Solos (7 page)

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Authors: Adam Baker

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Solos
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—Cogí este empleo para escapar de ellos, pero sigo pensando: yo no soy así, soy mejor persona que eso, ¿me entiende?

Ghost conducía el fuera borda. Surcaban veloces el mar. Punch, sentado en la proa de la zódiac, rastreaba la orilla con un reflector. Iluminó un paisaje lunar, rocas irregulares cubiertas de hielo.

—¡Allí! —dijo señalando un lugar.

Un embarcadero de hormigón, con peldaños ocultos por la nieve.

Ghost desenganchó el motor fuera borda y lo dejó en el embarcadero.

Sacaron la lancha del agua.

—Regresaré por el motor —dijo.

Subieron la lancha de caucho por los peldaños y la dejaron frente a unas inmensas puertas de acero, incrustadas en la pared de roca. Ghost abrió un candado y quitó una cadena.

—Entrad —les ordenó—. Voy a buscar el motor.

Punch y Rye arrastraron la lancha al interior, un silo profundo y oscuro. El fragor del viento se convirtió en silencio. Punch se quitó las gafas de seguridad y la mascarilla. Dirigió la linterna a las paredes. Estaban en un amplio túnel que bajaba hasta perderse en la roca viva. Los muros brillaban por la humedad. Había raíles en el suelo. Las señales de las paredes estaban en ruso.

—¿Qué lugar es este? —preguntó Punch—. Pensaba que era una isla deshabitada.

—¿No habías estado ya en la isla?

—En la isla sí, pero nunca aquí.

—La Marina soviética vertía sus viejos reactores en el fondo del mar. Cada vez que retiraban del servicio un submarino nuclear, cortaban simplemente la sección trasera y la tiraban en el mar de Barents. Hay cerca de veinte, cubiertos de óxido y moluscos, en el fondo del mar. Este iba a ser su nuevo hogar. Unos equipos de rescate tenían que sacarlos a flote y enterrarlos en sal un cuarto de millón de años.

—Eso explica la señal de la calavera en la puerta.

—Dentro hay muchas más. Hay calaveras grabadas en acero cadmio en todas las paredes, en todas las puertas. Las generaciones futuras captarán el mensaje. Mierda peligrosa. No entrar.

Rye retiró el guardapolvo que cubría dos motos de nieve Yamaha Viking Pro rojas y las inspeccionó.

—Dirige la luz hacia mí.

En el suelo abrió una caja alargada de madera y sacó dos escopetas Ithaca. Comprobó el mecanismo accionando varias veces la corredera. De unos estantes de madera engarzados en la pared sacó un cartón de munición del calibre 12 y metió cartuchos en cada recámara. Luego guardó las armas en unas fundas de cuero sujetas a las motos de nieve.

—Para los osos —explicó—. Las guardamos aquí. Rawlins no quiere armas en la plataforma.

Ghost entró en el búnker tambaleándose, con el fuera borda cargado al hombro. Rye lo ayudó a dejarlo en el suelo.

Ghost llenó el depósito de las motos con un bidón de gasolina mezclada con propanol, para evitar que el combustible se congelara. Revisó los niveles de aceite, puso los dos motores en marcha para comprobar que funcionaban y extrajo una radio de la mochila.

—Equipo de tierra a Rampart. ¿Me copiáis? Cambio.

—Aquí Rampart
.

Era la voz de Jane.

—Me alegro de que hayáis llegado bien
.

—Estamos en el búnker. ¿Hay noticias de Apex?

—El tipo sigue transmitiendo, con interrupciones, pero parece que delira. No consigo que me dé una ubicación precisa. Tendréis que ir a Darwin y ver qué pasa
.

—De acuerdo. Estaremos preparados para salir al amanecer.

—Se acerca otro frente de tormenta, uno de los malos. Lo estamos viendo en el radar. Una andanada de hielo se nos viene encima como un tren expreso. Calculo que tardaréis unas siete horas en llegar a Darwin, y tres o cuatro más para alcanzar la cabaña. Si partís ahora quizá lleguéis antes de que empiece la tormenta
.

—¡Mierda!

—Decididlo vosotros. Rawlins dice que deberíais olvidarlo y volver a la plataforma, pero la decisión es vuestra
.

Ghost se volvió hacia sus compañeros.

—Votación rápida. Yo voto por ir.

—Vamos —dijo Punch.

Rye se lo pensó.

—No —dijo—. Están casi muertos. No sabemos dónde están y se acerca una tormenta. Respeto vuestra opinión, pero es una mala idea.

Cogieron el kit médico de Rye, la mitad de su comida y partieron.

Las motos de nieve alcanzaban los ciento veinte kilómetros por hora, pero conduciendo en la oscuridad, Ghost no pasaba de quince. Punch seguía las luces traseras de Ghost. Las botas apenas le llegaban al reposapiés de la moto.

La Tierra de Francisco José era una cadena de archipiélagos volcánicos, una serie de islas de piedra pómez cubiertas de permafrost. Puntiagudas rocas ocultas por el hielo podían rasgar los bajos de las motos de nieve en cualquier momento.

