Todo es bonito y me siento increíblemente bien. Charles también es feliz, podríamos haber seguido así toda la vida. Un instante después, suena el teléfono y veo resurgir al Charles Delmonte que tanto odio. Ese hombre secreto y enfermo, cargado con una peso que no quiere compartir. Cuando va a responder a la llamada en el interior de la casa, sé que nuestra luna de miel ha tocado a su fin. Sale poco después con aspecto preocupado, habla durante un segundo con Giovanni, quien le abraza y va a avisar a su madre.
—Emma, lo siento, tenemos que volver a París.
Son las únicas palabras que han salido de su boca desde que nos marchamos de la fiesta. Hicimos rápidamente las maletas en el barco y, después, todo pasó muy rápido. Coche, jet, coche. En silencio. Me ha dejado en el umbral de la puerta hace unos minutos.
—Emma, tengo que marcharme mañana temprano. No se enfade, tengo que solucionar unos asuntos importantes.
Y, después, me da las gracias con un beso casto en la frente antes de entrar en su piso. Me siento tan sola y desamparada que decido llamar a Manon.
—No te muevas, voy ahora mismo.
Una hora más tarde, está delante de mi puerta con una tarrina enorme de helado.
—¿Tú comes esas cosas?
—No, ¡por Dios! Es para ti. He visto suficientes películas románticas como para saber qué traer de comer a una americana disgustada.
¡Sabía que Manon era la persona a la que tenía que llamar para que me animara! Le cuento toda la historia y la escucha de pe a pa sin interrumpirme ni un segundo.
—¿Sabes a qué hora tiene que marcharse mañana por la mañana?
—Sí, le ha pedido a su chofer que le deje el coche abajo a las 10 de la mañana. Parece que va a ir solo.
—Muy bien. Voy a buscar mi coche, está en casa de mis padres. Quedamos mañana a las 9:30 abajo. No te olvides de coger un pañuelo, gorro, gafas…
—¿Estás de coña?
—Quieres saber qué se trae entre manos, ¿no?
—Sí…
—Vale. Pues vamos a seguirle a la antigua. Al fin y al cabo, no hay nada malo en divertirse un poco…
Esta actitud define a la perfección la personalidad de mi amiga. Siempre lista para divertirse. Pero también a echar una mano. Sé que sus padres viven en el extrarradio, bastante lejos, así que va a tener que pasarse el resto de la tarde en el transporte público para ir a recoger su coche.
A la mañana siguiente, Manon acude, fiel a nuestra cita. Me espera al volante de un magnífico Super 5 color crema de los años ochenta. Llueve.
—El tiempo perfecto para una vigilancia secreta —dice colocándome una bolsa de papel sobre las rodillas mientras me voy colocando en el asiento de delante.
—¿Qué es?
—Chouquettes. Lo siento, es imposible encontrar donuts en París. Si quieres, en el asiento de detrás tienes un termo de Earl Grey.
Mi amiga está irreconocible. Siempre va de punta en blanco y, hoy lleva un chándal verde manzana con un plumas negro. Lleva el pelo rubio recogido en una trenza de lo más formal y, se ha metido tanto en su papel, que se ha puesto un par de gafas rosas de plástico. Yo he optado por ir de negro. Me mira de arriba a abajo con aparentes signos de pena.
—Tengo una peluca en el bolso, en el asiento de detrás, ponte eso al menos.
Le hago caso como si fuera una mala alumna pillada haciendo algo mal. Es una peluca afro. Perfecta. No puedo evitar echarme a reír viéndonos a las dos con estos disfraces tan ridículos. No sé qué nos depara la jornada pero, por ahora, nos estamos divirtiendo como enanas. Pero la euforia no dura mucho. Charles acaba de salir del edificio y corre hacia su coche con aspecto triste y preocupado. Manon pone la música (los mejores éxitos de las bandas sonoras de Hitchcock, ¡qué casualidad!) y empezamos a seguirle. No tenemos ni idea de a dónde nos lleva. Manon dice que podemos circular durante tres horas y media sin parar a repostar pero, ¿a dónde vamos?
Tres horas después, el coche sale de la autopista. Aparentemente, estamos en Normandía. Justo acaba de parar de llover, tenemos suerte. Avanzamos rodeadas por campos, colinas, vacas… Es todo tan bucólico que casi dan ganas de salir y hacer un picnic. De repente, el coche negro se detiene ante un inmenso portal que se abre lentamente para dejar pasar al coche. Tenemos que pasar de largo. Nos paramos doscientos metros más adelante, en la entrada de un bosque público.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Vamos ahí. Pero, andando. Coge el bolso de la bandeja.
Ya estamos. Si hay algo que descubrir, este es el momento. Ahora no sé si quiero saberlo, estoy bloqueada.
—Venga, muévete. ¡Vamos a buscar setas! —Manon cierra la puerta con fuerza y mete el bolso en una cesta de mimbre. Camina con paso firme hacia el lugar donde ha entrado el coche. Me limito a seguirla. Llegamos a la verja cerrada. Es un propiedad llena de plantas y, al final de un camino, se alza una gran casa burguesa. Parece un hotel o una clínica.
