Suya... cuerpo y alma (4 page)

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Authors: Olivia Dean

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Suya... cuerpo y alma
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—Sí. ¿Vive aquí?

Parece que le extraña mi pregunta.

—¡No! Charles y yo somos viejos amigos. Y, además, trabajamos juntos…

—Pero, ¿no es su novia?

—No, ¡por Dios! Charles, ¿¡una novia!?

La idea le parece tan descabellada que se echa a reír.

—Disculpe, como le vi el otro día… bueno, quiero decir…

—Como le he dicho, somos viejos amigos —repite para terminar la conversación antes de desaparecer en el ascensor.

«
Viejos amigos
». ¿Qué se supone que es eso? ¿Que se acuestan de vez en cuando? ¿Con cuánta frecuencia? ¿Hay reglas para eso? ¿Y si me ha dicho eso solo porque no viven juntos? Todo lo que rodea a mi vecino parece muy complicado…

Capítulo 8. Un poco de luz

—¡Emma! ¡Emma!

Élisabeth sale de un taxi con dos cuadros enormes.

—¿Le importaría ayudarme a subirlos a casa de Charles?

—Por supuesto. ¿Es un regalo?

—No, ¡una entrega! De los emires de Dubái, creo. Cuidado, ¡valen millones!

—Y, ¿por qué los llevamos a casa de Charles?

—Va a peritarlos y a venderlos a nuestros famosos emires…

—Ah, sí, claro.

He tenido que recalcar demasiado esta última frase. Élisabeth me mira, divertida.

—No sabes a qué se dedica Charles, ¿no es así?

Me alegro de que hayamos empezado a tutearnos. Confieso mi ignorancia, aliviada por no tener que seguir aparentando saberlo. Vuelve a reírse.

—¡Charles y su dichoso sentido del misterio! Ven, entra, vamos a tomar un café.

Ha sacado una llave y se prepara para abrir la puerta del piso.

—Pero, ¿y Charles?

Su mirada se oscurece de repente.

—Está fuera, no volverá antes del fin de semana.

Coloca con delicadeza los cuadros sobre la tumbona y me invita a sentarme en un taburete de bar. Se pone a mirar en los armarios.

—¡Puñetero diseño italiano! ¡Tiene que haber café en esta casa! Hay una cafetera de filtro, ¡no creo que esté sólo de adorno!

—¿Y en el frigo?

—¡Bingo!

Es divertido ver a una mujer tan distinguida mostrarse así de natural. Me siento a gusto y aprovecho para hacerle preguntas.

—Y, entonces, ¿el trabajo de Charles es vender cuadros?

—Sí, entre otros, sí. Compra y vende obras de arte a lo largo y ancho del mundo. Es un experto de reconocido prestigio. Es capaz de reconocer de forma categórica el estilo de algunos artistas. Desde hace un tiempo también se interesa por el arte contemporáneo, es una especie de caza-talentos. Basta con que frunza el ceño para encumbrar o descalabrar a un artista.

—¡Y yo que pensaba que era un niño de papá!

—¡Y lo es! Pero decidió no continuar con el negocio de papá. Se dedicaba a las armas… Pero Charles siempre ha hecho lo que ha venido en gana, estudió historia del arte, fue entonces cuando nos conocimos, a pesar de que sus padres no estaban de acuerdo y, cuando fallecieron, no le tembló el pulso al vender el negocio familiar. Prefirió invertir su inmensa fortuna en otra cosa. Y, afortunadamente, tenía talento…

Mi alivio debe ser evidente.

—¿Tenías miedo de estar saliendo con un mafioso?

—¡Yo no estoy saliendo con Charles!

—Ah… pues había pensado que sí.

—¿Por qué? ¿Te ha dicho algo?

Me temo que he mostrado demasiado interés en esta pregunta. No soy creíble. Élisabeth parece divertida.

—No, no. Nada de nada. He debido de equivocarme.

