Zombi: Guía de supervivencia (24 page)

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El único tratamiento para las víctimas de la Pesadilla de la Vigilia Eterna es una desmembración completa seguida de las llamas. Debe sujetarse al paciente, llenársele la boca de paja y entonces amarrarlo bien. Deben extirparse todos los miembros y órganos, evitando el contacto con cualquier fluido corporal. Debe quemarse todo hasta que sólo queden cenizas para seguidamente esparcirlas todas al menos a doce pies en todas direcciones. Cualquier otro remedio no bastará, puesto que la enfermedad no tiene cura [...] el deseo de carne humana es insaciable. [...] Si las víctimas son numerosas y no hay esperanza de poder contenerlas, debe realizarse la decapitación inmediatamente [...] la pala shaolin es el arma más veloz para realizar esta tarea.

No hay mención a las víctimas de esta Pesadilla de la Vigilia Eterna como seres realmente muertos. Sólo el fragmento sobre el ansia que sienten por la carne de los sanos y el «tratamiento» en sí, sugieren la presencia de los zombis en la antigua China.

121 D. C, FANUM COCIDI, CALEDONIA (ESCOCIA)

Aunque se desconoce la fuente del brote, sus acontecimientos están bien documentados. El jefe bárbaro de la zona, creyendo que los no muertos estaban simplemente locos, envió a más de 3000 guerreros a «poner fin a esta sublevación demente». Su resultado: más de 600 guerreros devorados, el resto herido y finalmente transformado en muertos andantes. Un comerciante romano llamado Sextus Sempronios Tubero, que viajaba por esa región en aquel momento, presenció la batalla. Aunque no se dió cuenta de que los muertos andantes eran sólo eso, Tubero vio lo suficiente para fijarse en que la decapitación era el único modo de que los zombis dejaran de ser una amenaza. Apenas hubo escapado, Tubero contó este acontecimiento a Marcus Lucius Terentius, comandante de la guarnición militar más próxima en la Britania romana. Estaban a menos de un día de 9000 zombis. Siguiendo el flujo de refugiados, estos gules continuaron migrando al sur, en dirección constante hacia territorio romano. Terentius solo contaba con una cohorte (480 hombres) a su disposición, los refuerzos se encontraban a tres semanas de allí. Terentius ordenó primero cavar dos zanjas estrechas de dos metros de profundidad que finalmente alinearía para formar un pasillo recto de más de un kilómetro de largo. El resultado fue similar a un embudo abierto hacia el norte. Entonces ambas zanjas se llenaron de bitumen liquidum (aceite crudo: se usaba normalmente para encender lámparas en esta parte de Britania). Cuando los zombis se acercaron, prendieron el aceite. Todos los gules que cayeron en la zanja quedaron atrapados dentro de sus límites profundos y se incineraron. El resto fue forzado hasta el túnel, donde no más de 300 podían mantenerse en fila de pie. Terentius ordenó a sus hombres que sacaran las espadas, alzaran los escudos y avanzaran hacia el enemigo. Después de nueve horas de batalla, todos los zombis habían sido decapitados. Las cabezas partiéndose rodaban hacía la zanja para ser incineradas. Las bajas romanas sumaron 150 muertos, sin heridos (los legionarios mataron a cualquier camarada mordido). Las ramificaciones de este brote fueron inmediata e históricamente importantes. El emperador Adriano mandó compilar toda la información sobre el brote en un trabajo inteligible. Este manual no sólo detallaba el patrón de comportamiento de los zombis y las instrucciones sobre los métodos más eficientes de deshacerse de los cuerpos, sino que también recomendaba una aplastante fuerza numérica «que se enfrentara al pánico inevitable del populacho general».

Una copia de este documento, conocido simplemente como «Orden del Ejército XXXVII», fue distribuida a cada legión a través del imperio. Por este motivo, los brotes en zonas bajo el dominio romano nunca volvieron a alcanzar un número crítico y por eso nunca fueron registrados en detalle. También se cree que el primer brote impulsó la construcción del Muro de Adriano, una estructura que aislaba de forma eficaz Caledonia del norte del resto de la isla. Este es un brote de clase 3 de manual y, con mucho, el mayor registrado.

