—¡Hola, Élisabeth! Élisabeth, Charles, os presento a mi padre, Robert Maugham.
Charles, aunque sigue serio, se esfuerza por sonreír y tiende la mano a mi padre, aparentemente encantado con este encuentro. Afortunadamente, Élisabeth sigue hablando.
—Señor Maugham, ¿querrá acompañarnos el sábado por la noche?
—No, lo siento mucho, mi avión sale el jueves por la noche.
—¡Qué lástima! Podría haber venido con Emma al cóctel de apertura que ofrecen las hermanas Petrovska. ¿Otra vez, quizá? De todas formas, Emma, ¡tú no faltes!
—Sí, por supuesto.
He esperado a quedar fuera de su campo de visión para saborear mi pequeña victoria. Si no quería que estuviera en su mundo, ¡no lo ha conseguido! Voy a ir al cóctel y mi padre es testigo de ello. Entonces, a pesar de sus apariencias, las gemelas Petrovska de verdad tienen una relación de trabajo con Charles. Me pregunto qué tipo de arte realizarán… Estoy tan centrada en mis pensamientos, que casi me olvido de mi padre. Él también parece contento. Anda con la cabeza erguida, mirándolo todo, curioso como un niño.
—¡Qué pareja más simpática!
—¿Qué?
—Tus amigos, los del ascensor.
—¡Ah! ¡Pero si no son pareja! Y, a decir verdad, tampoco sé si son amigos… Charles Delmonte es mi casero multimillonario, el antiguo jefe de Lexie. Y ella, Élisabeth, dirige una galería de arte de la margen izquierda.
—Muy bien. Pues nada. De todas formas, son muy majos.
Mi padre no está tan impresionado como me gustaría. Creo que apenas presta atención a este tipo de situaciones. Para él, Elizabeth es una joven agradable y Charles un simpático treintañero. El hecho de que graviten en un universo de lujo o artístico no le importa lo más mínimo. Y, a fin de cuentas, hace lo correcto.
Pasamos el día deambulando por París, sin ningún objetivo fijo. Octubre es especialmente suave y podemos darnos el lujo de tomar una copa en una terraza, a orillas del Sena. Me gustaría compartir momentos como éste con otra persona. Con Charles… quién sabe, quizás algún día podremos hacer algo vestidos…
—Emma, ¿te encuentras bien?
—Sí, sí, es sólo que estoy cansada.
—Yo también. ¿Y si mi llevas a mi hotel? Me gustaría dormir un poco.
—Ok, vamos. Todavía nos queda mañana entero para recorrer París
¡Es una maldición! No puedo estar delante del ascensor sin que él aparezca. Con mi padre, ya ha sido de lo más embarazoso. Al menos esta mañana, Élisabeth estaba aquí para darnos conversación. Siento que estaba bajada va a ser interminable… Nuestros dedos se tocan al ir a darle al botón. Es como una descarga eléctrica. Un flash, el botón de stop, mis pantis… Cierro los ojos para tranquilizarme.
—¿Qué tal, señor Maugham?
—¡Buenos días! Bien, gracias.
—Imagino que su hija le lleva a ver el mamenchisaurus, ¿no?
—¿Se burla de mí? ¿Hay uno en París?
—Desgraciadamente, no, es sólo una reconstrucción. Pero merece la pena. El resto de la exposición también es impresionante… Está en el Museo de historia natural.
—¿Es ahí donde querías llevarme, Emma?
—¡Claro! Pero el señor Delmonte me ha fastidiado la sorpresa.
—Lo siento Emma. Tengo que salir pitando. ¡Qué pase un buen día!
Me ha fastidiado la sorpresa. . No tenía ni idea de que existiera esa exposición. Aprovecho nuestra pausa para tomarnos un café en Starbucks para informarme. Museo de historia natural, exposición excepcional sobre los saurópodos, los mayores dinosaurios del mundo. ¿Cómo no me había enterado antes? No tengo la cabeza donde debería… Pero, ¿y Charles? Me cuesta creer que se interese por los dinosaurios. Cuanto más lo conozco, más raro me parece. Me gustaría pensar que se ha informado para agradar a mi padre… a quien la sola perspectiva de ver a un mamenchisaurus le cambia la cara.
