—Tengo una respuesta para Alfred —dice la abuela con tranquilidad.
Alfred sonríe por primera vez en la tarde.
—He estado haciendo averiguaciones —empieza la abuela—. He tenido una larga charla con Richard Kirshenbaum. ¿Te acuerdas de él? —le pregunta a mi madre—. Dirigía la imprenta del West Side Highway, de la que él y su esposa eran propietarios.
—A ella la recuerdo muy bien, Dana, una morena despampanante, con un sorprendente sentido de la moda. ¿Cómo está? —pregunta mi madre.
—Jubilada —dice la abuela con aire inexpresivo—. Bueno, pues le conté a él lo de la oferta y me aconsejó esperar. Dijo que la oferta de Scott Hatcher no era suficiente.
—¿No es suficiente? —dice Alfred, mientras pone las manos sobre la mesa.
—Eso dijo —la abuela coge su tenedor—, pero podemos hablar acerca de los detalles en otra ocasión.
—¿Sabes qué, abuela? No tenemos que hacerlo. Puedo ver que Valentine y sus ideas descabelladas te han afectado y que no piensas con lucidez.
—Estoy muy lúcida —asegura la abuela.
—No, solo estás haciendo tiempo.
—Primero, Alfred, si pudiera hacer tiempo, ya lo hubiera hecho. Es lo único de lo que no tengo suficiente. Aunque ninguno de vosotros lo entendáis, porque no habéis llegado a los ochenta.
—Excepto yo —dice mi padre, agitando su servilleta en señal de rendición antes de añadir—: ¿el tiempo? Es como un maldito gong que suena en mi cabeza en plena noche. Y luego me da el sudor frío de la muerte. Creedme, estoy oyendo el llamamiento a las armas.
—Muy bien, Dutch, tienes razón. Estás exento, lo entiendes por tu problema de salud…
—¡Por supuesto que sí!
—… eso hace que tengas empatía con la vejez, pero los demás son demasiado jóvenes para comprender.
—¿Esto que tiene que ver con el edificio? —pregunta mi hermano impaciente.
—Nadie me va a obligar a hacer nada y siento que me estás presionando, Alfred.
—Quiero lo mejor para ti.
—Me estás metiendo prisa. Y en lo que concierne al señor Hatcher, él mira por sus intereses, no por los míos.
—Es una oferta en metálico, abuela, y él compraría el edificio tal como está.
—Y tal como está, hoy, no lo voy a vender.
—Vale, muy bien —dice Alfred, colocando su servilleta junto al plato. Se pone de pie y se dirige a la puerta. Roman niega con la cabeza, no puede creer la falta de buenos modales de mi hermano.
—¡Cariño! —le grita mi madre.
Alfred sale por la puerta. Mi madre va tras él. Papá me mira y dice:
—Mira lo que has empezado.
—¿Yo? —Miro a Roman, pero se ha ido—. Ahora la cena está arruinada, espero que os sintáis felices —digo mientras tiro al suelo mi servilleta—. Ya hay algo por que llorar. —Miro a Jaclyn, que de repente no puede producir una lágrima.
Voy a la cocina, donde Roman está cortando el lomo de cerdo y colocándolo en un plato. Le digo:
—Lo siento.
—No pasa nada, de hecho, en mi familia es peor. Cuando no se están quejando, están conspirando —dice Roman. Deja el cuchillo y se limpia las manos con un paño de cocina, rodea la mesa de cortar y me abraza—. Déjalo estar.
Finjo, por consideración a él, que puedo. No obstante sé, por haber visto su expresión y su abrupta salida hacia la cocina, que mi familia se está convirtiendo en una causa potencial de ruptura para nuestra relación. Roman se fue de Chicago porque en su propia familia existía una rivalidad similar, ¿por qué debería soportarla si proviene de mi familia? ¿Por qué un hombre entraría en esta clase de sinsentido, aunque le fuese dolorosamente familiar?
Todo lo que Roman tiene de complejo en la cocina, lo tiene de minimalista cuando se trata de su vida íntima. No abarrota su piso con muebles innecesarios ni su cocina con utensilios que guardan polvo, y menos su corazón con fracasos emocionales. Toma decisiones rápidas y rompe sus relaciones limpiamente. No es un admirador del melodrama por el melodrama, y la última cosa que quiere es discutir. Su vida laboral es competitiva e inestable y él quiere que fuera del trabajo sea todo lo contrario: tranquila y pacífica. Mi familia, incluso cuando se lo ruego, no puede ser así. Por lo visto entrevé mis sentimientos, porque me dice:
—No te preocupes.
—Demasiado tarde —le digo.
El río Hudson
Hace siete días que la abuela se fue al retiro de dos semanas que hace cada año con las mujeres de la hermandad de Nuestra Señora de Pompeya por Cuaresma. Se alojan en un convento en los Berkshires durante los idus de marzo y encuentran la paz interior a través de la asistencia diaria a misas, rosarios, excursiones por los bosques y comidas tan cargadas de almidón que, cuando la abuela vuelve a casa, tarda una semana en eliminar el gluten. Sin embargo, considera que el sacrificio vale la pena porque así como su salud se resiente, su alma se limpia.
