Una profesión de putas (35 page)

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Authors: David Mamet

Tags: #Ensayo, Referencia

BOOK: Una profesión de putas
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Otra prostituta dobló la esquina, y el camionero inició una nueva descripción de la historia personal, el carácter y los atributos
de ella
. Pronto se les unió una tercera, y el camionero le dedicó el mismo tratamiento. Luego hubo una pausa en la conversación; era mi tumo de hablar. Como no deseaba quedar como un bobo, y sorprendido por su locuacidad (después de todo, estábamos en Canadá), observé en tono más bien incierto: «Parece que sabe usted muchas cosas sobre estas jóvenes.» Me explicó que su esposa dirigía un centro de rehabilitación para prostitutas.

Así que mis ideas sobre los canadienses se mantuvieron intactas; aunque, curiosamente, las prostitutas adolescentes de Vancouver parecen — para un visitante— el rasgo cultural más destacado de esta muy calvinista ciudad. Los taxistas te las señalan, del mismo modo que, en el Chicago de hace un cuarto de siglo, los forasteros eran conducidos por el gueto como atracción turística. Los editoriales de la prensa local continuamente hacen referencia a estas prostitutas y a las leyes propuestas para hacer frente al problema; las calles que rodean nuestro hotel son un laberinto de islas de peatones distribuidas al azar, zonas cerradas al tráfico y desvíos obligatorios, y nos han informado de que se decidió así para desalentar a los clientes en automóvil que solían rondar por la zona. Y la última mañana de Pascua, muchas de las prostitutas aparecieron vestidas como conejitos de Pascua. Esto nos impresionó mucho a todos, ya que, desde un punto de vista profesional, aprobamos cualquier demostración de espíritu, siendo éste también el motivo de que disfrutáramos tanto con el partido de
softball
.

Nosotros y ellos

Patrick Palmer y Don Levy, nuestro publicista, organizaron el partido contra el Arts Club Theatre de Vancouver. Llegamos temprano al parque y comenzamos el calentamiento, y Patrick sacó la carpeta y empezó a tomar notas sobre nuestro nivel de juego, y asignó las posiciones y el tumo de bateadores.

Jim van Wyck, primer ayudante de dirección, había jugado antes con el equipo de granjeros Minnesota Twins, y sin duda hubiera podido ser el capitán, pero resultaba más divertido ver a Patrick de chándal, garrapateando en su carpeta.

Palmer es un hombre taciturno y bastante imponente. Muchos lo encontraban frío y lo tenían por un estirado, hasta que se descubrió que había comenzado su carrera como asistente del equipo técnico, es decir, la persona que se encarga de tener a punto las cafeteras y las provisiones para el personal. En cuanto se supo esto, su consideración mejoró instantáneamente. En el cine en gran medida, y en el teatro por completo, todos empezamos desde abajo.

¡Qué estupendo era ser estadounidense en aquel partido de
softball
! Nos lanzábamos gritos de aliento y abucheábamos las malas jugadas. Técnicos que en el plató apenas eran saludados con una inclinación de cabeza por parte de los actores se lucían con jugadas de fantasía y disfrutaban su momento de fama. El día era perfecto, hacíamos ejercicio, sudábamos, los estábamos aplastando, el sol brillaba sobre las montañas del otro lado del Sound y, lo mejor todo, David Strathaim —que en la película es el doctor Singe, uno de los cirujanos que reviven al Hombre de los Hielos— había traído un pomelo pequeño, del mismo tamaño que la pelota y amorosamente pintado de blanco.

En el momento decisivo de la octava entrada, con una puntuación de 12 a 5 (a favor nuestro), el lanzador arrojó el pomelo en un perfecto tiro lento y el bateador del Arts Club lo recibió con un potente golpe en el que había puesto toda su fuerza. El pomelo estalló en un halo de corteza, jugo y pulpa que aún tengo grabado en la memoria, y la mente del bateador se convirtió en gelatina. Echó a correr hacia la primera base, vaciló, se quedó parpadeando. Los cimientos de su mundo se habían hundido, y durante tres o cuatro segundos él y todo el equipo contrario y sus familiares y seguidores, que ya estaban debidamente impresionados por nuestra exhibición atlética, quedaron reducidos al pasmo y la admiración por nuestros poderes taumatúrgicos. Fue, en resumen, un momento perfecto. El lanzador dijo luego que quizá había sido el único momento perfecto de su vida. Durante la semana siguiente no cesamos de comentarlo en todas las conversaciones a la hora del almuerzo: «¡No sabes lo que te perdiste! Te perdiste el
pomelo
…»

Xenofobia

El partido de
softball
señaló, más o menos, el fin de la filmación. El rodaje aún se prolongó otras tres semanas, pero todos teníamos la sensación de que aquel largo proyecto se hallaba en su recta final.

