Visiones Peligrosas I (11 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas I
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«Oh, Dios, ¿en qué me equivoqué? Y sin embargo, no tengo nada de malo. Está enloqueciendo como su padre, Raleigh Renacimiento creo que se llamaba, y su tía y su tatarabuelo. Es por culpa de toda esa pintura y todos esos extremistas, los Jóvenes Rábanos, con los que se mezcla. Es demasiado artista, demasiado sensible. Oh, Dios, si le ocurre algo a mi hijito tendré que ir a Egipto.»

Chib conoce sus pensamientos, porque ella los ha pronunciado muchas veces y no es capaz de tenerlos nuevos. Pasa junto a la mesa redonda sin decir una palabra. Los caballeros y doncellas del Camelot en lata le miran a través de un velo de cerveza.

En la cocina, abre una puerta oval en la pared. Saca una bandeja con platos y tazas de comida tapados y envueltos en plástico.

—¿No vas a comer con nosotros?

—No te quejes, Mamá —dice él, y vuelve a su habitación para coger algunos cigarros para su Abuelo.

La puerta —que debería detectar, amplificar y transmitir la móvil pero reconocible aura de campos eléctricos epidérmicos al mecanismo de apertura— falla. Chib está demasiado alterado. Remolinos magnéticos se enfurecen sobre su piel y distorsionan la configuración espectral. La puerta se abre a medias, se cierra, cambia de opinión de nuevo, se abre, se cierra.

Chib le da una patada y queda totalmente bloqueada. Decide ponerle un «sésamo» verbal o visual. El problema es que le faltan piezas y cupones y no puede comprar los materiales. Se encoge de hombros, camina a lo largo del recibidor curvo, de una sola pared, y se detiene ante la puerta del Abuelo, oculta de la vista de los del salón por los biombos de la cocina. Chib recita la contraseña:

Pues cantó de paz y libertad,
cantó de belleza, amor y deseo;
cantó de muerte, y de vida inmortal
en las Islas de los Benditos,
en el Reino de Ponemah,
en la tierra de
A Partir de Ahora
.
Muy querido por Hiawatha
era el gentil Chibiabos.

La puerta se abre, enrollándose sobre sí misma hacia atrás.

Una luz amarillo rojiza, creación del propio Abuelo, sale por la puerta oval, convexa. Mirar a su través es como mirar en las pupilas de un loco. El Abuelo, en el centro de la habitación, tiene una barba blanca que le llega hasta medio muslo, y su cabello blanco le cae en cascada hasta debajo de las rodillas. Aunque barba y cabello ocultan su desnudez y no está en público, lleva zapatos. El Abuelo es un poco chapado a la antigua, cosa excusable en un hombre de doce decadencias de edad.

Como Rex Luscus, es tuerto. Sonríe con sus propios dientes, crecidos a partir de brotes trasplantados hace 30 años. Un gran cigarro verde cuelga de una esquina de su roja y llena boca. Su nariz es ancha y sucia como si el tiempo la hubiera aplastado con un pesado pie. Su frente y mejillas son anchas, quizás a causa de algo de sangre Ojibway en sus venas, aunque nació Finnegan e incluso suda célticamente, soltando un olor a güisqui. Mantiene la cabeza alta, y el ojo azul gris es como un charco en el fondo de una cuenca antediluviana, resto de un glaciar fundido.

En conjunto, el rostro del Abuelo es el de Odín al volver de las Fuentes de Mimir, preguntándose si ha pagado un precio demasiado alto. O el de la Esfinge de Gizeh, golpeado por el viento y comido por la arena.

—Parafraseando a Napoleón, cuarenta siglos de histeria nos contemplan —dice el Abuelo—. La cabeza de piedra de los eones. «¿Qué es entonces el Hombre?», dijo la Nueva Esfinge, habiendo resuelto Edipo la pregunta de la Vieja Esfinge (sin solucionar nada, porque Ella ya había parido otra de su especie, una niña de culo escocido con una pregunta que nadie ha sido capaz de contestar todavía. Y quizá no puede ser contestada).

