Un momento después, estoy recostada en el asiento trasero de un coche. Vuelvo en mí. Delante, Charles y Élisabeth hablan preocupados, como si fueran unos padres.
—Ese cabrón, lo ha hecho a propósito, estoy seguro.
—Cálmate, ya ha terminado, no le ha hecho nada.
—¡Imagina qué habría pasado si no hubiéramos aparecido nosotros!
—Pero, ¿por qué les has invitado?
—Sabes perfectamente que no he invitado a François, se invita el solo a todas partes, todo el mundo le conoce… Y, en lo referente a Emma… esta chica me cae bien y pensaba que te gustaría…
—Sí, me encanta rescatarla de ese perverso a las tres de la madrugada. Seguro, me trae buenos recuerdos… ¿Has llamado a la policía?
—Sí, pero sabes tan bien como yo que no servirá de nada… Le bastan un par de llamadas para estar en la calle.
—Como la última vez.
—Sí.
Se instala un silencio mortal. Élisabeth arranca y no vuelve a oírse ni una sola palabra más en todo el trayecto. Me duermo.
La relación de Emma Maugham y el misterioso Charles Delmonte da un giro inesperado, tan tórrido como intenso. Pero Emma parece decidida a dilucidar el misterio de la herida secreta de Charles, aun a riesgo de perderlo todo.
¿Quién es en realidad el fascinante Charles Delmonte?
No sé cuanto tiempo duró el viaje. Yo, en el asiento trasero y mis dos amigos delante. Cuando recuperé la consciencia, estaba en los brazos de Charles. Élisabeth abrió la puerta de mi habitación y él me acostó delicadamente en la cama. Después, se pusieron a hablar en el pasillo. Como si fuera un niño enfermo al que hubiera que dejar dormir. No entiendo nada de su conversación pero Charles parece muy nervioso. Élisabeth intenta calmarle en vano y, tras un largo abrazo, se marcha. Charles vuelve a la habitación. Me quita los zapatos y me mete en la cama. Querría hablarle, pedirle perdón, explicárselo, pero no tengo fuerzas. Conseguí musitar un «perdón», «lo siento» antes de volver a quedarme dormida.
Me despierto unas horas más tarde, sudando. Charles sigue ahí. Se ha dormido en la silla de mi escritorio. Tengo que levantarme para ir al baño, pero no quiero despertarle… ¡Ay! No lo he conseguido.
—Emma, ¿está bien?
—Sí, bueno… no. Me flaquean las piernas, no puedo mantenerme de pie…
—Es normal.
—No me había pasado nunca… Quiero decir, otras veces también he bebido demasiado, pero esta vez es diferente…
—Creo que ha consumido algo más que alcohol…
—¡No!
—Sin darse cuenta, Emma.
—Ah, entiendo.
Me lleva hasta la puerta del pequeño cuarto de baño y me sienta en el borde de la bañera.
—Voy a apañármelas sola, puede salir.
—¿Está segura?
—Sí… si tengo algún problema, gritaré…
—Bien.
Vuelvo a la cama un momento después en los brazos de mi guardaespaldas. Quiere quedarse conmigo toda la noche. Dice que no sabe qué me metió François y que no quiere arriesgarse. No insisto para que vuelva a su casa. Saber que está aquí me tranquiliza. Es la primera vez que alguien se ocupa de mí así, excepto mi padre, claro. Por una vez, no hay ni rastro de ambigüedad entre nosotros. Simplemente, está ahí, me vigila mientras duermo y me obliga a beber agua cada dos horas. Me gusta también este Charles. Atento, discreto, tierno.
Desgraciadamente, cuando vuelvo a abrir los ojos a las diez de la mañana, la silla está vacía. La puerta está cerrada y tengo unas náuseas horribles. Estoy desesperadamente sola. Decido ducharme para despertarme y ordenar mis ideas. Me vienen a la cabeza fragmentos de ayer por la noche. ¿Y si no hubieran llegado para salvarme? ¿De qué es capaz ese François? Teniendo en cuenta la conversación de ayer entre Charles y Élisabeth, me temo lo peor… ¿Cómo pude dejarme arrastrar hasta esa situación? ¿En qué me estoy convirtiendo? Y todo esto, ¿para qué? Por un hombre que se acuesta conmigo dos veces y que me abandona cuando le da la gana… Empiezo a llorar bajo la ducha… ¡Se está convirtiendo ya en una costumbre!
—Emma, ¿está bien? ¿Está ahí? ¡Había salido para comprarle unos croissants! Voy a prepararle el desayuno. ¿Quiere algo en concreto?
—Eh, no, gracias.
No sé qué pensar. Lo mejor será que termine con todo esto…
—¿Se encuentra mejor? Beba esto, le sentará bien.
—¿No tiene nada que decirme?
—No, nada en concreto. Nada ahora mismo. ¿Pensaba que le iba a echar la bronca?
