Visiones Peligrosas II (20 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas II
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Y su casa estaba más que infinitamente lejos. Podría viajar hasta la más lejana de aquellas estrellas que empezaban a parpadear contra el crepúsculo púrpura —si fuera posible superar la velocidad de la luz— sin hallar Eutopía. Estaba separada de aquel lugar por las dimensiones y por el destino. Nada excepto los campos de desviación de un paracronión podrían llevarle a través de las líneas del tiempo hasta los suyos.

Pensó en los porqués. Era una especulación vacía, pero su cansado cerebro hallaba alivio en la puerilidad. ¿Por qué había querido Dios que el tiempo pasara y volviera a pasar, enorme, sombrío, albergando universos como los yggdrasil de la leyenda danskar? ¿Era a fin de que el hombre pudiera realizar todas las potencialidades que había en él?

Seguramente no. Muchos de ellos eran un horror absoluto.

Supongamos que Alejandro el Magno no se recuperó de la fiebre que se abatió sobre él en Babilonia. Supongamos que, en vez de ser un hombre moderado que pasó el resto de su larga vida afirmando los cimientos de su imperio… supongamos que simplemente murió.

Bien, esto ocurrió, y probablemente en más historias que en las que no murió. Aquí el imperio se desmoronó en salvajes guerras de sucesión. La Hélade y el Oriente se separaron. La naciente ciencia se sumió en la metafísica, finalmente incluso en el misticismo. Un convulsionado mundo mediterráneo cayó en manos de los romanos: fríos, crueles, sin creatividad, proclamando ser los herederos de la Hélade pese a que habían destruido Corinto. Un profeta judío herético fundó un culto misterioso que cobró raíces por todas partes, porque los hombres desesperaban de sus vidas. Y ese culto ignoraba la palabra tolerancia. Sus sacerdotes negaban todas las manifestaciones de Dios excepto una; talaron los bosquecillos sagrados, retiraron de las casas los humildes ídolos, y martirizaron a los últimos hombres cuyas almas eran libres.

«Oh, sí —pensó Jason—, a su debido tiempo perdieron su poder. La ciencia pudo renacer, casi dos milenios más tarde que entre nosotros. Pero el veneno permanecía: la idea de que el hombre debe conformarse no sólo en su comportamiento sino también en sus creencias. Ahora, en América, a eso le llaman totalitarismo. Y debido a ello, los cohetes nucleares han sido incubados en una pesadilla.

»Odio esta historia, su suciedad, su derroche, su fealdad, sus restricciones, su hipocresía, su locura. Nunca tendré una tarea más dura que cuando tuve que pretender ser un americano a fin de ver desde dentro cómo creían ordenar sus vidas. Pero esta noche… Siento piedad por ti, pobre mundo violado. No sé si desear tu pronta muerte, como probablemente ocurrirá, o esperar que algún día tus descendientes puedan luchar para conseguir lo que nosotros hemos conseguido hace más de una era.

»Tuvieron más suerte aquí, debo admitirlo. El cristianismo cayó ante los asaltos de los árabes, vikingos y magiares. Después, el imperio islámico se suicidó en guerras civiles, y los bárbaros de Europa pudieron abrirse camino a su comodidad. Cuando cruzaron el Atlántico, hace un millar de años, no tenían el poder de cometer genocidio con los nativos; tuvieron que llegar a un acuerdo. No tenían industria, entonces, para destripar el hemisferio; forzosamente se vieron obligados a conquistar esta tierra lentamente, tomándola como un hombre toma a su recién desposada.

»Pero estos enormes bosques sombríos, esas tristes praderas, esos despoblados desiertos y montañas por donde pululan las cabras monteses… todo eso entró en sus almas. Seguirán siendo, inevitablemente y por siempre, unos salvajes.»

Suspiró, se reclinó, e intentó dormir. Niki pobló sus sueños.

Allá donde una catarata señalaba el principio de la navegación de ese gran río conocido variadamente como el Zeus, el Mississippi y el Longflood, un pueblo básicamente agrícola que no había desarrollado el transporte aéreo tanto como en Eutopía edificaría seguramente una ciudad. El comercio y la potencia militar trajeron consigo el gobierno, el arte, la ciencia y la educación. Varady albergaba a unas cien mil personas o así —no existían censos en Westfall—, cuyas casas abocadas hacia el interior rodeaban las torres del castillo del voivode. Despertándose, Jason salió a su balcón y oyó el rumor del tráfico. Más allá de los techos se alzaban las murallas defensivas. Se preguntó si una paz fundada en el equilibrio del poder entre pequeños estados podría durar.

Pero la mañana era demasiado fresca y resplandeciente para tales reflexiones. Allí estaba él, a salvo, limpio y descansado. Había habido poca conversación cuando llegó. Viendo las condiciones del fugitivo que le traían solicitando asilo, Bela Zsolt le había hecho servir la cena y lo había enviado a la cama.

«Pronto conferenciaremos —comprendía Jason—, y tendré que ser muy cuidadoso si quiero seguir viviendo.» Pero la salud que le había sido restituida era tan fuerte que no sentía la necesidad de suprimir las preocupaciones.

