Valentine, Valentine (51 page)

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Authors: Adriana Trigiani

Tags: #Romántico

BOOK: Valentine, Valentine
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Mamá mira con orgullo la fotografía y dice:

—Me encantan, son muy
Valentine
.

—Los pedidos llegarán por montones, lo sé —dice Tess para apoyarme.

Cuando la revista llega a Alfred, la mira y se la pasa a Pamela, que, por primera vez desde que conoció a mi hermano, parece cumplidamente impresionada con nuestra familia.

—¿Tenéis fecha para la boda, abuela? —pregunta Jaclyn.

—Será en 2009, el día de San Valentín, en Arezzo —explica la abuela y me sonríe—. Adoro esa fiesta y el nombre de mi nieta, ¿ves?

Mientras damos buena cuenta de la cena de acción de gracias, mi familia discute los planes de viaje para la boda, el aeropuerto, la compañía de coches de alquiler y el número de habitaciones que reservaremos en el Spolti Inn. Mis hermanas imaginan la ropa que llevarán, cómo conseguirán que sus maridos falten al trabajo, y mi madre, perpleja, se pregunta cómo encontrará un buen servicio de catering y un florista de bodas en el pueblo de alta montaña de la Toscana.

Alfred me pasa la revista.

—Un respiro afortunado —me dice en voz baja.

—Mientras haga frente a los pagos de este lugar, no puedes cerrarlo —digo con amabilidad y firmeza. Ya no me enzarzo en pequeñas rabietas. No tengo la energía para discutir con mi hermano y encargarme de salvar la compañía de zapatos. Alfred, por supuesto, no me responde. Sabe que la mujer que era hace un año ha sido sustituida por un gorila de trescientos kilos con un plan de negocios. Ya no reñimos ruidosamente, pero por lo menos sabe dónde estoy. Por ahora.

Mis hermanas me ayudan a fregar los platos y a limpiar la cocina mientras los hombres ven el fútbol. Es el último Día de Acción de Gracias de la familia en Perry Street. En esta misma fecha, el próximo año, la abuela vivirá con su nuevo esposo en el piso superior de la curtiduría.

Empaqueto las sobras para que todos se lleven algo a casa. Gabriel se lleva el último trozo de la tarta de Roman, sabiendo que será la última vez que la consiga sin pedirla en el Ca' d'Oro. Mando arriba a la abuela, a la cama, para que hable con Dominic por teléfono. Me emociona estar sola al final de un largo día. Escucho la llave en el cerrojo de abajo. Mi madre ha debido de olvidar algo. Luego oigo una voz que me llama con suavidad desde el hueco de la escalera:

—¿Valentine?

Roman entra en el salón. Estoy de pie cerca de la encimera de la cocina y le miro.

—¿Qué tal la tarta? —pregunta.

—Deliciosa. Tengo tu bandeja —digo, y la levanto.

—Por eso he venido, por la bandeja —sonríe.

Le miro, absorbiendo todos sus detalles, desde su largo cabello hasta sus calcetines Wigwam. Observo sus pies, incluso tengo la intención de aceptar sus zuecos amarillos de plástico, pero esta noche lleva auténticos zapatos y son —¡por fin!—, un par de mocasines de ante. Desde esta posición estratégica y en este momento de nuestra historia, no puedo creer que hayamos roto. Me parece insólita la manera como deseo lo que no puedo tener y, cuando lo tengo, no lo entiendo.

—¿Siempre vigilas a tus novias cuando has terminado con ellas?

—Solo a ti —dice. Se acerca, me coge entre sus brazos, me besa en la mejilla y luego en el cuello—. No he terminado contigo.

—Roman, la atracción nunca fue nuestro problema.

—Lo sé —dice. Él también ha pensado en nosotros y, evidentemente, ha llegado a la misma conclusión que yo—. Valentine, hay tanta pasión…

—Quizá deberíamos seguir siendo amigos y luego, cuando seamos viejos, reconectar como la abuela y Dominic y alquilar un Silverstream para viajar alrededor del país.

