Visiones Peligrosas I (12 page)

Read Visiones Peligrosas I Online

Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas I
10.45Mb size Format: txt, pdf, ePub

Fue durante ese Día Memorable que Luscus pronunció su conferencia sobre el Descubrimiento de Pellucidar, haciendo famoso a Chibiabos Winnegan. Y por algo más que casualidad, situó a Luscus a una distancia récord por delante de sus competidores.

—¿Pellucidar? ¿Pellucidar? —murmura Ruskinson—. Oh, Dios, ¿qué está haciendo ahora el Cencerro?

—Me llevará algún tiempo explicar por qué uso esta frase para describir el estallido de genio de Winnegan —continúa Luscus—. En primer lugar, voy a hacer como que viajo

»Del Ártico a Illinois.

»Veamos: Confucio dijo en cierta ocasión que un oso polar no podría tirarse un pedo en el Polo Norte sin provocar un huracán en Chicago.

»Con eso quería decir que todos los acontecimientos, y por tanto todos los hombres, están interconectados en una tela de araña irrompible. Lo que un hombre hace, no importa cuán insignificante parezca, vibra por las hebras y afecta a todos los hombres.

Ho Chung Ko, ante su fido en el nivel 30 de Lhasa, Tibet, le dice a su mujer:

—Ese gilipollas blanco no se ha enterado de nada. Confucio nunca dijo eso. ¡Lenin nos valga! Voy a llamarle y a ponerle en un aprieto.

Su mujer dice:

—Cambia de canal. Pai Ting Place está en antena y…

Ngombe, nivel 10, Nairobi:

—Los críticos de aquí son un puñado de bastardos negros. Fíjate en Luscus: podría reconocer mi genio en un segundo. Voy a inscribirme en la Oficina de Emigración mañana por la mañana.

Su mujer:

—¡Por lo menos podrías preguntarme si quiero ir! ¿Y los niños…, madre…, amigos…, perro?

Y así sucesivamente, en la noche sin leones del África autoluminosa.

—…El ex presidente Radinoff dijo una vez que ésta es la «Era del Hombre Enchufado» —continúa Luscus—. Se han hecho algunas vulgares observaciones sobre esta, para mí, profunda frase. Pero Radinoff no quería decir que la sociedad humana sea una guirnalda de flores. Quería decir que la corriente de la sociedad moderna fluye por un circuito del que todos formamos parte. Ésta es la Edad de la Completa Interconexión. Ningún cable puede quedar suelto; en caso contrario, todos cortocircuitamos. Sin embargo, es innegable que una vida sin individualidad no merece la pena de ser vivida. Cada hombre debe ser un hapaxlegómeno…

Ruskinson salta de su silla y ruge:

—¡Conozco esa frase! ¡Esta vez te he cogido, Luscus!

Está tan excitado que cae en un desmayo, síntoma de un defecto hereditario muy extendido. Cuando se recupera, la lectura ha terminado. Se lanza hacia el magnetofón para ver lo que se ha perdido. Pero Luscus ha evitado cuidadosamente definir el Descubrimiento de Pellucidar. Lo explicará en otra lectura.

El Abuelo, de vuelta al visor, silba.

—Me siento como un astrónomo. Los planetas orbitan alrededor de nuestra casa, que es el Sol. Ahí está Accipiter (el más cercano): Mercurio, aunque no es el dios de los ladrones sino su némesis. Sigue Benedictine, tu Venus de triste vientre. ¡Duro, duro, duro! El esperma aplastaría sus cabezas contra el óvulo de roca. ¿Estás seguro de que está embarazada?

»Tu Mamá está ahí fuera, vestida con una especie de mortaja, y me gustaría que en efecto alguien la matara. La Madre Tierra se dirige al perigeo del almacén del Gomierdo para gastar tu dinero.

El Abuelo se tensa como en la cubierta de un buque que gira, con las venas azul negras de sus piernas gruesas como parras alrededor de un roble viejo.

