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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico, Terror

Sortilegio (40 page)

BOOK: Sortilegio
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Resultaba bastante difícil apreciar bien las cosas al resplandor de los relámpagos, pero a Cal le dio la impresión de que había algo familiar en aquel tipo. Y sospechando que se iba a pasar horas allí, de pie, a no ser que fuera él quien iniciase la conversación, formuló la pregunta que ya se había hecho mentalmente.

—¿Le conozco de algo?

El hombre entornó los ojos, como si agudizara la vista hasta convertirla en una punta de alfiler con la que perforar el corazón de Cal. Pero no hubo respuesta verbal.

—No le está permitido conversar con usted —le explicó entonces Chloe—. La gente que vive tan cerca del Torbellino... —Sus palabras se fueron apagando.

—¿Qué? —dijo Cal.

—No hay tiempo para más explicaciones —le dijo ella—. Pero créame.

El hombre no había apartado la mirada de Cal ni un segundo, ni siquiera para parpadear. El examen resultaba bastante benigno; quizá hasta amoroso. Cal se vio súbitamente vencido por unos fieros deseos de quedarse allí; de olvidarse del Reino y quedarse a dormir allí, en el Tejido; con los cerdos, los relámpagos y todo lo demás.

Pero Chloe le había puesto una mano en el brazo.

—Tenemos que irnos —le indicó.

—¿Tan pronto? —protestó Cal.

—Para empezar, nos estamos arriesgando mucho al traerle aquí —dijo ella.

El anciano avanzó ahora hacia ellos, con paso firme y la misma mirada. Pero Chloe intervino.

—Ahora no —le pidió.

El hombre frunció el ceño; tenía la boca tensa. Pero no se acercó más.

—Tenemos que marcharnos —le dijo ella al anciano—. Sabes que tenemos que hacerlo.

El hombre asintió. ¿Eran lágrimas lo que tenía en los ojos? A Cal le pareció que sí.

—Yo volveré a tiempo —continuó Chloe—. Sólo voy a llevarlo hasta el límite. ¿De acuerdo?

De nuevo el hombre asintió con un único movimiento de cabeza.

Cal levantó la mano en señal de despedida.

—Bueno —dijo, más sorprendido que nunca—. Ha sido... ha sido... un honor.

Una débil sonrisa le frunció el rostro al hombre.

—Le comprende —indicó Chloe—. Créame.

Llevó a Cal hasta la puerta. Los relámpagos ilummaron la habitación; un trueno hizo temblar el aire.

Desde el umbral de la puerta Cal le dirigió una última mirada a su anfitrión, y, con gran sorpresa por su parte —y, desde luego, con gran deleite—, vio que la sonrisa del hombre se convertía en un gesto de ironía que implicaba alguna sutil travesura.

—Cuídese —le dijo Cal.

Sonriendo al tiempo que las lágrimas le resbalaban por las mejillas, el hombre le hizo un gesto de despedida con la mano y se volvió hacia la ventana.

2

La
ricksha
les estaba aguardando al otro lado del puente. Chloe embutió a Cal en el asiento y echó fuera del vehículo los cojines con borlas a fin de aligerar la carga.

—Ve a toda velocidad —le indicó a Floris. No bien había terminado de decirlo cuando se pusieron en marcha.

Aquél fue un viaje como para poner los pelos de punta. Una gran urgencia se había apoderado de todo y de todos mientras la Fuga se disponía a perder su sustancia y a convertirse de nuevo en dibujo. En lo alto, el cielo nocturno era un laberinto de pájaros: los campos estaban haciendo grandes preparativos, como para una zambullida decisiva.

—¿Soñáis? —le preguntó Cal a Chloe mientras viajaban. La pregunta se le había ocurrido de improviso, pero de pronto había adquirido gran importancia para él.

—¿Soñar? —preguntó Chloe.

—¿Cuando estáis en el Tejido?

