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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

Zombie Planet (9 page)

BOOK: Zombie Planet
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—¿Cómo…?

El
lich
ladeó la cabeza.

—¿Sé tu nombre? ¿Cómo sé tu nombre? Siempre hay un premio de consolación. No soy uno de los especiales, no, no puedo hacer crecer flores en el desierto. No puedo matarte desde aquí con mi mente, no, pero tengo mis aplicaciones. —Se rascó el labio inferior con dedo enguantado en látex, explotándose algunas de las ampollas que tenía allí—. Necesitas una buena desinfección Sara. Todos esos pelos infectados por cortarte el pelo con navaja, ese grano de tu barbilla…, infecciones todos ellos, ¿lo sabías? Pequeñas y asquerosas colonias de gérmenes. Quítate la ropa. Tendrá que ser incinerada. Hará falta que te pongan a hervir para quitarte la suciedad.

Sarah reconocía una amenaza cuando la oía. Sacó su Makarov PM del bolsillo y le quitó el seguro.

—Yo no lo creo, gilipollas. Yo creo…

—Tú crees que puedes matarme desde allí y tienes razón, puedes. Un disparo en la cabeza. —El
lich
se pegó a la cortina de plástico y dio un paso más hacia ella. Sin querer, Sarah retrocedió—. ¿Por qué no lo haces? ¿Por qué no me matas ahora mismo? No te detendré. Ni siquiera lo intentaré. Es esta piel. —El
lich
se pasó los nudillos de una mano por su mejilla leprosa—. No soy uno de los especiales. No me convirtieron bien del todo. Te hablan de la vida eterna, sabes, te dicen que tu cuerpo estará bien eternamente, pero no pueden detenerlo. No pueden detener la putrefacción, no se puede detener la putrefacción hagas lo que hagas. No hay suficiente lejía en el mundo. Ahora, quítate la ropa. O dispárame en la cabeza. Me da igual una cosa u otra.

Ptolemy se lanzó en picado desde detrás de Sarah, se movió casi tan rápido como los necrófagos acelerados que atraparon a Ayaan, y cogió la cortina de plástico con ambas manos. La arrancó de las anillas que la sujetaban al techo y la tiró a un lado. La momia cogió al
lich
y lo llevó de un lado a otro inmovilizado por el cuello, su rostro miraba a Sarah, sus ojos putrefactos temblaban en las cuencas. Sonreía abiertamente.

—Así se hace,
big boy.
Venga. Apriétame más fuerte. ¿Crees que quiero vivir para siempre en un viejo cascarón podrido como éste?

—Espera —le dijo Sarah a Ptolemy—. Sólo le harías un favor. —Ella se acercó y le puso el seguro de su pistola de nuevo—. Necesitamos información. Necesitamos saber dónde tienen a Ayaan. Puedes leer la mente, así que sabes de qué estoy hablando.

—Oh, claro que sí, pero no creerás que te voy a entregar ese tipo de porquería a cambio de nada, ¿verdad? Déjame dar un tiento primero. Déjame masticar uno de tus dedos.

Sarah hizo una mueca de asco y miró a la momia. Su cara pintada no ofrecía ninguna inspiración. Tenía una idea, aunque no era exactamente el tipo de plan cauteloso y bien pensado que se le hubiera ocurrido a Ayaan.

Qué demonios.

—Sujétalo boca abajo, sujétalo cabeza abajo —le dijo ella a la momia, y Ptolemy obedeció. Con el ceño fruncido, se metió un dedo en la boca y lo chupó un par de veces. Lo observó a la luz, captó el destello de una gota de saliva y lo hundió en la oreja putrefacta del
lich
. Su piel cerúlea se rasgó bajo la presión y ella notó un fluido denso y viscoso deslizarse sobre su uña, pero sabía que el
lich
estaba más asustado de ella que ella de él—. ¿Cuántos gérmenes hay en un gramo de saliva humana? —preguntó ella, aunque el
lich
ya estaba gritando.

