Un recopilador nunca debe mostrar favoritismos. Sin embargo, por mi admiración hacia la historia que están ustedes a punto de leer, por mi incredulidad hacia su pirotécnico estilo, por mis celos ante la riqueza del pensamiento y la excelencia de la estructura, me siento impulsado a decir que ésta no es solamente la historia más larga del libro, sino también, y con mucho, la mejor. No, digamos la más hermosa. Es una joya con un brillo tal que al examinarla y leerla de nuevo revelará faceta tras faceta, ramificación tras ramificación, alegría tras deleite, cosas que sólo fueron parcialmente entrevistas la primera vez. La explicación de las bases de esta historia está completamente detallada en el excelente epílogo de Farmer, y cualquier otro intento de efectuar un comentario original y profundo acerca de lo que ha querido decir sería ridículo. El autor habla por sí mismo mejor que cualquier otro. Me gustaría sin embargo tomarme un instante para señalar los tres elementos de la obra general de Farmer que creo necesitan una explicación.
El primero es su valor. Frente a los rechazos de editores que no son siquiera dignos de llevar su estuche para lápices, él ha insistido en seguir escribiendo historias que exigían considerable concentración cerebral y el rechazo de anteriores formas de pensamiento.
Aunque su obra ha tenido que enfrentarse con las sorprendidas miradas de lectores acostumbrados a historias de conejitos rosas y blancos, ha seguido ofreciendo una tras otra sus visiones peligrosas. Sabiendo que podría ganarse mucho mejor su vida escribiendo sandeces, sabiendo que cuanto más profundos o inquietantes fueran sus argumentos más despertarían la animosidad y la estupidez, ha seguido firme en su estilo, sus concepciones, su musa, si ustedes quieren.
El segundo es su incapacidad de dejar escapar una idea. El más pequeño destello de un concepto lo arrastra más y más lejos hacia extrapolaciones y consecuencias de las que autores menores extraerían toda una tetralogía. Se halla en la gran tradición de todos los pensadores originales. No hay misterio demasiado complejo para que Farmer no extraiga todas sus consecuencias. Ninguna línea de pensamiento le es lo bastante extraña como para no intentar revalorizarla con los instrumentos de la lógica. Ninguna historia es demasiado grande para que él no la escriba, ningún personaje demasiado oscuro para que él no lo incorpore, ningún universo demasiado distante para que él no lo explore. Trágicamente, mientras Farmer escribe inmensas órbitas en tomo a talentos mucho menores que examinan de modo interminable los piojos en sus barbudas reputaciones, el campo en el que él ha elegido mostrar sus talentos lo ignora casi por completo.
El tercero es su estilo. Que nunca es dos veces igual. Que crece geométricamente con cada nueva historia. Que exige del lector una especie de masticación intelectual reservada a la mejor literatura. Su obra es como un bistec, que debe ser masticado cuidadosamente y digerido; no como un budín de tapioca, que puede ser tragado con facilidad aunque no se tengan dientes.
Me doy cuenta de que me he alargado más de lo que pretendía. El lector puede echarle la culpa al entusiasmo del recopilador hacia la historia que sigue. Fue sometida al comité, por supuesto, como lo fueron todas las demás aquí reunidas. Pero cuando estaba terminada, Farmer acudió solicitando que se le permitiera reescribirla, ampliarla, sin ningún pago adicional, puesto que las ideas que contenía necesitaban una mayor expansión. Farmer fue pagado, naturalmente, y se hizo la nueva versión. Pero no fue pagado suficientemente de acuerdo con lo que se merecía. No puede estimarse en su justo valor la originalidad, el verbo y la penetrante visión de futuro que contiene.
* * *
Si Julio Verne hubiera podido realmente ver el futuro, por ejemplo en 1966 d. C., se hubiera cagado en los calzoncillos.
Y en 2166, ¡la leche!
De
Cómo mamé del Tío Sam y otras eyaculaciones privadas
, memorias inéditas del Abuelo Winnegan.
El gallo que cantaba para atrás In y Sub, los gigantes, lo muelen para hacer pan.
Rotos fragmentos flotan, a través del vino del sueño. Grandes pies aplastan uvas abisales para el sacramento del íncubo.
Él, como Simón, pesca en su alma, mar en que mora el leviatán.
Gime, casi se despierta, se da la vuelta sudando océanos negros y gime otra vez. In y Sub, poniendo manos a la obra, giran las ruedas de piedra del molino hundido y murmuran «
fái
,
fái
,
fou
,
fom
». Ojos brillando, color rojo-naranja como los de una gata al parir en su madriguera; dientes romos, dígitos blancos en la aritmética de las tinieblas.
In y Sub, también como Simón, mezclan activamente metáforas inconscientes.
Colina de estiércol y el huevo del gallo: el basilisco se levanta y canta, primera vez de tres, en la hinchazón de sangre de yo soy la erección y el coito.
