Authors: Laura Gallego García
Jack lo miró, dudoso.
«Si hay otro shek en la habitación, mi instinto me llevará de cabeza a él.»
«Entonces, procura controlarlo.»
El muchacho asintió, y recordó todo lo que Sheziss le había enseñado. Odiaba a Zeshak por instinto, como habría odiado a cualquier otro shek. Odiaba a Ashran por motivos personales. Se centró en ese pensamiento.
Christian reanudó la marcha. Jack lo siguió. Apenas había dado unos pasos cuando percibió la presencia del shek detrás de la puerta. Cruzó una mirada con Christian, y entendió que él también lo había notado. Zeshak, el rey de los sheks, se hallaba allí también.
Se detuvieron a escasos metros de la puerta.
«Ahora», dijo Christian.
La puerta se abrió de par en par. Los dos jóvenes cruzaron el umbral, a la vez.
Entraron en una amplia sala de paredes redondeadas y altos techos, cuyo fondo se abría a una enorme terraza bañada por la luz de las lunas. Jack percibió la presencia de Zeshak, espiándolos desde un rincón, oyó el siseo de odio que le dedicó el rey de los sheks. Pero en aquellos momentos sólo tenía ojos para el hombre que los aguardaba en mitad de la sala, contemplándolos con una media sonrisa. Era apenas una alta sombra recortada contra la clara luz lunar, pero sus ojos relucían extrañamente en la penumbra, y Jack sintió que un profundo escalofrío de terror recorría todo su ser al sentirse el blanco de aquella mirada.
«Jack!», oyó la llamada de Christian en su mente, apenas unos segundos después de darse cuenta de que su cuerpo no le obedecía, de que, por alguna razón, la llama del dragón parecía haberse apagado en su interior... de que, por más que lo intentara, no lograría transformarse, no en presencia de Ashran. No necesitó mirar a Christian para comprender que a él le sucedía lo mismo. «¿Qué está pasando?», se preguntó, horrorizado.
La mirada plateada de Ashran seguía quemándolo como un hierro al rojo.
—¿Qué es esto? —dijo entonces el Nigromante, con suavidad—. ¿Dónde está el unicornio?
Christian pudo decir, con esfuerzo:
—Lejos de ti, padre.
Ashran rió suavemente.
—Mis pobres niños. Qué equivocados estáis. La habéis traído con vosotros. Porque ella está donde vosotros estéis. ¿O acaso pensabais que podríais romper tan fácilmente el vínculo que os une a los tres?
Jack logró liberarse del embrujo que le producía la mirada de Ashran; alzó a Domivat y corrió hacia él, con un grito. Pero chocó contra algo invisible, y la violencia del golpe lo dejó sin aliento durante un instante. Cayó al suelo y, antes de que pudiera comprender qué estaba pasando, oyó la suave risa de Ashran junto a su oído:
—De modo que tú eres el último dragón. Tenía ganas de conocerte. ¿De verdad creías que podías vencerme sin el unicornio? ¿Vencerme... a mí?
Lo último que vio Jack, antes de perder el conocimiento, fueron unos hipnóticos ojos plateados; y se sintió de pronto tan pequeño y frágil como un gorrión en mitad de un furioso huracán...
«Tú... ¿quién eres tú?»
En sus sueños relucían unos iris plateados, una mirada que ocultaba mucho más de lo que pretendía mostrar, unos ojos que irradiaban un poder oscuro, letal, disimulado bajo un disfraz argénteo...
«Sabes quién soy yo —respondió la voz en sus sueños—. Sabes por qué no puedes enfrentarte a mí.»
Victoria ahogó un grito y despertó de golpe, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido una pesadilla...
Trató de serenarse, pero no lo consiguió. Le costó un poco poner orden a sus caóticos pensamientos. Respiró hondo y se volvió hacia la ventana. Todavía era de noche, pero había tanta luz que casi parecía de día.
Y lo recordó todo de repente.
