Read Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo Online

Authors: Albert Espinosa

Tags: #Drama, Fantástico

Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo (8 page)

BOOK: Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo
2.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Esperaba que al abrir la puerta me encontraría con un ser viscoso. Quizá es porque ésa era la idea que yo tenía de los extraños de otros mundos.

Viscosidad, sí, ésa era la característica que me rondaba por la cabeza. No sé por qué, pero no podía apartar de mí esa imagen.

Abrí la puerta con temor. Y allí estaba, sentado en medio de la sala de interrogatorios. No me miraba sino que miraba al suelo, pero no era nada viscoso.

Tendría catorce años y era muy «humano», en el sentido tradicional del término. Y nada viscoso.

Físicamente se parecía mucho a Alain Delon en la película
A pleno sol
. Rezumaba vitalidad y era sorprendentemente bello. Aunque no quitaba la vista del suelo, se intuían unos grandes ojos y su cabello parecía tener un tacto muy suave.

No dijo nada, ni tan siquiera levantó la mirada en ningún momento.

Me senté delante de él. Nos separaba una pequeña mesa cuadrada blanca llena de garabatos que habían escrito los presos cuando les dejaban solos. Leí por encima frases como: «soy inocente… no debo estar aquí.. han faltado a mis derechos…».

Él seguía con la mirada fija en el suelo. Parecía un adolescente tímido.

La ropa que llevaba se la había prestado la institución en la que se encontraba y recordaba a un pijama azul de hospital. El cuello estaba muy desbocado y mostraba parte de su piel, una piel normal. Nada viscosa.

Le saludé: «Hola». Él no me contestó; creo que ni se había percatado de mi presencia o no le interesaba en absoluto.

Realmente no parecía nada extraño, tan sólo era un crío.

Busqué su mirada para obtener lo que había ido a averiguar, pero enseguida noté que el don no funcionaba. No me habían hecho caso y los aparatos electrónicos y de escucha estaban conectados.

Hice un gesto con las manos al espejo que presidía la sala y fui señalando todas las cámaras que interferían mi don.

Esperé unos segundos, el extraño cruzó las piernas. Su indiferencia comenzó a ponerme nervioso.

Presentí cómo iban apagando cada uno de los aparatos electrónicos y noté que mi don iba aumentando en fuerza e intensidad. El placer extraño me iba poseyendo. Era como sentir un color caluroso y agradable.

Cuando apagaron la última escucha electrónica sentí que estaba solo. Aunque nos observaban a través del espejo no podían saber que hablábamos ni tan siquiera hacer un zoom de una parte de nuestro rostro.

El extraño y yo estábamos solos. Me sentí poderoso.

—Ayer murió tu madre, ¿verdad? —preguntó el extraño sin ni tan siquiera levantar la mirada.

Mi corazón y mi esófago dieron sendos vuelcos. No supe cómo reaccionar.

Fue como si tuvieras misiles apuntando en una dirección y cuando fueras a lanzarlos te llegara una bomba atómica directa al centro. ¿Cómo podía saberlo…?

Me tomé un tiempo, no quería parecer nervioso. Volví a buscar su mirada, pero él seguía cabizbajo, como si me hubiera preguntado la hora o el tiempo que haría mañana.

Decidí serenarme y no mostrarme asustado.

—Sientes miedo —continuó—. Sientes que tu vida no tiene sentido ahora que tu madre se ha ido. La echas de menos, estuvisteis mucho tiempo juntos en muchos países diferentes. Tú y ella, siempre tú y ella. Y eso debe de doler mucho… Es el peor momento de tu vida, ¿no?

Y justo en ese instante alzó la mirada. De repente lo comprendí; aquel extraño tenía mi don. Por primera vez comprendí lo que sentía la gente que yo radiografiaba sin temor.

Mi cara debió de expresar un miedo total, porque la voz de mi jefe resonó en la sala.

—¿Estás bien, Marcos? ¿Necesitas ayuda? —preguntó mi jefe en tono amenazador.

—Estoy bien. —Me serené nuevamente—. Volved a cerrar los sistemas de escucha, por favor.

Volvieron a apagar todos los trastos electrónicos. El extraño tardó unos segundos en volver a hablar.

—¿Era tan buena madre como presiento? —preguntó—. Ocho de tus doce recuerdos están relacionados con ella.

No contesté. Intenté penetrar en él, conseguir un equilibrio. Pero algo me lo impedía, y no eran las interferencias.