—Hablas de un modo raro —dice Chib—, pero me gusta.

Sonríe al Abuelo, queriéndole.

—Te arrastras hasta aquí cada día, no tanto por amor a mí como para ganar conocimiento y perspicacia. Lo he visto y oído todo, y he pensado algo más que un poco. Viajé mucho, antes de refugiarme en esta habitación hace un cuarto de siglo. Y sin embargo, mi confinamiento aquí ha sido la mayor Odisea de todas.

»El viejo marinero

»Me llamo a mí mismo. Un escabeche de sabiduría ha saturado la disolución de cinismo demasiado salado y vida demasiado larga.

—Sonríes como si acabaras de gozar de una mujer —se guasea Chib.

—No, hijo mío. Perdí la tensión en mi verga hace treinta años. Y doy gracias a Dios por ello, ya que me aleja de la tentación de fornicar, por no hablar de la masturbación. Sin embargo, me quedan otras energías, y por tanto intención de otros pecados, y éstos son incluso más importantes.

»Junto al pecado de la realización sexual, que paradójicamente incluye el de la emisión sexual, tenía otras razones para no solicitar de esa Vieja Ciencia de la Magia Negra fuerzas para excitarme de nuevo. Era demasiado viejo para atraer a las jóvenes excepto con dinero. Y era demasiado poeta, amante de la belleza, para acostarme con las arrugadas vejigas de mi generación o de varias anteriores a la mía.

»Así que ya ves, hijo mío. Mi badajo se balancea flojamente en la campana de mi sexo. Ding, dong, ding, dong. Mucho dong pero poco ding.

El Abuelo ríe profundamente, un rugido de león con rocío de palomas.

—No soy sino el portavoz de los antiguos, un picapleitos que gime por clientes muertos tiempo ha. Venido no a esconderme sino a realizarme, y forzado por mi sentido de la honradez a admitir las faltas del pasado, también. Soy un viejo extraño y encorvado, inquilino como Merlín en su tronco de árbol. Samolxis, el dios oso tracio, hibernando en su cueva. El último de los Siete Durmientes.

El Abuelo se dirige al delgado tubo de plástico que cuelga del techo y baja las empuñaduras plegables del visor.

—Accipiter se cierne al exterior de nuestra casa. Olfatea algo podrido en Beverly Hills, nivel 14. ¿Es posible que Vuelvoaganar Winnegan no haya muerto? El Tío Sam es como un diplodocus golpeado en el culo. Hacen falta 25 años para que el mensaje alcance su cerebro.

Unas lágrimas aparecen en los ojos de Chib. Dice:

—Oh, Dios, Abuelo, no quiero que te ocurra nada.

—¿Qué podría ocurrirle a un viejo de ciento veinte años aparte de fallarle el cerebro o los riñones?

—Con el debido respeto, Abuelo —dice Chib—, estás parloteando.

—Llámame Molino de la Identidad —dice el Abuelo—. La harina que produzco es cocida en el extraño horno de mi ego; o medio cocida, si lo prefieres.

Chib sonríe tras sus lágrimas y dice:

—Me enseñaron en el colegio que los juegos de palabras son baratos y vulgares.

—Lo que es bastante bueno para Homero, Aristófanes, Rabelais y Shakespeare lo es para mí. A propósito, hablando de barato y vulgar, me encontré con tu madre en el recibidor anoche, antes de empezar la partida de póquer. Yo salía de la cocina con una botella de licor. Casi se desmayó. Pero se recuperó rápidamente e hizo como si no me viera. Quizá pensó que había visto un fantasma. Lo dudo. Lo hubiera chismorreado por toda la ciudad.

—Puede habérselo dicho a su médico —dice Chib—. Te vio hace varias semanas, ¿te acuerdas? Puede haberlo mencionado al quejarse de sus supuestas visiones y alucinaciones.

—Y el viejo matasanos, conociendo la historia de la familia llamó a la O.R.I. Puede ser.