140-41 D. C, THAMUGADI, NUMIDIA (ARGELIA)

Seis pequeños brotes entre los nómadas del desierto fueron registrados por Lucius Valerius Strabo, gobernador romano de la provincia. Todos los brotes fueron aplastados por dos cohortes de la base de la Tercera Legión Augusta. Número total de zombis abatidos: 134. Bajas romanas: 5. Aparte del informe oficial, una entrada del diario personal de un ingeniero del ejército registra un descubrimiento significativo:

Una familia de la zona permaneció prisionera en su casa durante al menos doce días mientras las criaturas salvajes arañaban e intentaban abrirse camino en vano por las puertas cerradas con cerrojos y las ventanas. Después de que acabáramos con la mugre y rescatáramos a la familia, su conducta parecía cercana a la locura. Por lo que pudimos deducir, los gemidos de las bestias, día tras día, noche tras noche, demostraron ser una forma de tortura despiadada.

Este es el primer reconocimiento conocido de daño psicológico causado por un ataque zombi. Al estar los seis incidentes muy próximos en el tiempo puede considerarse creíble que uno o más zombis de ataques anteriores sobrevivieran el tiempo suficiente para volver a infectar una población.

156 D. C, CASTRA REGINA, GERMANIA (SUR DE ALEMANIA)

El ataque de diecisiete zombis acabó infectando a un clérigo importante. El comandante romano, al reconocer las señales de un recientemente transformado zombi, ordenó a sus tropas que destruyeran al antiguo hombre santo. Los ciudadanos de la zona encolerizaron y se desencadenaron disturbios. Número de zombis abatidos: 10, incluyendo al hombre santo. Bajas entre los romanos: 17, todos durante los disturbios. Número de civiles asesinados por las medidas represivas de los romanos: 198.

177 D. C, EMPLAZAMIENTO SIN NOMBRE CERCA DE TOLOSA, AQUITANIA (SUROESTE DE FRANCIA)

Una carta personal, escrita por un comerciante durante un viaje para ver a su hermano en Capua, describe al agresor:

Vino desde el bosque un hombre que apestaba a podrido. Su piel grisácea dejaba entrever muchas heridas de las que no emanaba la sangre. Al ver al niño gritar, pareció que el cuerpo le temblaba de excitación. Su cabeza se volvió en la dirección del niño; su boca abierta en un gemido estremecedor. [ . . .] Darius, el anciano veterano de la legión, se acercó [ . . .] apartando hacia un lado a la madre, agarró al niño con un brazo y empuñó su gladius con el otro. La cabeza de la criatura le cayó sobre los pies y rodó colina abajo antes de que el resto del cuerpo la siguiera. [ . . .] Darius insistió en que llevaran ropas de cuero cuando tiraran el cuerpo al fuego [ . . .] la cabeza, que aún se movía mordiendo de un modo desagradable, alimentó las llamas.

Este pasaje debería tomarse como la típica actitud romana hacia los muertos vivientes: sin miedo, sin supersticiones, simplemente otro problema que requiere una solución práctica. Este fue el último ataque registrado durante el Imperio romano. Los siguientes brotes ni se combatieron con la misma eficacia ni fueron registrados con la misma claridad.

SIGLO VIII D. C, FRISIA (NORTE DE HOLANDA)

Aunque parece que este acontecimiento tuvo lugar en o alrededor del año 700 d. C, las pruebas físicas las aporta un cuadro descubierto recientemente en la bóveda del Rijksmuseum de Amsterdam. El análisis de los materiales fija la fecha señalada arriba. El cuadro muestra un grupo de caballeros con armadura completa atacando a una multitud de hombres rabiosos con carne gris, flechas y otras heridas cubriendo sus cuerpos y sangre chorreando de sus bocas. Mientras las dos fuerzas se enfrentan en el centro del lienzo, los caballeros empuñan las espadas para decapitar al enemigo. Se ve a tres zombis en la esquina de la parte inferior derecha, agachados sobre el cuerpo de un caballero muerto. Han quitado parte de su armadura y han arrancado una extremidad de su cuerpo. Los zombis se alimentan de la carne expuesta. Como el cuadro en sí no está firmado, nadie ha determinado aún de dónde procede esta obra o cómo terminó en el museo.

