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Authors: Anne Holt

Tags: #Policíaco

1222 (37 page)

BOOK: 1222
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No sabía qué pensar. El pulso se me aceleró y el aumento de adrenalina me obligó a respirar más deprisa. Tal vez estuviera furiosa. O tal vez más aliviada que otra cosa. Al fin y al cabo, no me había equivocado.

Como si eso significara algo.

Volví a llevarme los prismáticos a los ojos.

El americano entró en el helicóptero. Estuvo a punto de perder el equilibrio, pero Langerud lo agarró fuerte del brazo justo antes de que se cayera. Ya dentro, Langerud lo siguió. Las hojas del rotor comenzaron a dar vueltas lentamente, produciendo un ruido profundo y chirriante. Berit se incorporó, protegiéndose los ojos del sol con las dos manos.

—El penúltimo helicóptero —señaló—. Cuando llegue el último te toca a ti, Hanne.

—Tendrás que volver en otra ocasión —dijo Geir con una sonrisa—. ¡Me ocuparé personalmente de subirte en trineo al pico de Finsenut!

Sonreí.

El helicóptero despegó despacio, como si no se atreviera del todo a separarse del suelo. La nieve se arremolinaba con tanta fuerza que tuvimos que taparnos la cara con las manos e inclinarnos hacia delante. Por fin, cuando la máquina hubo ascendido unos cien metros, pude volver a levantar la mirada hacia el cielo. De repente el helicóptero aceleró y salió disparado hacia el oeste, con dos presos y tres agentes de policía a bordo.

—Lo digo en serio —insistió Geir animado—. ¡Ven un día! Procuraré haber desenterrado mi apartamento para entonces. Podemos llevarte en moto de nieve. Johan tiene un fantástico tiro de perros, podemos…

—¿El siguiente helicóptero iba a llegar enseguida? —lo interrumpí, enfocando los prismáticos hacia el suroeste.

La última máquina Sea King ya se había alejado de nosotros más de un kilómetro. Pero más lejos y algo más al sur un objeto oscuro se acercaba por el aire.

—No —contestó Berit vacilante—. Llegará aproximadamente dentro de una hora. ¿Por qué?

—Mira —dije dejándole los prismáticos—. Allí.

—Ahora lo oigo —dijo Geir entornando los ojos—. Es un helicóptero. Vuela bajo. Muy bajo.

Venía derecho hacia nosotros. A mitad del lago Finse, a una altura de apenas cien metros por encima de los montones de nieve, se desvió hacia el oeste, describiendo un arco hacia el pico de Finsenut antes de acercarse a la pista de aterrizaje delante del hotel.

—Pero ¡si está pintado de negro! —bramó Geir a través del ruido—. ¡Y no lleva ninguna marca, ninguna matrícula!

Una vez más, la nieve se arremolinó y los infernales torbellinos nos recordaron cómo el huracán lo había arrasado todo los últimos días.

—¡Dame los prismáticos! —grité a Berit, que me los alcanzó antes de inclinarse hacia delante y meter la cara entre las rodillas, tapándose los oídos con las manos.

En el momento del aterrizaje, conseguí deslizarme hasta el extremo del pequeño castillo de nieve. Me apreté junto a la pared, con la cabeza apenas asomada por encima del borde. La nieve me hacía daño en los ojos, pero me sentí mejor en cuanto pude colocarme los prismáticos.

Veía poco más que nieve.

Pero en un instante se me despejó la vista. Vi a los cuatro hombres del sótano acercarse encogidos al helicóptero, que obviamente no tenía intención de apagar el motor. Resultaba difícil distinguir a las personas, pero el primero me pareció Severin Heger. El hombre medía casi dos metros, y su espalda era más ancha que la de los demás. Ninguno llevaba ya esa voluminosa ropa de extremo abrigo, aunque estábamos a unos quince grados bajo cero en el exterior. El helicóptero debía de estar caldeado.

La nieve y el viento no solo me hacían daño en los ojos, también tenía la sensación de mil minúsculas flechas de cristal chocando contra la cara. Me había quitado las manoplas para agarrar mejor los prismáticos, y los nudillos se me habían quedado tan fríos que temía que los dedos se me rompieran.

Severin estaba ya junto al helicóptero. Se detuvo y enderezó la espalda un poco antes de agarrar del brazo al hombre que iba detrás de él y ayudarlo a subir la escalerilla que alguien de la tripulación había sacado en cuanto aterrizaron. Entonces me di cuenta de que el hombre que estaba entrando en el helicóptero en ese momento era el único que no llevaba mochila. Vaciló un momento antes de dar el último paso, mirando hacia todos los lados.

Su cara llenó el campo de visión de mis prismáticos el tiempo justo para que no pudiera creer lo que estaba viendo. Tal vez transcurriera un segundo antes de que los torbellinos de viento y nieve volvieran a impedirme ver a los cuatro hombres y el helicóptero negro sin identificación.

