Taiko (166 page)

Read Taiko Online

Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
11.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Llama al comandante Osaki.

—Primero dime quién eres y de dónde vienes.

El hombre que estaba en el exterior permaneció un momento en silencio. Caía una lluvia brumosa y el cielo tenía el color de la tinta china.

—Eso no puedo decírtelo. Tengo que hablar con Osaki Uemon, aquí en la empalizada. Díselo así.

—¿Amigo o enemigo?

—¡Amigo, naturalmente! ¿Crees que un enemigo habría llegado hasta aquí tan fácilmente? ¿Es que los guardianes son tan descuidados? Si esto fuese un complot del enemigo, ¿llamaría acaso a la puerta?

La explicación del hombre parecía razonable. El guardián asintió y fue en busca de Osaki.

—¿Qué ocurre? —preguntó el oficial.

—¿Sois el comandante Osaki?

—Sí, lo soy. ¿Qué queréis?

—Me llamo Nomura Shojiro y soy servidor del señor Katsutoyo, actualmente al servicio del señor Shogen.

—¿Qué asunto os trae aquí en plena noche?

—Tengo que hablar en seguida con el señor Hayato. Sé que esto puede parecer sospechoso, pero hay algo de suma importancia que debo comunicarle de inmediato.

—¿No podéis decírmelo para que le transmita el mensaje?

—No, debo hablar con él en persona. Como señal de buena fe, os confiaré esto.

Nomura se quitó las espadas y las entregó a Osaki a través de la empalizada.

Osaki comprendió que Nomura era sincero. Abrió la puerta y le condujo a los aposentos de Hayato. Era un campamento en tiempo de guerra y no había ninguna diferencia en las medidas de seguridad diurnas y nocturnas.

El lugar adonde condujeron a Nomura era conocido como la ciudadela principal, pero en realidad no era más que una choza, y el aposento de Hayato apenas era más que un tabique de tablas.

Entró Hayato y tomó asiento.

—¿Qué queréis decirme? —preguntó, mirando directamente a Nomura.

Tal vez debido a que la lámpara brillaba desde un lado, el rostro de Hayato parecía pálido en extremo.

—Tengo entendido que habéis sido invitado a asistir mañana por la mañana a una ceremonia del té en el campamento del señor Shogen en el monte Shinmei.

Los ojos de Nomura tenían una expresión inquisitiva, y la profunda quietud de la noche producía un leve temblor en su voz. Tanto Hayato como Osaki experimentaron una sensación extraña.

—Eso es cierto —respondió Hayato.

—¿Ya habéis accedido a ir, mi señor?

—Sí. Ya que se ha tomado la molestia de invitarme, he enviado un mensajero para comunicarle mi aceptación.

—¿Cuándo enviasteis al mensajero, mi señor?

—Hoy hacia mediodía.

—¡Entonces ésa tiene que ser exactamente la trampa que había imaginado!

—¿Trampa?

—Mañana no debéis ir ahí bajo ninguna circunstancia. La ceremonia del té es una artimaña. Shogen planea asesinaros. Ya se ha reunido con un mensajero secreto de los Shibata, a quienes ha enviado una promesa por escrito. Podéis creerme, su plan consiste en mataros primero y luego alzar el estandarte de la rebelión.

—¿Cómo os habéis enterado?

—Anteayer Shogen citó a tres sacerdotes budistas del cercano templo Shufuku para que dirigieran un servicio fúnebre en memoria de sus antepasados. A uno de esos hombres le había visto antes, y le reconocí sin ninguna duda como un samurai de Shibata. Me llevé una sorpresa, y entonces, después del servicio religioso, se quejó de que le dolía el estómago y se quedó en el campamento después de que los otros dos se hubieran marchado. Se fue por la mañana, diciendo que regresaba al templo Shufuku, pero a fin de asegurarme hice que le siguiera uno de mis servidores. Tal como había pensado, no regresó al templo Shufuku, sino que fue directamente al campamento de Sakuma Genba.

Hayato asintió como si no tuviera necesidad de oír nada más.

