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Authors: Gregorio Marañón

Tags: #Biografía, Historia

Tiberio, historia de un resentimiento (29 page)

BOOK: Tiberio, historia de un resentimiento
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Plinio nos da bastantes detalles del régimen alimenticio de Tiberio. Le gustaban, sobre todo, los espárragos y unos pepinos que su jardinero cultivaba en cajones con ruedas para llevarlos al sol o a la sombra, según el tiempo. También comía unos rábanos que hacía venir de Germania y tomaba con vino y miel.
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Ya hemos hablado de la gota de Agripa, Claudio no siguió la tradición sobria de la familia imperial en que se había educado. Comía tanto que cuando se echaba a dormir, después de haber engullido, le tenían que provocar el vómito para que no se ahogase, urgándole las fauces con una pluma; lo cual era fácil, pues dormía con la boca abierta (Suetonio) Desde su juventud se emborrachaba (Suetonio) Llegó a pensar en publicar un edicto permitiendo que en la mesa los comensales pudieran lanzar libremente aires por entrambas vías porque lo creía conveniente para la salud (Suetonio) Nada tiene, pues, de particular que se hiciera gotoso. Séneca dice: «A pesar de su gota, en poco tiempo llegó Claudio a la puerta de Plutón”.
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Suetonio dice, cometiendo el error sempiterno del vulgo, que se abrigó mucho al sentir el dolor de costado y luego se enfrió; siempre se atribuye el escalofrío a un enfriamiento que no existe.
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Los historiadores apologistas de Tiberio citan por el contrario un pasaje de Veleio que pinta la alegría frenética con que le acogieron los soldados cuando, después de su retiro de Rodas, le adoptó Augusto y se encargó de nuevo del mando del ejército de Germania (4 d.C.) Tiene este testimonio el valor de que Veleio acompañaba a Tiberio y vio, y no le contaron, lo que pasaba. Pero en su contra está la incorregible tendencia adulatoria de este historiador. A la actuación de Tiberio, la llama «divinas hazañas». Sin embargo, es indudable que este fue el momento de mayor popularidad de la vida pública de Tiberio; quizá el único, por las razones que luego se dirán. Pero el que entonces le acogieran con entusiasmo las legiones, no es incompatible con que unos años después se sublevasen contra él, como en efecto ocurrió.
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Véase la misma actitud cuando murió su hija en nuestro Conde Duque de Olivares, que tenía, como muchos personajes de su siglo, la obsesión de los romanos antiguos.
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(Suetonio) Tácito, al referir esta escena, dice que el gesto brusco de Tiberio no fue de dignidad ante la adulación, sino de miedo, porque creyó que el senador, que era Q. Haterio, le iba a agredir.
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Con este motivo escribe Mommsen su frase famosa porque ha sido el gran argumento inicial de los tiberiófilos: «Fue el más hábil de todos los soberanos que tuvo el Imperio».
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Sobre las residencias de Tiberio en Capri, véase Weichardt y la reconstrucción de M. Boutteton, de la que da un resumen con fotografías y planos «L’Illustration Frangaise», 2 de febrero de 1924; pero sobre todo el libro de Maiuri. Este asunto de los palacios de Capri y sus anejos —villas dedicadas a los dioses, grutas misteriosas, etc— es uno de los que han dado lugar a mayores fantasías entre las muchas que rodean la figura de Tiberio.
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Tácito dice que la sublevación de Pannonia fue «una revuelta sin motivo, como no fuera el cambio de príncipe, que abre el camino del desorden y de las recompensas que siempre pueden acarrear una guerra civil»; es decir, que cualquiera que hubiera sido el príncipe nuevo los soldados, corrompidos por la indisciplina, se hubieran sublevado. No así la sublevación de Germania, que fue específicamente antitiberiana.
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(Tácito) Dión, resueltamente, relaciona el cambio de Tiberio con la muerte de Germánico.
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(Tácito) Desde un año antes se decía que Sejano preparaba esta retirada al emperador.
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(Suetonio) Dión dice que la isla, cuando la tomó Augusto, no producía nada; su celebridad comenzó con la leyenda de Tiberio mas Augusto, como Julio César, no era hombre de islas y sólo volvió a Capri por cuatro días. Tiberio no la eligió como pasatiempo ni influido por ningún presagio, sino llevado por su resentimiento. Era su nueva Rodas; pero más cerca de Roma, que el emperador no podía perder enteramente de vista; y, además, el acceso de Capri era abrupto, con tajos profundos sobre el mar, como convenía a su alma de misántropo; y, por fin, allí no había, como en Rodas, sofistas ni retóricos impertinentes, sino soledad y unos cuantos amigos que él eligió para que, sin turbar aquélla, le hicieran compañía.
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(Tácito) Estos datos, basados en los documentos senatoriales que tanto sirvieron a Tácito para componer sus Anales, son de indudable autenticidad.
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(Séneca) Dión nos dice que era ésta la frase favorita de Tiberio; Nerón la repetía también, tal vez por habérsela oído a Séneca.
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