Visiones Peligrosas II (21 page)

Read Visiones Peligrosas II Online

Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas II
7.13Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Estoy volviendo a casa. Estoy volviendo a casa. Estoy volviendo a casa.»

Un sirviente palmeó su brazo.

—El voivode desea verte.

Había un asomo de miedo en su voz.

Jason se apresuró a regresar. ¿Qué había ido mal? No fue conducido a la sala con el alto trono. En vez de ello, Bela lo aguardaba en un parapeto. Dos hombres de armas se mantenían firmes tras él, los rostros inexpresivos bajo los emplumados cascos.

El día y la brisa eran una burla en los ojos de Bela. Escupió a los pies de Bela.

—Ottar me ha llamado —dijo.

—Yo… Él ha dicho…

—Y yo que creía que lo único que intentabas era llevarte a una muchacha a la cama. ¡No que pretendieras destruir la casa que te había acogido!

—Mi señor…

—No temas nada. Me has arrancado una promesa. Ahora deberé pasar años intentando compensar a Ottar por haberle defraudado.

—Pero…

«¡Calma! ¡Calma! Tenías que haberte esperado esto.»

—No viajarás en un aparato de guerra. Tendrás tu escolta, sí. Pero la máquina que te lleve será quemada inmediatamente después. Ahora ve a esperar junto a los establos, cerca del montón de estiércol, hasta que estemos dispuestos.

—No pretendía hacer ningún daño —protestó Jason—. Yo no sabía.

—Lleváoslo antes de que lo mate —ordenó Bela.

Steinvik era vieja. Aquellas estrechas calles adoquinadas, aquellas sombrías casas, habían visto las naves dragón. Pero el mismo viento soplaba del Atlántico, salado y fresco, para apartar de Jason los últimos vestigios de aquel dolor que lo había seguido en su viaje hasta allí. Anduvo silbando por entre la multitud.

Un hombre de Westfall, o de América, hubiera vuelto con las orejas gachas. ¿Acaso no había fracasado? ¿Acaso no tendría que ser reemplazado por alguien cuya historia falsa no mencionara la Hélade? Pero en Eutopía todo se miraba con miradas serenas. Su fracaso era debido a un error honesto: un error que no hubiera cometido si hubiera sido adiestrado más cuidadosamente antes de ser enviado. Uno aprende a través del error.

El recuerdo de la gente de Ernvik y Varady —generosa, alegre, una gente cuya amistad le hubiera gustado poder conservar— le atormentó un poco. Pero también dejó aquello de lado. Eran otros mundos, una infinidad de ellos.

Una enseña crujía al viento. La Hermandad de Hunyadi e Ivar, Armadores. Un buen camuflaje aquel, en una ciudad donde una de cada dos empresas estaba consagrada al mar. Corrió hasta el segundo piso. Los escalones crujieron bajo sus botas.

Abrió la palma de su mano ante un mapa en la pared. Un rastreador oculto identificó sus huellas dactilares, y una puerta oculta se abrió. La habitación al otro lado estaba decorada a la moda local. Pero sus hermosas proporciones hablaban del hogar; y una estatuilla de Niki extendía sus alas sobre una estantería.

«Niki… Niki… ¡Vuelvo a ti!» Su corazón estaba desbocado.

Daimonax Aristides alzó la vista desde su escritorio. A veces Jason se preguntaba si había algo en el mundo que pudiera hacer perder la calma a aquel hombre.

—¡Alegrémonos! —rugió su profunda voz—. ¿Qué es lo que te trae aquí?

—Malas noticias, me temo.

—¿Sí? Tu actitud sugiere que el asunto no es catastrófico. —Daimonax abandonó su silla, se dirigió al gabinete de las bebidas, llenó un par de sencillos y hermosos vasos con vino, y se relajó en un diván—. Ven, cuéntame.

Jason se le unió.

—Sin saberlo —dijo—, violé lo que parece ser un tabú primario. Tuve suerte de salir con vida de ello.

—Oh. —Daimonax se acarició la barba color gris acero—. No es la primera vez que ocurre, y tampoco será la última. Tanteamos nuestro camino hacia el conocimiento, pero la realidad siempre nos sorprenderá… Bien, felicitaciones por salvar la piel. No me hubiera gustado tener que llorarte.