Chib mira por el visor del periscopio. Lo hace girar y mueve los botones de las empuñaduras para levantar y bajar el cíclope del extremo del tubo exterior. Accipiter ronda por el Nido de siete huevos, cada uno en el extremo de una de las anchas escaleras ligeramente curvadas que se extienden ramificándose desde el pedestal central.

Accipiter sube los escalones de una rama hasta la puerta de la señora Applebaum. La puerta se abre.

—Debe de haberla sacado del fornixator —dice Chib—. Y ella debe de encontrarse sola; no le habla por el fido. ¡Dios mío, es más gorda que Mamá!

—¿Por qué no? —dice el Abuelo—. El señor y la señora Cualquiera están sentados todo el día, comen, beben y ven fido, y sus cerebros se convierten en mierda y sus cuerpos en barro. César no hubiera tenido problemas, rodeándose de gordos amigos, en estos días. ¿Tú también comiste, Bruto?

El comentario del Abuelo, sin embargo, no debería aplicarse a la señora Applebaum. Tiene un conducto en la cabeza, y la gente adicta a la fornixación raramente engorda. Se quedan sentados o acostados durante todo el día y parte de la noche, con la aguja clavada en la zona de fornixación del cerebro enviando una serie de pequeñas sacudidas eléctricas. Un éxtasis indescriptible fluye por sus cuerpos con cada impulso, delicia mucho mayor que cualquier placer de comida, bebida o sexo. Es ilegal, pero el gobierno nunca molesta a un usuario a menos que le necesite para alguna otra cosa, ya que un fórnico raras veces tiene hijos. Un 20 % de la población de LA se ha hecho perforar un agujero en la cabeza e insertar un delgado canal para el acceso de la aguja. El 5 % son adictos; se consumen, comiendo de tarde en tarde, con las vejigas hinchadas y vertiendo venenos en la corriente sanguínea.

—Mi hermano y mi hermana deben de haberte visto a veces cuando salías a por provisiones —dice Chib.

—Ellos también creen que soy un fantasma. ¡A estas alturas! Pero quizás es una buena señal el que puedan creer en algo, aunque sea en un espectro.

—Será mejor que dejes de escaparte a la iglesia.

—La Iglesia y tú sois lo único que me mantiene en marcha. Aunque fue un día triste, cuando me dijiste que no podías creer. Hubieras sido un buen sacerdote, con defectos, desde luego, y yo hubiera podido tener misa y confesión privadas en esta habitación.

Chib no dice nada. Fue a misa y participó en los servicios sólo para complacer al Abuelo. La iglesia era una caracola ovoide que, puesta al oído, sólo dejaba oír el distante rugido de Dios alejándose como el reflujo de la marea.

Hay universos que piden dioses

Y, sin embargo, Él sobrevuela éste buscando trabajo.
De las Memorias del Abuelo

El Abuelo alza el visor. Ríe.

—¡La Oficina de Impuestos! ¡Creí que la habían disuelto! ¿Quién coño tiene ya tantos ingresos como para seguir declarándolos? ¿Crees que sigue funcionando sólo por mí? Podría ser.

Llama a Chib al visor, enfocado hacia el centro de Beverly Hills. Chib tiene una línea de visión entre los Nidos de 7 huevos de los pedestales ramificados. Puede ver parte de la plaza central, los ovoides gigantes del Ayuntamiento, las oficinas federales, el Centro del Pueblo, parte de la espiral masiva en que están situadas las casas de la aristocracia, y la Dora (de Pandora), en donde los del salario púrpura compran sus alimentos y los que tienen ingresos extra sus golosinas. Se ve un extremo del gran lago artificial; barcas y canoas lo surcan y hay gente pescando.