La gente comenzó a hablar de sus planes para el futuro, de las películas que tenían en perspectiva, de las vacaciones, de regresar a la comodidad del
New York Times
. Comenzamos a intercambiar anécdotas sobre el desagradable carácter de los canadienses.

A un miembro del equipo técnico le hicieron apagar el puro en un salón de billar de Vancouver porque el humo molestaba a los clientes; un actor tuvo que quitarse la gorra de béisbol en el club de
squash
del hotel, porque contravenía las normas de vestimenta. Estos incidentes se comentan y se repiten una y otra vez. Todos estamos de acuerdo en que el acento canadiense parece estar empeorando.

Lo cierto es que, para bien o para mal, los canadienses de Vancouver son de naturaleza plácida. En ellos hay poco o nada de ofensivo. Somos nosotros los que proyectamos nuestra xenofobia sobre ellos. Queremos volver a casa. Tenemos la sensación de que el trabajo está terminado y queremos irnos a casa. Nos hemos pasado cuatro meses alejados de nuestros seres queridos y nuestras posesiones, a temperaturas de 45 grados bajo cero, más allá del Ultimo Puesto Avanzado (como decían Ian y Fred, o, alternativamente, «en el wuup-wuup»). Llevamos meses enteros alimentándonos con comida de hotel en una ciudad cuyos habitantes respetan servilmente el código de circulación, y ya estamos hartos.

(Se me ocurre que los actores —que comprenden con rapidez y se preocupan con facilidad— tienen dos velocidades cuando se trata de hablar sobre su trabajo: 1) «Nunca más volveré a trabajar», y 2) «Voy a quedarme atascado en esta asquerosa película/serie/obra de teatro
para toda la vida
…»)

Orgullo

De cualquier manera, el día anterior al partido de
softball
nos proyectan la copia de trabajo de la primera media hora de la película. La compañía trabaja seis días por semana, de doce a dieciséis horas por día. El sábado por la noche, día doce de mayo, Fred Schepisi, el director, nos anuncia que después de las tomas diarias (el visionado del metraje revelado del día anterior) proyectará la copia de trabajo de la primera media hora de la película; es decir, un montaje provisional, una especie de borrador de la primera media hora.

La compañía queda asombrada e impresionada. A estas alturas del trabajo, la mayoría de los directores se negaría a mostrar una copia de trabajo a alguien que no tuviera derecho contractual a verla. Siempre es peligroso enseñarle a un niño un trabajo a medio terminar, como dice el proverbio, y nunca se sabe cómo las malas lenguas pueden malinterpretar (o interpretar
correctamente
) un producto aún no acabado. Hay muchos directores que no dejan ver a los actores ni siquiera las tomas diarias. Así pues, la compañía en general y los actores en particular aceptan el gesto de Fred como un gran cumplido: al dejarles ver la copia de trabajo está reconociendo, incontrovertiblemente, que
todos ellos
tienen parte en la realización de la película.

Así, al terminar una semana laboral de noventa horas, nos reunimos en un almacén del segundo piso de un edificio en Dominion Bridge (donde se construyó buena parte del Golden Gate) y, cerveza en mano, esperamos que comience la proyección de la copia de trabajo.

En primer lugar vemos las tomas del día anterior. En esa escena, Tim Hutton, Lindsay y el Hombre de los Hielos, John Lone, están en el Vivarium, un enorme terrario que reproduce el ambiente tropical en que había vivido el hombre de Neanderthal, 20.000 años antes.

El Hombre de los Hielos, con quien Tim, el antropólogo, ha trabado amistad y está aprendiendo a comunicarse, se enamora de Lindsay, la doctora, y le hace requerimientos. Tim interviene y el Hombre de los Hielos deduce que Lindsay es la mujer de Tim. Entonces intenta hacer un trato con Tim, y, cuando éste se niega, el Hombre de los Hielos se da cuenta de que está solo. No tiene mujer, está en un mundo extraño y nunca podrá regresar a su hogar.

John Lone representa esta escena en una toma de cuatro minutos. Actúa básicamente en silencio, con uno o dos gruñidos, y su actuación es tan pura que sus intenciones resultan completamente evidentes en cada momento. En vez de representar al Hombre de los Hielos como una especie de gorila gruñidor, vuelca todo su ser en la escena, sin suprimir nada, sin arredrarse ante nada. Vemos cuánto se juega en el intento, y, cuando no consigue hallar compañía en un mundo extraño, su comprensión es
devastadora
.

Al finalizar esta toma se produce un silencio, y luego un cariñoso y
prolongado
aplauso. Estamos orgullosos de él, orgullosos de conocerlo, y es evidente que la película va a «funcionar».

La magia del momento, desde luego, también se debe al gesto de Fred de dejarnos ver la copia de trabajo. Se nos ha permitido apostrofar la película. Es nuestra película, y es una hermosa película.