Tenían que haber acordado una señal, pensó Punch. Si su Yamaha se paraba, Ghost seguiría adelante sin darse cuenta.

El cielo empezó a despejarse con la fría luz azulada del alba polar. Atravesaron masas de hielo y nieve esculpidas en extrañas dunas por un viento feroz.

Ghost aceleró. Punch dio gas y lo siguió.

Jane cocinó gachas de avena para el almuerzo de la tripulación. Punch había dejado una nota pegada a una cuchara de plástico, sobre la mesa de su despacho de la cocina.

Dieciséis cucharadas rasas de avena. Cinco litros y medio de agua. Ni azúcar ni miel. Ni desperdiciar comida, ni raciones dobles, ni cambios de menú
.

Jane derramó algunos copos de avena en la encimera, los recogió cuidadosamente y los volvió a meter en la caja.

Aquella misma mañana había ido a la cocina a prepararse un bocadillo y se había encontrado los refrigeradores cerrados y un candado en la puerta de la despensa. Empezó a tirar de la puerta de la nevera, como un yonqui desesperado, privado de su dosis.

La tripulación comía en silencio. Con el control remoto, Ivan iba pasando canales, todos inertes. Ruido estático en una docena de situaciones diferentes.

La CNN no emitía.

En Fox, barras y estrellas ondeaban granujientas y monocromas a cámara lenta.

BBC News mostraba la bandera del Reino Unido. «Dios salve a la reina» sonaba una y otra vez. En la parte inferior de la pantalla iban pasando las diferentes ubicaciones de los centros de refugiados.

—Uno tras otro se van cayendo —murmuró Ivan.

Ghost viró bruscamente y frenó. Punch se detuvo a su lado. Estaban al borde de una extensa grieta, una ancha fisura en el azulado y translúcido hielo. Una brecha profunda.

Se quitaron los pasamontañas.

—Mierda —dijo Punch—. Nos hemos metido en una zona de grietas.

—Sí.

—Sumando moto y piloto, casi un cuarto de tonelada cada uno. Podemos hundirnos en el hielo en cualquier momento. Deberíamos dar media vuelta.

Ghost escupió y se quedó mirando cómo el trozo de flema desaparecía en la oscuridad.

—No. Es tan arriesgado volver atrás como seguir. Yo seguiría adelante. Si me pasa algo arría la cuerda.

—De acuerdo.

El final de la grieta se perdía de vista por ambos lados.

—Puede que sea un largo rodeo.

Se bajaron los pasamontañas y se pusieron en marcha.

Jane lavó los platos y las cucharas. Al devolver la caja de avena a la despensa, llevada por un impulso, robó dos paquetes de M&M. Se preguntaba cuándo empezarían las peleas por la comida. Cerró la cocina y fue a devolverle las llaves a Rawlins.

Volvió a su habitación a descansar un poco. Al apoyar la cabeza en la almohada oyó un sonido de papel arrugándose. Era una nota de Punch.

EN CASO DE QUE NO REGRESE

Jane abrió la carta.

Jane:

Si estás leyendo esto, o he muerto o no tienes autocontrol. Si has visto la despensa últimamente, te habrás dado cuenta de que no hay suficiente comida para seis meses. Lo he calculado y recalculado. A estas alturas ya nos deberían haber reabastecido con dos cargamentos de comestibles. Lo que tenemos son estantes y neveras vacías. Al ritmo de consumo actual nos quedaremos sin provisiones a mitad de invierno. Simplemente, no habrá suficiente comida. Mantenlo en secreto. No quiero que cunda el pánico. En este sobre hay un plano. Guárdalo bien. Os puede ser útil, a ti y a Sian, dentro de unas semanas.

La puerta interior que conectaba el bloque de alojamientos con el resto de la plataforma estaba cubierta con aislante acolchado plateado, arrancado de una esclusa de aire. Jane se abrochó el abrigo, apartó la cortina aislante y pulsó ABRIR. La puerta se descorrió. Jane enfocó su linterna a la oscuridad. El hielo refulgía en las paredes del pasillo. Jane cerró la puerta tras ella y se puso en camino, con el mapa del tesoro en un guante.

La ruta llevó a Jane por kilómetros de estancias y de pasillos sin luz. Se sentía como un robot submarino ARVIN explorando los restos encenagados del
Titanic
.

El silencio era espectral. El murmullo y los zumbidos del control de temperatura, el constante ruido de fondo que evocaba vida en la plataforma, estaba ausente. La respiración trabajosa de Jane y el crujido de sus botas de nieve al pisar placas de hielo en la cubierta eran el único sonido.

El haz de luz de su linterna iluminó aparatos de gimnasia, máquinas expendedoras y señales de evacuación vitrificadas por el hielo. Al desconectar la calefacción, la temperatura de las secciones deshabitadas de la refinería habían descendido rápidamente a cuarenta bajo cero. Cualquier humedad al descubierto había cristalizado tras condensarse en escarcha fina. Las tuberías del techo destilaban hielo.

