Zombi: Guía de supervivencia (26 page)

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A diferencia de los habitantes blancos, los antiguos esclavos tenían un profundo conocimiento cultural de su enemigo, una ventaja que reemplazó al pánico con la determinación. Los esclavos de todas las plantaciones se organizaron en equipos de caza muy disciplinados. Armados con antorchas y machetes (los blancos que huyeron se habían llevado con ellos todas las armas de fuego) y aliados con los negros y los mulatos liberados que quedaban (Santa Lucía tenía comunidades pequeñas pero importantes de ambas razas), rastrearon la isla de norte a sur. Se comunicaban con tambores, por lo que los equipos compartían la inteligencia y las tácticas de batalla coordinadas. Como una ola, lenta y premeditada, limpiaron Santa Lucía en siete días. Los blancos que se encontraban aún en los fuertes se negaron a unirse a la pelea, porque su intolerancia racial se unía a su cobardía. Diez días después de acabar con el último zombi, las tropas de las colonias británica y francesa llegaron. Inmediatamente, todos los que habían sido esclavos volvieron a ser encadenados. Los que se resistieron fueron ahorcados. Como el incidente se registró como una sublevación de los esclavos, todos los negros y mulatos que habían sido liberados volvieron a ser esclavizados o ahorcados por ayudar en la supuesta rebelión. Aunque no existen registros escritos, un relato oral ha llegado hasta nuestros días. Se rumorea que existe un monumento en algún lugar de la isla. Ningún residente declarará dónde está localizado. Si uno puede sacar una lección positiva de Castries es que un grupo de civiles, motivados y disciplinados, con las armas más primitivas y una comunicación básica, puede formar un equipo formidable para cualquier ataque zombi.

1807 D. C, PARÍS, FRANCIA

Un hombre fue admitido en el Cháteau Robinet, un hospital para criminales dementes. El informe oficial archivado por el doctor Reynard Boise, administrador jefe, relata: «El paciente parece incoherente, casi animal, con un deseo insaciable de violencia. [...] Tiene una mandíbula que muerde como la de un perro rabioso. Consiguió herir con éxito a uno de los pacientes antes de que lo ataran». La historia que siguió consiste en el interno herido recibiendo un tratamiento escaso (le vendaron las heridas y le dieron un trago de ron) y entonces siendo colocado en una celda común con más de cincuenta hombres y mujeres. Lo que siguió días después fue una orgía de violencia. Los guardas y los doctores, demasiado asustados por los gritos que salían de la celda, se negaron a entrar hasta que hubo pasado una semana. Para entonces, lo único que quedaba eran cinco infectados, zombis parcialmente devorados y las partes diseminadas de varias docenas de cadáveres. Boise pronto dimitió de su puesto y se retiró a la vida privada. Poco sabemos sobre lo que les pasó a los muertos andantes o al primer zombi que llevaron a la institución. El propio Napoleón Bonaparte ordenó que cerraran el hospital, lo purificaran y lo convirtieran en una casa de convalecencia para los veteranos del ejército. Además, no se sabe nada sobre la procedencia del primer zombi, cómo contrajo la enfermedad o, de hecho, si infectó a alguien más antes de ser enviado al Cháteau Robinet.

1824 D. C, SUDAFRICA

Este extracto fue tomado del diario de H. F. Fynn, miembro de la expedición británica original que conoció, viajó y negoció con el gran rey zulú Shaka.