—Es posible... —dijo ella. Parecía preocupada—. Pero yo nunca recuerdo bien lo que sueño. Duermo demasiado profundamente... —Titubeó durante unos instantes y luego apartó la mirada de Cal antes de acabar diciendo—: Como si estuviera muerta.

—Pronto volveréis a despertar —intentó animarla Cal comprendiendo la melancolía que había invadido a Chloe—. Será sólo cuestión de unos cuantos días. —Trató de aparentar confianza, pero dudaba que resultase muy convincente. Sabía demasiado poco de lo que había ocurrido aquella noche. ¿Estaría Shadwell vivo todavía? ¿Y las hermanas? Y si era así, ¿dónde?—. Yo voy a ayudaros —continuó—. Eso sí que lo sé. Ahora soy parte de este lugar.

—Oh, sí —convino ella con gran solemnidad—. Sí que lo es. Pero, Cal... —Lo miró y le cogió una mano; Cal notó un lazo entre ambos, incluso cierta intimidad, que parecía totalmente desproporcionada para el escaso tiempo que hacía que se habían conocido—. Cal, la historia futura está llena de engaños y peligros.

—No te comprendo.

—Las cosas pueden borrarse con gran facilidad —le dijo Chloe—. Y
para siempre
. Créame. Para siempre. Vidas enteras desaparecen como si nunca se hubieran vivido.

—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó Cal.

—No dé por hecho que todo está garantizado.

—No lo hago —repuso él.

—Bien, bien. —Chloe pareció alegrarse un poco con aquello—. Es usted un hombre estupendo, Calhoun. Pero olvidará.

—¿Olvidar qué?

—Todo esto, la Fuga.

Cal se echó a reír.

—Nunca —dijo.

—Oh, sí, lo olvidará. En realidad es posible que se vea obligado a hacerlo. Tendrá que hacerlo o se le romperá el corazón.

Cal volvió a recordar a Lemuel y las palabras que le dijo a modo de despedida. «Recuerda», le había dicho éste. ¿Realmente sería tan difícil?

Si había algo más que decir sobre el tema quedó sin decirse, porque en aquel mismo momento Floris detuvo la
ricksha
con brusquedad.

—¿Cuál es el problema? —quiso saber Chloe.

El conductor de la
ricksha
señaló hacia adelante. A no más de cien metros de donde se encontraban, el paisaje y todo lo que contenía se estaba perdiendo en el Tejido; la materia sólida se transformaba en nubes de color de las cuales surgirían los hilos de la alfombra.

—Qué pronto —se quejó Chloe—. Baje, Calhoun. No podemos llevarle más adelante.

La línea del Tejido se iba aproximando como un fuego forestal, comiéndoselo todo a su paso. Era una escena sobrecogedora. Aunque Cal sabía perfectamente bien qué procedimientos se estaban llevando a cabo allí —y sabía que eran benevolentes—, aquella visión estuvo a punto de producirle escalofríos. Un mundo estaba disolviéndose delante de sus mismísimos ojos.

—De aquí en adelante se queda solo —le dijo Chloe—. ¡Da vuelta, Floris! ¡Y
vuela
!

La
ricksha
dio media vuelta.

—¿Y qué va a pasarme a mí? —le preguntó Cal.

—Usted es un Cuco —le gritó Chloe volviéndose mientras Floris tiraba de la
ricksha
y se alejaba—. Usted, sencillamente, puede salir al otro lado caminando.

Le gritó algo más, pero Cal no consiguió captarlo.

Esperó y le rogó a Dios que no fuera una oración.

XII. UNA RAZA QUE SE DESVANECE
1

A pesar de las palabras de Chloe, el espectáculo que se ofrecía ante los ojos de Cal no resultaba consolador. La línea devoradora se aproximaba a una velocidad considerable y no dejaba nada intacto a su paso. El instinto le decía a Cal que echara a correr delante de ella, pero sabía que tal maniobra sería en vano. Aquella misma marea transfiguradora avanzaría desde cualquier punto a la redonda: antes o después no quedaría ningún lugar hacia el cual correr.