—Agradezco vuestra advertencia. El señor Hideyoshi no confiaba en Shogen ni Ogane, y dijo que debíamos tener cuidado con ellos. Su traición ha quedado clara. ¿Qué creéis que debemos hacer, Osaki?

Osaki se le acercó más y le dijo lo que pensaba. Nomura aportó también sus ideas, y concibieron un plan allí mismo. Osaki envió mensajeros a Nagahama.

Entretanto, Hayato escribió una carta y la confió a Osaki. Era una breve nota dirigida a Shogen, explicándole que no podía asistir a la ceremonia del té porque se encontraba mal.

Cuando amaneció, Osaki cogió la carta y fue a visitar a Shogen en el monte Shinmei.

Era costumbre de la época celebrar frecuentes ceremonias del té en el campamento. Por supuesto, todo se preparaba con sencillez: la sala de té no era más que un refugio temporal de ásperas paredes de yeso, con esterillas de juncos y un jarrón que contenía flores silvestres. El propósito de la ceremonia del té era cultivar la fuerza interior necesaria para soportar la fatiga de una larga campaña.

A primera hora de la mañana Shogen había barrido el suelo cubierto de rocío y puesto los carbones en el hogar. Pronto llegaron Ogane y Kinoshita, ambos servidores de Shibata Katsutoyo. Shogen había depositado en ellos su confianza, y ellos habían hecho el juramento solemne de actuar con él.

—Hayato se retrasa, ¿no es cierto? —comentó Ogane.

En algún lugar cacareó un gallo, y los dos invitados parecieron nerviosos. Sin embargo, Shogen actuó como debía hacerlo el anfitrión y se mantuvo en perfecta calma.

—No tardará en venir —dijo confiadamente.

Por supuesto, el hombre que esperaban no se presentó. En cambio llegó un paje con la carta que Hayato había confiado a Osaki.

Los tres hombres intercambiaron miradas.

—¿Y el mensajero? —preguntó Shogen.

El paje replicó que el hombre se había marchado en cuanto entregó la carta.

La misma expresión inquieta oscurecía los semblantes de los tres hombres. Por muy valientes que fuesen, no podían sentirse tranquilos sabiendo que su traición podría haber sido descubierta.

—¿Cómo se habrá filtrado? —preguntó Ogane.

Incluso sus susurros parecían quejas. Ahora que el complot había sido descubierto, olvidaron la ceremonia del té y concentraron sus pensamientos en la manera de huir. Tanto Ogane como Kinoshita parecía incapaces de aguantar allí un momento más.

—Después de esto no podemos hacer nada más.

Mientras ese lamento escapaba de los labios de Shogen, los otros dos hombres sintieron como si les hubieran golpeado en el pecho. Pero Shogen los miraba furibundo, como diciéndoles que mantuvieran la cabeza fría.

—Vosotros dos tenéis que reunir a vuestros hombres e ir lo más rápidamente posible a Ikenohara. Esperad allí cerca del gran pino. Yo voy a enviar una carta a Nagahama. Luego os seguiré.

—¿A Nagahama? ¿Qué clase de carta?

—Mi madre, mi esposa y mis hijos están todavía en el castillo. Yo puedo escapar, pero si esperamos demasiado con toda seguridad mi madre y los demás serán hechos rehenes en el castillo.

—Sospecho que es demasiado tarde. ¿Crees realmente que todavía queda tiempo?

—¿Qué voy a hacer? ¿Abandonarlos ahí? Ogane, pásame esa piedra de tinta.

Shogen empezó a deslizar rápidamente el pincel por la hoja de papel. En aquel momento llegó uno de sus servidores para informarle de que Nomura Shojiro había desparecido.

Shogen arrojó su pincel, disgustado.

—Entonces ha sido él. Durante cierto tiempo he sido negligente con respecto a ese necio. Pagará por esto.

Por la intensidad de su mirada parecía como si estuviera enviando a alguien el mal de ojo, y la mano que sostenía la carta dirigida a su esposa empezó a temblarle.

