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Authors: Dora Heldt

Vacaciones con papá (19 page)

BOOK: Vacaciones con papá
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Mi padre le sonrió.

—¿Cómo se va a llamar?

Marleen tomó aire y prácticamente chilló:

—¡¿Cómo se va a llamar?! Pues «De Vries». Porque es mi local, lo que por desgracia has olvidado mencionar.

Mi padre se paró a pensar.

—Sí, «De Vries» suena elegante. Es bueno. Pero ¿por qué gritas? La radio está apagada.

Kalli volvió a leer el artículo.

—Bonita foto, Heinz. ¿Te la hizo ayer con esa cámara pequeñita? Mira.

Onno parecía ofendido.

—¿A quiénes se refiere con lo de ayudantes?

Desconcertada, yo seguía mirando fijamente el artículo, en particular el punto en que el juvenil septuagenario le guiñaba el ojo a su bella hija.

—Dime una cosa, ¿qué le contaste al tal Meyer para que escribiera semejantes sandeces?

Mi padre se mostró indignado.

—¿Cómo que sandeces? Es una publicidad estupenda, y encima no nos ha costado nada. Me paso media noche concediendo entrevistas para que Marleen salga gratis en el periódico y vosotros no hacéis más que criticar. La próxima vez hacedlo vosotros.

—¡Heinz! —No había forma de calmar a Marleen, que ya tenía el cuello rojo—. Esto no es publicidad, el artículo no dice más que estupideces. El Meerblick no estaba obsoleto, el bar no se llama así, mi nombre ni siquiera aparece, y… eso ¿por qué, si puede saberse?

Heinz la miró con cara de no haber roto nunca un plato.

—No estábamos seguros de cómo se escribe. Y un nombre mal escrito causa mala impresión. Creímos que estaría bien así. Y, de todas formas, es demasiado tarde. Aunque siempre podemos mandar unas cartas al director. Que también son gratis.

Marleen no podía más. Se dejó caer en la silla que Onno le acercó y se bebió de un trago el aguardiente que Kalli le sirvió. Después miró a mi padre larga e intensamente.

—Da gracias a que tu hija es mi amiga. Pero te lo advierto: la próxima eres hombre muerto. Kalli, necesito otro. Salud.

Mi padre prefirió pasar las dos horas siguientes lijando en silencio. No es que le remordiera la conciencia, parecía satisfecho y silbaba
Ein Freund, ein guter Freund.
De vez en cuando pasaba por delante de la mesa donde seguía el periódico y contemplaba su foto. Por mi parte, di un paso atrás, escruté la pared que acababa de pintar y decidí que estaba perfecta.

—Dorothea, he terminado.

La famosa artista hamburguesa levantó la cabeza.

—Muy bien. Con el otro lado puedes empezar mañana, ya son las cuatro y media.

Me estiré satisfecha.

—Si he terminado, me voy a duchar.

Mi padre soltó la lija.

—Podemos acercarnos un momento a la playa, ¿qué te parece? ¿Nos damos un bañito?

Lo cierto era que yo esperaba poder ver un rato a Johann, que todavía no había anunciado que se iba. Antes de que se me ocurriera una respuesta que darle a mi padre, Marleen entró en el bar. Llevaba a rastras una gran caja de cartón que dejó a los pies de Heinz.

—Ahí hay doce lamparitas para las ventanas que hay que montar.

Mi padre les echó un vistazo y dijo pesaroso:

—Me ocuparé mañana, ahora nos vamos a dar un baño.

—No, amigo mío, de baño nada, ahora mismo armas esas lámparas. —Los ojos de Marleen lanzaban chispas peligrosas—. Y no hay más que hablar.

Mi padre le dedicó una sonrisa irresistible.

—Vente a la playa. Pareces muy cansada, tal vez te vaya bien un chapuzón.

Marleen abrió la boca para decir algo, pero lo pensó mejor.

—¿Qué? ¿Te vienes?