—Qué idea más mala —dice Roman. La forma en que lo dice me hace reír—. ¿Sabes?, pienso en la primera vez que te vi en la terraza y en que no debí verte. Aunque no pude evitarlo. No quería evitarlo. A veces vuelvo a pensar en esa noche, cuando no te conocía, y la manera como imaginaba que serías, si alguna vez tenía suficiente suerte para conocerte. Y luego te conocí y eras mucho mejor que la mujer que había imaginado. En ese momento me enamoré de ti. Superaste mis expectativas y todavía ahora me sorprendes como ninguna mujer lo ha hecho nunca. Es raro. Sé que ha terminado, pero no lo puedo aceptar.

Sujeto con firmeza a Roman y le digo:

—No iré a ningún sitio, pero ahora mismo no puedo estar contigo, porque no mereces estar en segundo lugar, debes ser el primero. No quiero que me esperes, pero si lo haces, cuando las cosas se hayan calmado en el futuro y pienses en mí —le digo, cogiendo su cara con las manos—, usa la llave.

—Trato hecho —dice.

Roman sabe y yo sé que tal vez nunca utilice la llave, que acabará en el fondo de un cajón y que algún día, cuando esté buscando alguna cosa, la encontrará y se acordará de lo que significamos el uno para el otro. Pero, por el momento, la guardará en su bolsillo y cuando necesite convencerse de que hay una posibilidad la sacará, la mirará y considerará el viaje a través de la ciudad hasta el West Village.

Me acuerdo de la bandeja de la tarta y se la meto bajo el brazo. Observo cómo se va; a medida que sus pasos caen sobre las escaleras, recuerdo que nunca le hice el par de botas que le prometí. Había tantas cosas que pensaba realizar, tantas cosas que quedaron inacabadas…

El sol resplandece entre los rascacielos como una piedra ojo de tigre al inicio de esta mañana de diciembre. El cielo retiene la luz como si estuviera envuelta dentro de un abrigo gris de lana. La abuela y yo estamos en la esquina de la Quinta Avenida y la calle Cincuenta y Ocho, sujetamos nuestros vasos de café caliente, el de ella negro, el mío con leche y sin azúcar. El diamante de corte esmeralda de su anillo de compromiso destella contra las columnas azules de su vaso de la cafetería griega. Una hermosa composición de colores.

Como dos arquitectos de la antigua Roma, miramos nuestra obra maestra con fríos ojos clínicos y absorbemos cada detalle. Cambio el peso de mi cuerpo de un pie al otro mientras la estudio. La abuela da un par de pasos hacia atrás e inclina la cabeza para cambiar ligeramente el punto de vista. No construimos una catedral, ni siquiera una estatua de jardín, fabricamos unos zapatos de boda y aquí están, en los escaparates navideños de Bergdorf. Todas nuestras colecciones participan. Observar un siglo de nuestros zapatos en los escaparates nos quita el aliento.

Los camiones de reparto pasan con estruendo, pero no les prestamos ninguna atención. Los martillos neumáticos acompasan el bullicio y nos recuerdan que no importa la hora del día o de la noche; en la ciudad de Nueva York alguien, en algún sitio de esta isla, está haciendo algo. Seguimos ahí durante lo que parece una eternidad.

—Entonces, ¿qué opinas? —pregunto finalmente.

—¿Sabes?, durante mucho tiempo tu abuelo y yo discutimos qué película era mejor, si el
Dr. Zhivago
o
Tal como éramos
. Yo voté por
Tal como éramos
porque trataba de mi generación…, pero ahora —bebe su café y luego continúa—, ahora, al ver estos escaparates y el drama en los detalles del estilo ruso, debo decir que me quedo con
Dr. Zhivago
.

—Yo también —digo, y le paso el brazo alrededor de los hombros.

