»Bueno, Tooney, envíaselo al jefe. Yo tengo que irme. Voy con retraso para comer con Madre; se trastorna mucho cuando no llego en punto.
»¡Ah, posdata! Recomiendo que los agentes vigilen a Winnegan más de cerca. Sus amigos echan humo psíquico hablando y bebiendo, pero él ha alterado de repente su norma de conducta. Tiene largos períodos de silencio y ha dejado el tabaco, la bebida y el sexo.
No hay negocio sin honor,
ni siquiera hoy en día. El Gomierdo no tiene reparos abiertos contra las tabernas particulares, dirigidas por ciudadanos que hayan pasado todos los exámenes, realizado las inscripciones correspondientes, pagado todas las tasas de la licencia y sobornado a los concejales y jefe de policía locales. Ya que no hay sitio previsto para ellas ni ningún gran edificio disponible para alquilar, la tabernas están en las casas de los propios dueños.
«El Universo Privado» es la favorita de Chib, en parte porque su propietario opera ilegalmente. Dionysus Gobrinus, incapaz de abrirse camino por entre las barricadas, filtros y trampas del procedimiento policial, ha dejado de intentar obtener una licencia.
Abiertamente, tiene pintado el nombre de su establecimiento sobre las ecuaciones matemáticas que una vez distinguieron el exterior de la casa (profesor de matemáticas en Beverly Hills, Universidad 24, llamado Al-Khwarizmi Descartes Lobachevsky, ha renunciado y vuelto a cambiar de nombre). El salón y varios dormitorios han sido acondicionados para la bebida y la juerga. No hay clientes egipcios, probablemente a causa de su hipersensibilidad a los floridos sentimientos escritos por el público en las paredes interiores:
MORIR, MOROS
MAHOMA ERA HIJO DE UNA PERRA VIRGEN
LA ESFINGE APESTA
¡ACUÉRDATE DEL MAR ROJO!
EL PROFETA TIENE UNA VERGA DE CAMELLO
Algunos de los que escribieron los insultos tienen padres, abuelos y bisabuelos que fueron objeto a su vez de burlas similares.
Pero sus descendientes están completamente asimilados, son de Beverly Hills hasta la médula. De tales es el reino de los hombres.
Gobrinus, una raíz cúbica de hombre, está de pie tras la barra que es cuadrada en protesta contra el ovoide. Sobre él hay un gran letrero:
El hidromiel de un hombre es veneno para otro.
Gobrinus ha explicado este juego de palabras muchas veces, no siempre a la satisfacción de sus oyentes. Baste saber que Poisson (veneno) era un matemático, y que la distribución de frecuencias de Poisson es una buena aproximación a la distribución binomial cuando el número de ensayos crece y la probabilidad de éxito de un solo ensayo es pequeña.
Cuando un cliente se emborracha demasiado para permitirle beber más, es expulsado de la taberna de cabeza, con combustión furiosa y ruina total, por Gobrinus, que grita: «¡Veneno! ¡Veneno!».
Los amigos de Chib, los Jóvenes Rábanos, sentados a una mesa hexagonal, le saludan, y sus palabras son un eco inconsciente de las del psicolingüista federal al estudiar su conducta reciente.
—¡Chib el monje! ¡Chiquito y bueno, como siempre! ¡Buscando a una Chibita, sin duda! ¡Elige!
Madame Trismegista, sentada ante una mesita grabada como un Sello de Salomón, le saluda. Lleva como mujer de Gobrinus dos años, un récord conseguido porque lo acuchillaría si él la dejara. Además, Gobrinus cree que ella puede engañar de algún modo a su destino con los naipes que maneja. En esta edad de iluminación el adivino y el astrólogo proliferan. Según galopa la ciencia, la ignorancia y la superstición avanzan a sus flancos y le muerden la grupa con grandes dientes negros.