«Clínica psiquiátrica de la Vire, Hospitalización de larga duración» —lee Manon en una placa dorada.
—Ya sabemos dónde se esconde. Ahora la cuestión es saber a quién viene a ver. Vamos a dar una vuelta.
La propiedad es enorme y está rodeada por grandes muros. ¿Los enfermos son peligrosos? Tras veinte minutos andando, Manon deja la cesta en el suelo. ¿Nos paramos aquí? No. Mi amiga empieza a escalar por el muro… Definitivamente, no pude equivocarme más con la primera impresión que tuve de ella.
—¡Pásame los gemelos!
—¿Perdón?
—¡En el bolso!
No ha pasado nada por alto.
—Hay un gran parque. Sin mucha gente. Ambiente de residencia de ancianos. Mira, ahí está, Charles. Está solo, pone mala cara. Pero, sigue estando mono…
—¡Manon!
—De acuerdo… Acaban de acercarle una silla de ruedas.
—¿Quién es?
—Espera, que no lo veo. Tendría que ir hacia el otro lado…
—Déjalo, debe de ser algún pariente anciano sin interés.
—¡¡Es un cañonazo!!
—¿Qué?
—Es una mujer. Súper guapa. Pero, seguramente, trastornada. Mira al vacío. Creo que no se puede mover. Él no le dice nada, sólo la pasea… Bueno, voy a bajarme, ya no vamos a enterarnos de mucho más.
Acordamos volver al coche y vamos ordenando las ideas. Entonces, Charles visita a una mujer misteriosa, muy guapa, en un establecimiento psiquiátrico de Normandía. Alguien lo suficientemente importante como para que acuda cada vez que le llaman. ¿Alguien de su familia? ¿Un amor? Y, ¿por qué le llaman? ¿Cuánto lleva la mujer en este centro? Este descubrimiento plantea aún más dudas que las que teníamos esta mañana. Volvemos a París, profundamente intrigadas. En el trayecto de vuelta, las dos permanecemos en completo silencio. Cuando llegamos a mi casa, Manon se auto-invita para que podamos reflexionar sobre lo que hemos visto y cocinar las setas que ha recogido durante nuestro paseo y que yo ni había visto. Mathieu se une a nosotras pero nuestros tres cerebros son incapaces de resolver el enigma. Cuando nos terminábamos la tortilla de cepes, escuchamos el ruido del ascensor. ¡Es Charles! Veo por la mirilla que no tiene mejor aspecto que esta tarde… Y entra sin mirar ni siquiera hacia mi puerta.
—Ok. Ahora que ha vuelto, podemos pasar a la acción.
Mathieu parece tener una idea. Después de buscar los datos de la clínica en Internet, llama por teléfono.
—Buenos días, Michel Dumont, el asistente del señor Delmonte. Parece que ha perdido su smartphone, ¿le importaría comprobar si se lo ha dejado ahí? Sí, bien, gracias. Y, ¿en la habitación de su hermana? Perdón, sí, tiene razón, perdone. ¿Podría mirarlo? Pues nada, gracias de todos modos. Adiós.
—¿Qué? —preguntamos al unísono.
—¡Qué no han encontrado su smartphone! ¡Qué petardo!
—¡Mathieu!
—Sentaos, tenemos lo que buscábamos. La mujer es SU mujer.
—¿Qué?
—Cuando probé lo de la hermana, la chica me corrigió cordialmente: «
Su esposa, querrá decir…
»
—Ay, madre…
—Sí…
Nos quedamos callados, noqueados por la noticia. Así que Charles está casado con una mujer magnífica e internada. Voy a necesitar la ayuda de alguien más…
No he pegado ojo en toda la noche. Si quiero saber más, ya sé a quién le tengo que preguntar. Pero, ¿de verdad quiero hacerlo? A fin de cuentas, si Charles no me lo cuenta, será porque no quiere que me entere. Y, si no quiere que lo sepa, es porque no quiere que forme parte de su vida… Y, sin embargo, me llevó a Portofino… No entiendo nada. ¿Cómo podemos ser tan cercanos y lejanos al mismo tiempo? No podemos seguir así si él sigue ocultándome cosas tan importantes de su vida. ¡Está casado! No es ninguna tontería que se pueda pasar por alto. Si quiere avanzar en nuestra relación, debería contármelo… Bueno, eso creo. Y luego están esos momentos de locura en los que me echa de su vida, sería más fácil llevarlos si supiera qué hay detrás: «
Perdone, estoy pensando en mi mujer loca, eso me entristece, déjeme solo…
» Necesito saber más.
—Élisabeth, soy Emma Maugham. ¿Tienes un momento para hablar?
Hemos quedado en una pequeña cafetería del distrito 11. No ha querido contarme nada por teléfono. De hecho, al principio no quería contarme nada. Me dijo que Charles la mataría si se enteraba. Tuve que llorar. Sobreactuar. Finalmente, admitió que yo era importante para Charles y que quizás teníamos futuro juntos. Se sentía obligada a dar un empujoncito a nuestra historia pero… todavía quedaba mucho por hacer. Llega antes de hora, parece febril. Empieza antes de que me dé tiempo a quitarme el abrigo.