—¡Ippeita! —gritó.

El hombre se presentó en seguida.

—Coge un caballo y corre a Nagahama —le ordenó—. Busca a mi familia y embárcalos a todos. Que no piensen siquiera en recoger sus posesiones. Que crucen en seguida el lago hasta el campamento del señor Katsuie. Ve inmediatamente, sin desperdiciar un solo momento.

Casi antes de que hubiera terminado de hablar, Shogen se había atado las correas de su armadura. Empuñó una lanza larga y salió del edificio. Ogane y Kinoshita se apresuraron a reunir a sus hombres y bajaron de la montaña.

Por entonces empezaba a clarear, y Hayato había enviado sus fuerzas. Cuando los hombres al mando de Ogane y Kinoshita llegaron al pie de la montaña, Osaki les tendió una emboscada. Los que sobrevivieron al ataque trataron de huir al gran pino de Ikenohara, donde esperarían a Shogen, pero los hombres de Hayato habían rodeado el extremo norte del monte Dangi y bloquearon su huida por aquel camino. Rodeados de esta manera, casi todos los hombres fueron aniquilados.

Shogen estaba a un solo paso detrás de ellos. También él huyó en aquella dirección con pocos hombres. Llevaba su yelmo decorado con astas de ciervo y su armadura de cuero negro, y sujetaba la larga lanza bajo el brazo al cabalgar. Parecía realmente un guerrero dispuesto a avanzar a través del viento y los más valientes servidores de Katsutoyo, pero ya se había desviado del Camino del Samurai, y en el galope de su caballo estaban ausentes los sonidos de la rectitud y los altos ideales.

De repente se vio rodeado por las tropas de Hayato.

—¡No dejéis escapar al traidor!

Le sometieron a una lluvia de insultos, pero él luchó como si no temiera morir. Abriendo a su paso un camino de sangre, finalmente logró librarse de la jaula de hierro. Fustigó a su caballo y cabalgó a todo galope unas dos leguas, hasta que pronto se reunió con el ejército de Yasumasa, que había estado esperando desde la noche anterior. Si el intento de asesinato por parte de Hayato hubiera tenido éxito, las dos fortalezas de Motoyama habrían sido atacadas y tomadas cuando aparecieran las señales luminosas de Shogen. Pero el plan no había salido como esperaban, y Shogen había estado en un tris de perder la vida.

Mientras su hermano Yasumasa le contaba el desarrollo de los acontecimientos, Genba parecía disgustado.

—¿Cómo? ¿Quieres decir que Hayato pudo hacer el primer movimiento porque el complot ha sido desvelado esta mañana? Entonces el plan de Shogen debía de estar mal concebido. Diles a los tres que vengan aquí.

Hasta entonces Genba había hecho todo lo posible para inducir a Shogen a que traicionara a su señor, pero ahora que el plan no había salido según sus expectativas, hablaba de él como si no fuese más que una molestia.

Shogen y los otros dos esperaban ser bien recibidos, pero la actitud de Genba iba a causarles una gran decepción. Shogen solicitó entrevistarse con Katsuie para darle cierta información altamente secreta que compensaría su fracaso.

—Eso parece esperanzador, ¿verdad? —El talante de Genba parecía haber mejorado un poco, mas con Ogane y Kinoshita se mostró tan brusco como antes—. Vosotros dos quedaros aquí. Sólo Shogen vendrá conmigo al campamento principal.

Dicho esto, partió de inmediato hacia el monte Nakao.

El incidente de aquella mañana, con todas sus complicaciones, había sido comunicado detalladamente a Katsuie.

Poco después, cuando Genba acompañó a Shogen al campamento de Katsuie, éste les aguardaba sentado en su escabel de campaña, con una expresión altiva. Katsuie siempre tenía un porte digno fuera cual fuese la situación. En seguida se le concedió a Shogen una audiencia.

—Habéis fallado esta vez, Shogen —le dijo Katsuie.

