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Authors: Dora Heldt

Vacaciones con papá (21 page)

BOOK: Vacaciones con papá
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Noté que Marleen me miraba de reojo. Veía demasiadas pelis policíacas, probablemente por eso siempre desconfiara de todo. Antes de que se lo preguntara ella, me adelanté:

—Y ¿qué aspecto tiene?

Mi interés enardeció a Gisbert von Meyer. Se sacó una libreta del bolso de caballero que llevaba y comenzó a hojearla.

—Sí, existe una descripción precisa. Cuarenta y tantos años, aproximadamente metro ochenta, complexión normal, ojos marrones, cabello abundante. Y se muestra absolutamente encantador.

—Hay millones de hombres así —me tranquilicé, evitando mirar a Marleen.

Ella quiso saber más:

—Y ¿cómo se dio a la fuga?

GvM pasó más hojas.

—Hace una semana se hospedaba en un hotel de Emden en el que engatusó a una esteticista que trabaja allí. Ella desconfió cuando lo vio dos veces tomando café con señoras mayores en la ciudad. Él le había dicho que era la primera vez que estaba en Emden y que no conocía a nadie. Y, aunque la muchacha estaba muy enamorada, le pidió explicaciones, él lo negó todo y de pronto tenía que marcharse, al parecer por compromisos laborales. Naturalmente no volvió. Luego la esteticista habló con las señoras y lo denunciaron.

De repente me acaloré, el aire era sofocante, me habría gustado fumar.

Onno había estado escuchando con atención.

—Y ¿qué se puede ganar con eso?

Gisbert también lo había anotado.

—A las cuatro señoras que presentaron denuncias les fue estafado un total de cinco mil euros. Pero la policía cree que no son las únicas, lo que ocurre es que a la mayoría les resulta muy embarazoso.

Onno cabeceó, desconcertado.

—Y yo instalo cables por veinte euros la hora. Di, Heinz, ¿tú crees que aún podemos dedicarnos a eso?

Gisbert lo reprendió con la mirada.

—Y a eso hay que añadir que nunca paga las facturas del hotel.

Proferí un suspiro de alivio: Johann había pagado. Aunque fuera con mi dinero.

De pronto, Marleen se levantó.

—Bueno, pues informados estamos. Debo irme, todavía tengo que hacer caja. Gracias por la cerveza, Kalli. Hasta mañana, buenas noches.

Antes de irse, me puso la mano un instante en el hombro.

Mi padre la siguió con la mirada hasta que la puerta se hubo cerrado y después se volvió hacia nosotros, con la voz teñida de nerviosismo.

—No quería decir nada estando ella delante, siempre se porta igual con sus huéspedes, pero ese hombre me dio mala espina en el acto, Kalli, ¿cómo se llama, el que miraba mal?

Kalli no tenía ni idea, pero Weidemann-Zapek y Klüppersberg respondieron a coro:

—Thiess.

Yo cada vez tenía más calor. Mi padre dio un puñetazo en la mesa.

—Thiess, eso. Tenía algo raro. Y se arrimó a Christine de buenas a primeras. Y eso no deja lugar a dudas.

—¿Qué? —Gisbert había vuelto a levantarse y me miraba fijamente.

—Qué va, no se me arrimó. Estuvimos charlando una vez en el jardín. —Lo dije con tan poca voz que ni yo misma me lo habría creído.

Ahora Hannelore Klüppersberg también estaba nerviosa.

—Pero nos invitó a tomar café. En el Marienhöhe. Nos lo encontramos en el paseo marítimo y nos invitó sin pensárselo.

—No te lo he dicho, Hannelore, no quería preocuparte, pero tenía la sensación de que nos observaba —añadió Mechthild.

—No. —Espantada, Hannelore se tapó la boca con la mano—. Mechthild.

Mi padre parecía el detective Derrick.

—Por favor, los indicios son claros.

Gesa apoyó el mentón en el puño.

—Y ¿le han prestado dinero?

Todos esperaban la respuesta con interés. Hannelore negó con la cabeza.

—No lo pidió.

Gisbert estaba decepcionado.