850 D. C, REGIÓN DESCONOCIDA DE SAJONIA (NORTE DE ALEMANIA)

Bearnt Kuntzel, un fraile que peregrinaba a Roma, registró este incidente en su diario personal. Un zombi que apareció deambulando de la Selva Negra mordió e infectó a un granjero de la zona. La víctima resucitó varias horas después de fallecer y atacó a su propia familia. Desde ese momento, el brote se extendió a la aldea entera. Los que sobrevivieron huyeron al castillo del señor, sin darse cuenta de que algunos de ellos habían sido mordidos. Cuando el brote se extendió aún más, los aldeanos vecinos se dirigieron en tropel a la zona infestada. El clero de la zona creyó que los no muertos habían sido infectados por el espíritu del demonio y que el agua bendita y los ensalmos desterrarían a los espíritus malignos. La «búsqueda sagrada» terminó en una masacre, con la congregación entera o devorada o convertida en muertos vivientes. Desesperados, los señores y los caballeros vecinos se unieron para «purificar a la prole infernal en las llamas». Esta fuerza destartalada quemó todas las aldeas y zombis en un radio de ochenta kilómetros. Ni los humanos que no habían sido infectados sobrevivieron a la masacre. El castillo original del señor, habitado por personas que se habían visto acorraladas por los no muertos, se había transformado para entonces en una prisión de más de 200 gules.

Como los habitantes habían bloqueado las puertas y subido el puente levadizo antes de perecer, los caballeros no pudieron entrar al castillo para purificarlo. El resultado: la fortaleza se declaró «embrujada». Más de una década después, los campesinos que pasaban cerca de allí podían oír los gemidos de los zombis que había aún dentro. Según las cifras de Kuntzel, se contabilizaron más de 573 zombis y más de 900 humanos fueron devorados. Kuntzel cuenta también las represalias masivas contra un pueblo judío cercano, culpado del brote por su falta de «fe». El trabajo de Kuntzel sobrevivió en los archivos del Vaticano hasta su descubrimiento accidental en 1973.

1073 D. C, JERUSALÉN

La historia del doctor Ibrahim Obeidallah, uno de los pioneros más importantes en el campo de la fisiología zombi, tipifica los grandes progresos y los trágicos retrasos en el intento de la ciencia por entender a los no muertos. Una fuente desconocida causó un brote de quince zombis en Jaffa, una ciudad de la costa palestina. La milicia local, que utilizó una copia traducida de la Orden del Ejército Romano XXXVII, exterminó con éxito la amenaza con un mínimo de bajas humanas. Una mujer recientemente mordida quedó al cuidado de Obeidallah, un físico y biólogo eminente. A pesar de que la Orden del Ejército XXXVII hablaba de la decapitación inmediata y la incineración de todos los humanos a los que hubieran mordido, Obeidallah convenció (o quizá sobornó) a la milicia para que le permitiera estudiar a la mujer moribunda. Se alcanzó un compromiso en el que se le permitía trasladar el cuerpo, y todo su equipo, a la cárcel. Allí, en la celda, bajo el ojo vigilante de la ley, observó a la víctima retenida hasta que expiró, y continuó estudiando el cadáver mientras se reanimó. Realizó numerosos experimentos al gul retenido. Descubriendo que todas las funciones fisiológicas necesarias para mantenerse vivo habían dejado de funcionar, Obeidallah probó científicamente que el sujeto estaba físicamente muerto pero que aún funcionaba. Viajó por Oriente Medio recabando información sobre otros brotes posibles.