En lugar de quedarse quieto donde estaba y dejar que la línea viniera a buscarlo, decidió caminar hacia ella y afrontar el contacto.

El aire empezó a hormiguear a su alrededor cuando dio los primeros y titubeantes pasos. El suelo se revolvió y tembló bajo sus pies. Unos cuantos metros más y la zona por la que él caminaba empezó a cambiar. Los guijarros sueltos eran transportados de allí por el flujo; y arrancadas las hojas de árboles y arbustos.

«Esto va a dolerme», pensó.

La línea divisoria se encontraba ya a poco más de diez metros del lugar donde él estaba, y Cal pudo ver con pasmosa claridad todo el proceso de funcionamiento: los encantamientos del Telar servían para dividir la materia de la Fuga en hebras, luego las levantaban en el aire y las entrelazaban con nudos, y éstos a su vez llenaban el aire como innumerables insectos hasta que el encantamiento final se encargaba de asentarlos formando una alfombra.

Se quedó maravillado ante aquella visión durante unos segundos antes de que el prodigio y él se encontrasen; las hebras empezaron a saltar alrededor de Cal como fuentes del arco iris. No hubo tiempo para despedidas: la Fuga sencillamente se perdió de vista dejándolo sumergido en el trabajo del Telar. Los hilos, al levantarse, le produjeron a Cal la sensación de que se estaba cayendo, como si los nudos se dirigieran hacia el cielo y él fuera un alma condenada. Pero había cielo por encima de Cal: había
dibujo
. Un caleidoscopio capaz de derrotar a los ojos y a la mente, y cuyos motivos se configuraban y se volvían a configurar a medida que encontraban lugar entre los compañeros. Ahora Cal tenía la certeza de que él también se iba a metamorfosear de la misma forma; la carne y los huesos se le transformarían en símbolos y él quedaría tejido dentro del gran diseño.

Pero la plegaria de Chloe, si es que aquello había sido una plegaria, sirvió para proporcionarle protección a Cal. El Telar rechazó la sustancia de Cuco de la que estaba formado Cal y lo pasó por alto. Tan pronto Cal se hallaba en medio del Tejido como adelantaba las glorias de la Fuga. Y se quedó de pie en un campo desnudo.

2

Pero no era el único que se encontraba allí. Varias docenas de Videntes habían optado por salir al Reino. Algunos lo único que hacían era mirar su hogar, consumido por el Tejido; otros formaban pequeños grupos y discutían febrilmente, y otros se iban adentrando ya en la oscuridad antes de que los adamitas vinieran a buscarlos.

Y entre todos ellos, e iluminados por el resplandor del Tejido, Cal reconoció un rostro: el de Apolline Dubois. Se dirigió hacia ella. Apolline lo vio venir, pero no le ofreció una bienvenida.

—¿Has visto a Suzanna? —le preguntó él.

Apolline movió negativamente la cabeza.

—He estado incinerando a Frederick y arreglando mis asuntos —respondió.

No dijo nada más. Un elegante individuo con las mejillas pintadas con colorete apareció ahora a su lado. Parecía un chulo de pies a cabeza.

—Deberíamos irnos, Moth —dijo él—. Antes de que las bestias caigan sobre nosotros.

—Ya lo sé —convino Apolline. Y luego, dirigiéndose a Cal—: Vamos a hacer una gran fortuna. Enseñándoos a vosotros, los Cucos, lo que significa el deseo. —Su compañero ofreció entonces una sonrisa poco saludable. Más de la mitad de los dientes eran de oro—. Nos esperan tiempos muy buenos —continuó diciendo Apolline mientras le daba a Cal unas palmaditas en la mejilla—. Así que ven a verme un día de éstos. Te trataremos bien. —Cogió al chulo del brazo—.
Bonne chance —
dijo a modo de despedida.

