Taiko (184 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Genba, el sobrino de Katsuie, había intentado llevar a cabo un plan similar en Shizugatake. Sin embargo, Shonyu estaba dispuesto a defender el plan ante Hideyoshi.

—Mañana iremos al campamento principal en Gakuden —dijo a sus servidores.

Se pasó la noche pensando en la idea, pero al amanecer llegó un mensajero desde Gakuden y le dijo:

—Hoy el señor Hideyoshi efectuará su ronda de inspección y es probable que haga un alto en el castillo de Inuyama alrededor de mediodía.

Soplaba la suave brisa de comienzos del cuarto mes cuando Hideyoshi partió de Gakuden y, tras observar minuciosamente el campamento de Ieyasu en el monte Komaki y las fortificaciones enemigas de la zona, tomó la carretera de Inuyama acompañado por diez pajes y sus ayudantes más personales.

Siempre que Hideyoshi se encontraba con Shonyu, le trataba como un viejo amigo. Cuando eran unos jóvenes samurais en Kiyosu, Shonyu, Hideyoshi e Inuchiyo habían ido con frecuencia a beber juntos.

—Por cierto, ¿cómo está Nagayoshi? —le preguntó.

Aunque había corrido la noticia de que Nagayoshi había muerto, lo cierto era que sólo resultó malherido.

—Su impetuosidad ha sido desastrosa, pero se ha recuperado de un modo extraordinario. Sólo habla de ir al frente lo antes posible y limpiar su nombre.

Hideyoshi se volvió hacia uno de sus servidores.

—Dime, Ichimatsu, de todas las fortificaciones enemigas que hoy hemos visto en el monte Komaki, ¿cuál parecía la más fuerte?

Le gustaba hacer esa clase de preguntas, llamar a los hombres de su entorno y escuchar con placer las sinceras palabras de los jóvenes guerreros.

En tales ocasiones, el grupo de jóvenes servidores personales que le rodeaba nunca se mordían la lengua. Cuando se acaloraban, a Hideyoshi le ocurría lo mismo, y semejante atmósfera hacía que un tercero tuviera dificultad para determinar si quienes discutían eran señor y servidores o simplemente amigos. No obstante, cuando Hideyoshi se ponía un poco serio, todos los demás se contenían de inmediato.

Shonyu, que estaba sentado a su lado, finalmente intervino en la conversación.

—También yo tengo grandes deseos de hablaros de algo.

Hideyoshi se inclinó para escucharle y asintió. Entonces ordenó a todos los demás que se retirasen.

Los dos hombres se quedaron a solas en el salón de la ciudadela principal y, como había un claro campo de visión, Hideyoshi no tenía necesidad de estar alerta.

—¿De qué se trata, Shonyu?

—Hoy habéis efectuado la gira de inspección y supongo que habéis tomado algunas decisiones. ¿No os parece que los preparativos de Ieyasu en el monte Komaki son perfectos?

—Pues sí, son espléndidos. No creo que nadie aparte de Ieyasu hubiera podido levantar tales fortificaciones y posiciones en tan breve tiempo.

—También yo he ido a examinarlas varias veces, y no veo cómo podemos atacar —dijo Shonyu.

—Tal como están las cosas, vamos a vernos cara a cara —replicó Hideyoshi,

—Ieyasu sabe que su adversario es un auténtico adversario —siguió diciendo Shonyu—, y por eso actúa con prudencia. Al mismo tiempo, nuestros aliados saben que ésta es la primera vez que nos enfrentamos a las famosas fuerzas de Tokugawa en una batalla decisiva. Así pues, es natural que la situación haya llegado a ser así..., cada uno mirando al otro.

—Es interesante. Durante varios días ni siquiera se han oído los estampidos de las armas de fuego. Es una batalla silenciosa, sin lucha.

—Bien, si me permitís...

Shonyu avanzó de rodillas, extendió un mapa y explicó con entusiasmo su plan.

Hideyoshi le escuchó con el mismo entusiasmo, asintiendo varias veces. Pero la expresión de su rostro no indicaba que llegaría fácilmente a un rápido acuerdo.

—Si me dais vuestro permiso, levantaré a todo mi clan y atacaré Okazaki. Una vez ataquemos la provincia natal de Tokugawa e Ieyasu sepa que los cascos de nuestros caballos huellan Okazaki, servirá de poco lo bien preparadas que estén sus murallas en el monte Komaki, o la grandeza de su genio militar. Se derrumbará desde dentro incluso sin que le ataquemos.

—Pensaré en ello —dijo Hideyoshi, evitando una respuesta rápida—. Pero pensad también vos en ello una noche más..., no como algo vuestro, sino objetivamente. Es un plan inteligente y una empresa heroica, por lo que sólo en ese aspecto es peligroso.

La estrategia de Shonyu era en verdad una idea original, y estaba claro que incluso el prudente Hideyoshi estaba impresionado. Pero los pensamientos de éste eran muy diferentes.

Por su propia naturaleza, a Hideyoshi no le gustaban las estrategias inteligentes o los ataques por sorpresa. Más que las estrategias militares, prefería la diplomacia; más que las victorias fáciles a corto plazo, prefería el dominio de la situación total, aunque requiriese largo tiempo.