Una campanilla sonó en la habitación. Volvió a entrar en la estancia, que era espaciosa y aireada pese a estar demasiado ornamentada. Recordando que la costumbre desaprobaba la desnudez, se envolvió en una ropa de colores chillones con un dibujo en zigzag.

—Sean bienvenidos —dijo en magiar.

La puerta se abrió y una mujer joven entró con su desayuno.

—Buena suerte para ti, oh huésped —dijo con un pronunciado acento; era una tyrker, y llevaba todavía el atuendo bordado y orlado de su pueblo—. ¿Has dormido bien?

—Como Coyote tras una travesura —rió él.

Ella le devolvió la sonrisa, complacida de su alusión, y preparó la mesa. Luego se sentó ante él. Los huéspedes no debían comer solos, Jason encontró el venado más bien fuerte a aquella temprana hora del día, pero el café era delicioso y la muchacha charlaba encantadoramente. Estaba empleada como doncella, le dijo, y así ahorraba dinero para su dote cuando regresara a su país cherokee.

—¿Me recibirá el voivode? —preguntó Jason cuando hubieron terminado.

—Te aguarda cuando tú desees. —Sus pestañas aletearon—. Pero no tenemos prisa.

Empezó a soltar su cinturón.

Una hospitalidad tan espléndida debía de ser el resultado de una superposición de costumbres, los hábitos libertinos de los danskar y los aún más libres de los tyrker influenciando a los austeros magiares, Jason se sintió casi como si estuviera en casa, en un mundo donde los individuos daban y recibían mutuamente placer cuando les apetecía. Se sintió tentado… aquella frente amplia y lisa le recordaba a Niki. Pero no. Tenía poco tiempo. A menos que estableciera firmemente su posición antes de que Ottar pensara en llamar a Bela, estaría atrapado.

Se inclinó sobre la mesa y palmeó una pequeña mano.

—Te lo agradezco, encanto —dijo—, pero he hecho votos.

Ella aceptó la respuesta tan naturalmente como había hecho la pregunta. Este mundo, que tenía los medios de unificarse, prefería permanecer deliberadamente separado en fragmentos de culturas separadas. Algo de su alienación volvió a él mientras la contemplaba cimbrearse cruzando la puerta. Porque tan sólo había captado un pequeño destello de libertad. La vida en Westfall seguía siendo un laberinto de tradiciones, modales, leyes y tabúes.

Lo cual había estado a punto de costarle la vida, pensó; y aún podía costársela. ¡Era mejor apresurarse!

Se enfundó rápidamente las ropas que habían dispuesto para él, y buscó su camino por los largos corredores de piedra. Otra sirvienta le dirigió hacia el trono del voivode. Había varias personas aguardando fuera para hacer oír sus quejas o pedir que fueran enjuiciadas sus disputas. Pero cuando se anunció, Jason fue introducido inmediatamente.

La sala en la que entró se hallaba en la parte más antigua del edificio. Columnas de madera cuarteadas por la edad, grotescamente talladas con dioses y héroes, sostenían una techo bajo. Un fuego excavado en el suelo lanzaba volutas de humo hacia un orificio; dentro quedaba el suficiente como para que los ojos de Jason empezaran a escocerle. Hubieran podido proporcionarle muy fácilmente una oficina más moderna a su magistrado en jefe, pensó… pero no; puesto que sus antepasados habían emitido sus juicios en esta perrera, él también debía hacerlo.

La luz que se filtraba por las estrechas ventanas rozaba los angulosos rasgos de Bela y se perdía entre las sombras. El voivode era grueso y de pelo gris; sus facciones hablaban de una considerable mezcla de cromosomas tyrker. Permanecía sentado en un trono de madera, su cuerpo envuelto en una manta, su cabeza llena de cuernos y plumas. Su mano izquierda sostenía un cetro adornado con una cola de caballo, y un sable desnudo estaba apoyado cruzando sus rodillas.

—Bienvenido, Jason Philippou —dijo gravemente. Señaló un taburete—. Siéntate.

—Doy gracias a mi señor.

El eutopiano recordó cómo su propio pueblo había prescindido de los títulos.

—¿Estás preparado para decir la verdad?

—Sí.

—Bien. —Bruscamente su silueta se relajó, cruzó las piernas y extrajo un cigarro de debajo de la manta—. ¿Fumas? ¿No? Bien, yo sí. —Una sonrisa frunció el correoso rostro, llenándolo de arrugas—. Siendo como eres un extranjero, no necesito seguir manteniendo esa maldita ceremonia.

Jason intentó responder de la misma forma.

—Es un alivio. No tenemos mucha en la República Peloponesa.

—Tu país natal, ¿eh? He oído que las cosas no van demasiado bien por allí.

—No. Mi patria se está haciendo vieja. Miramos hacia Westfall para nuestro futuro.

—Dijiste la pasada noche que habías venido a Norlandia como comerciante.

