Visiones Peligrosas I (18 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas I
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—¡Chib, ven rápido! ¡Accipiter ha entrado y está intentando pasar por la puerta de mi habitación!

Chib se levanta, lucha y se abre camino hasta la salida. Cuando llega, jadeante, a su casa encuentra que la puerta de la habitación del Abuelo ha sido abierta. Los hombres de la ORI y unos técnicos electrónicos están en el umbral. Chib irrumpe en la habitación. Accipiter está de pie, en el centro, pálido y temblando. Piedra nerviosa. Ve a Chib, se encoge y retrocede, diciendo:

—No ha sido culpa mía. Tenía que entrar. Era la única manera de saberlo seguro. No ha sido culpa mía, yo no lo toqué.

La garganta de Chib se cierra sobre sí misma. No puede hablar. Se arrodilla y coge la mano del Abuelo. El Abuelo tiene una suave sonrisa en los labios lívidos. De una vez por todas, ha eludido a Accipiter. En sus manos está la última hoja de sus Memorias:

A través de Balaklavas de odio, cargan contra Dios

Durante la mayor parte de mi vida, sólo he visto algunas personas sinceramente devotas y una gran mayoría de verdaderos indiferentes. Pero ha surgido un nuevo espíritu. Muchos jóvenes han resucitado no un amor a Dios, sino una violenta antipatía contra Él. Eso me anima y me reconforta. Jóvenes como mi nieto y Runic gritan blasfemias, y así Le reverencian. Si no creyeran, nunca pensarían en Él. Ahora tengo confianza en el futuro.

A las estacas por la Estigia

Vestidos de negro, Chib y su madre bajan por la entrada del tubo que lleva al nivel 13B. Es de paredes luminosas, espacioso, y el transporte es gratis. Chib le dice al fido expendedor de billetes su destino. Tras la pared, el ordenador proteínico, no mayor que un cerebro humano, calcula. Un billete codificado sale deslizándose por una ranura. Chib lo coge y se dirigen al puerto, un gran andén curvado, donde inserta el billete en otra ranura. Sale otro y una voz mecánica repite la información del billete en Inglés Mundial y en Inglés de LA, por si no saben leer.

Las góndolas salen al puerto y deceleran hasta detenerse. Sin ruedas, flotan en un campo gravitónico en continuo ajuste. Secciones del andén retroceden formando embarcaderos para las góndolas. Los pasajeros entran en los vagones destinados a ellos. Los vagones avanzan; sus puertas se abren automáticamente. Los pasajeros suben a las góndolas. Se sientan y esperan mientras la red de seguridad se cierra sobre ellos. De sus nichos en el casco se alzan paredes curvas de plástico transparente y se unen formando una cúpula.

Automáticamente cronometradas, controladas por ordenadores proteínicos triplicados para mayor seguridad, las góndolas esperan hasta que la costa está libre. Al recibir el permiso de avance, salen despacio del puerto hacia el tubo. Hacen una pausa para obtener otra confirmación del permiso, triplemente comprobado en cuestión de microsegundos. Después entran suavemente en el tubo.

¡Whooosh! ¡Whooosh! Otras góndolas les adelantan. El tubo reluce, amarillento como si estuviera lleno de gas electrificado. La góndola acelera rápidamente. Algunas aún les adelantan, pero Chib acelera y pronto ya no pueden alcanzarle. La redondeada popa de la góndola delantera es una presa brillante que no será capturada a menos que reacelere antes de amarrar en su puerto de destino. No hay muchas góndolas en el tubo. A pesar de la población de 100 millones, hay poco tráfico en la ruta Norte-Sur. La mayoría de los habitantes de LA se quedan entre las autosuficientes paredes de sus Nidos. Hay más tráfico en los tubos Este-Oeste, ya que un pequeño porcentaje prefiere las playas públicas del océano a las piscinas municipales.