Ella respondió con voz serena:

—A ver, Heinz, monta esas lámparas. Y mantente al margen un momento, ¿quieres? Sólo un momento, así quizá consiga estar esta noche en la misma habitación contigo y con ese escritorzuelo sin que cometa un asesinato. ¿Podemos intentarlo?

Mi padre le dio unas palmaditas en la espalda para apaciguarla.

—Claro, Marleen, si tan importantes son para ti esas lámparas, me pongo con ellas ahora mismo. Y, no te preocupes, después nos vamos a dar un buen paseo y seguro que así te distraes. Ánimo.

Marleen profirió un leve suspiro y salió despacio del lugar. Mi padre la miró con aire pensativo y se volvió hacia mí.

—Esto es absolutamente agotador para una mujer. La pensión, los huéspedes, la reforma, y encima este calor. Menos mal que le estamos echando una mano. ¿No, Kalli?

Él asintió.

—Probablemente tengas razón. Así que vamos a ver las lámparas raras esas. Que se montan.

Los dos echaron un vistazo a la caja mientras yo observaba a Dorothea y a Nils, que apenas podían contenerse.

—Bueno, pues me voy. Que se os dé bien.

No me dijeron nada.

De camino a casa decidí llamar a Johann. Antes de que llegara a marcar el número, el teléfono sonó. En la pantalla apareció un número de Hamburgo. Mi madre parecía abatida.

—¿Qué, Christine? Ya he oído que tenéis mucho trabajo.

—Hola, mamá. —Me senté en el banco que había junto a la puerta de atrás y me encendí un cigarrillo—. ¿Qué tal estás?

—¿Estás fumando? Que no te vea papá, ya sabes lo mucho que le preocupa tu salud. Hoy he hablado dos veces con él por teléfono y parecía muy contento.

—Contento sí está, sí. Pero ¿cómo estás tú?

—Bueno, no muy bien. La pierna me duele, me dan calmantes para que pueda ejercitar la rodilla nueva. No creía que fuera a doler tanto. Pero no se lo cuentes a papá, de lo contrario llamará más.

—No le diré nada. No me ha dicho que te ha estado llamando. Al menos podría decir algo, yo he probado dos veces esta mañana y no estabas en la habitación.

—Ya conoces a tu padre, no es de los que hablan mucho. ¿Se relaciona por lo menos con los demás obreros?

¿Que mi padre no habla mucho? Me quedé sorprendida. Hasta el banco llegaban sus órdenes por la ventana del bar, que se hallaba abierta.

—Se relaciona, sí. No queda más remedio cuando se trabaja tanto.

Mi madre se tranquilizó.

—Me alegro. Pero, escucha, que no cometa excesos, tiene setenta y tres años. Ya no puede hacer trabajos pesados, a menudo no sabe medir sus fuerzas.

—Ya.

—¿Por qué lo dices así? ¿Ya se ha excedido?

—No, mamá. No levanta peso, no pinta, no se acerca a la corriente, le gusta delegar.

—Y ¿qué tal la comida?

—Come.

—¿Por qué eres tan escueta? Si estuviera mal, me lo dirías, ¿no? Es que a veces tu padre es demasiado tímido, siempre quiere hacerlo todo bien, tiene buenas ideas y después no se atreve a ponerlas en práctica.

—No pasa nada, no te preocupes.

Mi madre sonaba escéptica.

—No sé por qué me da que lo dices raro. En cualquier caso, me ha contado que esta noche Kalli invita a una cerveza, por la niña. ¿Adónde van a ir esos dos? ¿Hay algún sitio agradable cerca? A Heinz no le gusta nada la música alta.

Cerré los ojos y vi una conga: papá, Mechthild Weidemann-Zapek, Kalli, Hannelore Klüppersberg, Onno, Gisbert von Meyer, Dorothea, Nils, Gesa y, por último, yo. ¿Qué llevarían puesto las señoras en el Haifischbar, el bar Tiburón?

—Yo también voy. Kalli conoce un sitio pequeño y tranquilo. No sé cómo se llama.

