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Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Intriga

Suites imperiales (16 page)

BOOK: Suites imperiales
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Respondo: «Dame la dirección».

Espero, fingiendo leer algo en la pantalla.

—Clay —pregunta Julián, acercándose—, ¿Qué estás haciendo?

Luego: «¿Lo traerás aquí?».

Y en la pantalla aparece una dirección de Los Feliz un segundo antes de que teclee: «Sí».

Julián llama a Rain y solo oigo su parte de la conversación. Un minuto entero en el que él trata de calmarla.

—No sabemos si fue él. Eh, tranquilízate… No sabemos si se llevó el dinero. —Hace una pausa mientras da vueltas por la habitación—, Clay dice… —Y tiene que interrumpirse, casi abrumado por la ferocidad de la voz que llega por teléfono—. Cálmate. Si tan preocupada estás, habla con Rip —susurra—. Asegúrate de que es así. —Al final me mira y añade—: No, no hace falta que hables con él. —Y eso me sirve de indicación para asentir—. Nos está ayudando.

Cuando, cuelga empieza a vibrar el móvil en el bolsillo de mi albornoz y es Rain y no hago caso.

Julián está en el umbral del dormitorio, bebiendo agua y viendo cómo me visto. Me pongo unos tejanos, una camiseta y un jersey negro con capucha y bolsillos de canguro. Me estoy planteando si darle otra oportunidad.

—¿Rip te prestó el dinero para pagar a Blair? ¿Y cuándo fue eso?

—Solo me prestó una parte. Pero esto no tiene nada que ver con el dinero. Rip solo lo está utilizando como una excusa. No se trata del dinero. —Suena casi burlón.

—Mentiste cuando me dijiste que no habías hablado con Blair. Mentiste al asegurarme que no habíais hablado desde junio, y yo te creí.

—Lo sé. Fue incómodo. Luego me sentí mal. Lo siento.

Voy al cuarto de baño. Trato de peinarme. Me tiembla tanto la mano que no puedo sostener el cepillo.

—No quería joderte —dice.

—Solo quiero saber una cosa. No me lo quito de la cabeza.

—¿Qué es?

—¿Por qué me liaste con Rain si…?

Julián me interrumpe como si ya supiera el resto de la pregunta.

—Has vivido aquí mucho tiempo. Sabes cómo funciona esta ciudad. Has pasado por esto antes. —Luego su voz se suaviza—. No me enteré de lo jodido que te quedaste por Meghan Reynolds hasta que fue demasiado tarde.

—Sí, sí, sí, eso ya lo sé, pero lo que no entiendo es que si sabías que Rip estaba tan loco por Rain, ¿por qué…? —Me planto frente a él, con los brazos en jarras, pero no puedo mirarlo hasta que me obligo a hacerlo—. ¿Por qué me pusiste en peligro? ¿Me empujaste hacia ella aun sabiendo cómo se sentía Rip? ¿Me empujaste aun sabiendo que Rip podía estar relacionado con lo de Kelly?

—Clay, nunca pensé que estuviera relacionado con lo de Kelly. Solo eran rumores que…

—Querías que la ayudara y lo he intentado, Julián, pero ahora me doy cuenta de que no te importó si yo salía mal parado o no.

Eso remueve algo dentro de él y se le tensa la cara y empieza a alzar la voz.

—Mira, te agradezco que trates de ayudarme, pero ¿por qué sigues creyendo que Rip estuvo involucrado con la muerte de Kelly? ¿Sabes algo? ¿Tienes alguna prueba? ¿O solo estás enredándolo todo, para variar?

—¿De qué estás hablando?

