—Estupendo —digo. Miro a la abuela e imagino que un toro con los orificios nasales en llamas saldrá galopando por esa misma puerta, nos corneará, nos lanzará al aire, nos pisoteará y nos matará. Los movimientos de la abuela me indican que todo está bien, pero yo no me lo termino de creer.
—¡Gianluca! —brama Dominic de nuevo. Esta vez es una orden.
Gianluca Vechiarelli, el hijo y socio de acuerdo con la descripción de Dominic, está de pie en el umbral de la puerta, llenándolo con su altura. Lleva un delantal marrón encima de sus pantalones de trabajo y una camiseta de dril que ha sido lavada tantas veces que es casi blanca. Me resulta difícil ver su rostro, porque las luces de trabajo son demasiado brillantes y él es más alto que las luces.
—Piacere di conoscerla —dice Gianluca, dándome la mano. La tomo y mi mano se pierde dentro de la suya.
—Come è ándalo il viaggio? —Dominic le pregunta a la abuela sobre nuestro viaje, pero está claro que le importa poco, está más interesado en la llegada de la abuela aquí que en su partida de Estados Unidos.
Dominic saca las herramientas de trabajo de debajo de la mesa, las despliega y nos invita a sentarnos. Permanezco de pie mientras él se sienta junto a la abuela, dedicándole toda su atención. Parece que ya no puede acercarse más a ella. Por lo visto, no siente la más mínima vergüenza de que sus piernas toquen las de ella.
Mientras la abuela relata nuestro viaje, Gianluca se dedica a sacar las muestras de cuero de los estantes y a ponerlas sobre la mesa. Respira con fuerza mientras pone los cuadros; los mira de reojo y luego los cambia de lugar. Echo un vistazo a su cara. Es guapo, pero en su cabello hay más gris que negro, y deduzco que tendrá unos cincuenta años. Gianluca tiene la nariz de su padre, recta y fina, con un puente alto. A ambos lados de la boca tiene profundos surcos, seguramente tanto de sonreír como de gritar y, si hiciera una apuesta, me quedaría con la segunda opción. Me descubre observándole y sonríe, así que le sonrío, pero es un poco incómodo, como si me hubieran pescado robando en una tienda.
Gianluca tiene un ligero prognatismo y ojos azul oscuro, el mismo color del cielo de la mañana sobre Arezzo. Es de dominio público que los hombres italianos examinan cuidadosamente a las mujeres estadounidenses, pero lo que no se sabe es que nosotras devolvemos el favor del mismo modo. Le estudio con el mismo ojo que utilizo para observar el cuero. Me interesa la calidad, la integridad y la textura; después de todo, la fina mano de obra italiana es la razón por la que subimos esta colina, ¿no?
La abuela y Dominic no han parado de hablar. Él dice algo y ella se desternilla, esa risa que escucho de vez en cuando en casa. La verdad es que nunca la he visto así antes. Si no estuviera tan cautivada por el exquisito cuero que despliega Gianluca sobre la mesa, me estaría preguntando qué diablos está pasando aquí.
—Así que haces zapatos —me dice Gianluca.
—Sí, soy su aprendiz —digo, y señalo a la abuela—, me he estado formando durante cuatro años.
—Yo he trabajado con papa durante veintitrés.
—¡Ah! Así que funciona.
Gianluca ríe y dice:
—Algunos días son buenos, otros, no tanto.
—¿Esta mañana? —digo, tapándome los oídos.
—¿Nos habéis oído?
—¿Bromeas? Os habrán oído en Puglia.
—
Papa
, Teodora y Valentine nos han oído discutir.
Dominic hace el movimiento de espantar una mosca de una rebanada de pan. Luego se pone las manos en los muslos, desliza el banco más cerca de la abuela y reanuda la conversación con ella. Casi me inclino sobre la mesa y le digo: «¿Por qué no te sientas en sus piernas, Dom?».
De pronto, la puerta de entrada de la tienda se abre y entra una mujer impresionante, que arroja su bolso sobre una mesa. Tiene el cabello largo y castaño, lleva una falda ceñida de gamuza marrón oscuro y una camiseta de tirantes negra. Calza el más exquisito par de sandalias que haya visto nunca. Son planas, sus delgadas correas están cubiertas de diminutas joyas color chocolate que confluyen en un medallón central, que tiene la forma de una flor de lis dibujada con piedras de ónice. La mujer se dirige hacia Gianluca y le abraza. Evidentemente, este aire toscano es bueno para la vida amorosa de todos, excepto para la mía.
La abuela se vuelve y mira a la chica.
—¡Orsola!
—¡Teodora! —dice la chica, va hacia mi abuela y le da un abrazo.
—Ella es mi nieta, Valentine.
Estiro el brazo hacia la guapa chica toscana y le digo:
—Encantada, tú debes de ser la esposa de Gianluca.
Gianluca, Orsola, Dominic y la abuela ríen a carcajadas un buen rato.
—¿He dicho algo incorrecto?
—Gianluca es mi padre —dice Orsola riéndose—. Solo has hecho que su enorme ego sea más grande.