El vehículo ruge hacia el sur. Después de algunos minutos, el tubo comienza a inclinarse hacia abajo y, de repente, llega a formar un ángulo de cuarenta y cinco grados con la horizontal. Atraviesan como centellas nivel tras nivel.

Al otro lado de las transparentes paredes, Chib ve fugazmente la gente y arquitectura de otros barrios. El nivel 8, Long Beach, es interesante. Sus casas son como dos bandejas de pastel talladas en cristal de roca, una encima de otra, concavidad sobre concavidad, y el conjunto montado sobre una columna esculpida con relieves la rampa de entrada y salida es como un contrafuerte volante.

En el nivel 3A el tubo vuelve a la horizontal. Ahora la góndola corre a lo largo de establecimientos cuya vista obliga a Mamá a cerrar los ojos. Chib le aprieta la mano y piensa en sus primos y hermanastros que están tras el plástico amarillento. Este nivel contiene un 15% de la población: los retrasados, los locos incurables, los demasiados feos, los monstruosos, los seniles. Pululan aquí, con los rostros vacuos o retorcidos apretados contra la pared del tubo para ver pasar flotando a los coches bonitos.

La «humanitaria» ciencia médica mantiene vivos a los niños que —por imperativo de la Naturaleza— «deberían» haber muerto. A partir del siglo XX, seres humanos con genes defectuosos han sido salvados de la muerte. De ahí la continua expansión de esos genes. Lo trágico es que la ciencia, hoy día, puede detectar y corregir los genes defectuosos en el óvulo y en el espermatozoide. En teoría, todos los seres humanos podrían ser bendecidos con cuerpos totalmente sanos y cerebros perfectos. Pero el obstáculo es que no tenemos ni mucho menos suficientes médicos y equipos para soportar el ritmo de los nacimientos. A pesar del descenso constante en la cantidad de los mismos.

La ciencia médica mantiene a la gente en vida tanto tiempo que surge la senilidad. Así, cada vez hay más decrépitos ancianos babeantes sin mente. Y también una acumulación progresiva de los mentalmente inútiles. Hay terapias y drogas para volver a la «normalidad» a la mayoría, pero no bastantes médicos y equipos. Algún día quizá los haya, pero eso no ayuda a los infortunados de hoy.

¿Qué hacer, entonces? Los antiguos griegos abandonaban en los campos a los niños defectuosos para que murieran. Los esquimales embarcaban a sus ancianos en bancos de hielo flotantes, enviándolos a la deriva. ¿Deberíamos asfixiar a nuestros niños anormales y a nuestros viejos seniles? A veces pienso que es lo caritativo. Pero no puedo pedir a otro que apriete el botón que yo no pulsaría.

Mataría al primer hombre que se dirigiera a él
.
De las Eyaculaciones privadas del Abuelo

La góndola se acerca a una de las escasas intersecciones. Sus pasajeros ven el tubo de ancha boca, abajo y a la derecha. Un rápido vuela hacia ellos; reluce. Curso de colisión. Ellos ya conocen eso, pero no pueden evitar aferrarse a la red, rechinar los dientes y tensar las piernas. Mamá suelta un gritito. El rápido se abalanza por encima de ellos y desaparece; el chillido ululante del aire es como el de un alma en su camino al juicio del inframundo.

El tubo desciende de nuevo hasta recuperar la horizontalidad en el nivel 1. Ven el suelo, debajo, y los macizos pilares autorregulados que soportan la megápolis. Zumban sobre una pequeña ciudad extraña: el LA de principios del siglo XXI, conservado como museo, uno de los muchos que hay bajo el hexaedro.

Quince minutos después de embarcar, los Winnegan llegan a la estación terminal. Un ascensor les lleva a la superficie, donde entran en una gran limusina negra. Esta ha sido proporcionada por una empresa privada de pompas fúnebres, ya que el Tío Sam o el

Gobierno de LA pagarían una cremación pero no un entierro. La Iglesia ya no insiste en el entierro, dejando a sus fieles elegir entre ser cenizas al viento o cuerpos bajo la tierra.