El kraal era un hervidero de vida. [ . . .] El joven noble se adelantó en dirección al centro del establo. [ . . .] Cuatro de los mejores guerreros del rey trajeron un cuerpo; lo traían atado de pies y manos [ . . .] una bolsa hecha de piel de vaca le cubría la cabeza. Este tejido servía para cubrir también las manos y los antebrazos de los guardias, de modo que su piel nunca tocara la del condenado. [ . . .] El joven noble agarró su azagaya (una lanza punzante de más de un metro de longitud) y se lanzó de un salto al establo. [ . . .] El rey dio la orden con un grito y ordenó a sus guerreros que arrojaran la carga al kraal. El condenado se pegó contra la dura tierra, haciendo ademanes como un hombre borracho. La bolsa de piel se le escurrió de la cabeza [ . . .] su cara, para mi asombro, estaba terriblemente desfigurada. Una gran protuberancia de carne había desaparecido de su cuello como si se la hubiera arrancado una bestia inmunda. Le habían arrancado los ojos, y el abismo que quedaba en ellos miraba fijamente al Infierno. De sus heridas ni siquiera fluía una gota diminuta de sangre. El rey levantó la mano, acallando a la multitud frenética. El silencio llenaba el kraal; un silencio tan completo que los pájaros parecieron obedecer la poderosa orden del rey. [ . . .] El joven noble alzó su azagaya hasta el pecho y pronunció una palabra. Su voz era demasiado sumisa, demasiado suave para alcanzar mis oídos. El hombre sin embargo, el pobre diablo, debió escuchar la voz solitaria. Volvió la cabeza lentamente, con la boca muy abierta. De sus labios magullados y rajados salió un aullido tan aterrador que hizo que me temblaran todos los huesos. El monstruo, ahora estaba convencido de que era un monstruo, se dirigió encorvado hacia el noble. El joven zulú blandió su azagaya. La agitó delante de él incrustando la oscura cuchilla en el pecho del monstruo. El demonio no calló, no murió, no parecía que le hubieran agujereado el corazón. Simplemente continuó acercándose firme, imparable. El noble se retiró, temblando como una hoja cuando la lleva el viento. Se tropezó y cayó sobre la tierra que se unió a su cuerpo sudado. La multitud permaneció en silencio, mil estatuas de ébano observaban aquella trágica escena. [ . . .] Entonces Shaka, de un salto, entró al establo y bramó: «¡Sóndela, sóndela!». Enseguida el monstruo dejó al noble que yacía en el suelo y se dirigió al rey. Con la rapidez de la bala de un mosquete, Shaka agarró la azagaya del pecho del monstruo y la dirigió hacia una de las vacías cuencas de los ojos. Entonces giró el arma como lo haría un campeón de esgrima, dando vueltas a la punta de la cuchilla dentro del cráneo del monstruo. La criatura abominable cayó de rodillas ante él, luego se tumbó, enterrando su abominable cara en la roja tierra africana.

La historia acaba bruscamente aquí. Fynn nunca explicó qué le pasó al noble condenado o al zombi que aniquilaron. Naturalmente, este rito de paso ceremonial plantea varias preguntas interesantes: ¿Cuándo comenzó a utilizarse a los zombis de este modo? ¿Los zulúes tienen más de un gul para este propósito? De ser así, ¿de qué modo los consiguen?

1839 D. C, ESTE DE ÁFRICA

El diario de viaje de Sir James Ashton-Hayes, uno de los muchos incompetentes europeos en busca del nacimiento del Nilo, revela la probabilidad de un ataque zombi y una respuesta organizada y culturalmente aceptada.

Llegó al pueblo muy temprano aquella mañana, era un joven negro con una herida en el brazo. Evidentemente al pobre salvaje le había fallado la lanza y la cena que esperaba se había esfumado. Por muy gracioso que parezca, los acontecimientos que siguieron me parecieron tremendamente bárbaros. [ . . .]En el pueblo, tanto el doctor como el jefe de la tribu examinaron la herida, oyeron la historia del joven hombre y asintieron con la cabeza sobre una decisión secreta. El hombre herido, entre lágrimas, se despidió de su mujer y su familia [ . . .] obviamente, según sus costumbres, el contacto físico no está permitido, luego se arrodilló ante el jefe. [ . . .]El anciano cogió un garrote largo con la punta de hierro y entonces lo clavó en la cabeza del condenado, aplastándola como a un gigante huevo negro. Casi de inmediato, diez guerreros de la tribu tiraron sus lanzas, desenvainaron los primitivos sables y pronunciaron un cántico extraño: «Nagamba ekwaga mili eereeah enge». A continuación, simplemente se dirigieron hacia la sabana. El cuerpo del desgraciado salvaje, para horror mío, fue desmembrado y quemado mientras las mujeres de la tribu sollozaban frente a la columna de humo. Cuando consulté a nuestro guía para que me diera algún tipo de explicación, simplemente encogió su diminuta figura y respondió: «¿Quiere que se levante de nuevo esta noche?». Un pueblo raro, estos salvajes.

