Taiko (168 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Sebei había comprendido rápidamente la situación, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. No podía negar que aquel hombre era un poderoso enemigo, pero esa sensación abrumadora no tardó en tener su contrapartida en la fortaleza que brotaba en su interior, y se sobrepuso.

—¡Vamos a luchar! —gritó, empuñando su lanza.

Se oían a lo lejos disparos esporádicos, desde el pie de la montaña. Entonces se oyeron inesperadamente cerca, desde una zona boscosa en la ladera del sudoeste.

—También han tomado los atajos.

Debido a la densidad de la niebla, los estandartes enemigos no se veían claramente, lo cual inquietaba todavía más a las tropas de Nakagawa.

Sebei volvió a dar voces, que resonaron en el corazón de la montaña.

Los mil hombres del cuerpo de Nakagawa que defendían la montaña estaban ya despiertos por el ataque que se les venía encima y que les había cogido totalmente por sorpresa. Por lo que ellos sabían, la posición principal de los Shibata estaba a gran distancia, y esa creencia les había hecho bajar la guardia. ¡No es posible que el enemigo atacara un lugar tan seguro! Pero incluso antes de que reparasen en lo erróneo de su creencia, el enemigo ya se había abatido sobre ellos como uña tormenta.

Sebei dio una patada en el suelo y reprendió a sus hombres por su falso sentimiento de seguridad y su negligencia. Uno tras otro sus oficiales le buscaron y, bien avistando el estandarte de mando o bien reconociendo su voz, corrieron con los soldados para reunirse a su alrededor y formar un verdadero ejército.

—¿Está Genba al mando?

—Sí, mi señor —respondió un servidor.

—¿Cuántos hombres tiene?

—Menos de diez mil.

—¿Una línea de ataque o dos?

—Parece haber dos ejércitos. Genba ataca desde Niwatonohama y Fuwa Hikozo ha tomado el camino desde el monte Onoji.

Incluso cuando todos los hombres estuvieron reunidos, no sumaban más de un millar los defensores de la fortaleza. Según los informes, las fuerzas atacantes del enemigo se aproximaban a los diez mil.

Tanto los atajos como las puertas de la barrera al pie de la montaña eran inadecuados. Era fácil ver que sólo sería cuestión de tiempo antes de que fuesen aniquilados.

—¡Enfrentaos al enemigo en el atajo! —Sebei envió primero al hombre que era su mano derecha con trescientos soldados, y entonces alentó a sus propios hombres—: Los demás venid conmigo. Las fuerzas de Nakagawa nunca han sido vencidas desde que salimos de Ibaraki en Settsu. ¡No retrocedáis un solo paso ante el enemigo que tenemos delante!

Nakagawa Sebei se puso en cabeza, junto con el estandarte de mando y las banderas, fustigó a su caballo y avanzó velozmente hacia el pie de la montaña.

***

La mañana de aquel mismo día, seis o siete barcos de guerra navegaron por el lago Bíwa como una bandada de aves acuáticas. En la cortina que envolvía el puente de uno de los barcos, el blasón, un gran lirio, ondeaba al viento.

Niwa Nagahide estaba en pie en el puente del barco cuando de repente vio que se alzaba humo negro de una montaña en el lado norte del lago, y gritó a los hombres que le rodeaban:

—¿Eso está cerca de Oiwa o de Shizugatake?

—Parece Shizugatake —respondió uno de los miembros de su estado mayor.

En realidad, al mirar en aquella dirección, las montañas parecían amontonadas una encima de la otra, de modo que las llamas del monte Oiwa daban la impresión convincente de que se alzaban de Shizugatake.

—Es difícil de entender.

Niwa frunció el ceño y siguió mirando a lo lejos. Era sorprendente la exactitud de su premonición. Aquel mismo día, el vigésimo del mes, había recibido al amanecer un mensaje de su hijo, Nabemaru:

Durante la noche ha habido movimientos sospechosos en los campamentos de Katsuie y Genba.

En aquel momento había supuesto que debía tratarse de un ataque enemigo. Hideyoshi estaba ocupado atacando Gifu y, si sus enemigos lo sabían, pensarían que era el momento de atacar la posición desprotegida de Hideyoshi.

Niwa se sintió aprensivo en cuanto recibió el informe de su hijo. Embarcó su pequeña fuerza de un millar de hombres en cinco o seis barcos y cruzó el lago hasta las proximidades de Kuzuo.

Tal como había temido, había llamaradas en la dirección de Shizugatake, y cuando por fin llegaron a Kuzuo, oyeron estampidos de armas de fuego.

—El enemigo parece haber invadido la fortaleza de Motoyama. Shizugatake también corre peligro, y dudo de que podamos resistir en el monte Iwasaki.

Niwa pidió la opinión de dos de sus oficiales.

—Desde luego la situación no parece buena —respondió uno de los hombres—. El enemigo ha enviado una gran fuerza y tengo la impresión de que nuestro número será insuficiente para ayudar a nuestros aliados en esta emergencia. El mejor plan sería regresar a Sakamoto y hacernos fuertes en el castillo.