—Breve salto del papel de Herr Doktor Sternscheissdreckschnuppe, el gran astrónomo, al del Unterseeboot Kapitan von Schooten die Fischen in der Barrel. Ach! Feo totafía el barrco de fapor, deine Mamá, asomanto, huntiéntose, rrotando en los marres del alcohol. Brrujula rrota; a la deriva. Tres aspas al viento. Ruedas de palas girando en el aire. La pandilla negra dejándose las pelotas en sudor, abasteciendo los hornos de la frustración. Hélice enredada en las redes de la neurosis. Y la gran Ballena Blanca, un destello en las oscuras profundidades, subiendo de prisa, decidida a ver ensartado su vientre, demasiado grande para fallar. Pobre navío condenado, lloro por él. También vomito de asco.

»¡Fuego el uno! ¡Fuego el dos! ¡Baruuummm! Mamá gira, con un agujero irregular en la piel, pero no el que estás pensando. Se hunde, la nariz por delante, como corresponde a un saltador de trampolín experto, con su gran popa levantándose en el aire. ¡Blub, blub! ¡Cinco brazas!

»Y así, volvemos desde las profundidades del mar al espacio exterior. Tu Marte selvático, Halcón Rojo, acaba de salir de la taberna. Y Luscus, Júpiter, el tuerto Padre de Todas las Artes, si me perdonas que mezcle las mitologías nórdica y latina, está rodeado por un enjambre de satélites.

«La excreción es la parte amarga del valor», dice Luscus a los reporteros del fido.

—Con eso quiero decir que Winnegan, como todo artista, grande o no, produce arte que es, primero, secreción, única para él, y después excreción. Sé que mis distinguidos colegas se burlarán de esta analogía, así que les reto desde aquí a un debate en el fido cuando haya ocasión.

»El valor viene de la valentía del artista de mostrar al público sus productos internos. La parte amarga viene del hecho de que el artista puede ser rechazado o mal comprendido en su época, y también de la terrible guerra que se produce en el artista con los elementos inconexos o caóticos, a menudo contradictorios, que deben unir y moldear en una única entidad. De ahí mi concepto de «excreción discreta».

Reportero del fido:

—¿Debemos entender que todo es un gran montón de mierda, pero que el arte hace un extraño cambio en él, moldeándolo en algo dorado y luminoso?

—No exactamente, pero por ahí van los tiros. Lo desarrollaré y explicaré en otra ocasión. Por ahora, quiero hablar sobre Winnegan. Veamos. Los artistas menores sólo muestran la superficie de las cosas; son fotógrafos. Pero los grandes muestran la interioridad de los objetos y seres. Winnegan, sin embargo, es el primero en revelar más de una interioridad en una sola obra de arte. Su invención de la técnica del altorrelieve multinivel le permite epifanizar, mostrar en profundidad, capa tras capa subterránea.

Primalux Ruskinson, en voz alta:

—¡El gran Pelador de Cebollas de la pintura!

Luscus, calmosamente, cuando acaban las risas:

—En cierto sentido, eso está bien expresado. El arte grande, como una cebolla, lleva lágrimas a los ojos. Sin embargo, la luz de los cuadros de Winnegan no es sólo un reflejo, es absorbida, diferida y fraccionada. Cada uno de los rayos de luz rotos hace visibles no ya varios aspectos de las figuras interiores, sino figuras completas. Mundos, podría decir.

»Llamo a esto el Descubrimiento de Pellucidar. Pellucidar es la cavidad interior de nuestro planeta, tal como fue descrita en una novela fantástica ahora olvidada de un escritor del siglo XX, Edgar Rice Burroughs, creador del inmortal Tarzán.

Ruskinson gime y se siente débil de nuevo:

—¡Pellucid! ¡Pellucidar! ¡Luscus, bastardo exhumador de símbolos!

—El héroe de Burroughs atravesó la corteza de la Tierra para descubrir, dentro, otro mundo. Era en ciertos sentidos el inverso del exterior: continentes donde están los mares y viceversa. Del mismo modo, Winnegan ha descubierto un mundo interior, el reverso de la imagen pública que proyecta Cualquierhombre. Y como el héroe de Burroughs, ha regresado con un relato asombroso de la exploración de la psique y sus peligros.