—No, ahora mismo no, efectivamente. Pero ha tenido que estar preocupado por mí para haberse ahorrado cualquier comentario sobre mi ropa…
Me mira sonriendo.
—Sepa que me estoy controlando desde que ha salido de la ducha. Pero, ya que lo menciona… ¿Está pensando en participar en algún tipo de competición deportiva después del desayuno?
—¡Ya vuelve a ser usted mismo! No, no pienso hacerlo, Charles. Me gusta este chándal, eso es todo.
—Por favor, no hable más, ¡no sabe lo que está diciendo!
—Quizás ayer estaba más drogada de lo que usted imaginó…
Esa frase sobraba. La conversación ha pasado de jocosa a grave. O, más bien, se ha terminado tras un silencio total. Tengo que hacer algo, si no, se marchará como siempre.
—Perdón, no debería haber dicho eso. Quería hacer una broma y, sin duda, no es el momento.
Me mira como si acabara de despertarle.
—No, discúlpeme usted a mí. Soy yo el que se preocupa demasiado.
Pero esta historia me tiene intrigada, me gustaría saber más. Aun a riesgo de fastidiar nuestro primer desayuno íntimo.
—Pero, este François me dijo que le conocía, que era amigo suyo…
—Todo el mundo conoce a François en el medio en el que me muevo… Pero, créame, nadie querría ser su amigo…
—Pero, ¿qué es lo que hace? En su vida quiero decir…
—Pues no mucho, es rentista. Se pasa la vida en cócteles…
—¿Es peligroso?
—Sí, se ha convertido en una persona peligrosa… No sé en qué momento pasó de consumidor ocasional a un auténtico drogadicto. De la peor calaña, de los que saben exactamente cuándo deben parar pero van sembrando la tristeza ahí a donde van. Es un manipulador, nunca pensaba que diría algo así de alguien pero, es una mala persona…
—¡Un auténtico malvado!
—¡No se ría! Estoy seguro de que ayer sintió miedo en algún momento. Al principio es muy divertido pero luego revela su verdadero rostro.
—Si, llegué a tener miedo… Pero, ¿no ha tenido nunca problemas con la policía?
—Tiene amigos muy importantes, da igual lo que haga, no tiene porqué preocuparse por nada.
Eso es todo lo que voy a saber. Ha vuelto a cerrarse en si mismo. ¿He vuelto a perderle? Se levanta, preocupado, con la cabeza en otro sitio.
—¿Se marcha?
—Tengo que hacer una llamada.
—Ok. Quería darle las gracias por haberme salvado esta noche.
—De nada. Hasta luego.
Y se marcha. Es raro, está a menos de veinte metros de aquí y tengo la impresión de que se encuentra en la otra punta del mundo. Tan distante. Pero, bien pensado, hemos compartido esta noche una intimidad totalmente desconocida: para empezar, me ha salvado de los brazos de una persona con malas intenciones, ha estado cuidándome y, para terminar, esta mañana hemos desayunado juntos, un desayuno que él mismo ha comprado. Y, después, se ha sincerado. Presiento que no me lo ha dicho todo, pero algo es algo. Aunque no estemos «juntos», se puede considerar que nos hemos acercado. ¿Amigos?
Antes ha dicho «hasta luego». ¿Qué quiere decir con eso? ¿Volverá para verme? Pero, ¿cuándo? ¿En una hora? ¿Para comer? ¿Esta noche? ¿Va a llamarme? ¿O solo es una forma de decir adiós cuando se vive bajo el mismo techo? Si ahora somos amigos, ¿puedo permitirme pasar a su casa sin más, sin ninguna razón en concreto? Tengo que dejar de pensar en él todo el tiempo. Esa obsesión me ha llevado esta noche a los brazos de ese enfermo. Si tiene que pasar algo entre nosotros, pasará. Y punto. Ya he tomado una decisión importante, ahora no me vendría mal ponerme a trabajar un poco. La señora Granchamps me dio bastante trabajo. Tres semanas para plantear un tema válido y un enfoque. Debería poder hacerlo si me pongo a trabajar en serio.
Mi falta de constancia me descoloca. Y me da miedo. Ha bastado que asomara la cabeza por la puerta y que me hiciera esa propuesta para que eche al traste todos mis buenos propósitos. Aunque, ser más espontánea y darle menos vueltas a las cosas formaban también parte de mis proyectos, por lo que tampoco está tan mal…
—¿Le apetece una escapada al sol para relajarse después de tanta tensión?
¿Cómo iba a negarme? Ahora estoy sentada en mi cama preguntándome qué voy a meterme en la bolsa. «Escapada». Lo he mirado en el diccionario y no pone nada del tiempo que dura el viaje ni de las maletas que hay que coger. «Sol». Eso ya sé lo que es pero, ¿a qué sol se refiere? ¿Sur de Francia, de Europa, de África? Me imagino que no nos iremos tan lejos, él tiene trabajo y sabe que yo también.
