—SOS, SOS. Plataforma petrolífera de Kasker Rampart pidiendo ayuda urgente. Cambio.
Sin respuesta.
—SOS, SOS. Kasker Rampart emitiendo para el Polo Norte. ¿Me escucha alguien? Cambio.
Solo se oían interferencias de un canal extinto.
Una alarma de colisión sonó en el radar del despacho de Rawlins. Alerta de iceberg. La pantalla de su escritorio mostraba un objeto inmenso que se iba acercando lentamente.
Otearon desde la cúpula de observación. Un iceberg, un colosal fragmento de plataforma polar, con crestas y desfiladeros. Hielo azulado jaspeado de sedimento. Un extraño infierno.
—Una vez anduve sobre un iceberg —dijo Rawlins—. Crujen y crepitan. El aire encerrado hace que suenen como una fogata.
—Por allí se ve un fuerte oleaje —dijo Jane.
Grandes olas rompían contra los acantilados de hielo y levantaban espuma y partículas de agua.
—Cierto —dijo Rawlins—. El viento es cada vez más fuerte. Se avecina otra tormenta. Es zona de cambios de clima violentos. Tendremos un ciclón tras otro hasta la primavera.
—SOS, SOS. Refinería Con Amalgam de Kasker Rampart llamando a todos los barcos. Cambio.
Las dos de la madrugada. Turno de Jane al micrófono.
—SOS, SOS. Kasker Rampart emitiendo para el Polo Norte. ¿Me copia alguien? Cambio.
Sian desenroscó su termo y sirvió más café.
—Quizá solo quedamos nosotros —dijo Sian.
—No quiero ni pensarlo.
La cubierta superior de la plataforma estaba iluminada con reflectores. Una tormenta azotaba la refinería. Un viento huracanado pegaba contra los puentes y las vigas de metal. Las dos chicas observaban desde el fantasmagórico silencio de su burbuja de plexiglás el remolino de partículas de hielo.
Sian puso la mano en la ventana. Una delgada lámina de plástico la separaba del letal huracán del exterior. Al notar el aire cálido que ascendía por la rejilla de la calefacción se dio perfecta cuenta de lo que era el sistema de soporte vital de la refinería, la elaborada maquinaria que los mantenía a todos vivos, minuto tras minuto, en ese entorno implacablemente hostil.
—SOS, SOS. Aquí Kasker Rampart. ¿Alguien me escucha? Cambio.
—¿Cuánto tardará el sol en ponerse del todo? —preguntó Sian.
—Tres semanas.
—Cielos.
—SOS, SOS. Refinería Con Amalgam de Kasker Rampart. Necesitamos ayuda urgente. Cambio.
—¡Gracias a Dios, Rampart! Llamo de la base de investigación Apex One. ¡Qué maravilla oír tu voz!
Rawlins hizo espacio en su escritorio y desplegó un mapa de la Tierra de Francisco José. Sujetó el mapa abierto con una grapadora, una perforadora de papel y un par de tazas.
—Están aquí —dijo Jane—. Indigo Bay. Es algún tipo de proyecto de investigación botánica. No es lo que se diría una gran base. Hay dos chicos y una chica. Y un par de tiendas. Se quedaron sin comida hace días.
—Pobres desgraciados.
—Imagínese. Ahí fuera, con esta tormenta, metidos en una puta cabaña portátil. Me sorprende que sigan vivos.
—Indigo Bay —dijo Rawlins—. A casi cincuenta kilómetros de aquí. Es una larga caminata.
—Solo tienen un bote neumático. Sin motor fuera borda. Si no, usan esquís.
—Entonces lo tienen realmente jodido.
—Tenemos que prestarles ayuda. No podemos abandonarlos así.
—Yo quería un barco de rescate, no traer más bocas que alimentar, así que lo siento, pero no soy partidario de arriesgar personal y equipo a cambio de nada.