Estos escaparates navideños se dirigen a los adultos. Unas cuantas manzanas al sur, si te colocas detrás de los postes de color rojo de Sacks en la Quinta Avenida o de Lord & Taylor, puedes apreciar miniaturas de encantadoras aldeas navideñas hechas para los niños. Se observan montañas cubiertas de nieve con destellos luminosos, patinadores que dan vueltas sobre lagos congelados y trenes de juguete cargados de diminutos regalos envueltos en papel de plata.

En cambio aquí, en Bergdorf, no hay nada
kitsch
, todo es para la flor y nata. Aquí hay un sofisticado cuento navideño de verdadero amor al estilo ruso, escenificado por las glamurosas novias estadounidenses. El festín de Rhedd Lewis empieza en los escaparates de la calle Cincuenta y Siete oeste, llega a la entrada de la tienda, en la Quinta Avenida, y concluye en los escaparates de la calle Cincuenta y Ocho oeste.

Mientras nuestros ojos siguen la acción del primer escaparate, observamos unos enormes caballos de madera dorados que tiran de esmaltados carruajes y enjoyados trineos barrocos en los que se sientan las novias magníficamente vestidas. Tras una inspección más exhaustiva, se observa que las joyas de los trineos son auténticas —pendientes llenos de cabujón, bejuquillos que gotean macizas gemas, relucientes pulseras y enormes anillos de piedras grandes—, que crean la sensación de estar ante un mosaico resplandeciente.

Al fondo están los huevos
Fabergé
abiertos, más adelante hay diamantes y perlas desparramadas sobre una cama de arroz de boda. Hay libros viejos esparcidos por el suelo y páginas sueltas que flotan por el aire. En cada escaparate las páginas y las palabras cambian, ahí está el
Dr. Zhivago
, por supuesto, y
Anna Karenina
,
Las tres hermanas
,
Los hermanos Karamazov
y
Guerra y paz
, muy apropiados para una boda (!).

Murales pintados a mano de la campiña rusa aparecen como telón de fondo, colinas llanas y casi cuadradas entre los campos de nieve blanca. Estos escaparates, cuadros sofisticados, relatan una historia, ya que las novias están rodeadas de maniquíes que representan a rusos de la clase trabajadora (vestidos con monos verdes, delantales de arpillera y botas de trabajo en pies enfundados en calcetines de lana tejidos a mano). Como artistas al servicio de las novias aparecen las costureras, los cultivadores de orquídeas, las criadas, los cocheros y, sí, incluso un zapatero, que se arrodilla y pone un zapato (¡nuestro modelo Lola!) a una novia vestida de terciopelo blanco con un tocado de armiño.

La yuxtaposición de las sofisticadas novias representa a los ricos enamorados en contraposición con los trabajadores, quienes, no me pasa inadvertido, hacen realidad los sueños de los millonarios. Se necesitan muchas manos para crear belleza. Las novias llevan vestidos muy elaborados de los principales diseñadores, incluyen a Rodarte, Marc Jacobs, Zac Posen, Marchesa, John Galliano y Karl Lagerfeld. Sus firmas, en letras doradas, figuran en la esquina de cada escaparate.

La primera novia, con un vestido que mezcla el tul sobre el satén plisado, lleva el modelo Inés, que asoma por el borde de la falda, levantado por un zapatero; en el siguiente escaparate hay una novia con pantalones blancos de seda y una blusa suelta, acompañados con los zapatos Gilda, cuya forma de zuecos y empeines bordados se adecúan con elegancia a los pantalones de perneras anchas. A ella le sigue una novia que da la espalda a la calle, lleva un teatral vestido de columna con flecos y el botín Mimi. Rhedd sustituyó nuestras correas de satén con cáñamo teñido de índigo para crear un contraste llamativo en la textura.