»E igual que el héroe imaginario descubrió que Pellucidar estaba poblado de hombres y dinosaurios de la Edad de Piedra, el mundo de Winnegan es, aunque absolutamente moderno en cierto sentido, arcaico en otro. Abismalmente primitivo. Pero en la iluminación del mundo de Winnegan hay una senda malvada e inescrutable de negrura, y ésta tiene su pareja (en Pellucidar) en la pequeña luna fija que proyecta una sombra gélida e inmóvil.

»Yo pretendía que pellucid formase parte de Pellucidar. Pero pellucid significa «que refleja la luz uniformemente por toda la superficie» o «que admite el máximo paso de la luz sin distorsión ni difusión». La pintura de Winnegan hace precisamente lo contrario. Sin embargo, bajo la luz rota y torcida, el observador penetrante puede ver una luminosidad prístina, uniforme y recta. Es la luz que enlaza todas las fracturas y multiniveles, la luz en que yo pensaba durante mi anterior conferencia sobre la «Era del Hombre Enchufado» y el oso polar.

»Mediante la contemplación intensa, un observador puede percibir esto, sentirlo como si fuera el relampagueo fotónico del palpitar del corazón del mundo de Winnegan.

Ruskinson casi se desmaya. La sonrisa y el monóculo negro de Luscus le confieren la apariencia de un pirata que acabara de capturar un galeón español lleno de oro.

El Abuelo, todavía al periscopio, dice:

—Y ahí está Maryam Ben Yusuf, la ramera egipcia de la que me hablabas. Tu Saturno, lejano, regio, frío, y llevando uno de esos multicolores sombreros giratorios colgantes que hacen furor. ¿Los anillos de Saturno? ¿O un halo de santidad?

—Es hermosa, y sería una madre maravillosa para mis hijos —dice Chib.

—El encanto de Arabia. Tu Saturno tiene dos lunas, madre y tía. ¡Damas de compafúa! ¡Y dices que sería una buena madre! ¡Qué buena esposa! ¿Es inteligente?

—Tanto como Benedictine.

—Una basura, entonces. No cabe duda de que sabes elegirlas. ¿Cómo sabes que la quieres? Has amado a veinte en los seis últimos meses.

—La quiero. Eso es un hecho.

—Hasta la próxima. ¿Puedes realmente querer a algo excepto a tu pintura? Benedictine va a abortar, ¿no?

—No si puedo disuadirla. Para ser sincero, ya ni siquiera me gusta. Pero lleva a mi hijo.

—Déjame ver tu pelvis. No, eres macho. Por un momento no estuve seguro; estás tan loco por tener un hijo…

—Un niño es un milagro capaz de hacer dudar a sextillones de infieles.

—También crían los ratones. Pero ¿no sabes que el Tío Sam ha estado haciendo propaganda desesperadamente para reducir la procreación? ¿Dónde has estado toda tu vida?

—Tengo que irme, Abuelo.

Chib besa al viejo y vuelve a su habitación para terminar su último cuadro. La puerta aún se niega a reconocerle, y él llama al taller de reparaciones del Gomierdo; sólo para que le digan que todos los técnicos están en el Festival del Pueblo. Sale de la casa rojo de ira. Las serpentinas y los globos ondean y se agitan en el viento artificial, incrementado para esta ocasión, y una orquesta toca junto al lago.

Por el visor, el Abuelo le ve irse.

—¡Pobre diablo! Me duele su pena. Quiere un hijo, y está desgarrado por dentro porque esa pobre mujer de Benedictine va a abortárselo. Parte de su agonía, aunque él no lo sabe, es identificación con el niño condenado. Su propia madre ha tenido innumerables, bueno, bastantes, abortos. De no ser por gracia de Dios, él habría sido uno de ellos, otra nada. Quiere que este niño tenga también una oportunidad. Pero no puede hacer nada, nada.