Solemnemente, derramaron una libación antes de beber. El hombre racional reconoce su propia necesidad de ceremonial; ¿y por qué no satisfacerla observando los ritos de un antiguo mito? Además, el suelo era a prueba de manchas.

—¿Estás preparado para informar? —preguntó Daimonax.

—Sí. He ordenado los datos en mi cabeza en mi viaje hasta aquí., Daimonax conectó una grabadora, pronunció algunas palabras de catalogación, y dijo:

—Adelante.

Jason se felicitó por haber preparado tan bien su informe: claro, franco y completo. Pero mientras hablaba, pese a su voluntad, sus experiencias volvieron a él, no a su cerebro sino a sus entrañas. Vio las olas brillar en el mayor de los Pentalimne; recorrió los salones del castillo de Ernvik con el orgulloso y maravilloso joven Leif; se enfrentó a un Ottar convertido en animal; huyó de su encierro dominando a un guardia y haciendo una derivación en los controles de un coche con dedos temblorosos; escapó por una carretera desierta y se tambaleó en mitad de un vacío bosque; Bela escupió a sus pies y su triunfo no fue de pronto más que cenizas. Finalmente, no pudo contenerse:

—(Por qué no fui informado? Hubiera tenido más cuidado. Pero ellos decían que eran gente libre y sana, antes del matrimonio al menos. ¿Cómo podía saberlo?

—Fue un olvido —admitió Daimonax—. Pero hemos estado apartados de esto durante tanto tiempo que aún tendemos a dar demasiadas cosas por sabidas.

—¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que tenemos que aprender de esos bárbaros? Con un infinito que explorar, ¿por qué estamos malgastándonos en el segundo de los mundos más horribles que hemos encontrado?

Daimonax detuvo la grabadora. Durante un rato se produjo un silencio entre los dos hombres. Sonaban ruedas fuera, risas, y las estrofas de una canción penetraron por una ventana; el océano resplandecía bajo el sol poniente.

—¿Tú no lo sabes? —preguntó finalmente Daimonax, con suavidad.

—Bueno… El interés científico, por supuesto… —Jason tragó saliva—. Lo siento. El Instituto trabaja en base a sólidas razones. En la historia americana estamos observando formas en que el hombre puede equivocarse. Esto cuenta también, supongo.

Daimonax agitó la cabeza.

—No.

—¿Qué?

—Estamos aprendiendo algo demasiado precioso como para que lo abandonemos —dijo Daimonax—. La lección es humillante, pero nuestra maravillosa Eutopía necesita algo de humildad. Vosotros no sois conscientes de ello, porque hasta ahora no poseemos todavía datos suficientes como para hacer pública ninguna conclusión. Y además, tú eres nuevo en la profesión, y tu primera misión fue en otro tiempo. Pero entiende, tenemos excelentes razones para creer que Westfall es también el Buen País.

—Imposible —murmuró Jason. Daimonax sonrió y tomó un sorbo de vino.

—Piensa —dijo—. ¿Qué es lo que necesita un hombre? En primer lugar, las necesidades biológicas: comida, abrigo, medicinas, sexo, un entorno sano y razonablemente seguro donde educar a sus hijos. Segundo, la necesidad exclusivamente humana de esforzarse, aprender, crear. Bien, ¿no tienen todas esas cosas aquí?

—Uno podría decir lo mismo de cualquier tribu de la Edad de la Piedra. No puedes igualar el contentamiento con la felicidad.

—Por supuesto que no. ¿Pero no crees que nuestra ordenada, unificada, planificada Eutopía es el país de los borregos? Hemos terminado con todos los conflictos, hasta el conflicto del hombre con su propia alma; hemos dominado los planetas; las estrellas están demasiado distantes; si el Dios no hubiera sido tan bueno como para hacer posible el paracronión, ¿qué nos hubiera quedado?

—¿Quieres decir…? —Jason buscó las palabras. Se recordó a sí mismo que no era sano ampararse en una simple afirmación, por escandalosa que fuera—. ¿Quieres decir que sin lucha, espíritu de clan, supersticiones, rituales y tabúes… el hombre no tiene nada?