—Pero, visto al revés, ¿por qué debería alguien contestar a nuestra llamada? ¿Por qué nos iban a recoger y llevarnos a casa? No tenemos nada que ofrecer. No somos más que un problema añadido.
—Si alguien va a recoger a esos tipos, ese será Ghost. Rajesh Ghost, nuestro hombre para todo. De él depende.
Rawlins llevó a Jane a la sala de bombeo. La sala era una cámara enorme y mal iluminada en el nivel inferior de la plataforma. Válvulas de presión, llaves de paso y otros dispositivos cubrían paredes manchadas de petróleo y reforzadas con vigas.
—¿Esto es el oleoducto? —preguntó Jane, dando la vuelta entera a una enorme columna de acero que desaparecía en el suelo—. ¿Es la tubería principal?
—Sí; esta es Moli —contestó Rawlins, dando una palmada en el metal—. Ahora está replegada del fondo del mar, pero sí; este es el cordón umbilical. Cuando la instalación funciona a pleno rendimiento, es capaz de absorber casi un millón de barriles de crudo diarios. El pozo de Kasker entero va a parar a estos tanques. Alta calidad. Oro líquido.
Jane consultó el reloj.
—Son las tres de la madrugada.
—Ghost no hace horarios de oficina.
Siguieron el aroma dulzón de cannabis hasta una especie de campamento en un rincón oscuro de la sala de bombeo. Había un hornillo de campaña. Una pila de libros. Una guitarra.
Ghost yacía en su litera, con los ojos cerrados. Era sij y llevaba un turbante y barba espesa.
Rawlins le dio con el pie a la litera. Ghost se enderezó y se quitó los auriculares. Jane oyó un trocito de tema de Sisters of Mercy.
—Tenemos un trabajo para ti —le dijo Rawlins.
Estudiaron juntos el mapa.
—Está demasiado lejos.
—Podríamos usar las motos de nieve —dijo Rawlins—. Se puede cubrir un buen trecho, si el tiempo mejora.
—Hasta que llegas a la primera brecha de glaciar. Entonces habría que aparcar la moto y seguir a pie. Hace unas semanas no habría sido un problema, pero ahora tenemos un par de horas de luz del día y ahí fuera se está a cincuenta bajo cero. En otras circunstancias no pensaría ni en salir de la plataforma. Mierda. Con lo encrespado que está el mar no llegaríamos ni a la isla, ahora mismo.
—Tenemos que hacer algo —dijo Jane—. No voy a quedarme junto a la radio noche tras noche escuchando cómo esos pobres diablos se congelan hasta morir.
—De acuerdo —convino Ghost—. Propongo lo siguiente: los recogemos a mitad de camino. En Angakut hay una cabaña de madera, la construyeron unos balleneros. Dentro no hay nada, pero es un buen refugio contra el viento. Si consiguen llegar hasta allí, los traeremos a casa. Iré yo mismo, cuando la tormenta pare.
—¿Angakut?
—Está al pie de una montaña. Se ve a kilómetros de distancia.
—Entendido.
—Más vale que les digas que se pongan en marcha, porque el tiempo va a empeorar.
Rawlins reunió al personal en la cantina.
La mayoría de los canales no funcionaban. BBC News ya no emitía crónicas de matanzas. Habían perdido el contacto con sus unidades móviles. Solo retransmitían repeticiones de eucaristías de la catedral de Canterbury.
—La BBC se ha hecho religiosa —dijo Rawlins—. Mala señal, diría, supongo que estaréis de acuerdo. Estamos haciendo todo lo posible para salir de esta plataforma. Las chicas están noche y día pidiendo ayuda por radio. Tarde o temprano alguien responderá. Pero es hora de aceptar que quizá pasemos el invierno aquí. Tal vez sea mejor así. Parece que en casa es un infierno. Si tenemos que quedarnos varios meses habrá que organizarse. Sé que apreciáis vuestra intimidad, pero no podemos mantener luz y calefacción en toda la refinería. Quiero que todo el mundo se traslade a este bloque antes de mañana por la noche. Nos alojaremos en esas habitaciones y dejaremos que el resto de la plataforma se congele.