Él sonrió.

—¿Has conocido a una chica hoy? Has sentido un gran placer, ¿no? Deberías ir a por ella antes de que salga del teatro. No te imaginas lo importante que será en tu vida. En serio, ve ahora hacia allí a ver al «viajante». Aunque ése no es el momento máximo de placer de tu vida, sino…

—¡Para! —grité.

Ni yo mismo sé por qué me salió aquel grito, por qué no quería que continuara. Pero había algo en aquel registro ilegal de mis sentimientos que me sublevaba y por ello no deseaba de ninguna manera que me contara cuál había sido el gran placer de mi vida.

Yo quería que mi momento de felicidad extrema fuera una incógnita, ya que siempre había dudado entre dos o tres instantes de mi vida como los mejores y más felices. Y tenía la intención de seguir dudando el resto de mi vida.

Era horrible que hicieran una lista de tus sentimientos y tus pasiones. Nunca había imaginado que lo fuera.

Vacilé. Al final hablé.

—¿Quién eres? —pregunté.

Me miró, cogió el vaso de agua que había en su lado de la mesa y bebió lentamente.

—¿No se supone que tú debías contestar a eso?

—Sí, pero…

—Estás bloqueado, ¿verdad? —Sonrió por segunda vez.

No me gustó esa segunda sonrisa. Decidí llevar el don al máximo. Me concentré como jamás había necesitado hacerlo. Pero no obtuve nada; era como si él me lo impidiera.

—¿Eres de fuera? —pregunté inocentemente.

Él rió. Su risa era divertida y sana, algo inimaginable en un extraño de otro planeta.

—¿No te han contado nada tus superiores?

—No.

—¿Quieres que te lo cuente yo? —preguntó.

—Si no te importa…

Él se acercó a mí, tanto como pudo. Vi que llevaba unas esposas que le ataban las manos por debajo de la mesa. Se acercó un poco más y susurró:

—Sé que a tu madre le gustaba este tipo de comunicación. —Siguió susurrando, pero su tono cambió y viró hacia el dolor—. Ayúdame, tengo que salir de aquí inmediatamente.

Mi piel se erizó ante esas palabras. ¿Quién era aquel extraño que tanto sabía de mí y que tanto parecía necesitarme? Comencé a sudar.

—No puedo, lo siento —contesté sin pensar.

—¿No quieres o no debes? —replicó.

Tragué saliva, algo en él me daba miedo.

—¿No ibas a contarme quién eras? —insistí.

—Antes sácame de aquí. —Por primera vez sonó angustiado.

—No te harán nada —dije—. Cuéntame, ¿quién eres?

—Ya me han hecho de todo.

De repente se calló. Lentamente, noté cómo me llegaba una imagen, cómo él permitía que me llegase. Había decidido mostrarse con imágenes en vez de con palabras.

No sabía qué recuerdo era, ya que no llegaba de manera convencional. Podía ser un extremo o uno de los doce.

Y llegó…

Era una imagen feliz.

Un niño sonriente jugando a fútbol con su padre. El niño tenía un gran parecido con el extraño. Era él de pequeño. Se le veía tremendamente feliz hasta que de repente se ponía a llover y padre e hijo se iban riendo a refugiarse bajo un árbol.

Era una imagen como había visto cientos en gente a la que había examinado. La felicidad entre padre e hijo; algo que yo jamás había vivido, pero que siempre formaba parte de los doce sentimientos fundamentales que la gente guardaba.

Aunque, de repente, sentí algo extraño en las imágenes que percibía. La lluvia que caía era diferente. Era roja.

Lluvia roja. Pero ni el padre ni el hijo se inmutaban. Miraban ese cielo nocturno y de repente observé que no había luna sino un planeta pentagonal que presidía aquel cielo.

La lluvia no cesaba; el color rojo cada vez era más y más intenso. Sí, era un recuerdo de felicidad, pero no era ese sentimiento lo que el extraño deseaba mostrarme sino el entorno donde se había producido. Y aquel sitio os puedo jurar que no era la Tierra.

No sé dónde estaba, pero era el lugar más extraño que había visto.

La imagen cesó, y el extraño me miró.

—¿Me ayudarás ahora? —susurró.

Salí de la habitación. Necesitaba escapar de él, de lo que me había mostrado. Fuera, detrás de la puerta, me sentí mejor. Aunque aún seguía muy alterado.