—¿Te das cuenta? ¡Un mamenchisaurus! ¿Sabes que son los dinosaurios más grandes de la historia?
—Sí, papá. Ya me lo has dicho muchas veces.
—¡Pero qué bien has hecho instalándote en París! ¡Qué majo tu vecino!
Charles Delmonte, ¡majo! No puedo evitar reventar de risa. Es cierto que se ha mostrado muy agradable esta mañana. Debe estar pasando por un buen momento… ¿hasta cuándo?
Estos cuatro días con mi padre se pasan demasiado deprisa. Recuperamos rápido una cercanía que echaba muchísimo de menos. No hablamos mucho pero estamos contentos de estar juntos. Le llevo a todas partes, incluso al restaurante de la universidad, donde le invito a compartir un plato de carne con salsa marrón. Todo le parece divertidísimo. Manon y Mathieu le enseñan todos los recovecos de la universidad, las bibliotecas, los laboratorios… Mi padre se ha convertido en una especie de Harry Potter en el primer día de clase…
Y, antes de que me dé tiempo a disfrutar de verdad, ya tiene que marcharse. Le acompaño al taxi que le está esperando. Todavía no se ha ido y ya tengo morriña. Me abraza sonriendo.
—Gracias por estas vacaciones, hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien… Me alegro de que estés a gusto aquí. Has hecho buenos amigos. ¡Estoy seguro de que vas a vivir experiencias apasionantes!
Apasionantes… Sí, sin duda. Pero, ¿a qué precio?
—Me alegra constatar que sus ideas son ahora más flexibles. El trabajo siempre da sus frutos.
Eso y que me cojan por el pelo y me insulten en ruso. Sonrío sin ganas. Mi profesora me mira desconcertada.
—Me alegro mucho que le guste.
—Veámonos dentro de tres semanas. En este tiempo, le ruego que reflexione sobre el tema de su tesis y su perspectiva personal.
La señora Granchamps me mira cómo guardo mis cosas con un aire condescendiente y curioso.
—Hay algo que ha cambiado en usted. Parece más abierta. ¿Quizás más feliz? Ojalá le dure mucho, le vendrá muy bien para su trabajo.
¿Más feliz? Lo dudo. He debido de llorar todas las lágrimas de mi cuerpo en mis reiterados desengaños y en la partida de mi padre… Pero, al mismo tiempo, tiene razón. Me siento mejor conmigo misma. Como si antes no estuviera viva. Imagino que es el amor. O el deseo. Da igual lo que sea, algo que me ha despertado.
No he vuelto a ver a Charles desde el episodio del ascensor con mi padre. Espero a mañana, al cóctel. Tengo curiosidad por ver cómo se mueve en su entorno. ¿Y yo?
Ser chic sin perder naturalidad, ahí está el secreto. Puedo pegarme la tarde entera en el cuarto de baño, pero no tiene que notarse, es lo que me ha dicho Manon. Me he comprado ropa interior para la ocasión, una ropa interior que no se verá bajo mi vestido negro de Dior. Voy a ponérmelo. En realidad, es lo único que tengo. Eso o el tubo grisáceo del instituto y Charles ya se encargó de hacerme ver que más me valdría deshacerme de él. Mi vestido negro y medias de seda. ¿Alguna joya? ¿Me pongo los diamantes de Lady MacAllister? Debería habérselos devuelto… No, iré sin ninguna joya. Así tendré un aire más informal, creo. Este vestido ligero como un suspiro, es más que suficiente. Además, es un cóctel, ¡no la boda de un príncipe! No, estoy muy bien. Estoy lista y ¡perfecta! Pero son las cinco y en la invitación pone que es a las 19:00. Dos horas por delante todavía. Decido quitarme el vestido para no arrugarlo. Echo un ojo al espejo. Estoy sexy. Bueno, eso creo. Me miro en el espejo. ¿Voy a gustarle? Nunca me he fijado demasiado en mis pechos. Creo que están bien. «
¡Bien!