—Quiero un cuarto con vistas al mar —pidió Nail.
—Echadlo a suertes o a pulsos, me da igual. Pero hacedlo.
Jane se reunió con Ghost en la cantina. Se sentaron junto a la ventana y tomaron café y contemplaron la tormenta.
—No sabía que tuviéramos motos de nieve —dijo Jane.
—Tenemos dos. En la isla, en un escondite con material. Hay un viejo búnker cerca de la orilla. No hay demasiadas cosas. Un par de Yamahas y algo de combustible.
—Entonces debemos de tener un bote para llegar a tierra.
Ghost sonrió.
—Chica lista. Estás pensando en un plan de escape, ¿no? Esa es la gran pregunta: ¿y si nadie nos viene a buscar? En ese caso, ¿cómo llegamos a casa?
A Jane le gustaba Ghost y quería su complicidad. Ella sabía de sobra lo emocionalmente inmadura que era, lo propensa a enamorarse. Se guardaba de ello, no quería hacer el ridículo.
—Tienes pinta de ser un tipo práctico. ¿Qué opciones tenemos?
—Tenemos una zódiac de caucho, con un pequeño motor fuera borda. Veinticinco caballos de potencia y espacio para cuatro personas sin equipaje. No nos llevaría muy lejos. Tenemos un montón de botes salvavidas rígidos, pero sin propulsión. Están ahí para escapar de un posible incendio en la plataforma. Flotan, eso es todo.
—Podríamos construir una balsa y ponerle una vela —dijo Jane—. Es una opción, cuando sea primavera.
—¡Ahora te escucho!
—Podríamos ponerle un motor, un eje, algún tipo de hélice.
—¿Quieres oír mi gran plan?
—Adelante.
—Cualquier proyecto de salir de aquí navegando quiere decir semanas, quizá meses, en el mar. Tendríamos que llevarnos una tonelada de suministros. Yo propongo hacer autoestop, montarnos en un iceberg.
—¿Lo dices en serio?
—El hielo de la capa polar se abre cada primavera, y la corriente se lleva los icebergs flotando hacia el sur. Poco más o menos cada hora pasa uno. Los veríamos desde aquí. Cuando uno de buen tamaño se ponga a nuestro alcance, trasladamos los suministros con la zódiac. Esas cosas se mueven despacio, por inercia. Tendríamos doce horas, quizá dieciséis, para hacer el transbordo.
—¿Y entonces qué?
—Acampamos en el iceberg. Instalamos tiendas. Comemos, dormimos. Podríamos remolcar una ristra de botes salvavidas. Cuando el iceberg llegue a aguas cálidas y empiece a abrirse, saltamos a los botes.
—¿Qué piensa Rawlins de esto?
Ghost se encogió de hombros y sirvió más café.
—Están todos muy cómodos, de momento. Hay calefacción y comida de sobra, pero dentro de seis meses las cosas serán muy diferentes. Tendrán frío y hambre, y pensarán de otra manera.
Jane fue a ver a Sian al puesto de observación.
—Deja que te sustituya un rato —dijo Jane—. Voy cargada de cafeína. ¿Por qué no te echas un poco?
Jane colocó su silla frente al micrófono.
—Refinería Kasker Rampart llamando a base Apex, ¿me copias? Cambio.
—Aquí base Apex. ¡Qué alegría oírte, Rampart!
La voz del tipo sonaba llorosa y exhausta.
—¿Cómo va por allí?
—No demasiado bien. La tormenta ha hundido una de las tiendas y hemos perdido bastantes cosas. Ropa. Camas. Espero que tengas buenas noticias para nosotros, Rampart. Lo necesitamos.
—Nos preocupa la distancia. Indigo Bay está a un buen trecho. El invierno se acerca y no hay mucha luz del día.
