Taiko (167 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Casi lamiéndose los labios, Katsuie pensó que el día que habían estado esperando se aproximaba.

Genba era de la misma opinión. Ardía con los mismos pensamientos, pero incluso con mayor intensidad. Aquélla era una oportunidad..., una oportunidad irrepetible. Sin embargo, ¿cómo podrían aprovecharla plenamente?

Aquí y allá, durante las hostilidades, se producían oleadas de pequeñas oportunidades formadas por decenas de millares, pero una oportunidad verdaderamente grande, aquella en la que un único golpe decidía el ascenso o la caída de un hombre, sólo se presentaba una vez. Ahora Katsuie podía aprovechar o perder esa clase de oportunidad. Casi se le caía la baba al pensar a fondo en las posibilidades, y el semblante de Genba estaba enrojecido.

—Shogen —dijo por fin Katsuie—, si tenéis alguna estrategia que ofrecer, os ruego que habléis con franqueza.

—Mi humilde opinión es que no debemos perder esta oportunidad, sino atacar las dos fortalezas enemigas en los montes Iwasaki y Oiwa. Podríamos actuar de acuerdo con el señor Nobutaka, aunque Gifu esté lejos, y hacerlo con tanta rapidez como Hideyoshi. Al mismo tiempo, vuestros aliados podrían atacar y destruir las fortalezas de Hideyoshi.

—Ah, eso es exactamente lo que quisiera hacer, pero tales cosas son más fáciles de decir que de hacer, Shogen. El enemigo tampoco carece de hombres y también están construyendo fortalezas, ¿no es cierto?

—Si se examina la formación de combate de Hideyoshi desde dentro, se observa una brecha muy grande —replicó Shogen—. Reflexionad en ello. Las dos fortalezas enemigas de Iwasaki y Oiwa están lejos de vuestro campamento, pero seguís considerándolas como los reductos centrales. Sin embargo, la construcción de esas dos fortalezas es mucho más endeble y basta que cualquiera de las otras. Añadid a ello que tanto los jefes como los soldados que protegen esos lugares tienen la impresión de que el enemigo nunca los atacará. Parece ser que han descuidado en extremo los preparativos. Si lanzamos un ataque por sorpresa, debe ser ahí. Además, una vez hayamos destruido el centro mismo del enemigo, ¡con cuánta más facilidad caerán los demás castillos!

Katsuie y Genba aceptaron con entusiasmo el plan de Shogen.

—Shogen ha visto a fondo la estratagema del enemigo —dijo Katsuie—. Éste es el mejor plan que podríamos haber ideado para confundir a Hideyoshi.

Era la primera vez que Katsuie alababa tanto a Shogen. Éste llevaba varios días abatido por su descrédito, pero ahora su expresión cambió de repente.

—Echad un vistazo a esto —dijo al tiempo que extendía un mapa.

Las fortalezas de Dangi, Shinmei y los montes Iwasaki y Oiwa se alzaban en la orilla oriental del lago Yogo. Había también una serie de fortalezas desde la zona meridional de Shizugatake hasta el monte Tagami, la cadena de campamentos que se extendían a lo largo de la carretera que conducía a las provincias del norte y varias otras posiciones militares. Todo aparecía claramente, y la topografía de la zona, con sus lagos, montañas, campos y valles, estaba delineada con detalle.

Lo imposible se había hecho posible. Katsuie se relamió ante la clara desventaja que representaba para Hideyoshi el hecho de que un mapa secreto como aquél hubiera sido extendido en el cuartel general del enemigo antes de la batalla.

Podría decirse que el mero hecho causaba una gran alegría a Katsuie. Tras examinar el mapa de cerca, alabó a Shogen una vez más.

—Esto es un regalo maravilloso, Shogen.

Genba estaba a un lado, examinando también el mapa. De improviso habló con convicción.

—Este plan de Shogen, tío..., penetrar profundamente en las líneas enemigas y tomar las dos fortalezas de Iwasaki y Oiwa... ¡Quiero que me envíes como vanguardia! Estoy seguro de que sólo yo puedo llevar a cabo un ataque por sorpresa con la resolución y la velocidad necesarias.

—No sé, tengo que pensar en ello...

Katsuie cerró los ojos y reflexionó, como si el ardor del joven le causara aprensión. Genba, lleno de confianza en sí mismo y entusiasmo, en seguida opuso resistencia a esa vacilación.

—¿En qué otros planes piensas para aprovechar esta oportunidad? No es posible que haya espacio en tu pensamiento para alguien más, ¿no es cierto?

—¿Qué? No, no lo creo.

—Las oportunidades concedidas por el cielo, no esperan, ¿sabes? Mientras discutimos así, la ocasión se nos puede deslizar de un momento a otro.

—No te apresures tanto, Genba.

—No, cuanto más reflexionas, más tiempo pasa. ¿No eres capaz de tomar una decisión cuando tienes ante los ojos una victoria de tal magnitud? Ah, eso me hace pensar que el Demonio Shibata se está haciendo viejo.

—No digas tonterías. Lo que ocurre es que todavía eres joven. Tienes valor para el combate, pero careces de experiencia en estrategia.