La cúpula de plástico irradiado que cubre los Nidos de Beverly Hill es azul celeste. El sol electrónico sube hacia el cenit. Hay algunas imágenes realistas de nubes e incluso una V de patos emigrando al Sur, sus graznidos disminuyendo poco a poco. Muy bonito para quienes no han estado nunca fuera de los muros de LA. Pero Chib estuvo dos años en el Cuerpo de Rehabilitación y Conservación de la Naturaleza Mundial —el CRCNM— y conoce la diferencia. Casi decidió desertar con Halcón Rojo Rousseau y unirse a los Neo-Amerindios. Después pensó en ser guardabosques. Pero eso podría significar que acabara disparando o arrestando a Halcón Rojo. Además, no quería ser un empleado del gobierno. Y por encima de todo, quería pintar.

—Ahí está Rex Luscus —dice Chib—. Está siendo entrevistado ante el Centro del Pueblo. Una multitud.

El descubrimiento de Pellucidar

El segundo nombre de Luscus debería haber sido Adelanto. Hombre de gran erudición, con privilegiado acceso a la Librería del Ordenador de LA Mayor y sigiloso como Ulises, siempre está por delante de sus colegas.

Fue él quien fundó la Escuela de Crítica Go-go.

Primalux Ruskinson, su gran competidor, llevó a cabo una amplia investigación cuando Luscus anunció el nombre de su nueva filosofía. Ruskinson proclamó triunfalmente que Luscus había tomado el nombre de un argot antiguo, utilizado a mediados dcl siglo XX.

Luscus, en una entrevista en el fido al día siguiente, dijo que Ruskinson era un estudiante bastante supefficial, como era de esperar.

Go-go venía del idioma hotentote. En hotentote, go-go significaba «examinar», esto es permanecer mirando hasta descubrir algo sobre el objeto (en este caso, el artista y sus obras).

Los críticos hicieron cola para ingresar en la nueva escuela. Ruskinson pensó en suicidarse, pero en vez de eso acusó a Luscus de haber mamado su camino ascendente por la escala del éxito.

Luscus replicó en el fido que su vida privada era cosa suya y que Ruskinson corría peligro de ser denunciado por violación de intimidad. Sin embargo, no merecía más esfuerzo que el de un hombre que aparta un mosquito.

—¿Qué demonios es un mosquito? —dijeron millones de fidovidentes—. Nos gustaría que el Gran Cerebro hablase en un lenguaje que pudiéramos entender.

La voz de Luscus se desvaneció por un minuto mientras los locutores lo explicaban, ya que acababan de recibir una nota de un controlador que había buscado la palabra en la enciclopedia de la emisora.

Luscus vivió de la novedad de la Escuela Go-go durante dos años.

Después restableció su prestigio, que había ido difuminándose ligeramente, con su filosofía del Hombre Totipotencial. Ésta se hizo tan popular que la Oficina de Desarrollo y Recreación de la Cultura requisó una hora diaria del fido durante un año y medio para el programa inicial de Totipotencialización.

Comentario escrito por el Abuelo Winnegan en sus Eyaculaciones Privadas:
¿Y el Hombre Totipotencial, esa apoteosis de la individualidad y del completo desarrollo psicosomático, la Ubermensch democrática, tal como la recomendó Rex Luscus, el sexualmente zurdo? ¡Pobre viejo Tío Sam! Intentando moldear a los más adelantados de sus ciudadanos en una forma sencilla y estable para poder controlarlos…
Y al mismo tiempo, ¡intentando animar a todos y cada uno a desarrollar sus capacidades inherentes, si las tienen! ¡El pobre viejo esquizofrénico de largas piernas, barba con patillas, corazón blando y cerebro duro! Verdaderamente, la mano izquierda no sabe lo que hace la derecha. Es mas, la mano derecha no sabe lo que hace la mano derecha.

—¿Y el Hombre Totipotencial? —replicó Luscus al Presidente durante la cuarta sesión de la «Serie de Lecturas de Luscus»—. ¿Cómo se contrapone al Zeitgeist contemporáneo? No lo hace. El Hombre Totipotencial es un imperativo de nuestro tiempo. Debe surgir antes de que el Mundo Dorado pueda realizarse. ¿Cómo podéis tener una Utopía sin habitantes utópicos, un Mundo de Oro con hombres de latón?

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