—Pues entonces pasadlo bien. Y procura que tu padre se divierta un poco. No tiene que ir llorando por los rincones sólo porque me hayan puesto una prótesis. Anímalo, antes parecía un poco mustio.

¿Mustio? ¿Tendría remordimientos de conciencia? ¿Nuestro juvenil septuagenario de sonrisa pícara? ¿El caballero encantador con su bella hija? Carraspeé, haciendo un esfuerzo para no reírme.

—De veras, no tienes de qué preocuparte, mamá. Tiene bastantes distracciones, y a mí no me parece nada mustio. Tú ocúpate de tu rodilla y haz el ejercicio que debas, mañana te llamo.

—Vale. Y dales recuerdos a todos. Hasta mañana.

Colgó. Me pregunté cómo conseguía pararle los pies a mi padre día a día y por qué yo siempre llegaba demasiado tarde.

Justo cuando abría la puerta de casa, oí un silbido. Me volví y vi a Johann, que dejaba en el suelo dos bolsas de viaje.

—Qué bien, así puedo despedirme de ti.

Me acerqué a él y me detuve.

—Entonces, ¿has sacado el billete de avión?

—Sí. —Sonrió—. Estoy esperando al taxi, el vuelo sale dentro de tres cuartos de hora. Gracias de nuevo, espero estar de vuelta mañana por la tarde, y me gustaría invitarte a cenar. Pasado mañana a más tardar. ¿De acuerdo?

Asentí.

—De acuerdo. Pero, entonces, ¿por qué te llevas todo el equipaje? Podrías dejarlo aquí.

Me miró confuso.

—El equipaje… Ya, es verdad, supongo que ha sido un acto reflejo. Qué tontería, pero da lo mismo.

La bocina del taxi nos interrumpió. Johann se inclinó y me dio un beso fugaz en la mejilla.

—Bueno, pues hasta pronto. Adiós, que te vaya bien.

—Buen viaje.

Me quedé mirando el taxi y me pregunté por qué tenía esa sensación tan rara.

La tasquita

El Haifischbar era por dentro como su propio nombre sugería: del techo colgaban redes de pesca; en los rincones, mascarones de proa. El sitio estaba repleto de objetos relacionados con el mar, tras la barra el dueño probablemente estuviera pluriempleado de pirata, y de pequeña yo habría tomado a la camarera rubia por una sirena.

Mi padre estaba entusiasmado.

—Menudo establecimiento, mira, mira. Y no es autoservicio. Estupendo. Se ve que Kalli tiene buen gusto cuando se trata de salir. —Fue directo a la camarera con una sonrisa radiante—. Hemos llegado. Mi amigo Kalli ha reservado mesa. Una grande.

Mientras Howard Carpendale cantaba
Ob-la-di, ob-la-da.
.., nos condujeron a la mesa que se hallaba bajo el mascarón que tenía el pecho más voluminoso. Mi padre lo miró con aprobación y después me miró a mí satisfecho.

—Y qué mesa tan buena. Y música alegre. ¿Tú también quieres una cerveza?

Asentí, resignada, y me pregunté cuándo podría largarme sin llamar la atención. Mientras esperábamos a que nos trajeran la cerveza y al resto, mi padre escudriñó el mobiliario con interés.

—Dorothea debería tomar nota, esto podría darnos algunas ideas, me gusta muchísimo.

—Papá, creo que sería mejor que no te metieras en lo que Marleen tiene pensado para su bar.

—¿Por qué? —Estaba asombrado—. Hija, yo soy uno de los posibles clientes, estoy de visita en Norderney. Y me gustan las redes de pesca. —Miró hacia arriba—. ¿De dónde habrán sacado esos mascarones?

—El De Vries va a ser un bar con
lounge
, no una taberna de puerto.


¡Lounge!
Vosotras siempre dándooslas de finolis. Creía que queríamos ganar dinero.

—Marleen quiere ganar dinero, papá, no nosotros. Así que no te metas. Ahí viene.

Marleen se detuvo en la puerta hasta que nos vio y después se acercó a la mesa.