Capítulo 12

Sarah ató las manos de la cosa muerta con un trozo de cable. Ptolemy mantenía al
lich
bloqueado por la articulación del codo mientras ella los guiaba a ambos con cuidado fuera de la cabaña y a través de las calles y callejones de la refinería.

—Hola —gritó ella, y a su alrededor la refinería despertó con una destellante energía dorada. No había más
liches
en esa zona, su prisionero se lo había asegurado. No había soldados no muertos, sólo humanos vivos, abandonados cuando el Zarevich levantó el campamento.

No todas las victorias han de llegar al final de una dura batalla, decidió ella.

—De acuerdo, ¡salid! Habéis sido liberados —gritó ella mientras empezaban a mirarla caras somnolientas desde las pasarelas. Los rusos parecían sobre todo confusos y desconcertados.

Resonó el disparo de un rifle y Sarah se puso a cubierto bajo una enorme tubería. Ptolemy llevó a su prisionero a una cobertura parcial. Sarah era la única que respiraba, el único corazón latiente en ese pequeño espacio, pero compensaba los otros dos.

—Supongo que no quieren ser liberados —dijo ella.

—Oh, les estás haciendo un favor tan grande, pequeña apestosa. Jo, jo, jo —se rió el
lich
—. El Zarevich les dio a estas migajas de humanidad una vida de verdad. Les dio algo en lo que creer, y ahora tú se lo vas a quitar. Él los alimentó, los vistió…

Sarah miró fijamente al
lich
. Ya le había dicho lo que necesitaba saber y mucho más.

—Ptolemy —dijo ella—, mantén esta cosa en silencio para que no descubra nuestra posición.

La momia captó su idea. Tensó la presa sobre el
lich
hasta que el cuello de la cosa maligna crujió y se partió. Sus centelleantes ojos sobresalían de las cuencas hundidas y algunas de las ampollas de las mejillas estallaron y liberaron un poco de fluido rosáceo. Afortunadamente, Ptolemy había aplastado su laringe.

—Vale, voy a intentarlo de nuevo —le dijo Sarah a la momia. Retiró el seguro de su pistola y regresó agachada por debajo de la tubería. En la sombría calle sería casi invisible con la capucha de la sudadera puesta.

El
lich
le había explicado, bajo cierta presión, que había llegado demasiado tarde. El Zarevich, y Ayaan en calidad de prisionera de éste, habían abandonado la refinería. Se había llevado a todos sus subordinados no muertos con él, dejando sólo al putrefacto
lich
asexuado como protector de los humanos vivos que había abandonado. Ahora no hacía falta que disparase.

Salvo que la gente viva que acababa de salvar no compartía su óptica sobre la situación.

—Escuchad, os han tomado el pelo —gritó ella, y avanzó furtivamente hasta una dudosa cobertura de un puesto de control cerrado—. Os ha estado utilizando, ¡ha utilizado vuestros cuerpos, vuestras almas! ¡Ya no tenéis que creer sus mentiras!

Una granada salió volando de la oscuridad y Sarah apenas tuvo tiempo de bajar la cabeza y ponerse a cubierto antes de que explotara, lanzando metralla sin control por toda la calle. Las tuberías y las torres repicaron con un millón de diminutos impactos.

Sarah regresó agazapada bajo las tuberías donde Ptolemy la esperaba pacientemente.

—No está funcionando —le dijo. Él se tocó su boca pintada.

Sarah frunció el ceño, confundida, luego asintió al caer en la cuenta de a qué se refería. Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y tocó la piedra de talco.

tal vez hablar ellos inglés no tal vez hablar inglés

Tenía toda la razón.

Una vez hubo recobrado la compostura empujó al
lich
a la calle y se agazapó detrás de él, metiéndolo rápidamente en el callejón iluminado. Se enfundó la pistola en la espalda y estuvo a punto de vomitar. Las zonas en que su Makarov había rozado el pijama de hospital del
lich
se habían llenado de un líquido amarillo y le habían manchado la ropa.