Las tres lunas. Triple Plenilunio. Ashran. Jack y Christian se habían ido.
La mirada de los ojos plateados de Ashran.
Se levantó de un salto y se precipitó fuera de la habitación. Halló enseguida la estancia desde donde Jack y Christian se habían marchado. Su instinto le dijo que aquel lugar era el último en el que ellos dos habían estado, y trató de descifrar los símbolos del hexágono. No le costó trabajo; no en vano había aprendido con Shail a leer y escribir idhunaico arcano, y supo enseguida qué debía hacer para abrir el Portal. Sin embargo, no lo consiguió, aunque empleó la magia del Báculo de Ayshel. Respiró hondo y trató de calmarse. Comprendió que el Portal no se abriría para ella; Christian se habría asegurado de que Victoria no fuese tras ellos.
Recorrió la torre de arriba abajo, con el corazón latiéndole con fuerza. Sabía que los dos chicos se habían marchado, sabía también adónde se habían dirigido. Pero la Torre de Drackwen estaba muy lejos, y para cuando ella lograra alcanzarla, ya sería demasiado tarde. Su única esperanza residía en la presencia que palpitaba, silenciosa, en algún lugar de la torre.
Llegó hasta las termas, donde, días atrás, habían luchado contra los szish. Donde, días atrás, había compartido aquellos momentos íntimos y especiales con Christian. Evitó pensar en ello. Debía mantener la cabeza fría.
Pero resultaba difícil cuando eran Jack y Christian quienes estaban en peligro, ellos quienes habían acudido al encuentro de Ashran, sin tener ni idea de lo que iban a encontrar detrás de su mirada de plata.
Victoria lo había descubierto tiempo atrás, en la Torre de Drackwen, al mirarlo a los ojos. O tal vez, simplemente, lo había intuido, sin llegar a tenerlo completamente claro. No obstante, aquella noche había soñado con el poder que se adivinaba tras aquellos iris plateados, y había comprendido su significado.
Todavía temblaba de terror cuando se detuvo al borde de la piscina de agua cálida.
—Por favor, muéstrate —pidió en voz alta.
Esperó, pero sólo obtuvo el silencio por respuesta.
—Te lo ruego —insistió—. Sé que estás aquí, seas quien seas.
Déjate ver.
No sabía qué encontraría allí. Pero sí había sabido todo aquel tiempo que había alguien más en la Torre de Kazlunn, una cuarta persona que había permanecido oculta. Alguien que había venido con Jack, que lo había traído de vuelta del mundo de los muertos.
Percibió entonces un rizo en la superficie del agua. Descubrió el cuerpo sinuoso de un shek, y el corazón le latió un poco más deprisa. Pero enseguida entendió que aquella serpiente no era Christian.
Sin embargo, un ramalazo de nostalgia la invadió cuando ella emergió del agua, con todas las escamas chorreando, y se mostró ante Victoria, inmensa, misteriosa y letal. Había en aquella shek algo que le evocaba a Christian, tal vez su mirada, tal vez su propia esencia... Victoria no fue capaz de sentir miedo. Cuando Sheziss bajó la cabeza hasta ella para contemplarla, con curiosidad, la joven comprendió, de pronto, quién era ella. La observó, maravillada, tratando de asimilar lo que había descubierto, esforzándose por encontrarle un sentido al hecho de que aquella serpiente estuviera allí por Jack, y no por Christian.
Sheziss no dijo nada. Siguió mirándola, desde todos los ángulos. Victoria soportó aquel examen con paciencia. Estaba profundamente preocupada por Jack y por Christian, pero no quería precipitarse.
«Así que eres tú la chica unicornio —dijo Sheziss—. Tenía ganas de verte de cerca.»
Victoria respiró hondo.
—Gracias por ayudar a Jack —le dijo con suavidad—. Fuiste tú quien le salvó la vida, ¿verdad?