Mezzo. Mezzo
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Aspiro a tener acabado el diseño del zapato para el concurso de Bergdorf cuando vuelva la abuela; quiero tener una perspectiva clara de lo que necesitaremos para producir los zapatos antes de partir a Italia. La abuela me ha dejado el diseño del zapato a mí, pero me ha prometido que participará con cualquier mejora o corrección antes de que lo convirtamos en un par de zapatos y lo entreguemos a Rhedd Lewis. Me he obsesionado con el dibujo del vestido, lo he estudiado tanto que lo veo cuando duermo. He aprendido a apreciar el diseño y su raro encanto y he empezado a comprender el diseño de Rag & Bone.
Sirve de ayuda tener la casa para mí, soy una de esas personas que valora realmente estar sola. Me gusta levantarme a medianoche, encender las luces, preparar una jarra de café y ponerme a trabajar sin el temor de despertar a la abuela. No hay nada más tranquilo que la ciudad de Nueva York a las tres de la mañana, el periodo de descanso antes de que comience la locura del amanecer.
Aprecio mucho un espacio amplio sin nadie excepto yo. Virginia Woolf reconocía la importancia de disponer de un cuarto propio, pero yo he aprendido que necesito una casa propia. Cuando estoy diseñando, lleno todas las superficies disponibles de objetos excéntricos que me inspiran: una bola de mármol de un juego italiano, con el color exacto de un helado de vainilla; una pequeña acuarela de una nube con matices color lavanda sobre un fondo blanco; los muestrarios de pinturas; los tableros con muestras de tela y las madejas de ribetes de seda. Me gusta formar un circo de ideas en el que puedo caminar y vivir, hasta que algo me habla. Poco a poco elimino las tonterías hasta que solo quedan las pocas cosas que impactan más. De esta manera funciona mi cabeza, muchos conceptos que se encuentran a un mismo tiempo, todos avanzando hacia una conclusión desconocida. Las piezas dispares se convierten en un nuevo todo, en este caso, un par de zapatos para un vestido de novia que superficialmente parece hecho de jirones, pero que en realidad, después de horas de estudio, es un diseño nuevo y vanguardista. Mi ordenador portátil está abierto, listo para guardar cualquier idea que surja y para obtener la información necesaria cuando necesite sumergirme en una dirección particular.
La mesa del comedor ha quedado cubierta por una tela, doblada ordenadamente en rectángulos, algunos zapatos que rescaté de los mercadillos caseros, una muñeca de novia, de ganchillo, que perteneció a mi madre en los años cincuenta y un enorme collage que he estado haciendo desde que nos reunimos con Rhedd Lewis. Empecé el collage en una amplia hoja de papel de estraza, le pegué imágenes, fotografías, escenas y palabras de viejos diarios, luego le di textura encolando sutiles trozos de cinta, botones y cuentas de cristal. En algún lugar de este indómito estofado, dirigido por mi inconsciente, está mi diseño o, por lo menos, el esbozo que me guiará a través del proceso de diseñar nuestro zapato.
Al usar el dibujo de Rhedd como punto de partida, mi collage es un paisaje formado por mujeres, recolectadas de sesiones fotográficas de alta costura, de anuncios publicitarios y artículos de periódico, muchas de las cuales están en reposo o descansan, alejadas por un momento de las cámaras. Imagino a la mujer del diseño de Rag & Bone, quién será y por qué eligió llevar este diseño en particular y no otro para el día de su boda. Mis instintos me dicen que no es para una novia que se casa por primera vez, sino para una mujer que ha andado el camino del amor verdadero en más de una ocasión: está harta e incluso tiene una personalidad un poco ambivalente, de ahí los detalles inacabados y el chifón deshilachado. Si la novia no está comprometida, su vestido tampoco.
La abuela me ha enseñado que, como zapateros artesanos, tenemos éxito solo cuando conseguimos algo que el cliente necesita y lo convertimos en algo que el cliente desea. Tengo que pensar como si fuera la novia que elige llevar este vestido, y diseñar los zapatos para complementar su estilo.
Usamos cintas para acentuar y resaltar los atributos físicos del cliente, utilizamos el equilibrio para hacer el zapato cómodo y para proporcionar un perfecto ajuste. El gusto personal y la silueta determinan el modelo, la forma se logra al adoptar las corrientes actuales y hacer que el zapato sea contemporáneo. El color resultará del trabajo con el diseño del vestido para que ambos elementos discurran como uno solo. Los diseños decorativos se emplean para enfatizar la tela del vestido, mientras que la textura depende de la intención del conjunto completo del zapato. ¿Son el cuero o la tela los adecuados para la estación del año en que se casa la novia?, y ¿todos los elementos encajan a la perfección en la imagen general?