La investigación de Obeidallah documentó la fisiología completa de los muertos vivientes. Sus notas incluían informes sobre el sistema nervioso, la digestión, incluso el ritmo de descomposición en relación con el entorno. Este trabajo también incluía un estudio completo de los patrones de comportamiento de los muertos vivientes, un logro extraordinario, siempre que fuera cierto. De forma irónica, cuando los caballeros cristianos invadieron Jerusalén en 1099, este hombre fue decapitado como adorador de Satán y casi toda su obra fue destruida. Algunos fragmentos sobrevivieron en Bagdad durante los siglos siguientes con el rumor de que sólo una fracción del texto original sobrevivió. La historia de la vida de Obeidallah, sin embargo, excepto los detalles de sus experimentos, sobrevivió a la matanza de los cruzados, junto con su biógrafo (un historiador judío y anterior colega). El hombre escapó a Persia, donde el trabajo fue copiado, publicado y consiguió un modesto éxito en varias cortes de Oriente Medio. Una copia permanece en los Archivos Nacionales de Tel Aviv.

1253 D. C, FISKURHOFN, GROENLANDIA

Continuando la gran tradición de la exploración nórdica Gunnbjorn Lundergaart, un jefe islandés, estableció una colonia a la entrada de un fiordo aislado. Se ha dicho que en la partida había 153 colonos. Lundergaart volvió a Islandia después de un invierno, presumiblemente para procurarse provisiones y nuevos colonos. Cinco años después, Lundergaart volvió y encontró el complejo de la isla en ruinas. De los colonos, sólo encontró tres docenas de esqueletos; los huesos limpios de carne. También se dice que encontró tres seres: dos mujeres y un niño. Su piel tenía manchas grises y los huesos atravesaban la carne en algunos sitios. Las heridas eran obvias, pero no había restos de sangre. Cuando fueron vistos, las figuras se volvieron y se acercaron a la partida de Lundergaart. Sin dar respuesta a la comunicación verbal, atacaron a los vikingos e inmediatamente fueron cortados en pedazos. El escandinavo, al creer que la expedición al completo estaba maldita, ordenó que quemaran todos los cuerpos y las estructuras artificiales. Como su propia familia estaba entre los esqueletos, Lundergaart ordenó a sus hombres que lo mataran a él también, que desmembraran su cuerpo y lo echaran a las llamas. El «Cuento de Fiskurhofn» que la patrulla de Lundergaart contó a unos monjes viajeros irlandeses sobrevive en los Archivos Nacionales de Reykiavik, Islandia. No se trata realmente del relato más fiel sobre un ataque zombi de la civilización escandinava antigua, sino que también puede explicar por qué los asentamientos vikingos en Groenlandia se desvanecieron misteriosamente durante los primeros años del siglo catorce.

1281 D. C, CHINA

El explorador veneciano Marco Polo escribió en su diario que durante una visita al palacio de verano del emperador en Xanadú, Kublai Khan le mostró una cabeza de zombi cortada conservada en un tarro de líquido alcohólico transparente (Polo describió el líquido como «con la esencia del vino pero transparente y ácido para el olfato»). Esta cabeza, afirmó Khan, la había cogido su abuelo, Gengis, cuando volvió de sus conquistas en el Oeste, Polo escribió que la cabeza se percató de la presencia de todos. Incluso les miró con sus ojos casi descompuestos. Cuando se acercó a tocarla, la cabeza trató de morderle los dedos. Khan le castigó por este acto estúpido, volviéndole a contar el relato de un oficial de bajo rango de la corte que había intentado lo mismo y fue mordido por la cabeza cortada. El oficial «parecía haber muerto días después pero se levantó para atacar a sus sirvientes». Polo afirma que la cabeza permaneció «con vida» durante su estancia en China. Nadie sabe cuál fue el destino de esta reliquia. Cuando Polo volvió de Asia, su historia fue suprimida por la Iglesia católica y por eso no aparece en la publicación oficial de sus aventuras. Los historiadores han especulado que, ya que los mongoles llegaron tan lejos como a Bagdad, la cabeza puede ser uno de los sujetos originales de Ibrahim Obeidallah, lo cual da a esta cabeza el récord de la reliquia viva mejor conservada y más antigua de un espécimen zombi.

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