La hinchazón crece y crece hasta que peso y longitud se combinan para curvarse allá arriba, como un sauce todavía no llorón poco de fiar. La roja cabeza cíclope se asoma por el borde de la cama. Descansa su mandíbula barbilampiña; después, hinchándose, se desliza arriba y abajo. Mirando con un solo ojo aquí y allá, olfatea arcaicamente el suelo y se encamina hacia la puerta, dejada abierta por el lapsus linguae de centinelas perezosos.
Un gruñido en el centro de la habitación lo hace volverse. El asno de tres patas, caballete de Baal, está rebuznando. En el caballete está el «lienzo», un cuenco oval poco profundo de plástico irradiado, especialmente tratado. El lienzo tiene dos metros de alto y cincuenta centímetros de profundidad. El cuadro representa una escena que debe estar terminada mañana.
Medio escultura medio dibujo, las figuras están en altorrelieve, redondeadas, unas más cerca del fondo del cuenco que otras. Brillan con la luz exterior y también gracias al plástico, luminoso por sí mismo, del lienzo. La luz parece penetrar en las figuras, mojarlas un poco, después desvanecerse. La luz es de un color rojo pálido, el rojo del alba, de la sangre aguada con lágrimas, de la ira, de la tinta en el capítulo «debe» del libro Mayor.
Este cuadro pertenece a su Serie del Perro: Dogmas de un perro, La batalla aérea del perro, Los días del perro. El perro del Sol, El perro invertido, El perro de los escombros, Criadillas de perro, El cazador de perros, El mastín yacente, El perro del ángulo recto e Improvisaciones sobre un perro.
Sócrates, Ben Johnson, Cellini, Swedenborg, Li Po y Hiawatha están de juerga en la Taberna de la Sirena. Por una ventana se ve a Dédalo en lo alto de las almenas de Cnoseus, metiéndole un cohete en el culo a su hijo Icaro para proporcionarle un despegue de propulsión a chorro para su famoso vuelo. En un rincón se agazapa Og, hijo del Fuego. Roe un hueso de tigre «dientes de sable» y dibuja bisontes y mamuts en el yeso enmohecido. La camarera, Atenea, se inclina sobre la mesa en la que sirve néctar y galletas a sus distinguidos clientes. Aristóteles, con cuernos de cabra, está tras ella. Le ha levantado la falda y la está topeteando por detrás. Las cenizas del cigarrillo que oscila entre sus labios, que sonríen tontamente, han caído en la falda, que empieza a humear. En la puerta de los servicios de caballeros un Batman borracho sucumbe a un deseo largo tiempo reprimido e intenta violar a Robin. Por otra ventana se ve un lago sobre cuya superficie camina un hombre, con un halo verde deslucido flotando sobre su cabeza. Tras él, un periscopio sale del agua.
Prensil, el pene se enrolla alrededor del pincel y comienza a pintar. El pincel es un pequeño cilindro, conectado por uno de sus extremos a una manguera que va a una máquina con forma de cúpula. Por el otro extremo del cilindro asoma la embocadura de la manguera. Su apertura puede ser regulada girando un botón en el cilindro. Varios botones adicionales controlan el espesor de salida —desde fina aspersión a grueso chorro—, así como el color y el matiz.
Furiosamente, proboscídeo, dibuja otra figura capa a capa. Luego capta un mustio olor a moho, deja el pincel y se desliza, atravesando la puerta y siguiendo la curvatura de la pared de la habitación ovalada, describiendo la ondulación de las criaturas sin patas: un garabato en la arena que todos pueden leer pero pocos comprenden. La sangre late al mismo ritmo que los molinos de In y Sub para alimentar y emborrachar al reptil de sangre caliente. Pero las paredes, detectando la masa intrusa y el deseo de eyección, brillan.
Él gime, y la cobra glandular se levanta y se agita por la emoción de su deseo de ocultación. ¡Que no haya luz! La noche debe ser su embozo. Se apresura al pasar junto al dormitorio materno, más cerca de la salida. ¡Ah! Suspira suavemente con alivio, pero el aire silba por la boca apretada y vertical, anunciando la salida del rápido a Desideratum.
La puerta es antigua: tiene cerradura de llave. ¡Rápido! Sube por la rampa y sale de la casa a través del ojo de la cerradura, hasta la calle. Alguien aborda a una puta, una joven con cabello plateado fosforescente y labios haciendo juego.
Sale, baja por la calle y se le enrolla a un tobillo. Ella mira hacia abajo con sorpresa, y luego con miedo. A él le gusta eso; demasiadas tienen demasiadas ganas. Ha encontrado un as entre la paja.
Sube, por la pierna suave como oreja de gato, se enrosca más y más, se desliza sobre el valle de la ingle. Acaricia los tiernos pelos ondulados y después, medio Tántalo, contornea la leve convexidad del vientre, dice «hola» al ombligo, lo aprieta para tocar el timbre, se enrosca alrededor de la estrecha cintura y, tímida y rápidamente, arrebata un beso de cada pezón. Después vuelve abajo para formar una expedición que escale la vagina y plante la bandera en la matriz.