—Estás diciendo tonterías —replicó Niwa, rechazando la sugerencia—. Que el ejército desembarque de inmediato. Luego llevad los barcos a Kaitsu y traed un tercio de las fuerzas de Nagamaru.

—¿Habrá tiempo, mi señor?

—Los cálculos cotidianos carecen por completo de valor cuando se trata de la guerra. Nuestra mera presencia surtirá efecto, pues tardarán algún tiempo en darse cuenta de lo escaso que es nuestro número y eso les retrasará. Encárgate de que desembarquen las tropas y corre de regreso a Kaitsu.

El ejército desembarcó en Ozaki y los barcos se hicieron a la vela en seguida. Niwa detuvo a su caballo en un pueblo para interrogar a los lugareños. Éstos le dijeron que la batalla había comenzado al amanecer y era totalmente inesperada. Al mismo tiempo que vieron las llamas en el monte Oiwa, oyeron gritos de guerra que eran como el ruido de grandes olas. Entonces, unos guerreros de las fuerzas de Sakuma, tal vez un grupo de reconocimiento, fustigaron a sus caballos a través del pueblo desde la dirección de Yogo. Corría el rumor de que las fuerzas de Nakagawa Sebei defendieron la fortaleza pero fueron abatidos hasta el último hombre.

Cuando les preguntaron si sabían algo de los hombres de Kuwayama en la zona de Shizugatake, los aldeanos respondieron que poco tiempo antes el señor Kuwayama Shigeharu se había puesto al frente de sus tropas y, tras salir de la fortaleza de Shizugatake, se apresuraba ahora por la carretera de montaña en dirección a Kinomoto.

Esta información dejó a Niwa boquiabierto de sorpresa. Había llegado con refuerzos, dispuesto a atrincherarse allí con sus aliados, pero las fuerzas de Nakagawa habían sido aniquiladas y las de Kuwayama habían abandonado sus puestos y huían tan rápido como podían. ¡Qué conducta tan vergonzosa! ¿En qué habían estado pensando? Niwa lamentaba la confusión de Kuwayama.

—¿Y eso acaba de suceder? —preguntó a los aldeanos.

—No pueden haberse alejado mucho más de media legua —respondió un campesino.

—¡Inosuke! —llamó Niwa. Cuando llegó el servidor le ordenó—: Corre tras el cuerpo de Kuwayama y habla con el señor Shigeharu. Dile que he venido y que defenderemos juntos Shizugatake. ¡Dile que vuelva de inmediato!

—¡Sí, mi señor!

El hombre fustigó a su caballo y corrió en dirección a Kinomoto.

Aquella mañana Kuwayama había intentado en dos o tres ocasiones persuadir a Nakagawa para que se retirase, pero no le había ofrecido ninguna ayuda y, cuando se produjo el asalto por parte de las fuerzas de Sakuma, perdió por completo la cabeza. Entonces, ante la derrota del grupo central de sus aliados, abandonó Shizugatake sin disparar una sola bala o blandir una lanza para resistir, huyendo a toda velocidad al frente de sus tropas desordenadas.

Tenía intención de reunirse con sus aliados en Kinomoto y entonces esperar las órdenes de Hidenaga. Pero ahora, cuando estaba en camino, se le presentaba un hombre del clan Niwa que le informaba sobre los refuerzos de éste. La noticia le hizo recuperar el valor de repente. Reorganizó sus tropas, se apresuró a dar la vuelta y regresó a Shizugatake.

Entretanto Niwa había tranquilizado a los lugareños. Subió a Shizugatake y por fin se reunió con Kuwayama Shigeharu.

En seguida escribió una carta y la envió mediante un mensajero al campamento de Hideyoshi en Mino. Le informaba de lo apurada que era la situación.

Las fuerzas de Sakuma en el monte Oiwa levantaron allí un campamento provisional y, convencidos de su triunfo, descansaron tranquilamente unas dos horas, más o menos desde la hora del caballo. Los guerreros estaban cansados tras la intensa batalla y la larga marcha que había comenzado la noche anterior. Sin embargo, tras haber dado cuenta de sus provisiones, se enorgullecieron de sus manos y pies empapados en sangre. Aquí y allá brotaban alegres conversaciones, y se olvidaron de su fatiga.

Se impartieron órdenes que los oficiales transmitieron de uno a otro cuerpo.

—¡Dormid! ¡Dormid! Cerrad los ojos un rato. ¡Nadie sabe lo que va a ocurrir esta noche!

Las nubes que cubrían el cielo parecían de verano y en los árboles chirriaban las primeras cigarras de la temporada. El viento soplaba suavemente sobre las montañas de un lago a otro, y los soldados, tras haber satisfecho al estómago vacío, finalmente se amodorraron sin soltar sus armas de fuego y lanzas.

Los caballos también cerraron los ojos bajo los árboles, e incluso el grupo de oficiales se apoyaron contra los troncos y se quedaron dormidos.

Reinaba una tranquilidad total, pero era la clase de silencio que se produce tras una lucha intensa. El campamento de sus enemigos, que había estado envuelto en sueños hasta poco antes del alba, había sido reducido a cenizas, y todos sus soldados eran cadáveres abandonados en la hierba. Ahora era pleno día, pero la muerte flotaba en el aire. Con excepción de los centinelas, todo estaba aletargado e incluso en el lugar donde se reunía el estado mayor la atmósfera era apacible.

