Valentine, Valentine (32 page)

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Authors: Adriana Trigiani

Tags: #Romántico

BOOK: Valentine, Valentine
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—Espera que tú se lo des. ¿Dónde está papá?

—En casa, no se encuentra bien hoy —dice mamá, forzando una sonrisa—. Está fatigado por los tratamientos.

—Pero funcionan, ¿no?

—El médico dice que sí. El equipo de radiación de Sloan es muy optimista.

Mi madre parece cansada por primera vez desde que le diagnosticaron el cáncer a papá. Las constantes citas le han pasado factura. Cuando no está llevando a mi padre a los médicos, está estudiando la enfermedad. Lee acerca de lo que él debe comer, lo a menudo que debe descansar y los suplementos holísticos que debe ingerir y cuándo debe hacerlo. Tiene que salir y encontrar todas las cosas, la comida orgánica y las hierbas medicinales, luego debe volver a casa y preparar la comida, el té y luego, la parte más difícil de todas, obligar a mi padre a seguir el régimen. Él es un hombre que esparciría, si pudiera, queso rallado en una tarta. No es precisamente un paciente obediente y eso se nota en el rostro de mi madre. Ella no ha tenido una noche relajada en meses y me queda claro que necesita un descanso.

—Mamá, te veo agotada —le digo con amabilidad.

—Lo sé. Gracias a Dios existe el Lemon Aid de Benefit. Me he embadurnado ese corrector sobre las ojeras como si le pusiese mantequilla a un pan.

June le sirve una taza de café a mi madre. Ella coge la taza y está a punto de ponerla encima de mi libreta de dibujo, pero la quito y la coloco a un lado. Le doy, a modo de posavasos, un tacón de hule de Cat's Paw.

—¿Qué puedo hacer? —suspira mamá. Sorbe su café, sostiene la taza con una mano y abre mi libreta de dibujo con la otra. Distraída, pasa las hojas. Luego les presta atención y se detiene en mi último diseño del zapato para Bergdorf. Estoy a punto de quitarle la libreta cuando dice:

—Mi padre tenía tanto talento. —Sostiene el dibujo y se lo muestra a June—. Mira esto. —June lo mira y asiente con la cabeza—. Este hombre era un adelantado a su tiempo. Los cordones anchos, el detalle de los botones. Mira el tacón. La base amplia que se adelgaza en forma de huso hacia la punta. Completamente al día, y eso que el hombre murió hace diez años.

—No es un diseño del abuelo —digo, tomando aire—. Es mío.

—¿Qué? —dice June, agarrando la libreta—. Valentine, esto es genial.

—Es el zapato que haremos para la competición de Bergdorf. Por lo menos, es uno de los diseños que le enseñaré a la abuela y, si le gusta, lo haremos.

—Realmente tienes talento —dice June, poniendo la libreta sobre la mesa—. ¡Caramba!

—Genética, todo está en el
ADN
. El buen gusto no se puede aprender ni comprar —dice mi madre mientras aprieta el cinturón de su trinchera—. El talento es innato y se perfecciona con el trabajo duro. Valentine, todas las horas que estás dedicando a esto están dando sus frutos.

—Es un señor zapato —dice June—. Complejo. ¿Cómo piensas hacerlo?

—Bueno, espero encontrar los materiales en Italia.

—Bien, porque en esta tienda no tenemos un cuero estampado como ese. Y ese trenzado…, nunca he visto nada igual.

June niega con la cabeza.

—Lo sé, solo estaba… inventando.

Charisma y Chiara entran en el taller y dicen:

—Tía June, ¿tienes dulces?

—¿A qué habéis renunciado por la Cuaresma? —les pregunta June, la católica que se alejó de la fe.

Chiara mira fijamente a June. Charisma, que no es tonta, se adelanta y responde:

—Bueno, no renunciamos a los dulces, solo hacemos buenas acciones.

—¿Cómo cuáles?

—Soy buena con el gato.

—Qué gentil.

June abre su bolso y le da un caramelo de menta a cada una.

Charisma hace una mueca y dice:

—Pero estos los dan gratis en el restaurante chino.

—Sí, así es. Así que pasad por ahí y dad las gracias a los chinos alguna vez, ellos inventaron los macarrones y las chancletas.

Escépticas, Charisma y Chiara sostienen sus miserables dulces y se miran entre sí.

—Venga, chicas, nos vamos. El abuelo nos espera en casa.

Tess ayuda a las niñas con sus abrigos y dice:

—Mamá, muchas gracias por cuidarlas el fin de semana.

Mi madre lleva a las niñas hasta la puerta.

June se alegra de verlas partir, aunque solo yo podría notarlo, y dice:

—¿No son encantadoras?

—A veces —dice Tess mientras se pone su abrigo—. Llego tarde. He quedado con Charlie en Port Authority, tomaremos el autobús a Atlantic City.

—¿Un fin de semana romántico? —pregunta June.

—Su compañía tiene una convención. Iré a jugar a las tragaperras mientras él observa los últimos detectores de humo —dice Tess mientras se marcha. Escuchamos cómo se cierra de golpe la puerta de la entrada.