» Esto me pasa por haberme pegado toda mi adolescencia entre libros… ¿Cómo les gustan a los hombres? Me quito el sujetador y cubro mis pechos con las manos. Tiemblo. Imagino que son sus manos. Calientes, potentes. Mis ojos brillan con un resplandor que me es desconocido. Sensuales. Va a gustarle, seguro. Recorro mi cuerpo con las manos, como le he visto hacer a él. Es diabólico, mi sangre empieza a hervir. Ojalá estuviera aquí, ¡estoy que ardo! Y para nada. ¡Y son las 18:45! ¡Rápido! ¡Mi vestido!
Copas entrechocando. Risas elegantes. No conozco a nadie y tengo la impresión de ser una niña perdida entre adultos inalcanzables. ¿Dónde están Élisabeth y Charles? No sé dónde meterme… Decido contemplar las obras para matar el tiempo. Habría sido difícil no verlas porque ocupan todo el espacio. Por lo que parece, las hermanas son escultoras. Sólo hay dos esculturas enormes. Como dos montañas de tierra roja en el centro de una elegante galería. Cuando me acerco, me doy cuenta de que se trata de vírgenes con el niño monumentales, con un estilo marcadamente clásico. Bueno, sin tener en cuenta que están hechas de tierra (esperemos) y que María tiene una expresión turbadora. Una boca anormalmente grande con un rictus espeluznante. Una combinación de sufrimiento y placer. No estoy segura de si me parece bello pero, cuanto menos, es fascinante.
—Turbadora, ¿no cree?
El hombre que acaba de dirigirme la palabra bien podría recibir la misma definición. Alto, delgado y pálido como un vampiro. Pero sus ojos brillantes delatan su juventud. Debe tener unos 30 años. Mi reciente experiencia me permite afirmar que su traje perfectamente entallado muestra que me encuentro ante un hombre adinerado. ¿Un amigo de Charles?
—François du Tertre, encantado —me dice mientras me tiende la mano.
—Emma Maugham.
—¡Qué acento más delicioso! ¿Ha venido de Estados Unidos expresamente para admirar estas vírgenes?
—No, soy estudiante…
—¿Y es eso lo que le ha traído aquí?
—No, soy amiga de Élisabeth.
—¡Esta Élisabeth! No sabía que tuviera unas amigas tan… deliciosas.
Tras presentarnos, me coge por el brazo como si me conociera de toda la vida para llevarme al buffet y me tiende una copa de champán. Evidentemente, conoce a Élisabeth, así que no tengo de qué preocuparme. No obstante, algo me dice que sus intenciones no son demasiado buenas. Esa chispa en los ojos, la presión de su mano en mi brazo. Este hombre tiene ganas de mí. Es turbador y excitante a la vez.
Mi copa vacía es remplazada instantáneamente por otra llena. Tengo calor pero empiezo a sentirme a gusto. Mi nuevo amigo no deja de hablar. Gracias a él, sé casi todo sobre las personas presentes en la velada.
—¿Ve a ese hombre emperifollado como un zazú? Es Godefroy de Frimont. Se desvive para dárselas de artista pero está a punto de retomar la empresa familiar de prótesis dentales. Aunque lo pueda parecer, la señorona arrugada que le acompaña, embutida en sus pieles, no es su madre, es su amante… la primera y única según se cuenta… Y, en el centro, se encuentran las dos artistas con ojos felinos. Además de compartir genes, comparten cama, cama en la que reciben de vez en cuando a algún invitado anhelante…
—¿Usted?
—Es muy audaz, Emma… ¡y perspicaz! Efectivamente, he tenido ese privilegio. Créame, son unas auténticas artistas…
Auténticas artistas… Lo ha dicho mirándome de forma más que explícita. Este deseo sin ambigüedad me desconcierta. Sigo bebiendo las copas que me ofrece y empiezo a plantearme la posibilidad de pasar la noche con él. Al fin y al cabo, si Charles no quiere estar conmigo, tengo derecho a «echar un polvo», como dice Manon. Y este François me gusta. Guapo, culto, divertido… Y todavía ni rastro de Élisabeth ni de Charles.