Los sonoros ronquidos del comandante en jefe, Genba, se filtraban alegremente a través de las cortinas. De repente, cinco o seis caballos se detuvieron en alguna parte, y un grupo de hombres con yelmo y armadura corrieron en dirección al estado mayor de campaña, cuyos miembros, que habían estado adormilados alrededor de Genba, se apresuraron a mirar al exterior.

—¿Qué ocurre? —gritaron.

—Es Matsumura Tomojuro, Kobayashi Zusho y los demás exploradores.

—Entrad.

El hombre que los había invitado a entrar era Genba. Se había despertado bruscamente y en sus ojos, todavía enrojecidos por la falta de sueño, se reflejaba la sorpresa. Parecía que poco antes de hacer la siesta había engullido una buena cantidad de sake. Una gran taza roja vacía estaba al lado de su asiento.

Matsumura se arrodilló en un ángulo del recinto formado por las cortinas e informó de lo que había observado.

—Ya no hay un solo soldado enemigo en el monte Iwasaki. Creíamos que existía la posibilidad de que hubieran ocultado sus estandartes y se propusieran esperarnos escondidos, por lo que miramos por todas partes para asegurarnos, pero el general Takayama Ukon y todos los hombres bajo su mando se han ido al monte Tagami.

Genba batió palmas.

—¿Han huido? —Se echó a reír y miró a sus oficiales de estado mayor—. ¡Dice que Ukon ha huido! Sin duda es rápido, ¿verdad?

Un acceso de risa sacudió todo su cuerpo sin que pudiera contenerse. Parecía que aún no se habían disipado los efectos del sake de la victoria.

En aquel momento, el mensajero que había sido enviado al campamento principal de Katsuie para informar sobre la situación bélica regresó con las instrucciones de su señor.

—¿No hay ningún movimiento enemigo en la zona de Kitsunezaka? —preguntó Genba.

—Ninguno en particular. El señor Katsuie parece estar muy animado.

—Imagino que estaba satisfecho.

—Sí, en efecto. —El mensajero siguió respondiendo a las repetidas preguntas de Genba sin tener siquiera ocasión de enjugarse el sudor de la frente—. Cuando le describí los detalles del combate de esta mañana, comentó: «Así es como actúa ese sobrino mío».

—Bien, ¿qué me dices de la cabeza de Sebei?

—La examinó en seguida y dijo que no había ninguna duda de que era la de Sebei. Miró a los hombres que le acompañaban y afirmó que era un buen augurio. Su estado de ánimo pareció incluso mejorar más.

También Genba estaba de muy buen humor. Mientras oía hablar de la felicidad de Katsuie, se regocijaba de su propio triunfo y ardía en deseos de sorprender a su tío con una alegría aún mayor.

—Supongo que el señor de Kitanosho todavía no sabe que la fortaleza del monte Iwasaki también ha caído en mis manos —comentó riendo—. Se da por satisfecho con demasiada rapidez.

—No, le informaron de la captura de Iwasaki cuando yo me disponía a marcharme.

—Bien, en ese caso no hay necesidad de enviar otro mensajero.

—No, si sólo hay que darle esa noticia.

—En cualquier caso, mañana Shizugatake será mío.

—Bueno, en cuanto a eso...

—¿Qué quieres decir?

—El señor Katsuie ha dicho que esta victoria os podría entusiasmar demasiado, que quizá consideraríais al enemigo demasiado fácil de vencer y que esto podría haceros bajar la guardia.

—Estás diciendo tonterías —dijo Genba, riendo—. No voy a embriagarme con esta única victoria.

—Pero antes de que os marcharais, el señor Katsuie os hizo una advertencia, la de que os retiraseis tras adentraros en territorio enemigo. Es peligroso permanecer aquí demasiado tiempo. Hoy ha vuelto a pedirme que os diga que regreséis en seguida.

—¿Ha dicho que me retire de inmediato?

—Sus palabras exactas han sido que debéis retiraros con rapidez y unir vuestras fuerzas a las de los aliados en la retaguardia.

—¡Qué indecisión! —rezongó Genba, con una sonrisa despectiva—. Bien, de acuerdo.

En aquel momento llegaron varios exploradores con sus informes. Los tres mil hombres de Niwa habían unido sus fuerzas al cuerpo de Kuwayama y juntos estaban reforzando las defensas en Shizugatake.

Esta noticia fue como arrojar aceite al fuego del afán de atacar que tenía Genba. Semejantes informes redoblaban los deseos de luchar de un general realmente valeroso.

—Esto será interesante.

Genba apartó a un lado la cortina del recinto y salió. Mirando por encima de la vegetación renovada de las montañas, distinguía Shizugatake a lo lejos, a unas dos leguas en dirección sur. Más cerca y por debajo de donde estaba, un general subía desde el pie de la montaña, acompañado por varios ayudantes. El oficial encargado de la entrada en la barrera de madera se apresuraba delante de él para mostrarle el camino.

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