—Basta —dice, y de pronto es otra persona—. Lo has hecho un montón de veces. Es una tomadura de pelo, tío. Mientes a la gente, pero ¿alguna vez le has conseguido algo a alguien? —pregunta con sinceridad—. Prometes cosas y puede que los acerques a ellas, pero, tío, estás mintiendo todo el tiempo…

—Vamos, Julián, no…

—Y lo que he descubierto es que nunca harás nada por nadie. Solo por ti. —La suavidad con que lo dice me obliga a volverme—. Esta, digamos, fantasía engañosa que tienes de ti mismo.. . —Hace una pausa—. Vamos, tío, es una tomadura de pelo. —Otra pausa—. Es vergonzoso.

Me obligo a sonreír para quitar hierro al asunto y no asustarlo.

—¿Por qué estás sonriendo?

—Debo de ser muy buen actor. Esta… fantasía que tengo de mí mismo.

—¿Por qué lo dices?

—Porque tú te la has tragado.

—Nunca pensé que te habías enamorado realmente de ella.

—¿Por qué?

—Porque Blair me dijo que podías llegar a ser muy frío.

—¿Puedes conducir? —pregunta Julián mientras bajamos al garaje en el ascensor—. ¿O quieres que conduzca yo?

—No, puedo conducir. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

—Sí, estoy seguro. Acabemos de una vez.

—Deja que se vaya con él —susurro.

—Nos iremos esta noche.

—¿Adonde?

—No pienso decírtelo.

Yendo por Sunset, miro continuamente el retrovisor mientras Julián, sentado a mi lado, escribe un mensaje de texto, probablemente a Rain, y no paro de encender y apagar la radio pero él no se da cuenta, luego cruzamos Highland y la canción de Eurythmics da paso a una voz radiofónica que habla de las réplicas de un terremoto anterior, durante el cual he dormido, y tengo que bajar las ventanillas y detener el coche tres veces para calmarme, porque no paro de oír sirenas a nuestro alrededor y tengo los ojos clavados en el retrovisor porque nos están siguiendo dos Escalade negros y la última vez que detengo el coche a un lado, delante del Cinerama Dome, Julián pregunta por fin:

—¿Qué pasa? ¿Por qué paras tantas veces?

Y en la intersección de Sunset Boulevard con Hollywood le sonrío con frialdad, como si todo fuera bien, porque en el apartamento he tenido la sensación de montar en cólera, pero ahora, al torcer en Hillhurst, me siento mejor.

Más allá de Franklin, enfrente de un edificio que está rodeado de eucaliptos, Julián se baja del BMW y echa a andar hacia la entrada justo cuando recibo un mensaje de texto diciendo «No bajes del coche», y cuando se da cuenta de que sigo sentado al volante, se vuelve y nuestras miradas se cruzan. Un Escalade negro sale de detrás del BMW y nos hace luces. Julián se inclina hacia la ventanilla abierta del lado del pasajero.

—¿No vas a entrar? —pregunta, y luego mira a través del parabrisas trasero los faros antes de que se apaguen y se vuelve hacia mí y me quedo mirándolo inexpresivo.

Detrás de él tres chicos mexicanos están bajando del coche bajo el círculo de luz de una farola.

Julián se fija en ellos, solo ligeramente irritado, y luego se vuelve hacia mí.

—¿Clay?

—Vete a tomar por culo.

En cuanto lo digo Julián agarra la manija de la puerta que acabo de cerrar y por un momento se inclina lo bastante para tocarme la cara, pero los hombres se lo llevan a rastras y desaparece rápidamente como si nunca hubiera estado allí.

En Fountain suena mi móvil y pasado Highland me detengo a un lado de la calzada. Cuando contesto, me doy cuenta de que mi asiento está empapado de orina y es un número oculto pero sé quién es.

—¿Te ha visto alguien traerlo aquí?

—Rip…

—No te ha visto nadie, ¿verdad? No te ha visto nadie traerlo.

—¿Dónde estoy, Rip?

El silencio es una sonrisa burlona. El silencio roba algo.

—Bien. Ya puedes irte.

Rain cae en mis brazos, gritando.

—¿Lo llevaste allí? —grita—, ¿Lo llevaste allí?

La empujo contra una pared y cierro la puerta con el pie.

—¿Por qué me odias tanto?