—¿Por qué dices eso?

El rostro de Genba empezó a enrojecer, pero Katsuie no se alteró. Era un veterano de innumerables batallas y no iba a perder su compostura.

—Piensa un momento, Genba. No hay nada más peligroso que adentrarte detrás de las líneas enemigas. ¿Merece la pena correr el riesgo? ¿No debemos pensar en esto a fondo para que luego no tengamos que arrepentimos?

Genba soltó una carcajada, negando así valor a la inquietud de su tío, pero por detrás de esa sugerencia su juvenil voluntad de hierro se reía también del discernimiento y el titubeo propios de la edad madura.

Sin embargo, Katsuie no reprochó la risa burlona de su sobrino. Parecía mostrar afecto por la falta de inhibición del joven, y realmente tenía en gran estima el vigoroso ánimo de Genba.

Desde hacía algún tiempo Genba se había acostumbrado al favor de su tío. Podía interpretar con rapidez las emociones de aquel hombre y adaptarse a ellas. Ahora siguió insistiendo.

—Es cierto que soy joven, pero comprendo perfectamente el peligro que encierra penetrar en las líneas enemigas. En esta situación confiaría tan sólo en la estrategia, sin impacientarme por el mérito. Me atreveré a hacerlo sólo porque comporta peligro.

Katsuie seguía reacio a dar su aprobación sin reservas y, como antes, estaba sumido en sus reflexiones. Genba dejó de acosar a su tío y de repente se volvió hacia Shogen.

—Dejadme ver el mapa.

Sin moverse del escabel de campaña, Genba desenrolló el mapa, se acarició el mentón con una mano y permaneció en silencio.

Transcurrió casi una hora.

Katsuie se había preocupado cuando su sobrino habló con tanto entusiasmo, pero al observar que Genba examinaba en silencio el mapa tuvo la súbita seguridad de que el joven era digno de confianza.

—De acuerdo. —Puso fin a sus deliberaciones y se dirigió a su sobrino—: No cometas ningún error, Genba. Te ordeno que esta noche te internes detrás de las líneas enemigas.

Genba alzó la vista y, al mismo tiempo, se levantó del escabel de campaña. Desbordaba de alegría e hizo una profunda reverencia, pero si bien Katsuie admiraba a aquel sobrino tan feliz porque se veía al mando de la vanguardia, sabía que era una posición que fácilmente podía significar la muerte de un hombre si cometía un error.

—Te lo repito... Una vez hayas cumplido con tu objetivo de destruir Iwasaki y Oiwa, retírate con la velocidad del viento.

—Sí, tío.

—No es necesario que lo diga, pero una retirada segura tiene una importancia extrema en la guerra..., sobre todo en una lucha que implica la penetración en territorio enemigo. Si no logras retirarte con seguridad, es como olvidarte del último cubo de tierra cuando cavas un pozo de cien brazas de profundidad. Ve con la velocidad del viento y regresa de la misma manera.

—Comprendo muy bien tu advertencia.

Una vez que su esperanza se había realizado, Genba mostraba una docilidad perfecta. Katsuie reunió de inmediato a sus generales. Al anochecer las órdenes habían llegado a cada uno de los campamentos y los preparativos de cada cuerpo de ejército parecían completados.

Era la noche del día diecinueve del cuarto mes. El ejército de dieciocho mil hombres abandonó el campamento en secreto, exactamente en la segunda mitad de la hora de la rata. La fuerza atacante estaba dividida en dos cuerpos de cuatro mil hombres cada uno. Avanzaron montaña abajo hacia Shiotsudani, cruzaron el puerto de Tarumi y continuaron su avance hacia el este, a lo largo de la orilla occidental del lago Yogo.

Los doce mil hombres que formaban el ejército principal de Katsuie siguieron una ruta diferente, en una maniobra de diversión. Avanzaron a lo largo de la carretera que conducía a las provincias del norte y giraron gradualmente al sudeste. Su acción tenía el objetivo de contribuir al éxito del cuerpo que efectuaría el ataque por sorpresa, a cuyo frente estaba Sakuma Genba y, al mismo tiempo, controlaría cualquier movimiento desde las fortalezas enemigas.

Entre las fuerzas principales del ejército de diversión, el único cuerpo de tres mil hombres de Shibata Katsuie se dirigió al sudeste de la pendiente, en Iiura, ocultaron sus estandartes y armaduras y observaron sigilosamente cualesquiera movimientos enemigos en la dirección de Shizugatake.

Maeda Inuchiyo tenía el encargo de defender una línea que se extendía desde Shiotsu hasta los montes Dangi y Shinmei.

Shibata Katsuie se alejó del campamento principal en el monte Nakao con un ejército de siete mil hombres y avanzó hasta Kitsunezaka por la carretera que conducía a las provincias del norte. A fin de atraer e incapacitar a los cinco mil hombres de Hidemasa estacionados en el monte Higashino, el ejército de Katsuie desplegó ahora orgullosamente sus estandartes y prosiguió su avance.

El cielo nocturno empezó a abrillantarse con la proximidad del alba. Era el vigésimo día del cuarto mes del calendario lunar, muy cerca del solsticio de verano, y las noches eran cortas.