—No podéis dejarnos morir aquí. ¡Sería inhumano!
—¿Tienes un mapa? ¿Puedes consultarlo?
—No estamos en condiciones de andar. Alan presenta síntomas de congelación. Sus pies están negros. Apenas se tiene en pie.
—Mira el mapa. Angakut. ¿Lo ves? Hay una montaña a medio camino, entre vosotros y nosotros.
—Sí, lo veo
.
—Hay una cabaña, una cabaña de madera. Es sólida, cálida y seca; es un buen refugio. Si podéis llegar hasta allí estaréis a salvo de la tormenta. Y entonces os recogeremos.
—Esto son tres días de camino. Tendríamos que cruzar dos ensenadas en bote.
—¿Cómo te llamas?
—Simon.
—Tenéis que poneros en camino ya, Simon. Tenéis que poneros los esquís y empezar a andar. Es preciso que lleves a tu equipo a la isla mayor. Os iremos a buscar allí, y os recogeremos.
—Está demasiado lejos.
—Tenéis que sacar fuerzas de flaqueza, compañero. El tiempo mejorará en pocas horas, pero se avecinan nuevas tormentas. Estáis más débiles cada momento que pasa. Pronto saldrá el sol. Tú eres el líder. Prepara a tu equipo para el viaje. Cueste lo que cueste.
—Estoy agotado…
—Si te das por vencido, morirás. Si te quedas en el saco de dormir, te congelarás poco a poco. Te volveré a llamar a las nueve. Más vale que estés de pie y preparado para salir. Tienes que estarlo, si quieres sobrevivir.
—De acuerdo, entendido.
—Que Dios os proteja.
—¿Están enterados de la plaga? —preguntó Sian.
—Su avión de relevo no se presentó. Esto es todo lo que saben. Quizá sea mejor así.
Punch se estaba preparando un bocadillo de queso. Apuró los últimos restos de un gran tarro de mahonesa y fue a buscar un tarro nuevo. Al ir a abrir la nevera se vio reflejado en la puerta metálica y vio la imagen borrosa de un hombre detrás de él.
—Mejor que sea tu último tentempié —dijo Rawlins—. Necesito una lista, un inventario de toda la comida que nos queda.
—Ya está hecha.
—Todos esos frigoríficos y congeladores se pueden cerrar con llave, ¿verdad?
—En algún sitio debo de tener las llaves.
—Tú guardarás un juego; yo, otro. Lo tendrás todo cerrado en todo momento.
—De acuerdo.
—Todos se portan muy bien ahora, pero dentro de unos meses nos faltará comida y será diferente. Las cosas se pueden poner muy feas.
—La gente esconderá comida, habrá peleas…
—Absolutamente.
—¿Qué hay de los productos secos, latas y demás?
—Hay un candado cutre en la despensa.
—Habla con Ghost. Consigue un candado decente y tráeme la llave. ¿Qué hay para almorzar?
—Los últimos huevos de verdad.
—Excelente. Bien, nos vemos luego.
Rawlins salió de la cocina rascándose la cabeza. Al cruzar la puerta, el borde de su cazadora de cuero se levantó un instante y descubrió la culata amarilla de su pistola
taser
en una funda de nailon. Llevaba un aerosol de pimienta rojo en el cinturón. Estaba preparado para hacer cumplir la ley.
Jane buscó un pretexto para visitar a Ghost. Quizá podría ayudarlo a juntar el equipo para la expedición a la isla.
Fue a la sala de bombeo y lo encontró sentado en la cama, metiendo pilas en una caja amarilla.
—¿Puedo echarte una mano?
—No hará falta.
—¿Para qué es la caja?
—Es una baliza náutica. Emite una señal de localización. Esa gente de Apex se está moviendo a oscuras ahí fuera. Este aparato los guiará directamente hacia nosotros. Así llegarán a la cabaña, que está a medio camino.
—¿Seguro que llevan un localizador?