Seguimos charlando evitando sacar a Charles en la conversación. No se parece en nada a la mujer que imaginé cuando la vi por primera vez. Es muy guapa y muy sexy pero no parece dárselas de diva. Es increíblemente natural. Tengo la impresión de hablar con una vieja amiga. Me habla de su trabajo y de su vida sentimental. Su marido murió hace tres años, en un accidente de coche. Dice que fue su único amor. Ahora, sale y se acuesta con otros hombres (¿con Charles?) pero ha renunciado a encontrar el amor. Lo dice con tanto aplomo que estoy tentada a creérmelo. Pero no parece deprimirle la idea. Es lo que hay, me explica.

Se hace tarde, tengo que ir a trabajar. Me da pena dejarla. Antes de marcharse, me entrega una invitación para el cóctel de apertura que celebrará pronto en su galería. Nos despedimos con dos besos.

Capítulo 9. Feliz cumpleaños

No sé porqué sigo siendo tan ingenua al pensar que esta vez será diferente. Que será un día especial. Y, todos los años, me acuesto con la misma frustración. Es mi cumpleaños. Este año, más que nunca, debería haber sabido que no pasaría nada. Ni siquiera está aquí mi padre para prepararme unos pancakes. Además, en la facultad sólo conozco a Manon y a Mathieu. Se lo he dicho durante la comida y no entendían mi falta de ilusión.

—¡Podríamos ir a beber algo para celebrarlo! —propone Manon.

Viendo lo cansados que están desde hace tres días, es todo un detalle por su parte. Dan pena con el catarrazo que llevan. Aun así, debo confesar que me parecen muy monos. Dan ganas de pillar un trancazo y tener un novio con el que compartirlo. Me trago mi orgullo y acepto tomar algo a la salida de las clases.

Pero no hubiera debido hacerlo. No ha sido más que un capricho y soy consciente de ello. Pero se están esforzando al máximo para no quedarse fritos y aparentar que se divierten. Dos horas más tarde, decido poner fin a su sufrimiento. Deambulo por la ciudad, sola y triste. No quiero volver ya a casa. Tengo la impresión de que, si vuelvo antes de medianoche, el día habrá sido totalmente intrascendente. Como si alguien fuera a darse cuenta…

Llego a la entrada de mi casa a las doce en punto. Qué consuelo más ridículo… Las luces del hall están encendidas. Charles. Ha vuelto. Espera el ascensor. Me espera. No sé qué decirle, creo que estoy roja. Sin duda, por culpa del alcohol. Y por él. Por supuesto.

—Sabe, hoy es mi cumpleaños.

No sé porqué se lo he dicho, así, de sopetón. Me mira durante un buen rato.

—Y lo ha celebrado, imagino.

—No.

Mi tono no deja lugar a dudas y resume a la perfección mi ánimo en todo este día. Parece (sinceramente) afectado mientas me abre las puertas del ascensor.

—¿Me equivoco o se siente realmente decepcionada?

Suspiro.

—Le importaría pulsar el botón de stop por mí, ¿por favor?

Lo hago sin decir palabra. Quiero saber qué va a pasar después. Mantengo pulsado el botón de stop como si mi vida dependiera de ello. Está detrás de mí. Tengo la impresión de que pasa una eternidad hasta que me dice:

—Le propongo un juego. Si quiere que pare, no tiene más que soltar el botón. Pero, si desea que continúe, siga pulsándolo.

Ok, es fácil. No me puedo mover. Siento su cuerpo detrás del mío y, sin embargo, no me toca. Tengo calor. De repente, una caricia casi imperceptible en la nuca me hace estremecer. Se ha acercado. Siento su aliento en el cuello. Si quisiera moverme, no podría. Su mano vuelve a mi nuca.