—Muévete —le dijo ella. El
lich
levantó las manos y avanzó arrastrando los pies. Sarah se mantuvo cerca. La gente viva de la refinería no se atreverían a dispararle si podían darle por accidente a su superior. Ella lo empujó adelante utilizándolo como escudo inhumano hasta que llegó a las puertas de la refinería, sólo para descubrir que alguien se le había adelantado. Estaban cerradas a cal y canto.

Sarah estuvo a punto de hacerse pis encima. No tenía ni idea de qué hacer a continuación. Los rusos, no le cabía duda, estaban mucho menos desconcertados. Probablemente se estaban reuniendo en las sombras mientras ella todavía daba vueltas en círculo buscándolos. Seguramente estaban preparándole algún tipo de emboscada. Miraba a un lado y otro como loca a la vez que buscaba una posición a cubierto… No tenía ninguna oportunidad, lo sabía, si caía en una prolongada batalla a disparos, pero tal vez podía…

Ptolemy emergió de la oscuridad y cogió la alambrada con sus enormes manos. Con un sonido como el de una sábana rasgándose, forcejeó y tiró hasta que arrancó la alambrada de sus postes con un salvaje sonido metálico.


Mumiyah
! —dijo alguien en la oscuridad—.
Mumiyah
! —Sarah oyó numerosos pies correteando a la par que los rusos de las proximidades salían en estampida, chocando unos con otros, tratando de escapar.

Sarah se volvió para mirar a su compañero no muerto como si le hubieran salido cuernos. ¿Qué demonios podía darles tanto miedo a los vivos de la refinería? Se metió la mano en el bolsillo.

nosotros regresar debemos ir antes ir ellos debemos regresar

—Sí, supongo que debemos regresar. —Mantuvo la mirada fija en él un momento, luego se dio media vuelta y se agachó para pasar por el agujero que había hecho en la alambrada.

Se abrieron camino por el oscuro interior de la isla sin toparse con ningún incidente más. Sarah durmió mientras la momia vigilaba a su prisionero. Durante los minutos que estuvo acurrucada en la manta, observando su inmóvil rostro pintado a la luz de las estrellas, se preguntó qué estaba consiguiendo ella exactamente que no hubiera podido hacer él solo. Habían fracasado en salvar a sus momias, excepto a una. Supuso que en ese punto él probablemente buscaba venganza y nada más. Sarah no tenía problemas en utilizar la rabia de Ptolemy para salvar a Ayaan, pero no podía evitar preguntárselo: ¿estaba ayudándolo en algo? ¿O sólo estaba ralentizándolo?

Además de lo que había descubierto del
lich
, no estaba segura de no haber cometido un error fatal. Si alguien iba a rescatar a Ayaan, ¿qué le había hecho pensar que ella estaba cualificada? ¿A quién intentaba engañar? Tenía veinte años. Nunca había llevado ni a un escuadrón a la batalla. Ahora contaba con un piloto cobarde y una momia loca y vengativa y tenía que decirles qué hacer a continuación en cada paso, cuando ella no tenía ni la menor idea de cómo actuar.

Por la mañana fueron hasta el punto de encuentro y atravesaron un pueblo de pescadores abandonado. Apiñados en torno a un deteriorado puerto, los restos de los barcos flotaban en silencio sobre el agua que golpeaba sus cascos. El helicóptero estaba en la plaza del pueblo, preparado para despegar en un instante. Encontraron a Osman de pie en el puerto observando las velas raídas ondear en la brisa matutina. Estaba inspeccionando los barcos abandonados, agachándose para arrancar los trozos de madera podrida de los cascos rotos. Asintió cuando ella se acercó.