—Rain, chsss… ya está…

—¿Qué estás haciendo? —grita antes de que le tape la cara con una mano.

Luego la tiro al suelo y le bajo los tejanos.

—Pasaste por alto tantas pistas sobre mí… —le susurro mientras está en la cama, drogada.

—No las… pasé por alto —dice ella, con la cara amoratada, los labios húmedos de tequila.

—Es lo que este lugar ha hecho de ti —susurro, apartándole el pelo de la frente—. No te preocupes…, lo entiendo.

—Este lugar no me ha hecho nada. —Se tapa la cara con las manos, un gesto inútil.

Se echa a llorar de nuevo y esta vez no puede parar.

—¿Vas a vomitar otra vez, nena?

Le sujeto un paño húmedo sobre su piel bronceada mientras ella entra y sale de la inconsciencia. Observo cómo cierra un puño lentamente. Le agarro la muñeca antes de que pueda golpearme. La empujo hacia atrás hasta que se relaja.

—No vuelvas a pegarme. Solo conseguirás que te pegue yo a ti. ¿Eso es lo que quieres?

Cierra los ojos con fuerza y sacude la cabeza, con lágrimas cayéndole por la cara.

—Has intentado hacerme daño —digo, acariciándole la cara.

—Te lo has hecho tú mismo —gime ella.

—Quiero estar contigo.

—Eso no va a suceder —dice apartando la cara.

—Por favor, deja de llorar.

—Eso nunca formó parte del plan.

—¿Por qué no?

Le levanto las comisuras de los labios con los dedos y la obligo a sonreír.

—Porque tú solo eres el guionista.

Fui a Palm Springs como si no hubiera pasado nada. Por la autopista 111 apareció sobre el frío desierto un arco iris enorme que brillaba intacto en el cielo vespertino. La chica y el chico que contraté tenían casi veinte años y las negociaciones habían ido bien. Se hizo una oferta y la aceptaron. Los dos se mostraron distantes. Para hacer aquello por lo que los había pagado habían dejado libre la habitación antes de llegar para pasar el fin de semana. La chica era guapa a rabiar —del Cinturón Bíblico, de Memphis— y el chico era un australiano que había trabajado de modelo para Abercrombie & Fitch, y los dos habían ido a Los Ángeles para triunfar pero aún no lo habían logrado. Admitieron que utilizaban nombres falsos. Les dije que se expresaran solo con gestos, que no quería oír su voz. Les pedí que fueran desnudos por la casa, sin importarme lo absurdo o loco que pudiese parecerles. Hacía un frío horrible en el desierto bajo las oscuras montañas que se elevaban sobre la ciudad y las palmeras que bordeaban la calle de alrededor de la casa aprisionaban el blanco cielo. Observé cómo corrían las salamanquesas por el jardín rocoso mientras la chica y el chico, desnudos ante la gigante pantalla plana del salón, veían un remake de
Las colinas tienen ojos
.

El rancho estaba en la colonia del cine y tenía las paredes de color crema y con espejos y columnas alrededor de una piscina con forma de piano de media cola y el patio estaba cubierto de gravilla recién rastrillada y por encima volaban pequeños aviones en el seco aire antes de aterrizar en el aeropuerto cercano. Por la noche la luna colgaba sobre el desierto con los bordes plateados y las calles estaban vacías y el chico y la chica se ponían ciegos junto al fuego y de vez en cuando se oía ladrar un perro por encima del viento que sacudía las palmeras mientras yo embestía a la chica y la casa estaba infestada de grillos y la boca del chico estaba caliente pero yo no sentía nada hasta que lo golpeaba, siempre jadeando, con los ojos clavados en el vaho que se elevaba de la piscina al amanecer.