—Mechthild, ¿a usted tampoco?

—No, por desgracia.

Gesa cogió unos cacahuetes de un cuenco y se los metió en la boca.

—Menudos indicios.

—Gesa —replicó mi padre con aire aleccionador—, primero establece contacto. Un delincuente así no entra de rondón. Primero engatusa a su víctima. Se gana su confianza y luego la despluma. Así de sencillo.

—Parece que hablas con conocimiento de causa. —Onno ladeó la cabeza—. ¿Cómo es que sabes eso? ¿No serás tú el tipo? ¿Dónde estuviste la semana pasada?

Mechthild soltó una risita.

—Ay, Heinz, a usted le prestaría yo dinero sin vacilar.

—Responde, Heinz. —A Onno cada vez le gustaba más la historia—. ¿A cuánto te llega la pensión con estos extras?

Mi padre desechó la observación con un gesto impaciente.

—No seáis bobos. Ateneos a los hechos.

Al rostro de Onno asomó una sonrisa torcida.

—Si me estoy ateniendo. —Estaba algo achispado.

Gisbert von Meyer tamborileaba con los dedos en la mesa.

—Heinz, si tienes pruebas, deberíamos seguirlas. ¿Tuviste ocasión de observarlo? Haz memoria, por favor, cualquier cosa puede ser importante.

Mi padre se sintió sumamente importante en el acto, amusgó los ojos y se paró a pensar. La salvación vino de boca de Gesa.

—Estáis equivocados. El señor Thiess no es un cazafortunas. Además, se ha marchado esta mañana. Y lo ha pagado todo. En efectivo, dicho sea de paso.

—Eso no significa nada. Puede que se diera cuenta de que yo empezaba a recelar. —Mi padre no se daba por vencido.

Gesa lo miró con impaciencia.

—Ya os podéis ir buscando a otro sospechoso. Se ha ido porque tenía un compromiso urgente, volverá mañana o pasado. Lo mejor será que le preguntéis si es un delincuente.

—Un compromiso urgente… —Gisbert tomaba notas—. Eso mismo dijo en Emden. Y tal vez vuelva para dar el golpe. Por lo visto, hasta el momento aún no le ha dado el sablazo a ninguna de sus víctimas.

Era tal mi esfuerzo por poner cara de no saber nada que me entró dolor de cabeza. Gisbert no me perdía de vista.

—Christine, estás muy pálida. Espero no haberte metido el miedo en el cuerpo. No tienes por qué preocuparte, haré cuanto esté en mi mano para echarle el guante a ese timador.

—Claro. —Intenté sonreír y pellizqué a Gesa en el muslo—. Sólo me duele un poco la cabeza, probablemente de la pintura, creo que me voy. Tú también te ibas, ¿no, Gesa?

—Sí, sí —se frotó la pierna y se levantó—, podemos irnos juntas. Hasta mañana, y que se dé bien la lucha contra la delincuencia.

—Os acompaño —se ofreció Gisbert al tiempo que hacía ademán de levantarse.

—No te muevas. —Mi padre me pasó el bolso—. Ellas son dos y el delincuente se ha ido hoy. Pensemos en lo que vamos a hacer. Buenas noches, hija, hasta luego. Adiós, Gesa.

Una vez fuera respiré profundamente. Gesa, risueña, me dio un golpecito.

—Ese escritorzuelo está colado por ti.

—Anda, calla, me saca de quicio.

—Bueno, ahora por lo menos estará ocupado con la caza del chulo. —Gesa soltó una risita—. Pobre señor Thiess. Y eso que es supermajo. Y muy guapo.

Ése precisamente era mi problema. Procuré fingir indiferencia.

—Creo que ése es un requisito del cazafortunas. Además, Thiess es demasiado mayor para ti.

—Yo no quiero casarme con él. —Gesa se detuvo y se puso a buscar el tabaco—. Pero Thiess no va en busca de viejas ricas que viajan solas. Me preguntó por Marleen, creo que se interesa por ella.

—Y ¿qué quería saber?

—Cuántos años tiene y si conozco a su novio.