—¿Un italiano con un ego enorme? Es imposible —respondo.
La abuela me lanza una mirada que dice: «Ojo, tu sentido del humor no funciona en Arrezzo». Tiene razón, así que rápidamente doy marcha atrás.
—Orsola, tengo que saberlo, ¿dónde has comprado esas sandalias?
—Las hizo para mí nuestro amigo Costanzo Ruocco, de Capri. Cada verano le visitamos en vacaciones.
—Voy a ir a Capri dentro de un par de semanas.
—Oh, debes visitarle. Te daré su número y dirección antes de que te vayas.
Deseaba conocer otros zapateros en este viaje, porque hay preguntas del trabajo artístico que la abuela no me puede responder. A veces se me ocurren ideas que no le gustan y sería bueno exponerlas a un profesional que no estuviera implicado en la discusión.
Orsola sigue a la abuela y a Dominic a la parte trasera de la tienda. Gianluca saca unas cuantas muestras más y las coloca en la mesa de trabajo. Me siento y empiezo a elegir algunas para que la abuela las apruebe. Hay una piel de cordero beige, flexible, que sería una excelente elección para nuestro diseño Osmina. Mi cabeza navega entre las posibilidades mientras echo un vistazo a la tienda. Veo cueros con tonalidades crema y ébano, tienen relieves de pequeños símbolos florentinos en color dorado, otros llevan estampados que semejan tejidos y tienen colores con los que yo solo había soñado: charol azul pálido, cabritilla roja rubí e imitación de piel de leopardo sobre una brillante y negra crin.
Gianluca extrae un cajón del armario de los suministros y lo pone sobre la mesa. Está lleno de cordones de cuero en tonos pastel de los colores verde menta, rosado y dorado; hebillas de cuero blanco; adornos de cuero negro y lazos de charol con presillas cortadas a mano. Vacío el contenido del cajón sobre la mesa, pues no parece que haya dos del mismo estilo.
Esparzo el montón y separo las muestras. Un destello metálico me llama la atención. Saco de la pila una trenza de cuero dorado, cinta blanca de satén y cabritilla. Tiene un estilo muy Chanel, el trenzado se puede encontrar en un bolso carísimo o en el adorno de una chaqueta de cuero, pero este tiene un toque original, una cuarta parte del entramado es de cáñamo liso torcido que crea un efecto en el color que va del paja y el heno al oro.
—Orsola teje este cuero —dice Gianluca.
—Es magnífico —digo mientras estudio el tejido dorado bajo la luz—. Acabo de diseñar un zapato en el que iría muy bien.
—Orsola puede hacer lo que le pidas.
—Tiene mucho talento… y belleza. Tu esposa debe ser guapísima, porque tu hija… —termino con un silbido.
Sonríe y dice:
—La madre de Orsola es muy hermosa, pero estamos divorciados.
—Creía que el divorcio era ilegal en Italia.
—Ya no —dice. Se gira y abre un armario lleno de pieles de cabritilla de colores llamativos. Levanta unas cuantas muestras y las pone sobre la mesa.
La abuela aparece en el marco de la puerta que lleva a la parte trasera de la tienda y se apoya. Sus rodillas no parecen molestarle en este momento.
—Entonces, ¿has encontrado algo que te guste?
—Tenemos un problema —sostengo en alto una pieza de suave piel de cabritilla—, me gusta todo.
Dominic, que está detrás de la abuela y apoya su mano en la parte baja de la espalda de ella, dice:
—No tenemos mucho de eso.
—¿Cuánto necesitas? —pregunta Gianluca.
—Podemos sacar tres pares de cada pieza, ¿cierto, abuela? —le pregunto. La abuela asiente con la cabeza—. ¿Tenéis cuatro piezas?
—Sí.
—Nos las llevamos —digo, y miro a la abuela, que asiente de nuevo.
—Val, ¿por qué no eliges lo que falta?
—Porque no estoy muy segura de qué necesitamos —digo con la voz rota.
—Sí, sí lo estás.
—Abuela, es el inventario de un año completo. ¿Te fías de mí?
—Completamente —dice la abuela. Luego se vuelve hacia Dominic y añade—: ¿Ves mis rodillas? —Se sube la falda—. Necesito unas nuevas.
—¿Unas nuevas?
—De titanio. Les he dicho que me dieran las piernas de una corista para poder subir estas colinas como una cabra, pero por el momento tengo que apoyarme en ti.
Dominic estira el brazo, la abuela se apoya en él y se dan media vuelta para irse.
—Eh…, ¿adónde vas? —grito con amabilidad.
—Dominic me va a enseñar una nueva técnica que utiliza para repujar el cuero.
«Claro», pienso mientras se van. Gianluca ha sacado otra enorme pila de cuero de los estantes para que vaya mirando.
Saco la libreta de dibujo de mi bolso y paso las hojas hasta encontrar la lista de cosas que necesitamos.
Gianluca está detrás de mí cuando mi libreta de dibujo cae abierta en la página donde está mi diseño para Bergdorf.