El sol está a medio camino del cenit. Mamá comienza a respirar con dificultad y sus brazos y cuello enrojecen y se hinchan. Las tres veces que ha estado fuera de los muros ha sido atacada por esta alergia, a pesar del aire acondicionado de la limusina. Chib le palmea la mano, mientras viajan por una carretera burdamente parcheada. El arcaico vehículo de 80 años, a pesar de ser de gasolina y de ir dirigido por un motor eléctrico, sólo avanza con brusquedades si se le compara con la góndola. Recorre rápidamente los 10 kilómetros hasta el cementerio, deteniéndose en una ocasión para perrnitir a un ciervo cruzar la carretera.

El padre Fellini les saluda. Está apenado porque tiene la obligación de decirles que la Iglesia piensa que el Abuelo ha cometido sacrilegio. Quitarle el sitio al cuerpo de otro hombre, decir misa sobre el suyo, enterrarlo en suelo sagrado, es blasfemar. Además el Abuelo murió como un delincuente no arrepentido. Al menos por lo que sabe la Iglesia, no hizo acto de contrición antes de morir.

Chib esperaba esta negativa. El párroco de la Iglesia de la Virgen María, en Beverly Hills 14, se negó a oficiar un funeral por el Abuelo en ese templo. Pero el Abuelo le dijo a menudo a Chib que quería ser enterrado con sus antepasados, y Chib está decidido a que ese deseo se cumpla.

Chib dice:

—¡Lo enterraré yo mismo! ¡En el borde del cementerio!

—¡No puede hacerlo! —dicen simultáneamente el sacerdote los enterradores y un agente federal.

¡Y una leche que no puede! ¿Dónde está la pala?

Es entonces cuando ve la cara delgada y la nariz aguileña de Accipiter. El agente está supervisando la exhumación del féretro del Abuelo (del primero). Cerca hay al menos cincuenta reporteros del fido transmitiendo con sus minicámaras, con los transceptores flotando algunas decenas de metros más allá. El Abuelo está teniendo una gran publicidad, como corresponde al Último de los Milmillonarios y al Mayor Delincuente del Siglo.

Reportero del fido:

—Señor Accipiter, ¿podría concedernos unas palabras? No exagero al decir que hay, probablemente, al menos diez mil millones de personas viendo este acontecimiento histórico. Al fin y al cabo, incluso los niños de la escuela primaria saben quién era Vuelvoaganar Winnegan.

¿Cómo se siente? Usted ha estado a cargo del caso durante veintiséis años. Su terminación con éxito debe de satisfacerle mucho.

Accipiter, sin sonreír, como la esencia de la diorita:

—Bueno, en realidad no me he dedicado todo el tiempo a este caso. Sólo unos tres años de tiempo acumulado. Pero, ya que he trabajado en él al menos durante varios días al mes, se podría decir que he estado sobre la pista de Winnegan durante veintiséis años.

Reportero:

—Se ha dicho que el fin de este caso significa también el fin de la ORI. Si no nos han informado mal, la ORI se mantenía en funcionamiento sólo por Winnegan. Usted tuvo otras ocupaciones, desde luego, durante este tiempo, pero la investigación de falsificadores y tahúres que no declaran sus ingresos se ha transferido a otras oficinas. ¿Es cierto eso? En ese caso, ¿qué piensa hacer?

Accipiter, soltando un gallo de emoción:

—Sí, la ORI se va a disolver. Pero no hasta que termine el proceso contra la nieta de Winnegan y su hijo. Lo escondieron y, por tanto, son cómplices del delito.

»De hecho, casi toda la población de Beverly Hills, nivel 14, debería ser procesada. Sé, aunque no lo puedo demostrar, que todos, incluyendo al jefe de policía municipal, estaban muy al corriente de que Winnegan se ocultaba en esa casa. Incluso el párroco lo sabía, ya que le aconsejó que se reformara y se negó a darle la absolución a menos que lo hiciera.