La expresión de su rostro mientras expresaba sus verdaderos sentimientos era compleja. Solía decirse que los Shibata, tanto el tío como el sobrino, tenían una naturaleza calculadora y egoísta, y ahora Katsuie y Genba aguardaban con frías expresiones a que Shogen hablara.

—El descuido ha sido mío —dijo Shogen, consciente de que no podía hacer nada más que disculparse.

En aquel momento debía de arrepentirse amargamente de su decisión, pero ahora no era posible volverse atrás. Abrumado por la carga de una vergüenza tras otra y ahogando su ira, sólo podía inclinar la cabeza hasta el suelo ante aquel señor arrogante y egoísta.

Y no podía hacer más que suplicar la misericordia de Katsuie. Sin embargo, tenía otro plan con el que podría tratar de congraciarse con Katsuie, y se relacionaba con la cuestión del paradero de Hideyoshi. Eso era algo que interesaba profundamente a Katsuie y Genba, y cuando Shogen mencionó el tema, le escucharon con ansia.

—¿Dónde está ahora Hideyoshi?

—El paradero de Hideyoshi se mantiene en secreto, hasta el punto de que hasta sus mismos hombres lo desconocen —les explicó Shogen—. Aunque ha sido visto durante la construcción de las fortalezas, lleva algún tiempo fuera del campamento. Es probable que se encuentre en Nagahama, tal vez haciendo preparativos para atacar desde Gifu, al tiempo que observa la situación aquí. Es posible que se sitúe en una posición que le permita reaccionar a las condiciones en cualquiera de los dos lugares.

Katsuie asintió gravemente e intercambió una mirada con Genba.

—Sí, eso debe de ser. Tiene que estar en Nagahama.

—Pero ¿qué clase de prueba tenéis?

—No tengo ninguna prueba fehaciente —replicó Shogen—, pero si me dais unos pocos días comprobaré los detalles del paradero de Hideyoshi. Hay varios hombres en Nagahama amablemente interesados por mí, y estoy seguro de que cuando sepan que os apoyo, mi señor, saldrán discretamente de Nagahama y preguntarán aquí por mí. Además, los informes de los espías que envié han de llegar pronto. Por otro lado, quisiera ofrecer una estrategia que derrotará a Hideyoshi —concluyó, con una expresión que insinuaba la profundidad de la fe que tenía en su plan.

—Deberíais tener muchísimo cuidado, ¿no os parece? Pero oigamos lo que tenéis que decirnos.

Al amanecer del día diecinueve, Shogen y Genba visitaron el cuartel general de Katsuie por segunda vez. Lo que Shogen traía consigo aquella mañana era ciertamente valioso. Genba ya había escuchado la información de Shogen, pero cuando la oyó Katsuie por primera vez abrió unos ojos como platos y se le erizaron todos los pelos del cuerpo.

Shogen habló con gran excitación.

—En los últimos días Hideyoshi ha sido visto en Nagahama. Hace dos días, el diecisiete, se puso al frente de una fuerza de veinte mil hombres que salieron del castillo y se dirigieron a marchas forzadas a Ogaki, donde acamparon. Ni que decir tiene, si aplastara al señor Nobutaka en Gifu de un solo golpe, acabaría por completo con las inquietudes de un ataque por la retaguardia. Así pues, podemos conjeturar que está resuelto a poner en pie a todas sus fuerzas, girar en esa dirección y ponerse en marcha para librar una batalla decisiva en la que lo arriesgará todo. Dicen que antes de abandonar Nagahama Hideyoshi ha hecho matar a todos los rehenes de la familia del señor Nobutaka, por lo que podéis entender la resolución con que el bastardo ha avanzado hacia Gifu. Y eso no es todo. Ayer su vanguardia prendió fuego en diversos lugares y se está preparando para asediar el castillo de Gifu.

Other books

Soul Corrupted by Lisa Gail Green
Promise Not to Tell: A Novel by Jennifer McMahon
Misdirected by Ali Berman
The Man with the Golden Typewriter by Bloomsbury Publishing
I'm Yours (Bold As Love) by Lindsay Paige