Más o menos por entonces los generales de la vanguardia empezaron a reunirse en la orilla blanca del lago Yogo. Siguiendo a la vanguardia de cuatro mil hombres, un segundo cuerpo llegó rápidamente detrás de ellos. Ésa era la fuerza que se internaría detrás de las líneas enemigas, y Sakuma Genba estaba en su centro.

La niebla era espesa.

De improviso una luminosidad de arco iris apareció en medio del lago. El fenómeno podría haber hecho pensar a los hombres que pronto amanecería, pero apenas podían ver las colas de los caballos delante de ellos, y el sendero a través de la planicie herbosa aún estaba oscuro.

Mientras la niebla se arremolinaba alrededor de estandartes, armaduras y lanzas, parecía como si los hombres caminaran sobre el agua. Los pensamientos que cruzaban por sus mentes les llenaban de tensión. La fría niebla les humedecía las cejas y el vello de las fosas nasales.

Llegaba desde la orilla del lago ruido de chapoteo, risas y voces animadas. Los exploradores de las tropas atacantes pronto se arrodillaron y avanzaron con sigilo para investigar quién podría estar en medio de la niebla. Resultaron ser dos samurais y unos diez mozos de caballos de la fortaleza del monte Iwasaki. Se habían adentrado en los bajíos del lago y estaban lavando sus caballos.

Los exploradores esperaron a que avanzaran las tropas de la vanguardia y les hicieron señales en silencio, agitando las manos. Entonces, cuando estuvieron seguros de que el enemigo estaba atrapado, gritaron de repente:

—¡Prendedlos vivos!

Cogidos por sorpresa, los guerreros y mozos de caballos chapotearon por el trecho de agua y corrieron a lo largo de la orilla.

—¡El enemigo! ¡Es el enemigo!

Cinco o seis hombres escaparon, pero los restantes fueron capturados.

—Bien, bien, la primera caza de la temporada.

Los guerreros de Shibata cogieron a los prisioneros por el cuello y los llevaron ante su comandante, Fuwa Hikozo, el cual los interrogó sin desmontar.

Enviaron un mensaje a Sakuma Genba, preguntándole qué debían hacer con los prisioneros. La respuesta los espoleó a emprender una acción rápida: «Que esos hombres no os retrasen. Matadlos en seguida y proseguid el avance hacia el monte Oiwa».

Fuwa Hikozo desmontó, desenvainó su espada y decapitó personalmente a un hombre. Entonces gritó una orden a todos los miembros de la vanguardia.

—¡Venid y daos un festín de sangre! Decapitad a todos los demás y presentad sus cabezas como una ofrenda al dios de la guerra. ¡Entonces lanzad gritos de guerra y seguid adelante para atacar la fortaleza de Oiwa!

Los soldados que rodeaban a Hikozo casi se pelearon por la oportunidad de cortar las cabezas a los mozos de caballos. Alzando sus espadas ensangrentadas en el cielo matinal, ofrecieron las vidas de sus prisioneros y gritaron a los demonios. Todo el ejército respondió lanzando gritos de guerra.

Oleadas de armaduras se estremecían a través de la niebla matinal mientras cada hombre competía por ser el primero. Los caballos sudorosos se rozaban en un esfuerzo por tomar la delantera, y un cuerpo de lanceros tras otro avanzaba con una confusión de hojas de lanza brillantes.

Se oían ya los estampidos de las armas de fuego, lanzas y espadas largas destellaban bajo la luz matinal y un sonido extraño procedía de la primera empalizada en el monte Oiwa.

¡Qué profundos son los sueños prolongados de la corta noche de verano! Las cuestas del monte Oiwa, defendido por Nakagawa Sebei, y el monte Iwasaki, en posesión de Takayama Ukon, el centro de las fortificaciones de Hideyoshi, estaban envueltos por la niebla y tan serenos como si nadie conociera todavía que se aproximaba una oleada de hombres.

La construcción de la fortaleza en el monte Oiwa había sido rápida y sencilla. Nakagawa Sebei dormía en una choza al lado de la muralla que se extendía mediada la altura del monte.

Todavía adormilado, alzó la cabeza y musitó:

—¿Qué ocurre ahí?

En la frontera entre el sueño y la realidad, y sin saber por qué, se levantó bruscamente y se puso la armadura que habían colocado cerca de su cama.

Estaba terminando cuando alguien llamó a la puerta de la cabaña y entonces pareció empujarla también con el cuerpo. La puerta cayó hacia dentro y tres o cuatro servidores entraron tambaleándose.

—¡Los Shibata! —gritaron.

—¡Calmaos! —les reprendió Sebei.

Por los informes incoherentes de los mozos de caballos supervivientes, Sebei no pudo averiguar por dónde había penetrado el enemigo ni quién iba al frente.

—Sería una hazaña extraordinaria incluso para un enemigo extraordinario abrirse paso a esta altura de las líneas. No va a ser nada fácil librarnos de esos hombres. No sé quién los dirige, pero sospecho que, entre todos los jefes de las fuerzas de Shibata, lo más probable es que sea Sakuma Genba.

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