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Authors: Dora Heldt

Vacaciones con papá (20 page)

BOOK: Vacaciones con papá
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La señora Weidemann-Zapek ladeó la refulgente cabeza.

—Prácticamente vivimos todos juntos, pero todavía no sabemos cómo se llama cada cual. Propongo que nos llamemos por el nombre de pila, así será más íntimo. Yo me llamo Mechthild y mi amiga responde al bonito nombre de Hannelore.

—Eso está bien. —Mi padre levantó su vaso de cerveza—. De todas formas, nunca recuerdo esos absurdos nombres compuestos. Bueno, pues yo soy Heinz y ésta es mi hija Christine.

Mechthild Weidemann-Zapek lo miró fascinada.

—Heinz, preséntenos a sus amigos.

—Claro, a mi lado están Onno, Kalli y Marleen, y dentro de nada vendrán Dorothea y Nils. ¿Y bien?, ¿qué desean beber las señoras?

De fondo Roland Kaiser cantaba con brío su éxito
Sieben Fässer Wein
, «Siete toneles de vino». Yo tragué saliva, sería una noche dura.

Las señoras se decidieron por una botellita de vino, y justo entonces entraron Dorothea y Nils. Kalli los llamó.

—Ya estáis aquí. Dorothea, ¿te apetece un vino del Mosela?

Ella negó con la cabeza.

—No, nada. Me tomaré una cerveza.

—¿Nils?

—Yo también, gracias.

Mechthild escrutó a Dorothea con escepticismo, y mi padre la tranquilizó:

—Dorothea es artista.

—Ah… —Mechthild no pareció tranquilizarse mucho—. Me resulta un tanto chabacano ver beber cerveza a las mujeres.

Dorothea clavó la vista en ella, estupefacta. Onno asintió, y Marleen le hincó el codo en el costado al tiempo que lo fulminaba con la mirada y le decía a la camarera:

—Yo también tomaré cerveza. ¿Y tú, Christine?

—También. —Sonreí con dulzura a la señora Weidemann-Zapek—. Una grande, por favor.

Ella, en lugar de decir nada, se volvió hacia mi padre y apoyó la anillada mano en la de él.

—Hoy he visto su foto en el periódico. No sabía que era usted quien se ocupaba de todo.

A Marleen le entró un ataque de tos, y yo observé a mi padre, que se quedó alelado y retiró la mano de prisa para rascarse la barbilla.

—Bueno, ya se sabe que los medios siempre lo exageran todo. Yo sólo soy uno más del equipo. —Esbozó una sonrisa modesta y yo me paré a pensar si a Mechthild le pedirían a menudo la mano.

Cuando llegaron las bebidas, Kalli insistió en abrir él la botella de vino. Hannelore palmoteó cuando le llenó la copa.

—Lo hace estupendamente, Kalli. Brindemos por usted, ¡chinchín!

—Creo que deberíamos brindar por la nieta de Kalli —se oyó decir a Onno.

—Sí. —Kalli miró orgulloso a los presentes—. Brindemos por mi nueva nieta, por Anna-Lena. Salud.

Hannelore Klüppersberg levantó nuevamente la copa.

—Y por su encantador abuelo.

—¿Encantador? En fin. —Onno puso cara de escepticismo, pero aun así bebió.

Mechthild Weidemann-Zapek echó un vistazo a su alrededor con interés.

—Christine, dijo usted que éste era un salón de baile, pero no veo la pista. ¿Es que hay otra sala?

Levanté las manos.

—No conocía el Haifischbar, lo siento. Por lo visto aquí no se baila. Sólo se bebe.

Mi padre asintió.

—La verdad es que no tiene pinta de salón de baile. Pero no importa. Tengo mal la cadera, ¿sabe? Así que de todas formas no puedo bailar.

Por suerte mi padre no supo interpretar la risita y el guiño que me dedicó Mechthild. Decidí pasarlos por alto. Hannelore se dirigió a Onno:

—Usted es de la isla. ¿Adónde suele ir a bailar?

Él se estremeció.