«Y todavía me pregunto por qué», respondió ella, con un poco de amargura.
—Gracias de todas formas. Me siento en deuda contigo. Sheziss entornó los ojos, pero no dijo nada.
—No voy a preguntarte por qué lo hiciste —prosiguió Victoria—, por qué extraña razón decidiste ayudar a un dragón. Pero necesito saber si estarías dispuesta a hacerlo nuevamente.
«¿Sabiendo lo que sé ahora?» Sheziss sacudió la cabeza.
—Sabes adónde han ido. Los dejaste marchar.
«No había nada que yo pudiera hacer.»
—Puedes llevarme junto a ellos.
Sheziss no respondió. Victoria avanzó un paso hacia ella.
—¿Le salvaste la vida para dejarlo morir ahora?
«Entonces las cosas eran distintas. Entonces había una oportunidad de derrotar a Ashran. Ahora no la hay.»
—La habrá —replicó Victoria suavemente— si yo voy a su encuentro.
«¿Estás segura de eso?»
Victoria vaciló; recordó lo que había visto en sus sueños, y desvió la mirada, temblando.
—No —admitió en voz baja—. Pero no tengo otra salida. Tengo que ir con ellos, cueste lo que cueste.
«Sabes qué es eso lo que quiere Ashran, ¿verdad?»
—Sí, lo sé. Pero ¿qué otra cosa puedo hacer? No puedo darles la espalda. Me necesitan.
«No puedes hacer nada por ellos ahora.»
—Eso no lo sé. Y, de todas formas, ¿qué sentido tendría mi vida si los pierdo?
«Eres el último unicornio del mundo. Tienes mucho por hacer.»
—Precisamente porque soy el último, mi simple existencia no tiene ningún sentido sin ellos. El tiempo de los unicornios ya pasó. Debería haber muerto con todos los otros unicornios, el día de la conjunción astral. Pero sobreviví, y sigo viva ahora que todos los demás han muerto. Lo único que me mantiene con vida es la certeza de que hay alguien más como yo. Otras dos personas que son como yo, aunque sean a la vez tan diferentes de mí.
«Lo sé, chica unicornio. Pero nada de eso me concierne a mí, y menos ahora, que he renunciado a cumplir mi venganza.»
—Pero yo no te estoy hablando de odio, ni de venganza. Te hablo de amor. Si ayudaste a Jack para vengarte de Ashran, si era el odio lo que te movía, y ahora ese odio ya no tiene sentido... ¿le darías una oportunidad al amor?
«Experimenté amor hace mucho tiempo —respondió Sheziss—. Pero llegó, y se acabó.»
Victoria alzó la cabeza para mirarla a los ojos. Percibía la respiración de la enorme serpiente, la leve vibración de su cuerpo anillado, oía con claridad el siseo de su lengua bífida, pero ni siquiera le tembló la voz cuando dijo:
—Sé quién eres.
La serpiente entornó los ojos. «¿Jack te lo ha contado?»
—No —sonrió Victoria—. Lo sé, simplemente. Quiero tanto a Christian que me duele el corazón sólo de pensar en él. No sé si es instinto... pero tienes algo que me recuerda mucho a él. Te habría reconocido entre todos los sheks de Idhún, estoy segura. Sé que eres su madre.
Sheziss se retiró un poco, molesta.
«Lo que salió de mi huevo no se parecía en nada a esa criatura a la que tú llamas Christian», dijo con cierto desprecio.
Victoria cerró los ojos un momento. .
—Los humanos lo odian y lo temen porque es un asesino —dijo a media voz—. Los sheks lo odian y lo desprecian porque su alma está contaminada de humanidad. Pero yo lo amo por ser como es, por ser lo que es. Y sé que, en el fondo de tu corazón, sabes que sigue siendo tu hijo.
Sheziss no respondió. Empezó a hundirse en el agua, lentamente, dando a entender que la conversación había finalizado.