Me acaricia lentamente, como un velo imprevisible. Cada vez que sus dedos me tocan, contengo la respiración. Está más cerca, a tan solo unos centímetros, lo siento. Mientras sumerge la boca en mi cuello, me acaricia el hombro derecho hasta dejarlo desnudo y, entonces, cubre con besos apasionados el lugar que antes estaba cubierto. De repente, se para. Tardo unos segundos en darme cuenta de que he sido yo. Estaba tan sumida en sus caricias que he dejado de pulsar el botón. Vuelvo a pulsarlo.

—Tenga cuidado, la próxima vez, me pararé del todo. ¿Ha entendido?

—Sí —consigo articular con un suspiro.

Sus dedos vuelven a mis hombros desnudos. Esta vez, el contacto es más ligero. Siento sus manos amplias y calientes y el tacto de cada uno de sus dedos sobre mi piel. Como si tratara de esculpirme. Desciende su mano por mis brazos hasta llegar a la yema de los dedos. Ahí, hace una pausa. Coloca la mano izquierda en mi cadera y, con la otra, rodea el brazo con el que estoy pulsando el botón de stop. Desliza sus dedos por la parte interior de mi brazo. En una situación normal, me echaría a reír pero ahora estoy como electrizada. Cierro los ojos. Siento como vuelve atrás en sus caricias, pasa bajo mi brazo y me roza el pecho a través de la blusa. No consigo contener un suspiro.

—Ya sabe qué tiene que hacer si quiere parar…

Siento sus palabras en mi cuello como un soplo ardiente. Me da igual lo que dice. Sólo quiero que siga.

No tarda más de unos segundos en abrirme la blusa. Miro de reojo mi sujetador, creo que está bastante bien. Sus dedos se pasean sin ningún objetivo fijo, casi perezosamente en mi pecho y mi corazón está a punto de estallar. La punta de mis pechos se endurece y aprieto los muslos instintivamente. Una nueva sensación recorre mi cuerpo. Ya no puedo pensar, no soy más que la espectadora de unas manos calientes y de mi cuerpo acechado por nuevas sensaciones. Como por arte de magia, mi falda cae al suelo. Sus ligeros dedos continúan su exploración. De las caderas a los muslos. Las caricias son insoportables. Me separa los pies con la rodilla para dejar que unas manos insaciables me asalten. Aunque llevo pantis y bragas, el simple paso de sus dedos me excita hasta un punto inimaginable. No puedo evitar que mis caderas acompañen su movimiento.

—Debería ponerse medias —dice mientras me baja los pantis y la braguita hasta las rodillas. No puedo estar más de acuerdo con él, estoy segura de que tengo una aspecto ridículo. Pero no pierdo el tiempo pensando en eso. Gimo antes de ser consciente de lo que me pasa. Su mano derecha vuelve a mis pechos y me retuerce los pezones. Es doloroso y delicioso al mismo tiempo.

Con la otra mano, explora el interior de mis muslos. Sin querer, le guío flexionando las piernas. El corazón me va a estallar. Ya no soy yo misma, mis caderas se mueven solas para seguir e intensificar sus caricias. Cierro los ojos.

—Cálmese… —me susurra mordiéndome de repente el cuello. Siento su cuerpo ardiente contra el mío. Su pecho firme a través de su camisa, sus piernas musculosas y, sobre todo, su sexo contra mi trasero. Lo deseo dentro de mí. Debe de haber escuchado mis pensamientos. Con un gesto rápido, me coge la pierna, me coloca el pie en un reborde del ascensor y me penetra sin contemplaciones. La sensación es brutal y embriagadora. Creo que me pongo a gritar. Siento su aliento contra mi cuello y sus dientes se clavan en mi piel con cada movimiento de sus caderas. Y, después, todo se acelera, estoy desconcertada, ya no sé quién soy ni dónde estoy.

Cuando vuelvo en mí, lo único que veo son sus manos. La falda ha vuelto a su sitio y me está abrochando la blusa. Coge mi muñeca con suavidad y me quita el dedo del botón de stop. Seguimos subiendo. Las puertas se abren. Me dirijo hacia mi puerta, medio atontada.