Tal vez medio segundo, tal vez uno y medio.

No podía haber visto lo que creía haber visto. No podía ser él.

El hombre tenía una barba larga y oscura con hebras canosas que formaban una uve invertida desde la boca. Los ojos que miraban fijamente a mis prismáticos sin saberlo eran muy oscuros, con largas pestañas y una expresión triste e indulgente. Su aparición me causó una tremenda impresión, casi paralizante, sin embargo fue la boca lo que más me llamó la atención. Era grande, con unos labios inusualmente carnosos y bien formados. Sus dientes blanquísimos contrastaban extrañamente con las señales de vejez de su rizada y canosa barba.

Era un hombre muy guapo, y yo era incapaz de asimilar lo que acababa de ver. Aún más difícil me resultaba entender por qué los americanos se habían contentado con enviar a un solo hombre.

Tal vez no fuera así. Tal vez había más hombres aparte de aquel al que yo había tomado por sudafricano. Solo que nadie llegó a descubrirlos. Apreté los ojos para quitarme las lágrimas, y volví a abrirlos.

Las hojas del rotor bramaron.

El helicóptero despegó. Desafié al frío y me obligué a mirar dentro del caos de nieve. Todo era blanco, y por un instante tuve la sensación de estar ciega. Tomé aliento y me froté las manos heladas contra la cara cuando el helicóptero había ascendido tanto que la nieve ya no me impedía ver.

No estaba ciega, pero me era imposible creer lo que sabía que acababa de ver.

—¿Qué era eso? —preguntó Geir, cuando el oscuro helicóptero desapareció por donde había llegado, volando bajo y deprisa. Luego el silencio volvió a la montaña.

—No lo sé —contesté, y deseé más que ninguna otra cosa estar diciendo la verdad.

De verdad que no tengo ni idea de lo que era.

Epílogo de la autora

En esta novela hago referencia a algo llamado el Fondo de la Agencia de Información. Por muy curioso que pueda parecer, existe tal organismo. Ahora bien, sé muy poco de ese Fondo, excepto su cometido y su objetivo. Según tengo entendido, no se conoce ningún acto delictivo en relación con la actividad de administrar los valores vinculados a la Iglesia estatal noruega.

Puedo asegurar al lector que Finse 1222, el hotel donde se desarrolla esta novela, sigue ahí, tan firme como las montañas que lo rodean. Tengo la impresión de que ese curiosamente inclinado y hermoso edificio marrón quedará para la eternidad. Quiero agradecer su gran amabilidad a Merete Aarskog, Maren Skjelde y todas las demás personas de Finse 1222.

Mi saludo más caluroso a mis familiares en Bergen, que nos han convertido en amigas de Finse. Un agradecimiento especial a Hallgeir y Beate, Sara, Olemann y Philip, que con su entusiasmo y generosidad han permitido a gente costera como nosotras comprender que sin duda la vida en la montaña tiene mucho que ofrecer.

¡Al menos tal como se vive en Finse!

El Ferrocarril de Bergen, 28 de junio de 2007

Anne Holt

ANNE HOLT, nació en Larvik (Noruega), el 16 de noviembre de 1958. Creció en Lillestrøm y en Tromsø, y se trasladó a Oslo en 1978 donde reside actualmente con su pareja Anne Christine Kjær y su hija Iohanne.

Holt se licenció en derecho en la Universidad de Bergen en 1986, y trabajó para la Corporación de Radiodifusión Noruega (NRK) en el periodo 1984-1988. Después en el Departamento de Policía de Oslo durante dos años. En 1990 ejerció como periodista y editora jefe de informativos de un canal televisivo noruego. Anne Holt abrió su propio bufete en 1994, y fue ministra de Justicia en el gobierno de Thorbjørn Jagland durante unos meses (Noviembre/1996-Febrero/1997). Dimitió por problemas de salud.

Hizo su debut como novelista en 1993 con la novela
Blind gudinne
(La diosa ciega), cuya protagonista era la detective de policía lesbiana Hanne Wilhelmsen. Dos de sus novelas,
Løvens gap
(1997) y
Uten ekko
(2000) fueron escritas en colaboración con Berit Reiss-Andersen. Con
Det som er mitt
(Castigo), inició una nueva serie, protagonizada por la profiler Inger Johanne Vik y el comisario Yngvar Stubø.

http://epubgratis.me/taxonomy/term/1335

Sus novelas, publicadas en más de 25 países, la han convertido en uno de los referentes de la novela escandinava actual.

Serie de Hanne Wilhelmsen
:

http://es.wikipedia.org/wiki/Anne_Holt#Serie_de_Hanne_Wilhelmsen

Serie de Vik y Stubø
:

http://es.wikipedia.org/wiki/Anne_Holt#Serie_de_Vik_y_Stub.C3.B8

Otras obras
:

http://es.wikipedia.org/wiki/Anne_Holt#Otras_obras

BOOK: 1222
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