A los pocos segundos llegó mi jefe, acompañado de Dani. Vi en su rostro la ansiedad por saber. Observarme sin poder escucharme había incrementado su inquietud.

No les dejé hablar y me adelanté.

—No sé nada de él —dije—. Mi don no funciona en su presencia, lo que necesito es que me contéis ahora mismo todo lo que sabéis sobre él. Sin conocerlo no podré entrar en él.

Nunca pensé que tendría que pronunciar aquellas frases. Yo que siempre había sabido cómo era la gente sin tener que cruzar dos frases con ellos.

De repente, sus palabras volvieron a mí: debes conocer a la chica del teatro. ¿Por qué era tan importante que hablase con ella? ¿Cómo podía conocer su existencia? ¿Lo había leído en mí? ¿Tanto me había penetrado su recuerdo que había podido olerlo y ya formaba parte de uno de los doce recuerdos básicos de mi vida?

—Acompáñame al despacho —dijo el jefe, visiblemente contrariado.

Mientras recorríamos el largo pasillo, el jefe habló con dos de sus superiores por el móvil. Les contó que no había conseguido mi objetivo.

Aproveché la llamada para acercarme a Dani; deseaba comentarle algo sin que el jefe me escuchase.

—Investiga a qué hora acaba la obra que están dando en el Español; es
Muerte de un viajante
.

—¿Que cuánto dura la obra que dan en el Español? —preguntó, sorprendido, intentando enlazar ese dato con lo que suponía que podía tener que ver con el extraño.

—Sí, debo estar allí justo cuando salga el público. Cerciórate de que la información es correcta. Te dirán que aproximadamente dos horas, pero que sean concretos. Ve.

Dani no dudó y se marchó rápidamente. Yo fui detrás del jefe, que seguía aguantando el chaparrón. Le notaba de mal humor; supongo que no acababa de entender por qué su arma secreta le había fallado por primera vez.

Entramos en el despacho y cerró con llave después de que yo entrase.

Seguidamente, abrió la caja fuerte y sacó un montón de informes.

—Lo encontramos en esta sierra. —Me mostró una foto donde había un gran agujero producido por un calor extremo—. No había ni una nave ni ningún tipo de vehículo cerca, si es eso lo que te estás preguntando. Según han confirmado los satélites —me mostró más fotos—, toda la zona se quemó en menos de un minuto. Como puedes comprobar, en la foto del satélite de las 19.04 la vegetación es abundante en la sierra, pero un minuto después sólo hay devastación y la única presencia en medio de esa zona quemada es la del chico.

Cogí todas las imágenes que me había mostrado y las miré de cerca. Era increíble. Esa rapidez únicamente podía estar relacionada con una energía generada por una tecnología desconocida.

—Y él, ¿qué argumentó cuando se lo enseñasteis? —indagué.

—Él no habla. No desmiente ni confirma nada. Tan sólo pide que le soltemos, porque debe hacer cosas.

—¿Y qué debe hacer?

—No lo sabemos. No quiere decírnoslo.

Sacó más informes y me los pasó.

—Éstas son las pruebas médicas que se le han practicado —dijo el jefe—. Todos los resultados, como puedes observar, están dentro de los límites, son absolutamente normales. Los de las psicológicas son parecidos: justo en la media, ni tan siquiera son superiores a otro ser humano de su edad.

—Entonces, ¿por qué lo retenéis? ¿Sólo tenéis el agujero de la sierra? —pregunté.

—Por la prueba ósea. —Me la pasó.

La observé por encima y luego fui a las conclusiones. Las leí para mí y seguidamente en voz alta para cerciorarme de que lo que leía era cierto.

—«El extraño posee una constitución de huesos diferente de la nuestra, como si la atmósfera que le hubiera envuelto durante años fuese distinta de la de la Tierra. Tan sólo se ha visto algo semejante en los astronautas que han pasado mucho tiempo en estaciones espaciales» —leí.

El jefe no dijo nada, como si él ya lo hubiera leído cientos de veces. Vi que había unas fotos al revés que no me enseñaba, fui a darles la vuelta.

—No las mires —dijo.

—¿Por…?

—Son de otros interrogatorios, diferentes del tuyo.

Dudé pero las cogí.

BOOK: Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo
2.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Call To Arms by Allan Mallinson
From A to Bee by James Dearsley
Waveland by Frederick Barthelme
The Fall by R. J. Pineiro
Death in Spring by Merce Rodoreda
Encore Edie by Annabel Lyon
Hot to Trot by C. P. Mandara