El siguiente escaparate muestra a una novia con un vestido de minifalda hecho con canutillos y plumas de marabú; se apoya en la punta de los zapatos Flora, con cadenas de oro en lugar de cordones entrecruzados que suben por la pantorrilla. En el escaparate de la esquina, una novia lleva un vestido medieval de escote cuadrado y un elaborado corpiño de cuadros esmaltados repartidos por las largas mangas de trompeta. El maniquí lleva en la mano sus zapatos, los Osamina en lino blanco con cintas lisas, mientras mira sus pies desnudos sobre la nieve.

Pero es el último escaparate el que significa más para mí. Una novia lleva puestos los Bella Rosa con un vestido Victoriano de lana blanca diseñado por Giorgio Armani. Sostiene un billete en una mano y una tiara en la otra, pues huye de un infeliz escenario romántico por las calles de San Petersburgo. El sólido zapato funciona con fluidez con el traje entallado, como si estuviera hecho para anclar el conjunto.

Desearía que Costanzo Ruocco estuviera aquí para admirar el Bella Rosa, así que me guardaré este momento en la memoria y cuando vuelva a Capri lo reviviré para él lo mejor que pueda. En la esquina del último escaparate aparece:

TODOS LOS ZAPATOS SON CREACIONES DE LA COMPAÑÍA DE ZAPATOS ANGELINI

GREENWICH VILLAGE

DESDE 1903

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

La abuela y yo damos media vuelta para mirar a mi madre que asoma por la ventana del coche de un taxista malhumorado. Se baja antes de que el coche se detenga por completo y se reúne con nosotras en la acera.

Me preguntaba qué se pondría mi madre para ver los escaparates por primera vez y no me decepciona. Lleva un traje gris de pantalones de lana con una estola también gris de falsa piel de leopardo echada por encima de sus hombros. Sus tacones altos son de color plateado y tienen un cuadrado largo de cuero que se abrocha en la punta del pie. No sé cómo lo consigue, pero siempre logra coincidir con el tiempo. También lleva un par de amplias gafas ovaladas negras, sin duda como homenaje a
Desayuno en Bergdorf
. Sostiene una bolsa de
bageb
de Eisenberg en una mano y se quita las gafas con la otra. Me pasa la bolsa y luego corre calle abajo para admirar los escaparates.

Mamá levanta los brazos en alto triunfalmente mientras los inspecciona. Busca nuestros zapatos y cuando los encuentra en el cuadro, grita de alegría. Nunca la he visto tan orgullosa, incluso al final de la impresionante carrera universitaria de Alfred, cuando se graduó
cum laude
en Cornell. Para ella, este es otro gran momento. Corre hacia la abuela y la rodea con sus brazos.

—¡Mi padre estaría tan orgulloso! —dice mi madre, y se quita una lágrima.

—Sí, muy orgulloso —dice la abuela mientras pone derecha la estola de mi madre, que se ha movido mientras corría.

—¡Y tú! —Mi madre se da media vuelta hacia mí—. ¡Lograste que esto se hiciera realidad! Cogiste el manto de la familia Angelini y te lo pusiste… ¿Te pones un manto o lo llevas encima? Lo que sea, es igual, has mantenido la tradición —hace un puño con la mano—, y has persistido. Te colocaste de aprendiz para mejorar y mira…: has cogido todo el trabajo duro y has traído a nuestro pequeño negocio familiar al nuevo siglo de una manera muy popular. ¡Bergdorf, menudo colega! —Mi madre no puede evitar ser la chica de Queens, solo por un instante. Luego continúa—. Los zapatos Angelini, junto a Prada, Verdura y Pucci! ¡Viva Valentine! Te admiro y me siento muy orgullosa.

A veces, cuando mi madre me adula, la boca me sabe a metal, pero esta mañana no. Ella está realmente animada y llena de amor. Todas las madres deberían gozar de este momento de gloria, cuando su trabajo duro da resultados y la inversión que realizaron con sus hijos día a día completa el círculo y los resultados se exhiben para que todo el mundo los vea.

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