—¡Emma!

—¿Sí?

—Ha olvidado su bolso…

Me tiende el bolso con una sonrisa que no sé cómo interpretar. Viendo sus labios me doy cuenta de que ni siquiera nos hemos besado. Un segundo después, me desmorono sobre mi cama, absolutamente extenuada.

 

Emma Maugham ha sucumbido a la pasión en los brazos del misterioso multimillonario Charles Delmonte. Se deja llevar por arrebatos de deseo y parece perder el control hasta límites peligrosos. ¿Podrá ser rescatada?

Capítulo 1. El despertar

Me he despertado a mediodía vestida en mi cama. Tardo unos instantes en volver en mí. Cuando consigo finalmente pensar con claridad, una angustia recorre mi cuerpo. ¡Me he acostado con Delmonte! No, todavía peor. ¡Delmonte se me ha follado en el ascensor! Como si fuera una pornochacha. Ni si quiera se molestó en besarme. Estoy furiosa… y confundida. Me basta con volver a pensar en ello para ponerme a temblar, como si mi cuerpo siguiera respondiendo a sus caricias. Dista mucho de la noche de pasión de mis sueños pero es algo nuevo para mí. Esa intensidad, esa pérdida total del control… Tengo que pensar en otra cosa, ya.

Esta aventura cuestiona la naturaleza de nuestra relación. Bueno, yo lo tengo claro. No sé si él también. ¿Suele hacer esto? ¿Manosear a sus sirvientas en el ascensor? ¡Dios mío! ¿Se habrá acostado con mi prima? No, ¡imposible! Tengo que hablar con él pero, evidentemente, no me atrevo. No obstante, ahora somos íntimos, no debería plantear ningún problema. «
Buenos días, Charles, me preguntaba… ¿qué tipo de relación hay entre nosotros?
» Perfecto, excelente. Esta relación, si la hay, parte de unas bases de comunicación sólidas.

Oigo un ruido en el hueco de la escalera. Es él. Sale de su apartamento con algo en la mano. Me pego contra mi puerta, le espío, contengo la respiración. Está ahí, inmenso, delante del ascensor. Oh, ¡Dios! ¡Me ha visto! Me mira. Se acerca a la puerta. No puedo mover ni siquiera respirar. Y, después, desaparece. Estoy loca, seguro, ese tipo me ha hechizado. Necesito un vaso de agua, tengo que recuperarme… y volver a mi puesto de vigilancia. No ha desaparecido, está entrando en el ascensor. Esta vez, solo.

Me desmorono en el suelo, sofocada como si acabara de pegarme una carrera. Soy ridícula. ¿Por qué me afecta tanto este tío? Si hubiera tenido una vida sexual un poco más normal, no me encontraría en semejante estado. Voy a salir a tomar un poco el aire, lo necesito. Abro la puerta, arrastrada por unas energías renovadas. En mi felpudo, hay una pequeña bolsa de papel que he estado a punto de pisar. Vuelvo a casa.

Es una caja antigua. Creo que nunca he visto una tan bonita, es de madera trabajada con reflejos de lo que me parece nácar. En conjunto forma motivos de estilo árabe en rombos. Es magnífica. En el interior, hay dos papeles. El primero es un certificado de autenticidad. Efectivamente, la caja lleva nácar incrustado, data de principios del siglo pasado y procede de Siria. El segundo es una tarjeta blanca con la inscripción
«Feliz cumpleaños»
. Está firmado con un sobrio
C. Delmonte
. Estoy en el cielo. Después de todo, ¿ese momento de locura en el ascensor puede haber sido el preludio de una historia romántica? Pero, mirándola de cerca, veo que hay algo más. Pensaba que era el interior de la caja pero no es así. Algo sedoso y negro… ¡unas medias!

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