»Y tiene otro sentimiento, uno que comparte con la mayoría de las personas. Sabe que ha desviado su vida, o algo la ha torcido. Todo hombre o mujer pensante lo sabe. Incluso los orgullosos y los obtusos se dan cuenta de ello inconscientemente. Pero un niño, ese ser maravilloso, esa limpia tabula rasa, ángel no formado, representa una nueva esperanza. Quizá no se torcerá. Quizá crecerá para ser una persona sana, confiada, razonable, de buen humor, generosa, amante. «No será como yo o mi vecino», jura el padre, orgulloso pero aprensivo.

»Chib lo cree y promete que su hijo será diferente. Pero, como todos los demás, se engaña a sí mismo. Cada niño tiene un solo padre y una sola madre, pero trillones de tíos y tías. No sólo sus contemporáneos; también los muertos. Aunque Chib huyera a la naturaleza y criara por sí mismo al niño, le estaría enseñando sus propios prejuicios inconscientes. El niño crecería con creencias y actitudes de las que el padre ni siquiera está al corriente. Además, siendo criado en el aislamiento, el niño sería un ser humano muy peculiar, verdaderamente.

»Y si Chib cría al niño en esta sociedad, es inevitable que asimile parte de las actitudes de sus compañeros de juegos, de sus profesores, y así sucesivamente ad nauseam.

»Así que desiste de hacer un nuevo Adán de tu maravilloso hijo en potencia, Chib. Si llega a ser al menos medio sano, será porque le des amor y disciplina y porque tenga suerte en sus contactos sociales y porque haya sido bendecido al nacer con la correcta combinación de genes. Es decir, porque tu hijo o hija sea tanto un luchador como un amante.

«La pesadilla de uno es el correrse en sueños de otro»,

dice el Abuelo.

—Estaba hablando el otro día con Dante Alighieri, y me contaba qué infierno de estupidez, crueldad, perversidad, ateísmo y peligro abierto era el siglo XVI. El XIX le dejó balbuceante, buscando sin esperanza invectivas suficientemente adecuadas.

»En cuanto a nuestra época, le subió de tal modo la presión sanguínea que tuve que administrarle un tranquilizante y enviarle de vuelta, vía máquina del tiempo, con una enfermera. Se parecía a Beatriz, así que debía de ser exactamente la medicina que él necesitaba…, quizá.

El Abuelo cloquea de risa, recordando que Chib, de niño, le tomaba en serio cuando él describía a sus visitantes de la máquina del tiempo, tales como Nabucodonosor, Rey de los Comedores de Hierba; Sansón, Resolvedor de Enigmas y Azote de los Filisteos; Moisés, que le robó un dios a su suegro kenita y luchó contra la circuncisión toda su vida; Buda, el Beatnik Original; No-Musgo Sísifo, tomándose unas vacaciones en el rodar de su piedra; Androcles con su pequeño vastago, Cobarde León de Oz; el Barón von Richthofen, Caballero Rojo de Alemania; Beowulf; Al Capone; Hiawatha; Iván el Terrible, y cientos de otros.

Llegó un día en que el Abuelo se alarmó y decidió que Chib estaba confundiendo fantasía y realidad. Odiaba decirle al muchacho que se había estado inventando todos esos maravillosos cuentos, más que nada para enseñarle Historia. Era como decirle a un niño que Santa Claus no existe.

Y entonces, cuando estaba dando de mala gana la noticia a su nieto, se dio cuenta de la risa difícilmente contenida de Chib y supo que era su turno de que le tomaran el pelo. Chib nunca había estado engañado, o bien había encajado la confesión sin impacto. Así que ambos soltaron la carcajada y el Abuelo siguió hablando de sus visitantes.

—No hay Máquinas del Tiempo —dice el Abuelo—. Te guste o no, Pequeño Saltamontes, tienes que vivir en esta tu época.

Other books

Emporium by Ian Pindar
Intermission by Erika Almond
Pleasure and Danger by Harlem Dae
Chasing Suspect Three by Rod Hoisington
A Question of Love by Kirkwood, Gwen
Alienated by Melissa Landers
A Wayward Game by Pandora Witzmann
Filthy Wicked Games by Lili Valente