—¿Y?

—¿Cómo que y? Ya sabes cuántos años tiene, cincuenta. Y al novio no lo conozco. Por cierto, ¿tiene? ¿Tú lo conoces?

El alma se me partió.

—No. ¿Tú sabes lo que ha venido a hacer aquí el señor Thiess?

Gesa se encogió de hombros.

—No exactamente. Le pregunté por qué sacaba fotos de todo y me dijo que ése era su trabajo. Puede que sea fotógrafo y el año que viene la pensión salga en un calendario. Sería una publicidad estupenda.

¿Su trabajo? ¡Pero si trabajaba en un banco! No quería preguntar más, continuamos en silencio hasta llegar a casa de Gesa.

—Bueno, pues buenas noches, Christine. Nos vemos mañana en el jardín. Ah, por cierto, si fuese un cazafortunas, no le diría a nadie dónde está, ¿no?

—Probablemente no. ¿Por qué?

Gesa abrió la puerta de su casa.

—Porque en la pensión recibió por lo menos cuatro llamadas de una mujer. Dijo que él tenía el móvil apagado y me pidió que le dijera que la llamara. Una voz muy bonita.

—Ajá.

Con la puerta ya abierta, Gesa se volvió.

—Creo que era su mujer. Dijo que llamara a Cuqui, así no se apellida nadie. Lo que no entiendo es qué quiere de Marleen. Da lo mismo, pero desde luego Thiess no es un cazafortunas. Lo dicho, buenas noches.

—Buenas noches, Gesa.

Fui andando hacia la casa despacio. Sin dar la luz, salí a tientas a la terraza. Me senté en un escalón a contemplar las estrellas y me pregunté en qué lío me había metido.

Gaviota, vuelas a casa

A la mañana siguiente me despertaron los canturreos a voz en grito de mi padre.

—¡Y el sol siempre, siempre sale…!

Me tapé la cabeza con la almohada, pero a pesar de todo un minuto después oí sonar el teléfono. Una vez, dos veces, después la voz de Dorothea desde el baño:

—Heinz, ¿estás sordo?

—Nananana… —Cogieron el teléfono—. Buenos días, aquí el Haifischbar. Ah, hola, pensé que sería Kalli. ¿Qué, mi vida?, ¿qué tal va la rodilla?

Tiré la almohada al suelo y agucé el oído.

—Me alegro mucho. Ya lo ves, como yo siempre digo, la práctica hace al maestro. ¿Todavía te duele?

Mientras mi madre hablaba, mi padre ponía cara de circunstancias. Ajá, ella le estaba dando los detalles.

—¿En serio?… ¿Moratones en el muslo?… ¿Por el vendaje? Pues dilo. ¿Quieres que demandemos a la clínica?

De nuevo, un momento de silencio.

—¿De verdad que no? Eso lo tienes que decidir tú… ¿Y no te duele?… ¿Es sólo que no tiene buena pinta? Bueno, de todas formas tú ya no llevas minifaldas. —Soltó una risita—. Entonces me quedo tranquilo. ¿Aquí?… Nada, aquí todo va bien… No, nos entendemos todos a las mil maravillas. Creo que Marleen está algo saturada, pero es que éste no es trabajo para una mujer, digas lo que digas. No sé qué habría hecho sin nosotros. Creo que está muy contenta de que Kalli y yo pongamos orden. ¿Quién?… ¿Dorothea?

Bajó la voz y yo me incorporé para oír mejor.

—Sinceramente, controlar a estas chicas es misión imposible. Tenemos a un interiorista, a mí me parece un poco absurdo, vamos, que si Marleen nos lo hubiera dicho a tiempo, con unos cuantos planos indicando dónde va cada cosa, nos habríamos encargado Kalli y yo. Kalli antes dibujaba muy bien, ¿sabes?… Bueno, pues el interiorista ese es uno de esos artistas melenudos, y con ésos nunca se sabe. Y ¿qué es lo que pasa? Que Dorothea se pone a rondarlo, o él a ella, no sabemos muy bien cómo empezó la cosa.