El propio Gobrinus, doctor en Filosofía, portador de la antorcha del conocimiento (hasta hace poco, por lo menos), no cree en Dios. Pero está convencido de que las estrellas se encaminan hacia una conjunción funesta para él. Con una extraña lógica, cree que las cartas de su mujer controlan las estrellas; no sabe que la adivinación con naipes y la astrología son campos completamente separados.
¿Qué se puede esperar de un hombre que sostiene que el Universo es asimétrico?
Chib saluda con la mano a Madame Trismegista y se dirige a otra mesa. Ante ella está sentada
Una adolescoiteante típica,
Benedictine Serinus Melba. Es alta y esbelta, y tiene estrechas caderas de lémur y piernas delgadas, pero grandes pechos. Su pelo, negro como las pupilas de sus ojos, con la raya al medio, está pegado a la cabeza con una laca perfumada y dividido en dos largas trenzas. Estas pasan sobre sus hombros desnudos y se unen con un broche dorado bajo la garganta. Desde el broche, que tiene forma de nota musical, se separan de nuevo, rodeando cada una un pecho. Otro broche las une, y se separan para rodear el torso hasta la espalda, donde de nuevo son unidas por un broche y vuelven para encontrarse en el vientre. Una vez más las reúne un broche, y las delgadas cascadas fluyen negramente sobre el frente de la falda de campana.
Su cara está densamente cargada de verde, aguamarina, señal cosmética de belleza, y topacio. Lleva un sujetador amarillo con pezones artificiales de color rosa; lazos de encaje cuelgan del sujetador. Un medio corpiño, verde brillante con rosetas negras, rodea su cintura. Sobre él, medio ocultándolo, hay una estructura de alambres cubierta de un material acolchado rosa brillante. Se extiende tras la espalda formando un medio fuselaje o una larga cola de pájaro, a la que están unidas largas plumas artificiales amarillas y carmesíes.
Una falda translúcida, larga hasta los tobillos, ondea. No esconde las ligas a rayas amarillas y verde oscuro ribeteadas de lazos, los blancos muslos ni las negras medias de malla con cierres verdes en forma de notas musicales. Sus zapatos son de un azul brillante, con altos tacones color topacio.
Benedictine se ha vestido para cantar en el Festival del Pueblo; lo único que le falta es el sombrero de cantante. Sin embargo, ha venido a quejarse, entre otras cosas, de que Chib le ha hecho empeorar de apariencia y perder así la posibilidad de hacer una gran carrera.
Está con cinco chicas, todas entre 16 y 21 años, todas bebiendo S (de Saltasesos).
—¿No podemos hablar en privado, Benny? —dice Chib.
—¿Para qué?
Su encantadora voz de contralto se ve afeada por el tono en que ahora habla.
—¿Me has citado aquí para hacerme una escena en público? —dice Chib.
—Por el amor de Dios, ¿qué otra clase de escena hay? —chilla ella—. ¡Miradle! ¡Quiere hablarme en privado!
Es entonces cuando Chib se da cuenta de que Benedictine tiene miedo de estar a solas con él. Más que eso, es incapaz de estar sola. Ahora sabe por qué insistió ella en dejar abierta la puerta del dormitorio con su amiga, Bela, a distancia de llamada. Y a distancia de escuchar.
—¡Dijiste que sólo ibas a usar el dedo! —grita ella. Se señala el vientre ligeramente redondeado—. ¡Voy a tener un hijo! ¡Bastardo podrido enfermo de lengua suave!
—Eso no es cierto en absoluto —dice Chib—. Me dijiste que de acuerdo, que me amabas.
—¡Amor! ¡Amor! ¿Eso dije? ¡Qué coño sé lo que dije! ¡Me pusiste tan excitada! ¡De todas formas, no dije que podías metérmela! ¡Nunca lo dije, nunca! ¡Y mira lo que hiciste! ¡Lo que hiciste! ¡Dios mío, apenas pude andar en una semana, bastardo!