Pero, ¿quién los necesita? Me lo estoy pasando muy bien.
—¿Busca a alguien?
—Yo, no, bueno, Élisabeth…
No le hablo de Charles, creo que no le entusiasmó demasiado que yo fuera a venir aquí. Además, ni siquiera sé si va a venir.
—Para ver a Élisabeth esta noche, va a tener que secuestrarla… Si no es un artista ni un inversor, créame, no merece la pena intentarlo.
—¿De verdad?
—Venga, vamos a divertirnos.
Vuelve a tomarme por el brazo y me lleva a la calle. Entramos en un local sombrío situado a unos metros de la galería e iluminado con arañas de estilo barroco. Parejas de todo tipo se besan pegados contra la pared… Nunca he visto nada igual.
—¿Le gusta?
—A decir verdad, no lo sé…
—Tomemos una copa, relájese.
Me sienta en un mullido sofá de terciopelo y me entrega una copa de champán. Noto su mano en mi muslo. ¿Cuánto tiempo lleva ahí? No sé si me apetece seguir con esto.
—Dígame, encanto, ¿tiene usted un boyfriend?
—¡No! Bueno…
—¿Un amante? ¿Algún hombre rendido a sus pies?
—Los dos, sin duda…
—Adorable. Un amable estudiante de su promoción. ¿No es así?
—¡Para nada! ¡Es Charles Delmonte!
¿Por qué he dicho eso? ¡Qué necesidad tenía de darle explicaciones! Además, ¡no es cierto! Si llega a enterarse, se acabó nuestra historia…
—Charles Delmonte… ¡Toma ya! Es cierto que siempre le han gustado las jovencitas, qué cochino…
—¿Ustedes… ustedes son amigos?
—Sí, viejos amigos… De esos que comparten todo…
Su dedo en mis labios me invita a dejar de hablar. De todas formas, tampoco sabría qué decir. Siento náuseas. Miro la escena como si yo no estuviera ahí, como si no fuera uno de sus protagonistas. Me guiña el ojo y saca una cajita de su bolsillo. Extiende un polvo blanco sobre la mesa de cristal y hace una raya con la tarjeta de crédito. Sólo había visto esto en las películas. Acaba de esnifarse una raya con una pajita que había en la caja. Después, me la acerca con una sonrisa diabólica. ¿Cuánto tiempo voy a seguir haciéndome la valiente?
Tengo la pajita en una mano, me planteo hacerlo sin darle más vueltas. He bebido bastante y, a fin de cuentas, drogarme forma parte de las cosas que debería probar si no quiero morir siendo una sosa. El problema es que no me apetece. No más que estar desnuda con François. Cuanto más pasa el tiempo, más sórdida me parece la situación.
—Emma, ¿está bien?
—Creo que voy a volver…
—No pensé que fuera tan estrecha…
—¡No soy una estrecha! —y, para corroborarlo, termino la copa de golpe mirándole a los ojos. Sonríe mientras se hace otra raya de coca.
—¡Demuéstremelo!
Me reta con la mirada. ¿Qué voy a hacer? Tengo que terminar esta historia. Yo no soy así. Me levanto, titubeando. Pero me sienta violentamente con sus manos.
—Entonces, ¿qué? ¿Deja de hacerse la valiente? ¿Quiere volver a su barrio pijo? —coge un poco de cocaína en el dedo y se dispone a metérmela en la boca mientras me inmoviliza con la otra mano.
—Déjeme, François
El alcohol, el cansancio y el miedo van minando toda mi resistencia. Siento cómo mi cuerpo flaquea, veo todo borroso. No entiendo qué ha pasado. ¿Qué es ese barullo? Es Élisabeth… y Charles…. Oh, ¡Dios! François acaba de aterrizar en mis pies con el rostro cubierto de sangre. No entiendo nada.