—Yo no bailo, tendrá que buscarse a otro. Yo sólo juego a las cartas.

—Hablando de otro —Mechthild se volvió bruscamente hacia Marleen, haciendo que una de las mariposas del pelo fuera a parar a su copa—, antes he visto a ese atractivo joven con el equipaje, el señor Thiess, ¿ya se ha ido?

Marleen seguía los círculos del animalito de lentejuelas en la copa.

—Sí, ¿por qué?

—¿Ah, sí? —Mi padre me miró. Yo me concentraba en secar las gotas de agua del vaso.

La señora Weidemann-Zapek insistió:

—Pues pensaba quedarse una semana. Nos lo dijo anteayer, estuvimos tomando una tacita de café con él en el centro. ¿Ha pasado algo?

Marleen parecía indiferente.

—No se lo pregunté. Tampoco es asunto de nadie. Puede que no le gustara esto.

Mi padre se indignó en el acto.

—¿¡Cómo!? Pero si Norderney es precioso. Las playas, la ciudad, y este tiempo tan bueno. La verdad, no sé qué más quiere. Menudo mentecato.

Yo estaba a punto de salir en defensa de Johann y explicarlo todo, pero antes de que pudiera abrir la boca se abrió la puerta del local e irrumpió Gisbert von Meyer. Solté un «ay» y mi padre se levantó con una sonrisa radiante.

—Aquí está. Ven a sentarte con nosotros. —Se dirigió a las señoras—: Si me lo permiten, haré las presentaciones: la señora Weidemann-Zapek, la señora Klüppersberg. Las señoras se hospedan en la pensión. El señor Von Meyer, periodista.

GvM les dio la mano e hizo una reverencia briosa.

—Tanto gusto. ¿Me permiten preguntar cuál es su hermoso lugar de procedencia?

—Münster-Hiltrup. —Hannelore añadió una caída de ojos—. Somos empresarias de Münster-Hiltrup.

—¿Empresarias?

Eso era una novedad para mi padre. Y para mí.

—Pues sí. —Mechthild Weidemann-Zapek notó el interés que había suscitado—. Regentamos una tienda de labores de punto.

Eso lo explicaba todo. Tuve que ir corriendo al servicio.

Una vez allí, aproveché para echar un vistazo al móvil. Tenía un mensaje: «Ya estoy en casa, espero que todo se aclare de prisa para que volvamos a vernos pronto. Johann.»

Me lavé las manos satisfecha.

Cuando volví a la mesa, el nivel de ruido había aumentado. Hannelore Klüppersberg describía sus impresiones de Norderney, Mechthild la interrumpía una y otra vez y Gisbert tomaba notas como un loco en un posavasos. Por lo visto se estaba gestando el artículo del día siguiente de nuestro columnista estrella. Ya podía ver los titulares: «A punto en el litoral» o «Münster se mueve» o «Tendiendo redes».

Gisbert malinterpretó mi risa contenida y me dedicó una sonrisa lánguida. Me apresuré a sentarme de modo que no tuviera que verlo todo el rato, pero él levantó un tanto el pequeño trasero y se echó hacia adelante.

—Christine, ¿ya has estado en el faro? Hannelore y Mechthild se quedaron fascinadas con las vistas. Lo acaban de contar. Merece la pena, de verdad.

Procuré no ser desabrida.

—No.

—¿Cómo dices?

—No —repetí más alto—, no, todavía no he estado en el faro.

Le daría un calambre en el muslo si no cambiaba de postura.

—Estupendo, entonces te paso a buscar mañana por la tarde. El faro se puede visitar de cuatro a cinco. Es muy romántico.

Ahora sí que no podía rehuir su mirada.

—Muchas gracias, es muy amable por tu parte, pero me dan pánico las alturas. Mejor llévate a Heinz.

—¿Desde cuándo te dan…?

Le di un pisotón a mi padre, que me miró enfadado.

—Ay, me has…

Le acaricié la mano para consolarlo.

—Perdona, creía que era la pata de la mesa. Tú aún no has ido al faro, puedes aceptar la invitación, ya que Gisbert se ha ofrecido tan amablemente.