Chib suda. Excepto por la Pastoral de Beethoven que surge del fido, la sala está silenciosa. Sus amigos sonríen. Gobrinus, de espaldas, bebe escocés. Madame Trismegista baraja sus cartas y eructa con una fuerte mezcla de cerveza y cebolla. Las amigas de Benedictine se miran las largas uñas de mandarín, fluorescentes, o le miran a él. El dolor y la indignación de Benedictine es de ellas y viceversa.
—No puedo tomar esas píldoras. ¡Me producen colitis y molestias en los ojos y me alteran las menstruaciones! ¡Lo sabes! ¡Y no puedo soportar esos úteros mecánicos! ¡Y de todas formas, me mentiste! ¡Dijiste que habías tomado una píldora!
Chib se da cuenta de que ella se contradice, pero no sirve de nada intentar ser lógico. Ella está furiosa porque está embarazada; no quiere tener la molestia de un aborto en este momento, y está vengándose.
Pero ¿cómo pudo quedar embarazada «esa» noche?, se pregunta Chib. Ninguna mujer, por fértil que fuera, podría habérselas arreglado para eso. Debe de haber sido fecundada antes o después. Pero ella jura que fue esa noche, la noche en que él era
El caballero del badajo ardiente,
o espuma, espuma por todas partes.
—¡No, no! —grita Benedictine.
—¿Por qué no? Te amo —dice Chib—. Quiero casarme contigo.
Benedictine chilla, y su amiga Bela, en el recibidor, aúlla:
—¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado?
Benedictine no contesta. Rabiosa, agitándose como presa de la fiebre, salta de la cama, empujando a Chib a un lado. Corre al pequeño ovoide del lavabo en un rincón, y él la sigue.
—¿Supongo que no irás a hacer lo que estoy pensando? —dice él.
Benedictine gime:
—¡Asqueroso hijo de puta!
En el lavabo abre una sección de pared que resulta ser una repisa. En ella, unidos por fondos magnéticos al estante, hay muchos recipientes. Coge un largo y delgado bote de espermaticida, se pone en cuclillas y se lo introduce. Aprieta el botón del fondo del bote y éste espumea con un sonido sibilante que ni siquiera el aislamiento de carne puede silenciar.
Chib queda paralizado un momento. Después ruge.
Benedictine grita:
—¡No te acerques, gilipollas!
De la puerta del dormitorio llega el tímido «¿Estás bien, Benny?» de Bela.
—¡Yo la pondré bien! —ruge Chib.
Salta hacia delante y toma un bote de pegamento instantáneo de la repisa. El pegamento es el que utiliza Benedictine para pegarse las pelucas a la cabeza y es capaz de sujetar cualquier cosa para siempre a menos que se despegue con un disolvente específico.
Benedictine y Bela gritan cuando Chib levanta en vilo a Benedictine y después la tumba en el suelo. Ella lucha, pero Chib consigue extender el pegamento sobre el bote de espermaticida y la piel y los pelos de alrededor.
—¿Qué haces? —aúlla Benedictine.
Él coloca el botón del bote de espermaticida en posición de «flujo máximo» y le cubre el fondo de pegamento. Mientras ella se agita, Chib mantiene los brazos apretados contra su cuerpo impidiéndole girar, y por tanto mover el bote adentro o afuera. En silencio, cuenta hasta 30, después 30 más para asegurarse de que el pegamento está completamente seco. La suelta.
La espuma se extiende en cascada alrededor de la ingle y abajo por las piernas y se esparce por el suelo. El fluido está bajo enorme presión en el recipiente indestructible e imperforable, y la espuma se expande rápidamente una vez en contacto con el aire.