Hayes se niega a decir exactamente qué tribu era y los estudios posteriores han revelado que todos sus datos geográficos, lamentablemente, no son precisos. (No es de extrañar que nunca encontrara el Nilo.) Por suerte, el grito de guerra se identificó más tarde como «Njamba egoaga na era enge», una frase kikuyi que significa «Juntos peleamos y juntos ganamos o expiramos» Esto dio a los historiadores una pista de que se encontraba al menos en lo que actualmente en la moderna Kenia.

1848 D. C, CORDILLERA OWL CREEK, WYOMING

Aunque probablemente no se trate del primer ataque zombi en EEUU, se trata del primero que fue registrado. Un grupo de cincuenta y seis pioneros conocidos como la Partida Knudlian desapareció en la zona central de las Montañas Rocosas de camino a California. Un año después, una segunda expedición descubrió los restos de un campamento base que se creyó que había sido su último lugar de descanso.

Las señales de la batalla eran obvias. Restos de equipo roto estaban desparramados entre los carros calcinados. También descubrimos los restos de al menos cuarenta y cinco personas. Entre las muchas heridas, todos compartían una fractura en el cráneo. Algunos de los agujeros parecían de bala, otros de instrumentos romos como martillos e incluso rocas. [ . . .] Nuestro guía, un hombre con muchos años de experiencia en aquellos bosques, creía que no se trataba de la obra de indios salvajes. Después de todo, decía, ¿por qué habrían de matar a nuestra gente sin llevarse los caballos y los bueyes? Contamos los esqueletos de todos los animales y tuvimos que darle la razón. [ . . .] Hubo otro factor que encontramos más alarmante y era el número de heridas por mordeduras que tenían los muertos. Como ningún animal, ni el lobo blanco aullador ni la hormiga diminuta, había tocado sus cadáveres, obviamos su participación en lo acontecido. En la frontera siempre contaban historias sobre caníbales, pero nos horrorizaba creer que tales cuentos sobre un salvajismo tan impío pudieran ser ciertos, especialmente después de un cuento tan horrible como el de la Expedición. [ . . .] Sin embargo, lo que no pudimos comprender fue por qué se habían comido entre ellos tan rápido si aún no se habían acabado las provisiones de comida.

Este pasaje proviene de Arne Svenson, una maestra que se convirtió en colonizadora y granjera de la segunda expedición, Esta historia en sí misma no prueba necesariamente que se trate de un brote de Solanum. Aparecerán pruebas más sólidas, pero habrá que esperar otros cuarenta años.

1852 D. C, CHIAPAS, MÉXICO

Un grupo de cazadores de tesoros americanos de Boston, James Millar, Luke MacNamara y Willard Donglass, viajaron a esta región remota en la jungla con el propósito de saquear unas supuestas ruinas mayas. Mientras permanecían en el pueblo de Tzinteel, fueron testigos del entierro de un hombre al que tachaban de ser «un bebedor de la sangre de Satán». Vieron que el hombre estaba herido, amordazado y aún vivo. Al creer que se trataba de una ejecución bárbara, los estadounidenses lograron rescatar al condenado. Una vez que le quitaron las cadenas y la mordaza, el prisionero atacó al instante a los liberadores. Los disparos no hacían efecto alguno. Mató a MacNamara; los otros dos fueron heridos levemente. Un mes más tarde, sus familias recibieron una carta fechada el día después del ataque. En sus páginas, los dos hombres relataban los detalles de su aventura, incluyendo una declaración jurada de que su amigo asesinado había «vuelto a la vida» después del ataque. También escribieron que sus heridas superficiales de mordedura se estaban ulcerando y que empezaban a tener una horrible fiebre. Prometían descansar unas semanas en Ciudad de México para que les tratara un médico y luego volverían a Estados Unidos lo antes posible. Nunca más se supo de ellos.