—Claro —asintió mi padre mirando al periodista—. En ese caso subiremos mañana.

Gisbert sonrió débilmente, se sentó de nuevo y torció el morro.

—Y dígame, Gisbert —Mechthild Weidemann-Zapek parecía no haberse enterado del descalabro que acababa de sufrir el periodista—, la suya debe de ser una profesión de lo más emocionante. No sé mucho al respecto. ¿Tiene que escribir sobre toda clase de temas?

GvM volvió a ser el mismo en un santiamén.

—No tengo que hacerlo, señora, sé hacerlo. La mayoría de mis colegas tienen gustos y manías. Algunos artículos les salen bien; otros, fatal. Mis intereses, por el contrario, son muy variados, de manera que nada se me atraviesa, por así decirlo. Turismo, deportes, política, personajes de relieve, trato todos los temas.

Alzó la vista para ver el efecto que habían causado sus palabras: Onno bostezaba, Marleen cuchicheaba con Kalli y, en cambio, Hannelore y Mechthild parecían dos adolescentes a las que se les hubiera dado permiso para ir al concierto de Tokio Hotel.

—¿Personajes de relieve también? Entonces ¡habrá conocido a todo el mundo! —exclamó Hannelore con nerviosismo—. ¿Hay muchas estrellas en la isla?

Gisbert miró descaradamente a su alrededor y bajó la voz de pito:

—Quieren que no las molesten, por eso vienen a Norderney. Compréndanlo, señoras, pero mi ética laboral me exige que salvaguarde la esfera privada de la gente rica y guapa.

La desilusión se reflejó en el rostro de las señoras.

—Y ¿qué hay de los deportes? —A mi padre la gente rica y guapa siempre le había dado igual.

Gisbert parecía desenvuelto.

—Toda clase.

—¿Cómo que toda clase? ¿Qué deportes hay aquí?

—Mi querido Heinz, escribo artículos sobre surf, sobre los campeonatos de salto de altura, sobre fútbol naturalmente…

—¿Y sobre qué partidos?

—Por ejemplo, siempre escribo con detenimiento sobre los entrenamientos de los equipos de primera en Norderney.

—Y ¿qué equipos entrenan aquí?

Gisbert estiró el cuerpecillo.

—El Werder Bremen.

Mi padre hizo un gesto desdeñoso.

—Bah, el Werder… ¿qué más?

Mechthild Weidemann-Zapek había recobrado la serenidad.

—¿No nos puede dar un nombre, sólo uno? ¿Un actor o un cantante?

Kalli se echó hacia adelante y les indicó que se aproximaran. Las dos señoras estiraron el cuello muertas de curiosidad.

—Per Mertesacker.

Ambas se miraron, y Hannelore contestó en voz queda:

—Ah.

Marleen me dijo al oído:

—Ni idea. ¿Dónde actúa? ¿En qué película sale?

—Es defensa. Del Werder Bremen —repuse entre susurros.

—Gisbert, le aseguro que nosotras nunca somos pesadas —dijo de pronto la cazafamosos Weidemann-Zapek—. Podría habernos dado algunos nombres tranquilamente, al fin y al cabo sabemos de sobra lo importante que es la vida privada de las estrellas. En Münster-Hiltrup nos conoce prácticamente todo el mundo, ¿sabe? Y a veces no es fácil y…

Gisbert se animó y se inclinó.

—Sean Connery —dijo con voz vibrante.

—¿Qué?

—Sean Connery, pero chsss…

Las señoras estaban a punto de desmayarse.

—¿Qué más, aparte del Werder Bremen? —A mi padre los personajes le seguían dando igual.

Kalli intervino:

—Con ése basta.

Heinz lo miró de reojo, enervado, y acto seguido miró a Gisbert von Meyer, que se revolvía en su silla.

—Bueno, el deporte no lo es todo. También escribo sobre criminología, por ejemplo.

—¿Sobre qué?