—Bien, no nos precipitemos —dijo, y entonces se relajó un poco—. Mañana tomaré una decisión. Venid al campamento principal por la mañana.

Los servidores personales de Hideyoshi habían esperado en el corredor y ahora acudieron a su lado. Cuando llegaron a la entrada de la ciudadela principal, un samurai vestido de un modo extraño estaba inclinado en actitud de respeto junto al lugar donde estaban atados los caballos. Tenía la cabeza y un brazo vendados, y el manto sobre su armadura era de brocado dorado contra un fondo blanco.

—¿Quién sois?

El hombre alzó un poco la cabeza vendada.

—Me avergüenza decir que soy yo, Nagayoshi, mi señor.

—Vaya, Nagayoshi. Tenía entendido que estabais en cama. ¿Cómo están vuestras heridas?

—Hoy he decidido levantarme.

—No os esforcéis demasiado. Si dejáis que vuestro cuerpo se recupere, podréis borrar vuestro descrédito en cualquier momento.

Al oír la palabra «descrédito», Nagayoshi se echó a llorar.

Sacó una carta de su manto y la ofreció con gesto reverente a Hideyoshi, postrándose de nuevo.

—Sería un honor par mí que leáis esto, mi señor.

Hideyoshi asintió, tal vez compadeciéndose de la aflicción de aquel hombre.

Una vez terminada la ronda de inspección del campo de batalla, Hideyoshi regresó a Gakuden al anochecer. Su campamento no estaba situado en una elevación, como el del enemigo en el monte Komaki, pero Hideyoshi había hecho el mejor uso de los bosques, campos y arroyos de la vecindad, y la posición de su ejército estaba rodeada por dos leguas cuadradas de trincheras y empalizadas.

Una precaución más era que el recinto del santuario del pueblo estaba disfrazado para que pareciera el lugar donde se alojaba Hideyoshi.

Ieyasu no sabía con seguridad dónde estaba Hideyoshi, si en el campamento de Gakuden o en el castillo de Inuyama. La seguridad en la línea del frente era tan rigurosa que ni siquiera el agua podría haberse filtrado a través de ella, y la vigilancia por parte de uno u otro bando era ciertamente imposible.

—No he podido bañarme desde que salí de Osaka. Hoy quiero quitarme de encima el sudor por una vez.

Inmediatamente prepararon un baño para Hideyoshi. Sus ayudantes cavaron un hoyo en el suelo, lo forraron con grandes hojas de papel aceitado y lo llenaron de agua. A continuación pusieron un trozo de hierro al fuego y lo echaron al agua para calentarla. Finalmente colocaron tablas alrededor del hoyo y pusieron una cortina.

—Ah, el agua es estupenda.

En aquel sencillo baño al aire libre, el propietario de un cuerpo sin la menor pretensión se sumergió en el agua caliente y contempló las estrellas del cielo nocturno. Mientras se restregaba la sucia piel, pensó que aquél era el mayor lujo del mundo.

Desde el año anterior, había despejado los terrenos alrededor de Osaka y procedido a la construcción de un castillo de majestad sin precedentes. Pero donde hallaba más placer era en lugares como aquel baño, más que en las habitaciones doradas y las torres primorosamente decoradas del castillo. De repente sintió nostalgia de su hogar en Nakamura, donde su madre le lavaba la espalda de pequeño.

Hacía mucho tiempo que Hideyoshi no se sentía tan relajado, y en esa condición se trasladó a sus aposentos.

—¡Ah, ya estáis preparados! —exclamó Hideyoshi al ver que los generales a los que había convocado aquella noche le estaban esperando.

—Echad un vistazo a esto —les dijo, sacándose un mapa y una carta de la chaqueta y ofreciéndolos a sus generales.

La carta era una solicitud escrita con sangre por Nagayoshi. El mapa era el de Shonyu.

—¿Qué os parece este plan? —les preguntó Hideyoshi—. Quiero oír las opiniones sinceras de todos.

Durante un rato nadie dijo una sola palabra. Todos parecían sumidos en sus pensamientos.

—Creo que es un plan exquisito —dijo finalmente uno de los generales.

La mitad de los hombres estaban a favor y la otra mitad en contra.

—Un plan inteligente es una jugada arriesgada —decían.

La conferencia estaba en un punto muerto.

Hideyoshi se limitaba a escucharles con una sonrisa. La importancia del tema era tal que no sería fácil llegar a una resolución.

—Tendremos que dejarlo a vuestra prudente decisión, mi señor.

Al anochecer los generales regresaron a sus campamentos.

Lo cierto era que, durante el viaje de regreso desde Inuyama, Hideyoshi ya se había decidido. Si había convocado una conferencia no era porque no pudiera tomar una decisión. De hecho, había invitado a sus generales a una breve conferencia porque ya la había tomado. Una vez más, era una cuestión de liderazgo psicológico. Sus generales regresaron a sus campamentos respectivos con la impresión de que el jefe supremo probablemente no llevaría el plan a la práctica.