Siguen las tomas del día con retazos de otras escenas y, durante su proyección, los principales actores se van acercando a John, uno por uno, y lo felicitan. Quienes no han trabajado directamente con él muestran una especie de pasmo reverente: «Madre de Dios, cómo
actúa
este hombre…» John queda muy conmovido y un tanto abrumado.

Todas sus jornadas han comenzado a las cinco de la madrugada con una sesión de maquillaje de varias horas de duración. Se ha pasado entre doce y dieciséis horas diarias maquillado de la cabeza a los pies, ha hecho un trabajo magnífico, y ahora en el almacén reina la idea de que lo que acabamos de ver incorpora lo mejor que hay en nosotros mismos en cuanto Gente del Teatro.

Todos los que hemos tomado parte en la filmación hemos alcanzado una especie de madurez artística. Esta madurez nos impone una
nueva
tarea, que es la de aprender a aceptarnos a nosotros mismos. Ya no hemos de batallar con agentes, productores, lectores de guiones y el
Establishment
Artístico en general. Hemos llegado, o al menos está claro que tenemos abierto el camino. Y lo que vemos ante nosotros es una vida de trabajo duro, condiciones de vida difíciles, poco atractivo y no mucho reposo. Una vida en la que deberemos darnos nosotros mismos las recompensas que nos gustaría disfrutar.

Actualmente el Teatro puede proporcionar, en el mejor de los casos, un medio de vida intermitente. Incluso para los más favorecidos. Podemos añorar los tiempos en que un autor, director o actor podía vivir en Nueva York y trabajar año tras año con un material interesante y disfrutar de seguridad económica. Eso ya no es posible. En consecuencia, el trabajador del teatro se ve dividido: sí, hay una obra en la que me gustaría participar, pero significa pasarse dos meses en Chicago, o en Seattle, ganando un salario mínimo y separado de mi familia. Lo mismo ocurre en el cine. Cada año se producen menos películas. Se ruedan en lugares remotos. Muchas veces se ve uno entre desconocidos, que trabajan juntos sin una historia ni un vocabulario común. Durante el trabajo y después de él, se dedica mucho tiempo a establecer las credenciales y la buena fe…

Hemos retrocedido, en efecto, hasta el siglo XIX, a la época de las compañías ambulantes y los actores de reparto, cuando todo giraba en tomo de la Estrella y el resto de los actores ni siquiera recibía el texto completo, sino sus «partes», las frases que les correspondía decir y las entradas que precedían a estas frases. Nos desplazamos de un lado a otro consumiendo montones de comida china y repitiendo muchas veces: «Pero, comprende, yo te quiero…», o «Pásame el asado; ¡caramba!, han llamado a la puerta.»

Y muchos de nosotros experimentamos el malestar de sentir que de alguna manera nuestra vida se ha perdido, que los dioses nos han castigado concediéndonos lo que solicitábamos en nuestras oraciones. Nunca regresaremos a Kansas, el portero del estudio o del Barrymore Theatre nunca nos saludará al vernos llegar y nos preguntará por los hijos. Tenemos la sensación de estar convirtiéndonos en un extravagante cuerpo diplomático, que nunca vuelve al hogar, que es destinado a otro lugar en cuanto empieza a adaptarse al lugar, que sólo ve a los viejos amigos ocasionalmente, una vez cada lustro o así…

Quizá esto suene un poco melodramático, pero así está la cosa, y tal es el prejuicio de
mi
profesión.

Pero la invitación de Fred para ver la copia de trabajo y la actuación de John en la toma que acabamos de ver nos han cambiado el ánimo, y todos estamos pensando: «Ya sé lo que me falta, el interés por mi trabajo. Por eso me metí en este asunto, para empezar: porque me fascinaba el trabajo.» El operador proyeccionista enciende las luces y comienza a cambiar el rollo. Fred pronuncia el discursito que pronuncian todos los directores (de cine o de teatro) cuando van a mostrar algo que no es el producto completamente acabado: «Lo que van a ver ahora es una copia
de trabajo
, aún no está acabada, le falta la
música
, el
sonido
no es correcto, aún estamos trabajando en el montaje, ténganlo en cuenta, por favor.»

La gente se acerca apresuradamente a las mesas en busca de más galletas, bastoncitos de zanahoria o cerveza, las luces se apagan y empezamos a mirar la película.

La película es hermosa. Está filmada con amor; Ian ha conseguido que hasta los planos de las máquinas parezcan sencillos y elocuentes. Está montada con elegancia y sencillez. Toda la película parece impregnada de una sensación de pérdida: los tonos verdeazulados del enorme bloque de hielo donde se encuentra el Neanderthal. El vestuario de Randy Johnson, que transforma la ropa de trabajo ordinaria de los científicos; gracias a ella, la ropa es muy personal, y eso ayuda a que lo sea la gente.

Estamos viendo una película sobre personas reales. Personas que realizan su trabajo, aisladas en el Norte remoto, y se ven obligadas a depender unas de otras. Estamos viendo una película sobre nosotros mismos.

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