embargo, la socialización y la educación de los niños refugiados seguían pautas tradicionales. Según un informe publicado en
Assistència Infantil
sobre la creación de instituciones de asistencia infantil en Cataluña, “La vida en estos hogares está organizada igual que en una gran familia
patriarcal

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. Los reportajes y documentos gráficos muestran muy claramente la división sexual de los roles, con las chicas desempeñando labores domésticas, como coser y cocinar, y los chicos realizando trabajos manuales.
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Si bien la creación de una cantidad considerable de hogares mixtos para chicos y chicas fue un paso innovador en la asistencia social, la mayoría de los hogares para niños y las actividades de asistencia infantil reforzaban las normas de conducta y los valores sociales de género tradicionales. A pesar del nuevo paso que dieron las mujeres trabajando en la asistencia social, no hubo cambio de percepción de su papel y lugar en la sociedad y así se transmitió a las generaciones más jóvenes.
   El estallido de la guerra tuvo un impacto significativo sobre el desarrollo de la sanidad pública y social. Las condiciones bélicas exigían unos servicios sanitarios adaptados a las necesidades de la sanidad y la higiene militar y también la puesta en marcha de departamento dedicados especialmente a la asistencia social. Además, la adaptación de los servicios médicos y sanitarios tradicionales a la guerra era, también, una respuesta a las nuevas necesidades de la retaguardia. En el primer año de conflicto los cambios producidos en la estructura de la sanidad pública y la asistencia social fueron mucho más allá de unas modificaciones puramente técnicas. La presencia de dos anarquistas, Federica Montseny, como ministra de Sanidad y Asistencia Social del gobierno republicano, y el doctor Félix Martí Ibáñez, como director general de Sanidad y Asistencia Social de los Servicios Sanitarios Catalanes, dio ímpetu a un cambio en la conceptualización tanto de la sanidad pública como del bienestar social. La doble consideración anarquista de guerra antifascista y de cambio revolucionario tuvieron, al principio, un efecto transformador sobre la sanidad pública, que se reorganizó de nuevo para “satisfacer las necesidades de la salud de los proletarios”
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. Esta nueva orientación obrerista de las políticas sanitarias públicas se apoyaba en un concepto humanístico de la medicina que acentuaba la necesidad de reestructurar los servicios médicos basándose en un servicio descentralizado que relacionara los problemas sanitarios con el entorno social.
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La asistencia médica socializada y las medidas sanitarias preventivas eran las claves para este nuevo enfoque revolucionario de la sanidad pública, que intentaba ofrecer una higiene global y una respuesta social a las necesidades sanitarias de la población.
   En los primeros meses de la guerra, las mujeres desempeñaron un papel significativo en este proceso de reestructuración de los servicios médicos, higiénicos y asistenciales. El propio Félix Martí Ibánez reconoció su importante papel en la campaña para poner en marcha los nuevos servicios de medicina social:
   Aquel sembrado de hospitales de sangre, dispensarios y clínicas de urgencia que habían florecido en las horas trágicas del 19 de julio; cuando, sobre todo las mujeres, se dedicaron a realizar un aportación a la causa revolucionaria, estructurando en un romántico anhelo de creación, una serie de instituciones que, a la vez que representaban la salvaguardia de los proletarios heridos, cristalizaban el deseo del pueblo tanto tiempo reprimido, de tener centros sanitarios creados por él y para él.
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   El entusiasmo y la iniciativa de las mujeres llevaron a la creación de nuevas instituciones sanitarias y asistenciales por toda España. Las revistas femeninas hablaban de bancos de sangre, centros de enfermería y atención médica y servicios de asistencia social creados a iniciativa de las organizaciones femeninas. En la retaguardia y en las trincheras, la enfermería era uno de los ámbitos más importantes de la movilización femenina.
   Aunque no entraban dentro de la categoría de milicianas, las enfermeras de guerra eran también figuras esenciales en los frentes. Los hospitales militares las empleaban en una proporción significativa. En algunas zonas estaban militarizadas y muchas trabajaban también en los hospitales de campaña de los frentes.
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En sus memorias, Ana Pibernat, una joven enfermera, describe la tensión, las largas horas y las terribles condiciones en las que el personal médico y sanitario tenía que trabajar. En 1938, ella misma estaba en un hospital de campaña cerca del frente del Ebro, donde las insalubres condiciones provocaron una epidemia de tifus que amenazaba al personal y a los pacientes aún más que las heridas de guerra o los constantes bombardeos.
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La entrega de las enfermeras era vital para mantener los servicios médicos necesarios y muchas de ellas murieron en los hospitales militares y de campaña.
   El número cada vez mayor de soldados heridos en el frente de combate, y de civiles y refugiados lesionados en los bombardeos de la retaguardia, requería servicios médicos, por lo que se originó una necesidad inmediata de enfermeras especializadas. Lo que contribuía a su escasez era el hecho de que las monjas y las instituciones religiosas habían constituido el núcleo principal del personal de enfermería en muchos establecimientos médicos.
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Como el nacionalcatolicismo había jugado un papel fundamental en la legitimación del régimen franquista y la Iglesia era partidaria del “nuevo Estado”, la mayor parte de los religiosos eran antirrepublicanos y abandonaron sus instituciones en los territorios controlados por la República. Además, las represalias populares contra ellos en la zona republicana obligó a las monjas y los curas a esconderse; por eso, las instituciones educativas y médicas tuvieron que proveerse de nuevos trabajadores seglares.
   A medida que la guerra avanza, y con el fin de cubrir esta necesidad, las mujeres organizaron programas de capacitación para “enfermeras de guerra” por toda la España republicana. En enero de 1937, el comité de nacional de Mujeres Antifascistas de Valencia estableció una escuela de enfermería bajo los auspicios del Ministerio de Instrucción Pública.
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Había que formar a las enfermeras de guerra en dos niveles: en el sanitario o técnico, proporcionado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia, y en el político, en los principios del antifascismo, lo que hacían miembros de la organización femenina antifascista. Otros cursos se organizaron con ayuda oficial, como la del Ministerio de Sanidad del País Vasco, donde se creó una escuela de enfermeras en Vizcaya, o en colaboración con los servicios sanitarios militares, como fue el caso de una serie de cursos intensivos para formar “enfermeras populares” en Madrid bajo la dirección del Ejército Central.
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