—Pues delitos, asesinatos y homicidios, estafas y traiciones, extorsionadores, ganchos, timadores. También hay que hablar de eso.

—Sean Bond, eh… ¿Sean Connery? Y ¿dónde vive aquí? —Hannelore tenía el cuello rojo.

Gisbert la miró con severidad.

—Chsss.

—Como si aquí hubiera muchos asesinos. —Onno cogió su vaso de cerveza—. ¿No, Kalli? ¿Tú conoces a alguno?

Kalli cabeceó.

—A ninguno. Esto no es lo que se dice un nido de delincuentes. Con suerte, alguien da un tirón o roba una tienda. Por lo demás, no pasa gran cosa.

Llegó el gran momento de Gisbert von Meyer, que comenzó a agitar las manos con nerviosismo.

—Eso es lo que vosotros os pensáis. ¿Sabéis dónde he estado hoy?

Encogimiento de hombros colectivo.

—En Emden, en una rueda de prensa de la policía.

Kalli todavía no estaba convencido.

—Sí, ¿y? Nosotros no tenemos nada que ver con ese sitio.

—Error. —La respuesta de Gisbert fue demoledora—. En dos palabras: cazafortunas fugitivo. Se le supone en la isla. —Miró a todo el mundo con aire triunfal, si bien fue interrumpido en tan retórico clímax por la llegada de Gesa.

—Buenas noches, siento llegar tarde, pero es que he ido a ver a mi hermana, que tiene el pie malo. ¿Me he perdido algo? Qué caras más raras.

Onno le puso una mano en el hombro.

—¿Te has cruzado con un cazafortunas por el camino?

—Y ¿cómo reconozco yo a un cazafortunas? —replicó Gesa, confusa.

—Te promete que se va a casar contigo y no lo hace —le expliqué yo.

—No. —Gesa se bajó la cremallera de la cazadora—. Hoy nadie ha querido casarse conmigo. A no ser que… Heinz, ¿qué tal si tú y yo…?

Gisbert dio un manotazo sobre la mesa.

—No os lo tomáis en serio. La rueda de prensa duró más de dos horas, y eso la policía no lo haría si el tipo no constituyera una amenaza seria.

Kalli se retrepó en su asiento, distendido.

—Bueno, yo no me siento amenazado por los cazafortunas. ¿Qué iban a querer de mí?

Mechthild, por el contrario, se mostró preocupada.

—¿Podría contarnos los pormenores o no le es posible?

—¿Que si puedo? —Ahora GvM era todo un Robin Hood—. Yo diría que debo. Es mi cometido ponerle coto a ese delincuente. Debo advertir a las posibles víctimas, informarlas, protegerlas incluso.

A Marleen y a mí nos dio un ataque de risa. Gisbert se puso en pie de un salto, indignado, me apuntó con un dedo y dijo casi chillando:

—Tú ríete, Christine, pero podrías ser la próxima víctima.

No fui capaz de responder. Gesa, sin inmutarse, se encendió un cigarrillo y dijo:

—No lo creo, siempre buscan a mujeres mayores, desvalidas y solas. Christine es demasiado joven y tiene poca pasta. Y papá no se separa de ella. —Cuando reparó en las miradas de la señora Weidemann-Zapek y de la señora Klüppersberg, esbozó una sonrisa tímida—: Uy, perdonen, no quería decir eso.

Las señoras se quedaron heladas.

Gisbert von Meyer, el Héroe, nos instruyó:

—El proceder de ese sujeto es siempre el mismo. Se registra en un hotel y se lía con una empleada a la que promete amor eterno. Ella, sin sospechar su juego pérfido, le habla de los otros huéspedes. Mientras ella trabaja, él establece contacto con sus víctimas, que siempre son señoras de cierta edad que viajan solas. La información pertinente se la facilita la empleada. A las víctimas él les cuenta que le han robado el dinero, y ellas lo ayudan. Un plan genial. La policía tiene constancia de cuatro perjudicadas, una en Leer, otra en Aurich y dos en Emden. Allí se pierde su pista. Se le supone en las islas. O aquí o en Juist o en Borkum.

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