—Jack y Christian —insistió Victoria—. Tienes que apreciar a Jack aunque sólo sea un poco, por encima del odio y del instinto, porque, de lo contrario, no lo habrías traído hasta aquí, no te habrías quedado para cuidar de mí. Y tienes que apreciar a Christian, aunque sólo sea un poco, simplemente porque sigue siendo tu hijo.
«También es el hijo de Ashran y Zeshak —murmuró ella—. Que cuiden ellos de él. »
—Lo matarán —dijo Victoria—. Sabes que lo harán. Jack y Christian siguen vivos, lo sé. Pero no tienen ninguna oportunidad contra Ashran. La única razón por la cual no los han matado aún es que Ashran me está esperando. Si les doy la espalda, si huyo, los estaré condenando a muerte.
»No te pido que luches a mi lado. Tan sólo ayúdame a llegar hasta ellos. Por favor.
Hubo un breve silencio, un silencio que a Victoria le pareció eterno.
«Te llevaré —dijo entonces Sheziss—. Al fin y al cabo, la profecía ha de cumplirse.»
—Sí —asintió Victoria, con suavidad—. La profecía ha de cumplirse.
Sheziss se hundió de nuevo en las oscuras aguas, creando un remolino en la superficie de la alberca. Victoria esperó a que desapareciera por completo, y entonces dio media vuelta y echó a correr escaleras arriba. Fue hasta su habitación para prepararse. Cogió algo de ropa de abrigo, se ajustó el báculo a la espalda y, como una exhalación, volvió a descender hasta la puerta principal. Cuando franqueó la entrada de la Torre de Kazlunn, vio que Sheziss ya la aguardaba fuera. No se detuvo a pensar en que dejaba sola la torre, ni se planteó qué sucedería si ella no regresaba. Tenía que acudir en busca de Jack y de Christian, tenía que luchar en la Torre de Drackwen, no había otra salida.
Cuando la shek se elevó en el aire, batiendo sus poderosas alas, bajo la luz de las lunas, llevando sobre su lomo al último unicornio del mundo, iban en realidad al encuentro de un destino que, como el mecanismo de un reloj, estaba a punto de cumplirse, lenta pero inexorablemente. La pieza que faltaba sobre el tablero iba a ocupar su lugar.
Ni Sheziss ni Victoria, volando en la noche del Triple Plenilunio en dirección a la Torre de Drackwen, ni tampoco Jack y Christian, atrapados bajo el poder de Ashran el Nigromante, fueron conscientes de ello; pero, en algún lugar, lejos de su comprensión y sus sentidos, siete dioses contenían el aliento.
Alexander detuvo su caballo en las lindes del bosque, ante dos dríades que lo miraban con cara de pocos amigos.
—¿Adónde se supone que vas? —le espetó una de ellas, enseñando sus pequeños dientes con gesto feroz.
—Mis compañeros y yo vamos a atacar el campamento de los sheks.
Las hadas estrecharon los ojos y lo observaron, desconfiadas.
—¿Vosotros y quién más?
—Ya lo veremos —sonrió Alexander.
—No se puede salir del bosque sin permiso de Harel.
—Yo no necesito permiso de nadie. Soy el príncipe Alsan de Vanissar. Harel de Awa es mi aliado, no mi superior.
Una de las dríades rechinó los dientes. La otra murmuró:
—He oído hablar de este humano. Es el hombre bestia. Me han dicho que esta noche es muy peligroso. Dejémoslo marchar, y si ha de causar daños, que sea en la parte de las serpientes. La dríade se apartó, de mala gana.
—Informaremos a Harel de esto —le advirtió.
Alexander se mostró conforme; espoleó su caballo y avanzó hacia la última fila de árboles.
Sus compañeros lo siguieron. Eran apenas treinta y cuatro. En la Fortaleza y sus alrededores se habían establecido cerca de doscientas personas, pero la mayoría de ellas había preferido quedarse allí con Denyal, Tanawe y el Archimago.