—Se conocieron en la universidad. Bueno, él se fijó en ella en la universidad. Se supone que Alice, que así se llama, estudiaba alguna carrera de letras. En realidad, nadie sabe con exactitud qué hacía. Solíamos verla paseando por el campus, sola, o garabateando en cuadernos, sentada en un banco. Escribía poesía. Nunca he leído nada suyo pero creo que escribía principalmente sobre la muerte. Charles se enamoró de ella al momento. Ese tipo de pasión que apenas tiene explicación porque no era del todo recíproca. Durante un año, estuvo intentando dirigirle la palabra pero ella no se dignaba a contestarle. El año siguiente creo que consiguió invitarle a un café. Después, desapareció durante seis meses. Charles estaba desesperado. Cuentan que ella había intentado suicidarse y que sus padres la habían internado en un centro especializado. Después volvió a frecuentar la universidad y a garabatear en sus cuadernos… Estaba un poco más abierta y, en ese momento, empezaron a salir juntos. Bueno, por decirlo de algún modo porque, en realidad, se pegaban casi todo el tiempo encerrados. A veces conseguíamos arrastrarle a une fiesta pero creo que nos despreciaba. No sé. Lo que es seguro es que no le agradaba nuestra compañía y, cuando se veía obligada a estar con nosotros, se ponía a beber de forma descontrolada. Bebía hasta ponerse enferma. Y, de repente, un día Charles nos dijo que iba a casarse con ella, que era la única forma de mantenerla junto a él, porque sus padres estaban locos y querían volver a internarla. No intentamos disuadirle, ¿qué podíamos decirle? Y la vida siguió su curso. Casi no les veíamos, huían de nosotros. Hasta que Alice conoció a François. Sí, François du Tertre. En cuanto él aparecía, Alice estaba más alegre, parecía mostrar interés. Charles no se oponía, creía que le iba bien, que ella aprendía a «sociabilizarse». Pero más tarde nos enteramos de que, en realidad, François le había adentrado en los placeres de la droga y ella se enganchó rápidamente. Al principio era sólo algún porro de vez en cuando, nada importante. Pero fueron animándose mutuamente a buscar nuevas sensaciones y, un día, François decidió que había llegado el momento de ir más allá. Comenzaron a esnifar coca y, luego decidieron pasarse a la heroína. Por aquel entonces, François era novato. No sabía medir las dosis. Y acabó con una sobredosis brutal en los baños de un bar cerca de mi galería. Afortunadamente, los servicios de emergencia llegaron pronto y consiguieron salvarla. En ese momento pensé que había sido una suerte, ahora tengo mis dudas. Porque nunca volvió de ese colocón. Está postrada desde que despertó. Y de esto hace ya cuatro años. Charles no tuvo más remedio que internarla, no podía ocuparse de ella. A veces, habla en sueños o hace algún movimiento y, cuando esto ocurre, el personal del centro considera oportuno avisar a Charles y él sale pitando… Pero el diagnóstico de los médicos es tajante: nunca volver a estar con nosotros, si es que llegó a estarlo en algún momento… La relación actual de Charles con Alice es destructiva. Legalmente, es responsabilidad suya y se siente culpable, pero ya no la ama. Bueno, es complicado…
—Parece que ella no te gusta demasiado…
—No, tienes razón, nunca me ha gustado. Evidentemente, me dio pena y me enfadé muchísimo por lo que le había pasado pero no puedo evitar culparle de haberle arruinado la vida a mi amigo. A veces pienso que lo hizo a propósito…
Esta confesión me deja un sabor amargo. ¡Así que esta es la dichosa «herida secreta» de mi amante! Hubiera preferido que hubiera sido simplemente un capullo… Y, en lugar de eso, me sale una rival poeta catatónica que no escapará nunca de su silencio… ¿Y cómo lucho yo contra eso? No puedo evitar estar celosa. ¿Charles podrá sentir por mí esa misma pasión? ¿Cómo es nuestra relación comparada con esa historia de amor fatal?
—La vuestra es una historia de verdad, no un dramón rancio —sentenció Manon, siempre lista para consolarme.
—¿De verdad lo crees? No estoy a la altura de una chica que escribe poesía…
—Un vegetal que tiempo atrás fue una chica, ¿esa misma? ¡Emma, despierta! Esa mujer es una fantasía de la adolescencia, ¡tú vales mucho más!
—¿Una fantasía?
—Sí… algo que nunca debería haber durado pero que se ha estancado en el tiempo por culpa del presumido drogadicto…
—François.
—Sí. Si todo hubiera sido normal, tu Charles se habría dado cuenta de su error en unos meses y, tachán, fin de la historia. Así de fácil. Y, tú, con Charles compartís cosas, folláis, os reís… sois una pareja
—Sí, eso creo.
—¡Pues ya está!
—Ya está, ¿qué? ¿Qué se supone que tengo que hacer?
—No sé. Si quieres seguir, vas a tener que romper el hechizo. Puedes esperar a que él dé el paso por si solo, y puede tardar siglos, o darlo tú, pero esto podría estropearlo todo.