—¿Detectores de humo? ¿Para apagar qué fuego? ¿El de la pasión? —silba June quedamente—. Yo digo que el comprador tenga cuidado y huya. Ese es el mejor anuncio publicitario sobre el matrimonio, Valentine, tenlo presente.

Me despierta una corriente de aire frío que entra por la ventana. Me siento en la cama y miro alrededor envuelta con la sábana de algodón y el edredón. Nieve. Nieve en marzo. La West Side Highway es una alfombra blanca con negras cremalleras, impresas por los camiones de reparto durante la madrugada. Hay una placa de hielo en el cristal de la ventana y una capa de copos de nieve en el marco.

He dormido con placidez durante la noche. Sola. Roman estaba muy atareado, porque el restaurante estaba lleno y tenía que terminar el trabajo previo de una fiesta privada, así que se fue a dormir a su casa en vez de venir aquí y despertar conmigo. La abuela vuelve mañana por la noche, y del mismo modo que me ha gustado tener la casa para mí, debo admitir que también la he echado de menos.

Ayer pasé la mayor parte del día limpiando y poniendo las cosas en su lugar. Investigué un poco acerca de nuestro viaje a Italia y localicé algunos proveedores a los que visitar además de los viejos conocidos de la abuela. Encontré algún talento de vanguardia que fabrica cordones y ribetes. Estoy deseando conocerlos en nuestro viaje y añadirlos a la lista de proveedores que tenemos en este momento. Quiero entregar un zapato a Bergdorf con unos adornos que Rhedd Lewis nunca haya visto antes. Los diseñadores italianos tienen desde hace poco la influencia del talento de los inmigrantes, así que me he encontrado con montones de acentos, ruso, africano y centroeuropeo, en los botones y los ribetes. No veo la hora de enseñarle a la abuela el nuevo material.

Cuando terminé mi investigación, fregué el cuarto de baño, limpié la cocina e hice lasaña. El trabajo del taller va a buen ritmo. La abuela volverá a una casa limpia y a un trabajo de primera clase, con todas las fechas de entrega cubiertas y los pedidos cumplidos.

Me levanto, me pongo con rapidez un cómodo chándal y un jersey con capucha, y me meto en el cuarto de baño. Me unto en el rostro algunas de las enriquecidas cremas botánicas que Tess me regaló por Navidad. También podría darme un día de descanso, pues no pienso ver a nadie. Es domingo y tengo el día para mí.

Bajo a la cocina, saco la cafetera francesa y pongo una olla con agua en el fogón. Cojo la leche de la nevera y la vierto en un pequeño cazo, lo dejo a fuego lento para que se vaya calentando. Abro la bolsa del papel de cera de
Ruthie
, del mercado de Chelsea, y tomo un suave
brioche
salpicado de cristalino azúcar moreno. Lo coloco en un plato pequeño con adornos y cojo una servilleta de tela del cajón. Mi teléfono móvil emite un pitido, así que lo abro y escucho el mensaje.

—Hola, cariño. —La voz de Roman es áspera—. Soy yo. Son las cinco de la madrugada del domingo. Sigo en la cocina. Está nevando. Me gustaría que estuviéramos juntos. Te echo de menos. Te llamaré más tarde.

—Habría sido bonito, Roman —digo en voz alta—, pero tienes esposa. Se llama Ca' d'Oro y siempre está primero.

Caigo en la cuenta de que estoy pasando muchas cosas por alto, quizá porque cualquiera que esté conmigo tiene que hacer lo mismo. Pero también recuerdo cómo, al principio, Roman se dedicaba a descubrir quién era yo, aunque la única pista que tenía era un vistazo de mí en la terraza. Y ahora que estoy aquí para él, puedo ser como ese par de toscos zuecos que guarda en la cocina de su restaurante. Siempre a mano. Disponible. Confortable. Fiable. La cacería ha terminado.

Vierto el agua caliente en la cafetera francesa e inhalo la rica terrosidad del oscuro café. Cojo el cazo de espumante leche y la sirvo en una gran taza de cerámica. Le añado el expreso hasta que la leche se torna del color del caramelo.

Cojo mi desayuno y subo las escaleras hacia la terraza, me detengo en mi habitación y me pongo las botas, el abrigo, el sombrero y los guantes. Empujar la puerta y salir a la terraza cubierta de nieve es como estar de pie sobre una suave capa de cera blanca; las figuras familiares han desaparecido, las reemplazan bordes lisos, esquinas redondeadas y cortinas de hielo plateadas. Pongo mi café y mi brioche sobre la fuente de San Francisco cubierta de nieve, sacudo una tumbona y la abro para sentarme.

El sol, detrás de las gruesas nubes blancas, tiene el brillo apagado de una perla gris. El río tiene la textura de un viejo y moteado suelo de linóleo verde y beige, mientras el viento agita la superficie con delicadeza. El paseo peatonal del río está vacío, excepto por una pareja de guardas del parque que con sus monos azules rocían sal a lo largo del cruce en Perry Street. Una gaviota revolotea por encima y le dedica a mi brioche una mirada escrutadora.