—Has capturado una presa, por lo que veo —le dijo, echando un vistazo al
lich
. Las moscas se habían reunido en un lado de su boca y él guiñaba los ojos descontento. Con las manos atadas, no podía hacer nada aparte de tragar tantos insectos como pudiera atrapar con sus labios devastados—. He visto capturas más frescas. ¿Qué vas a hacer con eso?

Sarah puso cara de asco.

—No lo sé, atarlo a un árbol y dejarlo allí o… algo. —Se encogió de hombros—. Escucha, han desaparecido —le dijo al piloto, sin interés alguno en sus bromas—. Hace al menos dos días. El Zarevich consiguió lo que necesitaba aquí: este trozo de mierda no estaba seguro de qué podía tratarse, pero sabía que tenía algo que ver con un fantasma.

—¿Un fantasma? —Osman se estremeció—. ¿Cómo tu Jack?

Sarah levantó los brazos desesperada.

—Ni idea. Mira. Han desaparecido. Se dirigen al oeste. Quizá hacia Europa, quizá más lejos, el
lich
no tenía conocimiento del destino exacto. Hay algo ahí fuera, algo que el Zarevich quiere, y ahora puede conseguirlo. Han cargado a todos los necrófagos y
liches
que han podido meter en un viejo buque cisterna o algo así y han zarpado. Hace al menos dos días. Necesitamos alcanzarlos, Osman.

Él se frotó la barbilla.

—¿Necesitamos?

—Sí. Mira, a este
lich
lo dejaron atrás para más o menos vigilar el lugar, pero incluso él había oído hablar de Ayaan. Es una especie de celebridad en el mundo necrófago, seguramente por haber matado a Gary. No hay forma de saber qué le harán. Si todavía sigue con vida, probablemente es sólo porque quieren hacerla sufrir tanto como sea posible antes de matarla.

—¿Sabes lo que diría Ayaan ahora mismo, verdad? «Es una pena.» Puedes hacer lo que quieras, Sarah, pero no tengo intención de recorrer medio mundo sin un poco más en lo que apoyarnos. —Él tiró un trozo de madera mojada a la bahía, haciéndola saltar sobre el agua.

Sarah no daba crédito.

—¿Te vas a rendir así, sin más?

—Sí, así sin más. Lo hemos intentado a fondo. Hemos llegado demasiado tarde. Ahora voy a volver y probar suerte con Fathia. —Se quedó clavado donde estaba, cruzado de brazos. No se dirigía al helicóptero, pero tampoco aceptaba órdenes de ella—. Éste es un juego para adultos. Ya has tenido tu diversión jugando a ser la heroína, niña, pero en el mundo ya no hay cabida para eso.

—No soy una niña —replicó Sarah, apretando los dientes.

—A los dieciséis años Ayaan disparó a su primer
lich
. Era una niña. Una niña lista.

Sarah asintió, comprendió. Él quería ayudarla. Sencillamente no creía en sus habilidades. No quería regresar a Egipto, y probablemente sentía una debilidad por Ayaan en el fondo de su corazón. Pero necesitaba comprobar de qué pasta estaba hecha Sarah primero. Exactamente lo mismo que ella se había preguntado mientras intentaba dormir la noche anterior y Ptolemy hacía guardia.

Sacó la pistola y se movió para colocarse ante el
lich
asexuado donde Ptolemy lo había tirado al suelo. Levantó la vista hasta ella con ojos que eran muy, muy humanos. No temía a la muerte, ella lo sabía, agradecería una bala en el cerebro, pero eso sólo dificultaba las cosas. Ella había matado antes, incluso le había disparado a Mariam en el helicóptero, pero eso había sido defensa propia. Esto era a sangre fría.

Pensó en Ayaan. Ayaan le había enseñado a actuar, no a pensar.

Apuntó y apretó el gatillo. Los fragmentos del cráneo volaron por el puerto. La materia gris supuró por el orificio de salida y cayó sobre la tosca madera del embarcadero.

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