—¿Es tuyo? —me pregunta. Asiento—. Bellissimo.
Entrecierra los ojos mientras lo mira más de cerca y añade:
—Ambicioso, ¿no?
—Bueno, es complicado —digo—, pero…
—Sí, sí —me interrumpe con una sonrisa—. Tendrás que encontrar la manera de realizarlo. Lo imaginaste y ahora le tendrás que dar vida.
Vuelvo a prestar atención a una de las hojas de cuero que está en la mesa, frente a nosotros. Gianluca me observa mientras examino el cuero bajo la luz, reviso la pátina, el acabado y la flexibilidad. Doblo la esquina de la hoja, como me enseñó la abuela, revisando las posibles hendeduras o las arrugas en el cuero, pero el material es tan suave y regio en mis manos como si fuera masa.
A veces los curtidores añaden elementos a la solución final para cubrir los defectos del cuero y, como nuestros zapatos son hechos a mano, no se pueden esconder las inconsistencias del material, como sucede en los zapatos hechos por una máquina. A menudo cosemos varias veces las costuras mientras ajustamos el zapato al pie del cliente, así que necesitamos un cuero fuerte y resistente que se pueda coser y recoser. Recorro con las manos la superficie de la untuosa piel de cabritilla. No me sorprende que mi familia haya comprado aquí durante años. Son materiales de primera categoría. Alzo la vista hacia Gianluca y sonrío con aprobación.
Él me devuelve la sonrisa.
Saco varias hojas de cuero del montón, las pongo a un lado, pero a la mayoría las devuelvo al estante detrás de mí.
Gianluca permanece de pie en el umbral de la puerta durante un rato que parece ser muy largo. ¿Qué observa? Levanto la mirada. Parece estar divirtiéndose, lo cual no deja de resultarme raro, porque no estoy diciendo nada. ¿Hay algo gracioso en mí, incluso cuando no intento ser graciosa? Supongo que está traduciendo al italiano
Lagraciosa
. Está bien saber que lo sabe, pero ya es suficiente.
—Vale, ya lo cojo —digo, agitando la trenza hacia él para decirle que puede irse.
—Va bene —dice, riéndose antes de marcharse. Pero creo que yo preferiría que se quedara.
Lago Argento
El sonido de la suave lluvia al caer sobre el tejado me despierta. El reloj marca las cinco de la madrugada. No quiero moverme de estas sábanas calientes, pero he dejado todas las ventanas abiertas y puedo ver los lugares donde se empapa el suelo. Me levanto y cierro las que dan al estanque, luego cierro las que dan a la plaza del pueblo.
Una niebla baja y espesa flota sobre el pueblo, como una cresta de algodón dulce rosado. A través de la niebla advierto a una mujer que se acerca a la pensión. Me intriga saber quién puede andar fuera a estas horas de la mañana.
La mujer se mueve con lentitud, pero conforme se acerca veo cómo se anuda su bufanda debajo de la barbilla. Es la abuela. ¿Qué hace a estas horas fuera? Lleva la trinchera desabotonada por debajo del cinturón, y por allí asoma el verde musgo de la falda que llevaba ayer. ¡Dios mío! No ha dormido en su habitación esta noche.
Ayer por la noche rechacé la invitación a cenar de los Vechiarelli porque sabía que necesitaba ocuparme de algunos correos electrónicos y revisar mi lista de telas para las compras de hoy. Pero también podría decir que yo era la tercera en discordia y que la abuela quería estar a solas con Dominic.
Oigo que la puerta de su habitación se cierra despacio. A continuación, oigo el rumor del agua en el cuarto de baño, y aprovecho la ocasión para volver de puntillas a mi cama. Me cubro con las mantas y cierro los ojos. Me despierto a las siete. Salgo de la cama, me doy un baño, me peino y me visto. Luego, doy unos golpecitos en su puerta del cuarto de baño, pero no responde. Abro la puerta y echo un vistazo en su habitación. La cama está hecha, ¡por supuesto!, nadie ha dormido en ella. Cojo mi bolso, las libretas y el teléfono y bajo las escaleras.
La abuela está sentada en el comedor leyendo el diario. Lleva una falda azul marino a juego con un jersey de cachemir. Su cabello está peinado con suavidad hacia fuera y se ha puesto pintalabios de color rosa.
—Lo siento, me he quedado dormida.
—Apenas son las siete —dice la abuela, alzando la vista del diario.
—Pero tenemos mucho por hacer hoy. ¿Tenemos dos horas de aquí al Prato, no?
—Sí, de eso te quería hablar —dice la abuela mientras baja el diario y me mira—. ¿Podrías seguir sin mí?
—Bueno, sí, si confías en mí para que recoja las telas…
—Claro, ayer hiciste un trabajo maravilloso, estupendo, con el cuero. Gianluca te llevará a Prato.
—¿Y qué harás tú hoy?
—Iré de picnic con Dominic.
La
signora
Guarasci pone sobre la mesa el café caliente, la leche humeante y el azúcar.
—¿Habéis dormido bien? —pregunta la
signora
.