¡Este hombre no es de lo que pasan nada por alto! Como ha decidido que esta escapada fuera sorpresa, se ha ofrecido a hacerme la maleta.
—Usted ocúpese de sus cosas de aseo, ¡yo le hago la maleta!
—Muy bien—respondo, aún un poco nerviosa. Le escucho silbar mientras ojea mi armario.
—Emma, tengo que decirle una cosa…
—¿Sí?
—La viscosa no puede considerarse un tejido… Y tampoco el polar.
—Tomo nota.
Hago como que me enfado, para no perder la costumbre. En realidad, estoy contenta de verle divertirse, incluso si es a mi costa.
—¿Está enfadada?
—Más de lo que se imagina…
—Venga aquí…
Me besa en la boca. Con naturalidad. Sin jueguecitos, sin fingir, como si fuera la cosa más natural del mundo. Rodea mi rostro con las manos, sus labios presionan suavemente los míos. Como una obviedad. Cierro los ojos un instante para saborear el momento. Cuando los abro, me está mirando. Intensamente.
—Es usted rematadamente guapa.
Un segundo después, está en el hueco de la escalera con nuestras cosas.
—Vamos, ¡el coche nos espera!
Efectivamente, la berlina negra nos está esperando. Reconozco al chofer y le saludo con la cabeza. Charles no le da ninguna indicación pero el coche arranca con suavidad. Fuera está nublado, el viento levanta las hojas sin compasión pero, aquí, en la parte trasera del coche, estamos al abrigo. Miramos en silencio como desfila la ciudad mientras escuchamos la radio. Es una cadena de jazz cuya música apenas se ve interrumpida por una locutora de voz cálida. He dejado la mano en el asiento esperando que él la coja. El momento es perfecto. En la acera, dos adolescentes andan juntos sin mirarse. Seguro que van al instituto. En el momento en el que el coche los deja atrás, la chica se gira hacia su amigo y le besa en la boca. Estoy sorprendida, asombrada e incluso emocionada. Imagino que ella estaba esperando alguna señal para lanzarse. «
Cuando pase el próximo coche negro, le doy un beso
». Sonrío. En la siguiente panadería, le cogeré la mano a Charles. Me conozco el barrio, si giramos a la derecha, deberíamos encontrar una panadería. Giramos a la derecha, está al final de la calle. No faltan más que unos metros para llegar cuando él me coge la mano dulcemente. Sonríe mientras mira por la ventana.
No sé cuánto tiempo estuve durmiendo así, con nuestras manos entrelazadas. Cuando me despierto, estamos en un aeródromo. Charles me aparta el pelo con suavidad.
—Hemos llegado.
En la pista nos espera un avión pequeño. Imagino que es lo que llaman jet privado. El interior no se parece en nada a los aviones que he cogido hasta ahora. Sólo hay cuatro asientos enormes separados por una mesita.
—Tome asiento. Se me ha olvidado por completo preguntarle si le dan miedo los aviones…
—Un poco.
No es cierto, pero me gustaría que volviera a cogerme la mano como en el coche.
—¿Desea beber algo?
—¿Alguna propuesta?
—Lo normal en este tipo de transporte es saborear unas copas de champán mientras cuentas los millones que tienes. Pero, después de la noche que ha pasado, le recomendaría un refresco. Claro, si está de acuerdo.
—¿En una copa?
—¡Emma!
Pensaba que iba a llamar a alguien para que nos sirviera pero, sin embargo, se levanta él mismo para ir a buscar las latas. Me pasa una.
—Se le ve decepcionada, Emma… Me da la impresión de que está empezando a acostumbrarse al lujo… —me pongo roja.
—Sí, un poco, lo confieso…
—Tardaremos un par de horas. ¿Se imagina tener que pegarse dos horas en la misma habitación que una persona cuyo único cometido fuera servirnos dos refrescos? Créame, es muy incómodo. Tanto para nosotros como para ella. Está empezando a volverse una caprichosa. ¿Sabe lo que se merece?
—Eh, no… ¿el qué?
—¡Un buen azote!
—¿Perdón?
—Me ha entendido perfectamente.
—¿Lo dice en serio? ¿Está hablando de pegarme, ahí? —mi yo sufragista acaba de renacer de sus cenizas, indignadísima.
—Sí, efectivamente. Sí, hablo de colocarle en mi regazo, sobre mis rodillas, bajarle el pantalón y su horrible braga de algodón y azotarle como nunca en su vida.
—¡Aun tendré que darle las gracias!
—Hablo de ponerle las nalgas y las mejillas rojas, de despertar así en usted un deseo oculto. Hablo de bofetadas bien dadas tras las cuales dejaré que mis dedos se pierdan. Hablo de usted gimiendo y pidiendo que vuelva a empezar. Hablo de hacerle gozar ruidosamente en este avión en pleno vuelo.