¡Oh, tabú delicioso y enfermedad sacrosanta! Hay un niño allí, ectoplasma comenzando a formarse en ávida espera de realidad. Cae, óvulo, y recorre los toboganes de carne; apresúrate para engullir al afortunado micro-Moby Dick, expulsando a sus millones de hermanos: supervivencia del más apto.
Un, fuerte graznido llena la habitación. El aliento cálido hiela la piel. El suda. El fuselaje tumoroso se reviste de carámbanos y se dobla bajo el peso del hielo; la niebla remolinea alrededor, silbando por los recodos; los alerones y elevadores están bloqueados por el hielo y él pierde altura rápidamente. ¡Arriba, arriba! Venusberg enfrente, en algún lugar entre la niebla; Tannhauser, toca las trompetas, alza tus llamas. Estoy saltando del trampolín.
La puerta de la madre se ha abierto. Un sapo acuclillado llena el umbral ovalado. Su papada sube y baja como al croar; su boca sin dientes balbucea: «ginungagap». La lengua bífida se dispara y se enrosca alrededor del cerdo constrictor. El grita con ambas bocas y escupe aquí y allá. Corren las ondas de eyección. Dos garras nervudas se doblan y hacen en el cuerpo que cae un nudo; corredizo, desde luego.
La mujer corre. ¡Espérame! El torrente que sale brama, se estrella contra el nudo, ruge de rebote, chocan flujo y reflujo. Demasiado caudal y un solo cauce. Escupetea, el firmamento de agua se desploma, no hay arca de Noé; estalla como una nova, una explosión de millones de meteoritos retorciéndose y brillando, destellos en el cuenco de la existencia.
Llega el reinado del muslo. Ingle y vientre encajonados en mohosa armadura, y él frío, húmedo y temblando.
La patente de Dios sobre el alba expira
…Habla para vosotros Alfred Melophon Voxpopper, de los Empujones de la Aurora y la Hora del Café, canal 69B. Versos grabados durante la L Exposición y Competición anual del Centro de Arte Popular, Beverly Hills, nivel 14. Pronunciadas por Omar Bacchylides Runic, improvisadamente, si no tenéis en cuenta algunas meditaciones previas durante la velada de la víspera en la taberna particular El Universo Privado; y podéis hacerlo, porque Runic no recordaba lo más mínimo de esa velada. A pesar de lo cual ganó la Primera Corona de Laurel A; no hay Segunda, ni Tercera, etc., y las coronas se clasifican de la A a la Z; Dios bendiga nuestra democracia:
Un salmón gris rosado escalando las cascadas de la noche
hacia el remanso de la procreación de un nuevo día.
Alba: el rojo bramido del toro solar
embistiendo contra el horizonte.
La sangre fotónica de la noche sangrante,
apuñalada por el Sol asesino.
Y así durante cincuenta líneas puntuadas y separadas por vítores, aplausos, abucheos, siseos y gemidos.
Chib está medio despierto. Mira hacia abajo, a la oscuridad que disminuye conforme el sueño se aleja rugiendo por el túnel del Metro. Mira por entre párpados medio abiertos a la otra realidad: la conciencia.
—¡Que pierda la vista! —gruñó como Moisés; y al recordar sus largas barbas y cuernos (cortesía de Miguel Angel), piensa en su tatarabuelo.
La voluntad, como una palanqueta, obliga a sus párpados a abrirse. Ve la pantalla del fido que recorre la pared frente a él y se curva hasta la mitad del techo. El alba, paladín del Sol, abate su gris guantelete.
El canal 69B, TU CANAL FAVORITO, exclusivo para LA, te anuncia el amanecer (decepción profunda. Amanecer de una naturaleza falsa, modelado en la pantalla con electrones producidos por aparatos formados por el hombre).
¡Levántate con el Sol en el corazón y una canción en los labios! ¡Penetra en los versos convulsos de Omar Runic! ¡Mira el alba, como los pájaros en los árboles, como Dios, mírala!
Voxpopper recita los versos despacio mientras Anitra, de Grieg, fluye suavemente. El viejo noruego nunca soñó con un auditorio tan grande y tan bueno. Un joven, Chibiabos Elgreco Winnegan, tiene una mecha empapada, cortesía de un antiguo manantial en el campo de petróleo del subconsciente.
—Mueve el culo y ve a tu puesto —dice Chib—. Pegaso vuela hoy.
Habla, piensa, vive en el presente tensamente.
Chib salta de la cama y la oculta en la pared. Salir de la cama resbalando, arrugado como la lengua de un viejo borracho, rompería la estética de su habitación, destruiría esa curva que es el reflejo del Universo básico y lo perturbaría en su trabajo.
La habitación es un gran ovoide. En un rincón hay un ovoide más pequeño con el lavabo y la ducha. Sale de él con la apariencia de uno de los semidioses aqueos de Homero, masivamente musculado, de grandes brazos, piel de un moreno dorado, ojos azules y pelo marrón, aunque sin barba. Suena el timbre del fido como el croar de unas ranas de árbol sudamericanas que una vez oyó en el canal 122.
«¡Ábrete, Sésamo!»