El plano la guió a un almacén húmedo y frío en la cubierta C. Un espacio vacío, sin nada más que una hilera de taquillas en una pared. Cuatro de ellas estaban vacías. La quinta no tenía fondo y daba a una habitación oculta. Estaba claro que Punch había colocado las taquillas para disimular la entrada a un almacén contiguo.

Jane se metió en la taquilla y entró en la habitación secreta.

Una tienda de bóveda, con tensores sujetos por pesadas ruedas de turbina.

Material de supervivencia se apilaba en un rincón. Ropa de abrigo, sacos de dormir, una estufa de hexamina, botellas de agua potable congeladas.

Un refugio de emergencia. El significado era obvio: no había suficiente comida para alimentar a la plantilla entera hasta primavera, pero tres personas podrían sobrevivir el invierno si se recluían y dejaban que el resto se muriera de hambre.

Jane abrió una caja. Baterías de linterna, barritas de proteínas y tres tremendos cuchillos de cocina. Una nota adhesiva pegada a la hoja de uno de ellos decía:

POR SI LAS COSAS SE PONEN FEAS

Jane regresó a su cuarto. Se encerró dentro y sacó un paquete de M&M escondido en una de sus zapatillas de deporte. Un M&M al día. Se tendió en la cama e hizo crujir la golosina entre los dientes. Dejó que el chocolate se le deshiciera en la lengua, y entonces, en un súbito acceso de aversión por sí misma, arrojó la bolsita contra la pared. Las pastillas de M&M se desparramaron por todo el suelo.

Tengo más dignidad que eso, se dijo Jane.

Punch y Ghost llegaron a Darwin Sound y buscaron el terreno alto.

Se apearon de las motos y se quitaron los pasamontañas.

Punch echó una larga y humeante meada mientras Ghost observaba la costa con unos prismáticos. Kilómetros de rocas y guijarros, coloreados de un rojo intenso por la luz del atardecer. Ghost cogió su radio.

—Equipo de tierra a Rampart. Cambio.

—Aquí Rampart
. —La voz de Sian—.
Me alegro de oíros
.

—Estamos en Darwin. No hay señales de vida.

—¿Nada? ¿Nada en absoluto?

—Tengo cinco o seis kilómetros de visibilidad. No hay rastro de ellos. ¿Cómo va la tormenta?

—Será grande. Aún no ha empezado
.

—Tienes quince minutos para localizarlos y darnos su posición. Pasado este tiempo, nos largamos.

Ghost se giró hacia Punch.

—Hemos hecho lo que hemos podido. Nadie podrá decir que no lo intentamos.

Se subió el puño del guante y consultó el reloj.

—Diez minutos más y volvemos a casa.

Compartieron una barrita de proteínas.

—Personalmente, yo haría como el capitán Oates —dijo Punch—. Si estuviera a punto de morir de hambre y congelación, me iría a dar un largo paseo por la nieve.

De repente, la luz del crepúsculo se avivó, como si alguien hubiera pulsado un interruptor y fuera mediodía.

—¿Qué cojones…? —preguntó Ghost.

Miraron arriba. Algo brillaba a mucha altura, detrás de las nubes, y se movía muy rápido.

—¿Un avión? —dijo Punch—. ¿Un avión en llamas?

—Demasiado blanco, demasiado regular.

Más tarde, de vuelta a la refinería, Punch trató de describirle a Jane lo que había visto.

—Parecía una secuencia de fotos tomadas a intervalos de tiempo, como si el sol cruzara el cielo a toda velocidad, del alba al crepúsculo, en un momento. Nuestras sombras enloquecieron. Perdí el equilibrio completamente.

El intenso resplandor cruzó el cielo acompañado de un pitido agudo. Punch se echó atrás la capucha del anorak, para oírlo mejor.

—Está bajando. Se va a estrellar.

El fulgor blanco se hundió en el horizonte del oeste. Segundos después oyeron el impacto. Un estruendo sordo y prolongado.

—¿Qué carajo ha sido eso?

Supervivencia

Simon volvió en sí.

Se quedó mirando la textura del tejido de polipropileno de la tienda de campaña.

Una voz llamaba desde algún lado.

—Apex; aquí Rampart llamando. Cambio. Apex; aquí Rampart. ¿Me oyes?

Había perdido un guante. Tenía la mano derecha desnuda.

Me estoy muriendo
, pensó.
Me muero y apenas recuerdo quién soy
.

Buscó el guante.

Simon volvió en sí.

Volvió la cabeza. Alan estaba envuelto en tres sacos de dormir, inmóvil, con los labios azules. Nikki se había acurrucado junto a él, para darle calor. Tenía la cabeza apoyada en el pecho de Alan. Estaba inconsciente, con la boca abierta, su aliento se había condensado, helado y convertido en escarcha sobre el saco de dormir.

Simon tenía los dedos entumecidos. Buscó el guante.

Simon volvió en sí.

Estaba en semipenumbra. Fuera había luz del día, pero la tienda estaba medio enterrada en la nieve y apenas se vislumbraba la luz.

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