—Más o menos sí. La sociedad necesita estructura y significado. Pero la naturaleza no dicta qué estructura ni qué significado. Nuestro racionalismo es una elección irracional. Nuestro alejamiento de todo lo que es puramente animal en nosotros es simplemente otro tabú. Podemos amar a placer, pero no odiar a placer. ¿Somos así más libres que los hombres de Westfall?

—¡Pero seguramente algunas culturas son mejores que otras!

—Nunca he negado eso —dijo Daimonax—. Sólo señalo que cada una de ellas tiene su precio. Nosotros pagamos mucho por lo que disfrutamos en casa. No nos permitimos el menor pensamiento irreflexivo, nada que sea impulsivo. Excluyendo el peligro y las dificultades de la vida, eliminando las distinciones entre los hombres, no dejamos esperanza de victoria. Peor aún, quizá: nos hemos convertido en individualidades puras. No pertenecemos a nadie. Nuestra única obligación es negativa, no forzar a ninguna otra individualidad. El estado, es decir, una organización fabricada artificialmente, un mecanismo sin rostro ni exigencias, se preocupa de todas las necesidades y de todos los conflictos. ¿Dónde está la lealtad hasta la muerte? ¿Dónde está la intimidad de una vida enteramente compartida? Jugamos en las ceremonias, pero puesto que sabemos que son gestos arbitrarios, ¿cuál es su valor? Puesto que hemos hecho de nuestro mundo uno, ¿dónde están el color y el contraste, dónde el orgullo de ser particularmente nosotros mismos?

»En cambio esa gente de Westfall, con todas sus carencias, saben lo que son, quiénes son, a quién pertenecen y quién les pertenece. La tradición no está enterrada en libros sino que forma parte de la vida; y así sus muertos permanecen con ellos en los recuerdos afectuosos. Sus problemas son reales; en consecuencia, sus éxitos son reales. Creen en sus ritos. La familia, el reino, la raza, es algo por lo que vivir y morir. Utilizan menos sus cerebros, quizá, aunque no estoy seguro de ello, pero utilizan sus nervios, glándulas, músculos, mucho más. De modo que conocen un aspecto de la condición humana que nuestro cuidadoso mundo se ha negado a sí mismo.

»Si han conservado esto mientras creaban una ciencia y una tecnología mecánica, ¿no debemos intentar aprender de ellos?

Jason no supo qué responder.

Finalmente, Daimonax dijo que sería mejor que regresara a Eutopía. Tras unas vacaciones, podría ser reasignado a alguna historia con la que pudiera congeniar más. Se despidieron amigablemente.

El paracronión zumbaba. Las energías pulsaban entre los universos. La puerta se abrió, y Jason la cruzó.

Entró en una columnata barnizada. La blanca Neathenai se extendía graciosa y serena hasta el borde del agua. El hombre que lo recibió era un filósofo. Una túnica decente y unas sandalias estaban preparadas para él. En alguna parte sonaba una lira.

La alegría hizo temblar a Jason. Leif Ottarson desapareció de su memoria. Sólo había sido tentado en su soledad por un ligero parecido con su amor. Ahora estaba en casa. Y Niki lo estaba aguardando. Nikias Demostheneou, el más hermoso y encantador de los muchachos.

* * *

Los lectores deberían saber que los escritores no son responsables de las opiniones y. comportamientos de sus personajes. Pero mucha gente no lo sabe. En consecuencia, yo, por ejemplo, he sido llamado fascista a la cara. Indudablemente este relato me proporcionará acusaciones peores. ¡Y yo sólo deseaba contar una historia!

Bueno, quizás algo más. Uno no puede hacer nada al respecto. Todo el mundo observa el mundo desde su particular plataforma filosófica. En consecuencia, todo escritor que intenta reflejar lo que ve, está haciendo inevitablemente propaganda. Pero en general la propaganda se queda bajo la superficie. Esto es doblemente cierto en la ciencia ficción, que empieza transmutando la realidad a una franca irrealidad.