—Hola —se sentó a mi lado en el banco—, Onno y Kalli vienen ahora mismo, yo he llegado antes porque he venido en bici.

—Dime, Marleen —mi padre se inclinó sobre la mesa—, ¿qué opinas de esas redes del techo?

Ella levantó la cabeza y lo miró con recelo.

—¿Por qué? ¿Ya has pedido unas cuantas?

Mi padre se retrepó en su asiento, indignado.

—Como si me inmiscuyera yo en tus planes. Pues claro que no. Sólo quería saber qué te parecen. Me interesa.

Ella clavó la vista en el techo.

—No me gustan.

—Lástima. —Mi padre se puso a repartir posavasos—. Le habría dado un toque al conjunto, a mí… —Vio mi mirada amenazadora—. Bueno, vale. Hombre, ahí viene nuestro flamante abuelo con el ayudante. —Se levantó y les hizo una seña—. Kalli, Onno, estamos aquí.

Onno se había vestido para la ocasión, llevaba una chaqueta azul marino, una camisa roja y una corbata azul. Kalli también se había puesto de punta en blanco, con un traje marrón y una camisa blanca.

—Pues tenías razón, la chaqueta de punto habría estado fuera de tono —me susurró mi padre.

Sobre todo porque la chaqueta en cuestión era verde y azul y mi padre pensaba lucirla con una camiseta amarilla de propaganda en la que se leía «Amigos del deporte». Lo impedí en el último momento. Mi madre se habría sentido satisfecha. Cuando los dos llegaron a la mesa, mi padre se sentó de nuevo.

—Amigos, ya veo que también os habéis emperejilado. Muy elegantes. —Se quitó una mota invisible de su americana gris y se alisó la camisa de rayas—. A mi juicio, hay que vestir acorde a la ocasión. Y un nuevo nieto es algo muy especial. ¿Dónde están las bebidas? Escuchad: Daliah Lavi, siempre me ha gustado mucho.

La idolatrada cantaba con voz aguardentosa «
O-ho-ho-ho, wann kommst du
», «Ay, ay, ay, cuándo vas a venir», cuando la señora Weidemann-Zapek y la señora Klüppersberg entraron en el Haifischbar. No pude evitar cantar «Ay, ay, ay, ahí están», lo que me granjeó una mirada de desaprobación de mi padre.

—Mira que no tener nada de voz, y eso que la melodía es sencilla. Kalli, han llegado tus invitadas.

Marleen y yo esbozamos una sonrisilla tonta, el ataque de risa estaba al caer.

Hannelore Klüppersberg también se había vestido para la ocasión: llevaba un vestido marinero de rayas azules y blancas con una raja en la rodilla y un cuello enorme. Su amiga Mechthild Weidemann-Zapek vestía de satén azul petróleo con pequeñas mariposas de lentejuelas que revoloteaban en torno al escote. Naturalmente también llevaba mariposas en el pelo.

La camarera rubia se detuvo breve pero respetuosamente ante ellas, Onno se las quedó mirando como si fuesen una aparición, mi padre se mostró imperturbable y Kalli se inclinó hacia mí y observó en voz queda:

—Invitarlas fue un error, ¿sabes? Espero que no se lo cuentes a Hanna. Me resultaría incómodo.

Pese a todo, fue hacia las señoras guardando las formas, las saludó con una reverencia y las condujo hasta nuestra mesa.

Marleen le dio un codazo a Onno.

—Se te van los ojos, amigo mío.

El aludido se sonrojó.

—Perdón, pero ¿qué es eso?

Kalli señaló dos sillas, y la señora Weidemann-Zapek y la señora Klüppersberg se sentaron ceremoniosamente.

—Esto es muy singular. —La señora Klüppersberg apuntó a la red de pesca del techo y, acto seguido, al ver a la señora con los senos al aire sobre su cabeza, lanzó un gritito de júbilo—. Uy, Mechthild, mira.

—Creo que las señoras conocen a todo el mundo, ¿no? —preguntó Kalli—. ¿O hace falta que las presente?

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