»Pero Winnegan, un «ratón», quiero decir delincuente, endurecido donde los haya, no quiso seguir los consejos del sacerdote. Sostenía que no había cometido un delito; que, lo creyeran o no, el Tío Sam era el delincuente. ¡Imaginen la desvergüenza, la depravación de ese hombre!

Reportero:

—¿No pensará usted arrestar a toda la población de Beverly Hills 14?

Accipiter:

—Me han aconsejado que no lo haga.

Reportero:

—¿Va a retirarse cuando este caso quede cerrado?

Accipiter:

—No. Pienso pedir la transferencia a la Oficina de Homicidios de LA Mayor. El asesinato por interés apenas existe ya, pero aún hay crímenes pasionales, gracias a Dios.

Reportero:

—Desde luego, si el joven Winnegan ganara su pleito contra usted…, le ha acusado de invasión de intimidad doméstica, irrupción ilegal en el hogar y de causar directamente la muerte de su tatarabuelo, usted no podría trabajar para la Oficina de Homicidios ni para ningún otro departamento de policía.

Accipiter, fallándole de nuevo la voz por la emoción:

—¡No es de extrañar que a los defensores de la ley nos resulte tan difícil actuar con eficacia! A veces, no sólo parecen estar de parte del delincuente la mayoría de los ciudadanos, sino que mis propios jefes…

Reportero:

—¿Le importaría completar esa frase? Estoy seguro de que sus jefes están escuchando este canal, ¿no? Entiendo que, por algún motivo se ha planificado que los juicios de Winnegan y de usted tengan lugar «al mismo tiempo». ¿Cómo espera estar presente en ambos?… ¡Algunos comentaristas del fido le llaman El Hombre Simultáneo!

Accipiter, enrojeciendo:

—¡Es por culpa de algún técnico idiota! Alimentó los datos al ordenador legal incorrectamente. Y él, o algún otro, desconectó el circuito de corrección de errores, y el ordenador se quemó. Se sospecha que el técnico cometió el error deliberadamente, al menos lo sospecho yo, y que me demande el imbécil si quiere, de todas formas, ha habido demasiados casos como éste, y…

Reportero:

—¿Le importaría resumir el desarrollo de este caso para nuestros espectadores? Sólo lo más importante, por favor.

Accipiter:

—Bien, eh…, como saben, hace cincuenta años todas las grandes empresas privadas se habían convertido en oficinas del Gobierno. Todas excepto una empresa de construcción, la Compañía Finnegan de Cincuenta y tres Estados, cuyo presidente era Finn Finnegan. Él era el padre del hombre que va a ser enterrado, en algún sitio hoy.

»También todos los sindicatos excepto el mayor, el de la construcción, se habían disuelto o eran del Gobierno. En realidad, la compañía y el sindicato eran todo uno, ya que los empleados controlaban el noventa y cinco por ciento del capital, distribuido más o menos uniformemente entre ellos. El viejo Finnegan era el presidente de la compañía y el secretario ejecutivo del sindicato.

»Por las buenas o por las malas, especialmente por las malas, creo, la empresa— sindicato había resistido la inevitable absorción. Se investigaron los métodos de Finnegan: coacción y chantaje sobre los senadores USA e incluso sobre los jueces del Tribunal Supremo USA. Sin embargo, no se demostró nada.

Reportero:

—Para nuestros espectadores, que pueden estar poco fuertes en historia, diremos que ya hace cincuenta años el dinero sólo se usaba para comprar chucherías no suministradas por el Estado. Su otra utilidad, como hoy, era la de indicador de prestigio y de nivel social En cierto momento, el Gobierno pensó en librarse por completo del dinero, pero un estudio reveló que tenía un gran valor psicológico También se conservó el impuesto sobre la renta, aunque al Gobierno no le servía para nada el dinero, porque el montante del impuesto de una persona determinaba su prestigio y porque permitía al Gobierno retirar de la circulación una gran cantidad de dinero

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