1867 D. C, OCÉANO ÍNDICO

Un barco de vapor inglés para el correo, el RMS Rona, que transportaba a 137 convictos a Australia, ancló en Bijoutier Island para ayudar a un barco sin identificar que apareció varado en un banco de arena. La partida que enviaron descubrió a un zombi con la espalda rota, arrastrándose por las cubiertas desiertas del barco. Cuando intentaron ofrecerle ayuda, el zombi se inclinó hacia delante y mordió en los dedos a uno de los marineros. Mientras otro marino cortaba la cabeza al zombi con su sable los otros cogieron al camarada herido para llevarlo de vuelta al barco. Aquella noche, colocaron al marinero herido en su litera y le dieron un trago de ron y el cirujano del barco le prometió que lo examinaría al amanecer. Aquella noche, el nuevo zombi resucitó y atacó a sus compañeros de abordo. El capitán, con un ataque de pánico, ordenó que taparan con tablas la carga, que encerraran dentro a los convictos con el gul y que continuaran el viaje a Australia. El resto del viaje, el resonar constante de los gritos se convirtió en gemidos. Varios tripulantes juraron oír los chillidos de agonía de las ratas mientras se las comían vivas. Tras seis semanas en el mar, el barco echó el ancla en Perth. Los oficiales y la tripulación remaron a tierra para informar al alcalde mayor sobre lo que había ocurrido. Al parecer, nadie creyó las historias de aquellos marineros. Enviaron un contingente de tropas regulares para, y sólo por esa razón, que escoltaran a los prisioneros. El RMS Rona permaneció anclado cinco días, esperando a que llegaran dichas tropas. El sexto día, una tormenta rompió la cadena del ancla del barco, lo desplazó varias millas a través de la costa y lo estrelló contra un arrecife. Los habitantes del pueblo y la antigua tripulación del barco no encontraron rastro alguno de los no muertos. Lo único que quedó fueron huesos de humanos y huellas que llevaban tierra adentro. La historia del Rona era común entre los marineros a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Los registros del almirantazgo indican que el barco se perdió en el mar.

1882 D. C, PIEDMONT, OREGÓN

Las pruebas del ataque provienen de una partida humanitaria enviada para investigar un pequeño pueblo con una mina de hierro después de dos meses de aislamiento. Este grupo encontró Piedmont en ruinas. Muchas de las casas estaban quemadas. Las que aún quedaban en pie estaban llenas de agujeros de bala. Lo peculiar era que los agujeros dejaban ver que todos los tiros se habían dado desde el interior, como si la lucha hubiera tenido lugar entre aquellas paredes. Más impactante aún fue el descubrimiento de veintisiete esqueletos mutilados y medio comidos. Una primera teoría considerando el canibalismo quedó descartada cuando se encontraron los almacenes del pueblo con suficiente comida para un invierno entero. Cuando investigaron la mina, la partida humanitaria realizó su último y más terrorífico descubrimiento. Habían hecho estallar desde dentro la entrada. Encontraron cincuenta y ocho hombres, mujeres y niños, todos muertos de inanición. Los rescatadores determinaron que había suficiente comida para varias semanas almacenada y que se había consumido, por lo que sugirió que estuvieron allí encerrados más tiempo. Una vez que se realizó un recuento minucioso de los cadáveres, algunos mutilados y otros muertos de inanición, faltaban al menos treinta y dos de los ciudadanos. La teoría que acepta un mayor grupo de personas es que, por algún motivo, un gul o un grupo de gules surgieron de los bosques y atacaron Piedmont. Tras una batalla corta y violenta los supervivientes llevaron toda la comida que pudieron a la mina. Después de encerrarse, lo más probable es que estas personas esperaran un rescate que nunca llegó. Se puede sospechar que, antes de tomar la decisión de refugiarse en la mina, uno o más supervivientes intentaran realizar un viaje complicado a través de los bosques en busca del puesto de vigilancia más cercano. Como no existe ningún registro ni se encontraron los cuerpos, es lógico asumir que estos mensajeros mencionados antes murieran en el bosque o fueran engullidos por los no muertos. Si allí hubo zombis, no se sabe por qué no recuperaron los restos de ninguno. Tras el incidente de Piedmont no hubo un encubrimiento oficial. Los rumores hablan de una plaga, una avalancha, una lucha interna y el ataque de los «indios salvajes» (no hay nativos americanos que vivan allí, ni siquiera cerca de Piedmont).

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