Había habido quejas porque la chica se había asustado de «la situación». En un momento dado el representante de los chicos quiso hablar conmigo y renegocié el precio, luego le pasé el móvil al chico y él habló brevemente antes de devolvérmelo. Todo quedó resuelto. Y entonces el chico y la chica se turnaron para follarme, y yo no paraba de meter los dedos dentro de él para estimularlo, y el cráneo humano de la bolsa de plástico era un attrezzo que nos observaba desde la mesilla de noche de la habitación y a veces pedía a la chica que besara el cráneo y ella estaba en trance y me miraba como si no existiera, luego le decía al chico que pegara a la chica y observaba mientras la tiraba al suelo y luego le pedía que volviera a hacerlo.

Una noche la chica trató de escapar de la casa y el chico y yo la perseguimos con linternas por la calle y nos metimos por otra calle donde él la encontró justo antes de que amaneciera. La arrastramos rápidamente hasta la casa y la atamos y la metimos en lo que les había dicho que llamaríamos la caseta, que era su dormitorio. «Da las gracias», dije a la chica cuando le llevé un plato de pastelitos rociados de laxante, e hice que el chico y la chica los comieran porque era su premio. Embadurnado de mierda, metía el puño dentro de la chica y ella cerró los labios con fuerza alrededor de él y pareció que trataba de entenderme mientras yo la miraba inexpresivo, con el brazo saliendo de ella, el puño abriéndose y cerrándose en su coño, y entonces ella abrió la boca horrorizada y empezó a gritar hasta que el chico bajó la polla hasta su boca, ahogándola, y el ruido de los grillos siguió oyéndose durante la escena.

El cielo parecía recién fregado, impecable, y en la base de las montañas se había formado un cilindro de luz que se elevaba. Al terminar el fin de semana la chica me confesó que se había vuelto creyente mientras estábamos sentados a la sombra de las altas colinas —«el lugar de paso» fue como las llamó—, y cuando le pregunté a qué se refería dijo «Aquí es donde vive el diablo», y señaló las montañas con una mano temblorosa pero sonriendo mientras el chico buceaba en la piscina, con los verdugones brillando en su espalda bronceada en los lugares donde yo lo había golpeado. El diablo la llamaba pero ella ya no tenía miedo porque ahora quería hablar con él, y en la casa había un ejemplar del libro que habían escrito sobre nosotros hacía veinte años y su cubierta de neón brillaba desde su lugar en la mesa de centro de cristal hasta que lo encontraron flotando en la piscina de la casa de la colonia de cine bajo las altas montañas, hinchado por el agua, con el ruido de los grillos sonando por todas partes, y entonces la cámara nos sigue a través del desierto hasta que desaparecemos en el cielo amarillento.

Cuando hice una búsqueda para averiguar el nombre del chico muerto, un link me llevó a una página web que había creado él mismo antes de morir llamada el Proyecto Doheny. Miles de fotos describían la renovación del apartamento 1508 del Doheny Plaza y se interrumpían bruscamente. También había fotos del chico, primeros planos de él, rubio, moreno y ágil —había querido ser actor—, y se veía la sonrisa forzada, los ojos suplicantes, el espejismo de todo ello. El chico había colgado fotos de él en la discoteca en la que había estado la noche de su muerte, alto y sin camisa, rodeado de chicos que se parecían a él, y eso fue poco antes de que se metiera en la cama y no se despertara nunca más, y en una de las tomas vi que llevaba el mismo tatuaje que Rain había visto cuando había soñado con él: un dragón desdibujado en su muñeca.

Y la búsqueda me llevó a una cinta de audiciones y en una de las audiciones el chico lee el papel de Jim en
Conceded
, la película cuyo guión escribí. «¿Qué es lo peor que te ha pasado, Jimmy?», lee fuera de cuadro alguien que hace el papel de una chica llamada Claire. «El amor incondicional», responde el chico, y el personaje de Jimmy se vuelve con fingida vergüenza, pero el chico lee mal la frase, poniendo el énfasis donde no toca, sonriendo cuando debería haberse puesto totalmente serio, convirtiéndolo en el remate de un chiste cuando nunca lo ha sido.

BOOK: Suites imperiales
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