—¡Fuera! —le grito. Aletea y se aleja. Sus alas grises hacen juego con el cielo de la mañana.

Acurruco mi taza entre las manos y doy un sorbo al café. Siento remordimientos cuando recuerdo la misa del domingo. Una buena niña católica suele convertirse en una mujer católica con remordimientos, pero digo una oración silenciosa y cualquier fastidioso remordimiento sobre mi asistencia a la misa de las ocho de la mañana, en Nuestra Señora de Pompeya, es expulsado por mi respiración y enviado al mar. «Estoy haciéndolo de la mejor manera posible», le recuerdo a Dios.

La nieve empieza a caer y cubre con una capa blanca la parte sur de Manhattan. Saco la capucha por encima del abrigo y cubro mi cabeza, apoyó los pies en la pared y me recuesto.

¿Por qué será que, en la historia de mi vida, los momentos que recuerdo con más cariño son aquellos en los que he estado sola? Puedo alinearlos como frascos pulimentados de perfume en un tocador antiguo. Cuando tenía diez años, fui a trabajar con mi padre al parque. Al final del día, cuando el cielo de verano sobre Queens se volvía del color de las frambuesas aplastadas, él fue a la caseta de las herramientas y me dejó sola en los columpios, a un par de metros de distancia. Tenía el parque La Guardia número quince completo para mí. Me columpiaba tan alto y rápido como podía, subiendo cada vez más hasta que juro que podía mirar las luces azules en la parte superior del Empire State.

Cuando tenía diecinueve años y estaba en segundo año de la universidad, fui a mirar mi nota, a las dos en punto de la madrugada, fuera del aula del curso avanzado «Shakespeare: las comedias», de la hermana Jean Klene y vi que tenía una A, un sobresaliente. Me detuve a observar la letra A hasta que asimilé su realidad: había alcanzado lo imposible. La sólida estudiante de B había roto la barrera y conseguido una calificación perfecta.

Y nunca olvidaré la noche que Bret me dejó en mi piso de Queens antes de irse a su primer viaje de negocios a algún lugar remoto como Dallas, en Texas. Tenía veintisiete años y él me había preguntado si quería casarme con él. Presintiendo mi indecisión, había dicho: «No respondas ahora». Cuando se fue hacia el aeropuerto a coger su vuelo, sentí un gran alivio por estar sola, así que me hice un plato de espaguetis con tomates frescos de este jardín, aceite de oliva de Arezzo y ajo blanco dulce. Me hice una ensalada de alcachofas y aceitunas negras. Abrí una botella de vino. Dispuse una pequeña mesa solo para mí y encendí las velas; luego me senté a comer mi gloriosa comida, con lentitud, saboreando cada bocado y cada trago.

Comprendí que mi respuesta a su petición, cuando regresara, no sería un gran momento, el gran momento ya había sucedido. Él me lo había preguntado. Debo reconocer que esa fue la primera vez en mi vida que me deleitaba en el proceso y no necesariamente en el resultado. Yo era una buena novia, pero ¿esposa? No podía verlo, aunque Bret sí. Ahora la tiene, la vida que desde entonces había soñado. ¿La única diferencia? La tiene con Mackenzie, no conmigo.

No aspiro a una vida tradicional. Si lo hiciera, asumo que ya la tendría. Mi hermana piensa que quiero una vida como la de ella, con un marido e hijos. ¿Cómo explicarle que a mis treinta años quizá no quiero alcanzar ninguna línea de meta a la que todos parecen precipitarse? Quizás a mis treinta años quiero el precioso tiempo que he tenido con la abuela y decidir qué camino seguir en la vida. ¿Estabilidad o aventura? Son cosas muy diferentes.

Cuando observo a la abuela, veo lo frágil que puede ser el concepto de tradición. Si dejo de mirar la manera en la que amasa el pan de Pascua o si no estudio la forma como realiza una costura en la gamuza o si pierdo la imagen mental que tengo de ella cuando consigue un mejor acuerdo con el vendedor de los botones, de alguna manera la esencia de ella se perderá. Cuando se vaya, la responsabilidad de continuar caerá sobre mí. Mi madre dice que soy el guardián de la llama, porque trabajo aquí y he elegido vivir aquí. Una llama es también una cosa muy frágil y a veces me pregunto si soy la persona adecuada para mantenerla encendida.

El viento arrecia. Escucho el chasquido de la vieja malla de la puerta. Me vuelvo, mi corazón late un poco más rápido, esperando durante un segundo que, después de todo, Roman haya conseguido venir. Pero solo es el viento.

Esa tarde, cada vez que paso por la encimera de la cocina me pregunto: ¿debería calentar la lasaña ahora o esperar a que vuelva la abuela mañana por la noche? Una de las reglas de etiqueta en las que mi madre insiste es que nunca se debe cortar la tarta antes de que los invitados lleguen. Se debe presentar con propiedad y entera a los invitados, como un regalo. Si me como un trozo esta noche, la lasaña se convertirá en sobras en lugar de ser un gesto de bienvenida a casa. Así que la pongo de nuevo en la nevera.

El timbre suena, presiono el botón del telefonillo.

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