—Para negociar un acuerdo comercial. —Jason deseaba mantenerse tan ajustadamente a su historia tapadera como fuera posible. Uno no podía contarles a las distintas historias que los helenos habían inventado el paracronión. Además de cambiar todas las condiciones que deseaban estudiar, sería demasiado cruel dejar que los hombres supieran que otros hombres vivían en la perfección—. Mi país está interesado en comprar madera y pieles.

—Hum. De modo que Ottar te invitó a quedarte a su lado. Puedo comprender por qué. No tenemos muchas ocasiones de recibir a personas procedentes de nuestra Madre Patria. Pero un día quiso arrebatarte tu sangre. ¿Qué ocurrió?

Jason podía haberse refugiado en el derecho a la intimidad, pero eso no hubiera sentado bien. Y una mentira completa sería peligrosa; ante aquel trono, uno estaba automáticamente bajo juramento.

—En una cierta medida, sin lugar a dudas, la falta fue mía —dijo—. Uno de los miembros de su familia, casi adulto, se sintió atraído hacia mí y… llevo mucho tiempo alejado de mi esposa, y todo el mundo me había dicho que los danskar eran partidarios de la libertad antes del matrimonio, y… bien, no quería causar ningún daño. Simplemente alenté… Pero Ottar lo descubrió, y me desafió.

—¿Por qué no te enfrentaste a él?

Era inútil decir que un hombre civilizado no se enzarza en una lucha violenta cuando existe alguna otra alternativa.

—Considera, mi señor —dijo Jason—. Si perdía, estaría muerto. Si ganaba, este sería el final del proyecto de mi compañía. Los Ottarson nunca me hubieran perdonado, ¿no? Como mínimo, nos hubieran barrido de sus tierras. Y los peloponesos necesitamos esa madera. Pensé que lo mejor que podía hacer era escapar. Más tarde mis asociados podrían desacreditarme ante Norlandia.

—Hummm…, un extraño razonamiento. Pero eres leal, de todos modos. ¿Qué quieres de mí?

—Sólo un salvoconducto hasta… Steinvik. —Jason estuvo a punto de decir «Neathenai». Refrenó su vehemencia—. Tenemos un factor allí, y una nave.

Bela lanzó una bocanada de humo por la boca y frunció el ceño a la resplandeciente punta del cigarro.

—Me gustaría saber por qué Ottar se irritó tanto. No parece propio de él. Aunque supongo que cuando la hija de un hombre se halla implicada en el asunto, las cosas resultan algo distintas. —Se inclinó hacia delante—. En lo que a mí respecta —dijo con voz dura—, lo más importante es que esos norlandeses armados cruzaron mis fronteras sin solicitar permiso.

—Una grave violación de vuestros derechos, ciertamente. Bela pronunció una obscenidad de criador de caballos.

—Tú no comprendes. Las fronteras no son sagradas porque Atila lo quiera, digan lo que digan los chamanes. Son sagradas porque son la única forma de mantener la paz. Si no me irrito abiertamente por esta violación, y castigo a Ottar por ella, algún cabeza caliente puede sentirse tentado algún día; y en la actualidad todo el mundo posee armas nucleares.

—¡No deseo ser la causa de ninguna guerra! —exclamó Jason, alarmado—. ¡Antes envíame de vuelta a él!

—Oh, no, no digas tonterías. El castigo de Ottar será que le negaré su venganza, sin tener en cuenta los derechos o errores de tu caso. Tendrá que tragarse eso.

Bela se alzó. Colocó su cigarro en un cenicero, levantó el sable, e inmediatamente pareció transfigurado. Un dios pagano hubiera podido hablar por su boca:

—A partir de ahora, Jason Philippou, tu persona será sagrada en Dakoty. Mientras permanezcas dentro de nuestros límites, el daño que te hagan es como si me lo hicieran a mí, a mi casa y a mi gente. ¡Que los Tres me protejan!

Su autocontrol cedió. Jason se arrodilló y balbuceó su agradecimiento.

—Ya basta —gruñó Bela—. Arreglemos las cosas para tu traslado tan rápido como sea posible. Te enviaré por aire, con un escuadrón militar. Pero, por supuesto, necesitaré el permiso de los reinos que tengas que cruzar. Eso tomará tiempo. Vuelve a tus habitaciones, descansa, te mandaré llamar cuando todo esté preparado.

Jason salió de la estancia, aún estremeciéndose.

Pasó un par de agradables horas vagabundeando por el castillo y sus patios. Los jóvenes de la corte de Bela se sentían ansiosos de exhibirse ante un representante de la Madre Patria. Tuvo que admirar el pintoresquismo de su forma de cabalgar, sus torneos, sus concursos de tiro y sus desafíos intelectuales; algo en su interior se emocionó cuando escuchó los relatos de los viajes por las llanuras y los bosques y por el río hacia la fabulosa metrópoli de Unnborg; el canto de un bardo despertó glorias que emocionaban más profundamente que lo que contaba la historia, llegando hasta los instintos del hombre, el mono asesino.

«Pero estas son precisamente las brillantes tentaciones a las que hemos vuelto la espalda en Eutopía. Porque nosotros negamos que seamos monos. Somos hombres que pueden razonar. En eso reside nuestra humanidad.

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