Me imaginé lo que respondía mi madre. Muy desencaminada no iba.

—No me estoy metiendo, tú siempre pensando lo mismo de mí. No, la he dejado hacer, pero ha pasado dos noches fuera de casa. Y de algún modo yo soy responsable. Pero anoche lo aclaramos.

Mi madre debió de enfadarse.

—Bobadas, que te digo que no soy así… Ya sé la edad que tiene… No, no, llamamos a Carsten Jensen desde el bar, es el padre del tal Nils, el melenudo, Kalli lo conoce y lo invitó a tomar una cerveza. Para brindar por la niña, ya sabes, todo muy discreto.

Pobre Dorothea, casi me remordía la conciencia por haberla dejado sola con los carrozas.

—Un tipo estupendo, ese Carsten… No, Dorothea y Nils ya se habían ido, claro, a ver si te crees que no tenemos tacto. Pero nos informamos sobre el hijo de Carsten. Y parece que no hay ningún problema, aunque a los padres también les dio muchos disgustos. Se hizo pis hasta casi los seis años, y en la pubertad se llenó de granos.

Pobre Nils. A partir de ahora, mi padre insistiría en que fuera al servicio con tiempo.

—Pero ahora todo va bien. Y a Dorothea puede mantenerla, Carsten sabía exactamente lo que gana su hijo. También nos va a echar una mano… ¿Quién?… Pues Carsten Jensen, claro, dentro de tres días es la inauguración.

Genial, ahora los tres magníficos de la obra eran cuatro. Me senté en el borde de la cama y me puse los calcetines. La conversación probablemente tocara a su fin, mi padre estaría recibiendo instrucciones de mi madre, a juzgar por las breves respuestas de él. Me levanté para ir al baño, pero me paré justo a tiempo en la puerta.

—Uy, pero si esto aún no te lo he contado. Imagínate, hemos logrado impedir que Christine fuera víctima de un cazafortunas. Bueno, a mí el asunto me olió mal desde el principio… Sí, exacto, el tipo del que te hablé, el de la mirada penetrante… ¿Qué?… Bueno, pues que miraba mal, qué más dará… ¿Que cómo lo sé? Mi nuevo amigo Gisbert, el del periódico, lo sabe de primera mano. Ese tunante se arrima a señoras entradas en años por medio del personal de los hoteles y las despluma como a los patos en Navidad. También lo intentó aquí… No, no llegó hasta las señoras mayores, sólo se acercó a Christine, ahí es cuando recelé yo. ¿Cómo dices?… Pues claro que él se dio cuenta, pagó y se marchó… Sí, pagó, pero a saber con el dinero de quién… Aun así, es una huida… No te preocupes, yo estoy alerta, no se atreverá a volver por aquí. Para él, Norderney es tierra quemada… Pues claro que estoy seguro, anoche llamamos a un amigo de Gisbert que vive en Bremen y lo mandamos a la dirección del tal Thiess. Y, agárrate, que vienen curvas: ¡en la casa no hay ningún Johann Thiess!

Cogí aire. Suponiendo que Gisbert von Meyer tuviera un amigo, que además viviera en Bremen, ¿por qué demonios iba a ir a mirar en mitad de la noche placas de desconocidos? Era absurdo. Yo había salido a mi madre.

—¿Por qué? Qué sé yo, probablemente le deba algún favor a Gisbert. Y, además, sólo vive a dos calles… ¿Cómo sabíamos cuál era la dirección? Bueno, rellenó un formulario de inscripción… No, Marleen tiene una fotocopiadora.

Veía a mi padre desde la puerta, estaba de espaldas a mí. Ahora agachaba la cabeza.

—¿Por qué te pones así? Un formulario de ésos no es como un expediente de la Stasi, se puede fotocopiar. Y ¿por qué no?… Eres tan crédula como tu hija… Si fuera inocente, no tendría por qué haber huido… No, eso todavía no lo hemos hecho. Hoy a mediodía redactaremos un pequeño informe para la policía, tal vez Dorothea pueda hacer un dibujo del delincuente. Sí, es muy buena idea, así que…

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