Y la pareja se alejó apresuradamente.

La línea del Tejido estaba ya a una buena distancia del lugar donde se encontraba Cal, y el número de Videntes que habían salido ya de aquél había alcanzado holgadamente los tres dígitos. Se dirigió hacia ellos buscando a Suzanna. Los otros ignoraron por completo su presencia; aquella gente, que había sido depositada en medio del siglo XX con la magia como única arma para defenderse, tenía otras preocupaciones más apremiantes. Cal no los envidiaba.

Entre los refugiados divisó a tres de los compradores; estaban de pie, atontados y polvorientos, y tenían el rostro inexpresivo. Cal se preguntó qué sacarían ellos en limpio de todas las experiencias de aquella noche. ¿Pensarían contarles a sus amigos toda la historia? ¿Soportarían la incredulidad y el desprecio sobre sus cabezas? ¿O dejarían que el cuento se olvidase sin llegar nunca a contarlo? Cal se inclinaba por esto último.

El alba estaba próxima. Las estrellas más débiles habían desaparecido ya, e incluso las más brillantes no parecían estar ahora tan seguras de sí mismas.

—Se acabó... —oyó murmurar a alguien.

Se volvió y miró hacia el Tejido; el brillo de su fabricación casi se había acabado por completo.

Pero, súbitamente, se oyó un grito en la noche, y un instante después Cal vio tres luces —miembros del Amadou— que se elevaban entre los rescoldos del Tejido a una velocidad enorme. Se acercaban entre sí al tiempo que se elevaban, hasta que finalmente, muy por encima de las calles y los campos, colisionaron.

El resplandor surgido de aquel encuentro iluminó el paisaje en todo el radio que el ojo alcanzaba a ver. Bajo aquella luz Cal vislumbró Videntes que corrían en todas direcciones, evitando mirar aquel brillo.

Luego la luz se apagó y la penumbra procedentes del alba que surgió parecía tan impenetrable a causa del contraste que Cal estuvo absolutamente ciego durante un minuto o más. Y a medida que, poco a poco, el mundo se iba restableciendo alrededor suyo, se dio cuenta de que aquellos fuegos artificiales, y el efecto que habían producido, no habían tenido lugar de modo arbitrario.

Los Videntes habían desaparecido. Allí donde, hacía noventa segundos, había habido figuras en desbandada en torno a él, ahora no había más que vacío. Bajo la tapadera de la luz, habían llevado a cabo la huida.

XIII. UNA PROPOSICIÓN
1

Hobart también había visto el resplandor del Amadou, aunque se encontraba aún a cuatro kilómetros de aquel lugar. La noche no había hecho más que acarrear desastre tras desastre. Richardson, todavía muy inquieto tras los acontecimientos del Cuartel General, había hecho que el coche chocara dos veces contra la parte trasera de algunos vehículos estacionados y había seguido un camino que, llevándolos por todo el Wirral, había consistido en una serie de callejones sin salida.

Pero por fin, allí lo tenían: una señal inequívoca de que estaban cerca de su presa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Richardson—. Parece como si algo hubiera hecho explosión.

—Sabe Dios —dijo Hobart—. A mí no me extrañaría nada de esa gente. Especialmente de la mujer.

—¿Quiere que pidamos refuerzos, señor? No sabemos cuántos son.

—Aunque pudiéramos... —dijo Hobart apagando la radio cuya estática les había hecho perder el contacto con Downey hacía horas—. Quiero mantener esto en silencio hasta que sepamos qué es lo que ocurre. Apaga los faros.

El conductor así lo hizo, y siguieron avanzando entre la oscuridad que precede al amanecer. A Hobart le pareció ver figuras que se movían entre la bruma, más allá del follaje verde que bordeaba la carretera. Pero no había tiempo para hacer investigaciones: tendría que confiar en su instinto, que le decía que aquella mujer se encontraba en algún lugar situado más adelante.

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