Pero en su mente Hideyoshi ya se había puesto en acción. Si no aceptaba la sugerencia de Shonyu, su posición y la de Nagayoshi como guerreros sería delicada. Además, tenía la seguridad de que si reprimían sus temperamentos obstinados, éstos se manifestarían de alguna manera más adelante.

Desde el punto de vista del mando militar, era una situación peligrosa. Más aún, Hideyoshi temía que si Shonyu se sentía descontento, sin duda Ieyasu trataría de tentarle para que cambiara de bando.

«Ikeda Shonyu es mi subordinado. Si se cree blanco de rumores deshonrosos, su prisa es razonable.» Así pensaba Hideyoshi.

La situación actual estaba en un punto muerto, y sería necesario hacer algo positivo para lograr un cambio.

—Ya está —dijo Hideyoshi en voz alta—. En vez de esperar a que Shonyu venga aquí mañana, esta noche le enviaré un mensajero.

Tras recibir la carta urgente, Shonyu se dirigió velozmente al campamento de Hideyoshi. Era la cuarta guardia, y la noche estaba todavía oscura.

—Me he decidido, Shonyu.

Los dos hombres dieron fin a todos los preliminares antes del amanecer. Shonyu se reunió con Hideyoshi para desayunar y luego regresaron a Inuyama.

Al día siguiente, el campamento parecía exteriormente en calma, pero había signos sutiles de movimiento.

En el cielo de la tarde, cubierto de tenues nubes, resonó el fuego de enemigos y aliados, desde la dirección de Onawate. Se veían a lo lejos remolinos de arena y polvo, desde la carretera de Udatsu, en el lugar donde dos o tres mil soldados del ejército occidental empezaban a atacar las fortificaciones enemigas.

—¡Ha empezado el ataque general!

Los generales que miraban a lo lejos sentían una intensa excitación. Aquél era, ciertamente, un momento crucial en la historia. El hombre que ganara sería el dueño de la época.

Ieyasu sabía que Hideyoshi había temido y respetado a Nobunaga más que a ningún otro. Ahora no había nadie más temido ni respetado que Ieyasu. Aquella mañana no se movió ni un solo estandarte en todo el campamento del monte Komaki. Era casi como si se hubieran dado órdenes estrictas de no reaccionar ante los pequeños ataques del ejército occidental para poner a prueba la resolución del ejército oriental.

Llegó la noche. Un cuerpo del ejército oriental que se había retirado de la lucha entregó un fajo de hojas de propaganda que habían recogido en la carretera que conducía al campamento principal de Hideyoshi. Cuando éste leyó una de las hojas, montó en cólera. Decía:

Hideyoshi causó el suicidio del señor Nobutaka, el hijo de su antiguo señor, Nobunaga, a quien debía mucho. Ahora se ha rebelado contra el señor Nobuo. Ha provocado una constante confusión en la clase guerrera, ha ocasionado desastres al pueblo y ha sido el principal instigador del conflicto actual, utilizando todos los medios para satisfacer sus ambiciones.

La hoja seguía diciendo que Ieyasu se había alzado con una verdadera justificación para guerrear y que encabezaba el ejército del deber moral.

Una expresión de ira, infrecuente en Hideyoshi, deformó su cara.

—¿Cuál de nuestros enemigos ha escrito esto? —preguntó.

—Ishikawa Kazumasa —respondió un servidor.

—¡Secretario! —gritó Hideyoshi, mirando por encima del hombro—: Que pongan carteles por todas partes con el mismo mensaje: quien tome la cabeza de Ishikawa Kazumasa recibirá una recompensa de diez mil fanegas.

Ni siquiera tras dar esa orden remitió la cólera de Hideyoshi, y llamando a los generales que estaban presentes, ordenó una salida.

—¡Así se comporta ese condenado Kazumasa! —dijo, exasperado—. Quiero que toméis un cuerpo de reserva y ayudéis a nuestros hombres ante las líneas de Kazumasa. Atacadle durante toda la noche y mañana atacadle de nuevo por la mañana y la noche. Que un ataque siga a otro, y no deis a Kazumasa ocasión de respirar.

Finalmente pidió que le trajeran arroz y apremió a los sirvientes para que le sirvieran la cena de inmediato. Hideyoshi nunca se olvidaba de comer. Pero incluso mientras estaba comiendo, los mensajeros se desplazaban continuamente entre Gakuden e Inuyama y viceversa.

Entonces llegó el último mensajero con un informe de Shonyu. Musitando para sus adentros, Hideyoshi apuró despacio el cuenco de sopa. Aquella noche se oyó fuego de mosquete a una distancia considerable detrás del campamento principal. Los disparos habían resonado aquí y allá en las líneas del frente desde el alba, y continuaron hasta el día siguiente. Esto se consideraba todavía como la acción inicial de un ataque general de Hideyoshi contra el ejército occidental.

Sin embargo, el primer golpe del día anterior había sido una finta de Hideyoshi, mientras que el verdadero movimiento lo habían constituido los preparativos en Inuyama para el ataque por sorpresa de Shonyu contra Okazaki.

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