Chib toma el frasco de disolvente de la repisa y lo aprieta en la mano, decidido a que ella no lo coja. Benedictine salta en pie y se arroja hacia él. Riendo como una hiena bajo la acción del óxido nitroso, Chib esquiva su puño y la aparta de un empujón. Resbalando en la espuma, que ya les llega a los tobillos, Benedictine cae y se desliza, sobre las nalgas y de cabeza, fuera del lavabo, con el bote claqueteando en el suelo.
Se pone en pie y sólo entonces se da cuenta cabal de lo que Chib ha hecho. Su grito se eleva, y ella le sigue. Bailotea, dando tirones del bote, sus gritos incrementándose con cada tirón y el dolor resultante. Después se vuelve y corre fuera de la habitación, o lo intenta. Tropieza; Bela está en su camino; chocan y patinan juntas fuera del cuarto, haciendo un medio giro al pasar por la puerta. La espuma remolinea de tal modo que parecen Venus y su amigo alzándose de las olas burbujeantes del mar de Chipre.
Benedictine aparta a Bela de un empujón, pero no sin perder algo de carne en las uñas largas y afiladas de su amiga. Ésta viene lanzada de espaldas, por la puerta, hacia Chib. Es como un patinador novato tratando de guardar el equilibrio. No lo consigue y pasa junto a Chib, gimiendo, sobre la espalda, con los pies al aire.
Chib desliza con cuidado los pies descalzos por el suelo, se para junto a la cama para coger la ropa, pero decide que será más prudente esperar a estar fuera antes de ponérsela. Llega al salón circular justo a tiempo de ver a Benedictine resbalar bordeando una de las columnas que separan el pasillo de la sala. Sus padres, dos zánganos de edad mediana, están aún sentados en un sofá, latas de cerveza en mano, ojos y bocas muy abiertos, temblando.
Chib ni siquiera les da las buenas noches al cruzar el salón. Pero entonces ve el fido y se da cuenta de que lo han cambiado de EXT a INT, y después lo han enfocado en la habitación de Benedictine. Padre y Madre han estado espiando a Chib y a su hija, y es evidente por la apariencia no muy deprimida del Padre que se ha excitado mucho con el espectáculo, superior a cualquiera del fido exterior.
—¡Mirones bastardos! —ruge Chib.
Benedictine ha llegado hasta ellos y balbucea, de pie, llora, señala el bote y a Chib. Al grito de éste, los padres se alzan del sofá como dos leviatanes de lo profundo. Benedictine se vuelve y echa a correr hacia él, los brazos extendidos, los dedos de largas uñas curvados, la cara como la de una Medusa. Tras ella corren la estela de la Bruja Blanca y Padre y Madre entre la espuma.
Chib se impulsa contra un pilar, rebota y les esquiva, incapaz de evitar girar a un lado durante la maniobra. Pero conserva el equilibrio. Mamá y Papá se han caído juntos con un choque que sacude incluso la sólida casa. Se levantan, con los ojos girando, y bramando como hipopótamos que emergen. Le embisten pero por separado, Mamá gritando ahora, su cara —a pesar de eso— la de Benedictine. Papá rodea el pilar por un lado, Mamá por el otro. Benedictine ha dado la vuelta a otra columna, agarrándose a ella con una mano para no resbalar. Está entre Chib y la puerta de la calle.
Chib choca con una pared del pasillo, en un área libre de espuma. Benedictine corre hacia él. Él se zambulle, cae al suelo y rueda entre dos columnas hasta el salón.
Mamá y Papá convergen en curso de colisión. El Titanic choca con el iceberg y ambos se hunden lentamente. Patinan sobre sus rostros y barrigas hacia Benedictine. Ella salta, cubriéndoles de espuma según pasan bajo ella.
Por entonces resulta ya evidente que la afirmación del Gobierno de que el bote contiene 40.000 disparos de muerte-al-esperma, espuma para 40.000 copulaciones, está justificada. La espuma llega por todo el lugar a la altura de los tobillos, en algunos sitios a la de las rodillas, y sigue subiendo.