La abuela dice que hagamos algo sencillo, pero que no tengamos temor de los elementos dramáticos. Estos son los territorios en los que un aprendiz se convierte en maestro. Todas estas anotaciones deben bailar en la mente del artista mientras crea; un elemento no puede dominar a los otros, el objetivo es más bien la armonía de todos ellos. Esta armonía crea la belleza.
Miro los pedazos de chifón en el dibujo, lo apoyo contra el candelero que hay sobre la mesa del comedor y voy a la cocina para mirarlo desde ahí. Me recuerda algo. Algo específico. Entonces recuerdo. Subo las escaleras y voy a la habitación de la abuela.
La abuela se casó en 1948 con un vestido de seda diáfana color cáscara de huevo. El cuello era cóncavo; las mangas de organza eran abombadas, sencillas y cortas, con una banda ancha de tela alrededor de cada brazo. La cintura, natural y ajustada, caía en una falda de círculo completo. Tenía detalles en abundancia: a lo largo de cada costura un rico encaje bordado, hecho a mano en Italia. El corpiño, el revestimiento y los bordes de los amplísimos volantes en la bastilla de la falda llevaban encaje de telaraña. Una fotografía de la abuela arrojando el ramo muestra la parte trasera del vestido, tiene unas alas de tul modeladas como un chal, que debían ir a la zaga de la abuela mientras caminaba, como una niebla. Es un conjunto, anterior al new look, típico de la posguerra, femenino y deliberadamente exagerado. La guerra había terminado y, evidentemente, uno de los principales premios era el mar de feminidad que esperaba a los soldados que regresaban a casa. Hoy el diseño parece confuso y casero, como la muñeca de novia de ganchillo que mi madre amaba cuando era una niña. El vestido de la abuela tiene pequeñas perlas en el corpiño, mientras que la muñeca tiene perlas en las pesadas capas de su falda de hilo. La abuela lleva pintalabios rojo encendido y las cejas pintadas con lápiz a la manera de la posguerra, mientras que el rostro de la muñeca es provocador, sin cejas, con los labios rojos y con el hueco entre la nariz y la boca muy marcado. Las dos caras tienen un aspecto de pura satisfacción doméstica. Puedo imaginar incluso a la abuela a la mañana siguiente, con el pintalabios sin brillo, los ojos chispeantes y volteando tortitas con un delantal almidonado de organza con un bolsillo en forma de corazón lleno de volantes. Una alegre esposa, a la mañana siguiente de su feliz noche de bodas, comienza una nueva vida.
Mientras ojeo las fotografías en blanco y negro de la boda de mis abuelos, busco algunas claves. Hay algo que recuerdo de estas fotografías que me ayudará con el diseño, pero no estoy segura de qué es.
Finalmente encuentro una fotografía en la que se ve el calzado de boda de la abuela, cuando ella levanta la bastilla de su vestido ligeramente para mostrar el liguero. La abuela lleva un par de sandalias con plataforma, color crema, elaboradas en cuero. En el empeine, los pliegues del cuero hacen bastas en forma de diamante, acentuadas con pequeños botones de cuero.
Interesante: botones de bota en una sandalia abierta.
El vestido del dibujo, con sus capas de material desgarrado aparentemente distribuidas al azar, necesita un zapato consistente, pero no una bota, que lo estabilice. Las plataformas no están de moda, pero las correas fuertes, las hebillas grandes y los lazos son lo último. De alguna manera tengo que hacer que el ojo se pose en el zapato y no en el vestido. Empiezo a comprender el sentido del reto de Rhedd Lewis. Este vestido está pensado para que no se mire, para poner la vista directamente en el zapato. Y aquí está la epifanía, el rayo de claridad, el momento de la verdad que he estado esperando: hacer que el zapato mande sobre el vestido.
Saco mi libreta y empiezo a dibujar a la abuela. Copio la expresión de su rostro en el álbum de fotos, sus ojos grandes, su cabello en bucles. Luego vuelvo a pintar el vestido del dibujo sobre el cuerpo de la abuela. Trazo una nueva silueta, femenina pero fuerte. La contención moderna ha reemplazado a la ñoñería. Las anchas serpentinas de chifón rasgado ahora parecen refrescantes, no puestas al azar.
Paso las páginas de mi libreta de dibujo. Trazo la forma de un pie, luego la voy vistiendo con anchas correas unidas por una lengua de cuero suave, luego les añado textura, unas con un poco de cuero terso, otras con las estrías de la seda, una combinación de materiales que da una sensación de nuevo siglo. Luego me preocuparé por la forma de hacerlo, ahora mismo trato de tener libertad para que la idea se desarrolle en la página. El vestido muestra la pierna, así que sigo esa línea hasta el tobillo del zapato, creando un enorme lazo alrededor del tobillo, un toque de feminidad que se muestra poderoso, como las cintas en las botas de la poderosa Isis, un personaje de tebeo que adoraba cuando era niña. El tipo de tela me da licencia para crear un zapato que necesita retales, trozos de materiales de lujo, cueros suaves, raros estampados en el cuero, caprichosas trenzas, atrevidos adornos y perlas gigantes en el amarre de las correas.