Así que, ¿qué es lo que he estado defendiendo aquí? No ninguna forma particular de sociedad. Por el contrario, la humanidad me parece tan espléndida e irónicamente variable que no puede existir ningún orden social perfecto. Sospecho que muy poca gente está biológicamente adaptada a la civilización; consideren sus repetidos colapsos. Esta idea puede estar equivocada, por supuesto. Incluso aunque fuera cierta, puede que sea simplemente otro factor que debamos tener en cuenta en nuestros planes. Pero la mutabilidad del hombre es difícil de poner abiertamente en duda.

Así que cada arreglo que haga tendrá sus fallos, que finalmente lo conducirán a la ruina; pero cada uno de ellos tendrá también sus virtudes. Yo mismo no creo que nuestro aquí-y-ahora sea un lugar tan malo donde vivir. Pero otros sí pueden creerlo. De hecho, otros lo creen. Al mismo tiempo, no podemos negar que algunas formas de vida son, en la balanza, malas. Las peores y más peligrosas son aquellas que no pueden tolerar nada que sea distinto a ellas.

De modo que, en una época de conflictos, necesitamos aclarar la comprensión de nuestros propios valores… y los del enemigo. Del mismo modo, tenemos que ver con igual claridad las desventajas de ambas culturas. Esto es un imperativo menos moral que estratégico. Sólo sobre tales bases podemos saber lo que debemos hacer y lo que nos es posible hacer.

Porque no nos hallamos aprisionados en una pesadilla sin significado. Estamos habitando un mundo real donde los acontecimientos poseen causas comprensibles y esas causas producen efectos. Nunca hemos tenido ninguna misión sagrada, y sería fatal creer otra cosa. Pero tenemos el derecho a la autoconservación. Sepamos qué es lo que queremos conservar. Luego el sentido común y el viejo valor probablemente nos ayudarán a seguir adelante.

He aquí un sermón más bien pesado para lastrar una historia que, después de todo, fue escrita únicamente para distraer. Todo este asunto fue expresado mucho mejor por Robinson Jeffers:

«Larga vida a la libertad, y malditas sean las ideologías.»

Incidente en Moderan

David R. Bunch

Sólo un escritor tiene dos historias en esta antología y, ¡sorpresa!, no soy yo. Es David R. Bunch, un escritor cuya obra admiro enormemente. Y un escritor que, sorprendentemente, no ha recibido las aclamaciones que se merece. La primera vez que leí una historia de Bunch fue en una preciosa revista de aficionados llamada Inside, publicada por Ron Smith. Ron había conocido a Bunch (o viceversa), y se sintió intrigado por el poco habitual estilo del hombre, su sentido de la poesía, las visiones casi dadaístas que era capaz de introducir en el campo de la fantasía y la ciencia ficción. Bunch publicó regularmente en Inside. Su obra produjo entremezcladas reacciones. Algunos críticos muy perceptivos (tales como John Ciardi) la comentaron muy inteligentemente. La mayoría de los fans se rascaban la cabeza y se preguntaban por qué se malgastaba espacio en Bunch cuando podían leer más y mejores análisis de la conducción inercial tal como era utilizada en las historias de Ed Earl Repp, o algo así. Hace media docena de años, la atractiva e inteligente ex directora de la revista Amazing Stories, Cele Goldsmith Lalli, empezó a publicar historias de Bunch. Una vez más el furor y las reacciones entremezcladas. Pero Bunch había hallado un hogar. Con considerable valor, tanto Bunch como Cele empezaron a publicar historias acerca de Moderan, un mundo de robots. Eran relatos francamente premonitorios, el dedo de la advertencia clavado directamente en el ojo o en la nariz del lector. He tenido que aguardar diez años para ser capaz de publicar yo también a Bunch. Por ello, dos Bunch, un pequeño ramillete de Bunch, apenas un pomito.

Other books

Practice to Deceive by David Housewright
Sweet as the Devil by Johnson, Susan
Rejar by Dara Joy
The Woman from Bratislava by Leif Davidsen
Kiss From a Rose by Michel Prince
Nicole Peeler - [Jane True 01] by Tempest Rising (html)