Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (11 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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—Pero Cerasi hubiese querido que la ayudases —dijo Obi-Wan.

Wehutti se volvió hacia la ventana cubierta por las cortinas.

—Había mucha confusión —dijo en un tono de voz mecánico—. Estaba preparado para disparar. Quizás llegué a hacerlo. Puede que yo la matase, o puede que no. Nunca lo sabré.

Capítulo 18

Cuando salieron de la casa de Wehutti, Obi-Wan sintió que sus esperanzas le abandonaban. Si Wehutti no hacía algo, la guerra sería inevitable.

Qui-Gon caminaba pensativo a su lado. Obi-Wan no tenía ni idea de qué estaría pensando, pero eso no era extraño. Incluso cuando eran Maestro y padawan, Qui-Gon era muy reservado para sus pensamientos.

Giraron una esquina y casi se dan de bruces con Nield. El muchacho les esquivó con rapidez. Se miraron unas décimas de segundo y Obi-Wan tuvo la sensación de ser invisible.

Los pasos de Obi-Wan se volvieron vacilantes. Todavía no se había acostumbrado a sufrir el odio de Nield.

—Me contaste que Nield te acusó de ser un extraño —remarcó Qui-Gon—. ¿Fue porque te opusiste a su decisión de derribar las Salas de la Evidencia?

—Sí, ahí empezó todo —contestó Obi-Wan—. También estaba enfadado con Cerasi. Pero ahora las cosas están aún peor.

—¿Desde la muerte de Cerasi?

Obi-Wan asintió.

—Él..., él dice que es culpa mía. Que debería haber estado vigilándola en lugar de estar tratando de salvar el mausoleo. Dice que soy el culpable de que ella apareciera en escena ese día.

Qui-Gon le miró pensativo.

—¿Y tú qué piensas?

—No lo sé —susurró Obi-Wan.

—Nield te acusa a ti de lo que teme haber hecho él mismo —dijo Qui-Gon—. Si no hubiese sido tan insistente con el tema de los mausoleos, Cerasi todavía estaría viva. Además, tal y como le pasa a Wehutti, también tiene miedo de haber matado a Cerasi. Los dos tienen miedo de haber disparado ese tiro fatal.

Obi-Wan asintió. No le salían las palabras. No podía ni imaginar que llegaría un día en el que podría vivir sin estar absorbido por el sentimiento de pérdida y culpa.

Qui-Gon se detuvo.

—La muerte de Cerasi no fue culpa tuya, Obi-Wan. No puedes evitar lo que no sabes que va a suceder. A lo largo de tu vida, sólo puedes hacer lo que tú crees que es correcto. Podemos planear, tener esperanzas o temer al futuro, pero no podemos saber lo que va a ocurrir.

A lo largo de tu vida, sólo puedes hacer lo que tú crees que es correcto
. ¿Se estaba refiriendo también a su decisión de quedarse en Melida/Daan? La esperanza creció en Obi-Wan. ¿Le habría perdonado?

Qui-Gon reanudó la marcha.

—Estamos ante dos personas que sufren porque creen haber matado a la persona que más han querido en el mundo. Quizá la clave de la paz sea encontrar la respuesta a una sencilla pregunta: ¿Quién mató a Cerasi? A veces, las guerras se inician por causas tan sencillas como ésa.

Qui-Gon no se había referido a la decisión que había tomado Obi-Wan. En su mente sólo estaba el problema que llevaban entre manos. Y así tenía que ser. Qui-Gon trataba a Obi-Wan con compasión, pero era una compasión distante. No le había perdonado.

—Pero, ¿cómo podemos saber quién disparó? —preguntó Obi-Wan—. Wehutti tiene razón. Había mucha confusión. Nield y él estaban listos para disparar.

Se pararon. Obi-Wan vio con sorpresa que Qui-Gon le había llevado a la plaza donde había muerto Cerasi.

—Vamos a ver, Obi-Wan. Dime qué es lo que viste ese día —ordenó Qui-Gon.

—Nield y sus fuerzas estaban aquí —dijo Obi-Wan señalando un lugar de la plaza—. Wehutti, allí. Yo estaba aquí de pie. Se amenazaban mutuamente y sus armas estaban listas para disparar. Cerasi apareció de pronto en medio de la fuente. Vi que...

Obi-Wan notó que se le resecaba la garganta. La aclaró y continuó:

—No podía creer que estuviese allí. Cerasi empezó a correr y yo hice lo mismo. Y entonces oí los disparos láser... No sabía de dónde venían, así que continué corriendo. Tenía mucho miedo, pero no podía moverme más rápido. Y, entonces, ella cayó. Hacía mucho frío y el día era gris. Ella temblaba...

—Espera —le cortó bruscamente Qui-Gon—. Basta de contar la historia como el amigo que sufre —suavizó el tono—. Sé que es duro, Obi-Wan, pero no puedo sacar ninguna conclusión si tus explicaciones están influidas por los sentimientos. Tienes que recordar sin culpa ni pena. Cuéntamelo como lo haría un Jedi. Guarda los sentimientos en el corazón. Dime lo que vio tu mente. Ahora. Cierra los ojos.

Obi-Wan cerró los ojos. Le costó unos momentos concentrarse. Buscó un espacio en su mente que no estuviese ocupado para dejar que los recuerdos aflorasen a su memoria. Dejó la mente en blanco y relajó el ritmo de la respiración.

—Escuché ruidos en la fuente antes de que apareciera Cerasi. Yo ya me había vuelto hacia la izquierda. Ella vio lo que pasaba con sólo echar una ojeada. Así que salió del caño seco. En cuanto llegó al suelo comenzó a correr y saltó el borde de la fuente. Me di la vuelta hacia la derecha durante un instante. Nield estaba sorprendido. Vi a Wehutti por el rabillo del ojo. Él...

Obi-Wan se detuvo, sorprendido de cómo recordaba claramente la escena.

—Bajó el arma —dijo sorprendido—. Él no disparó a Cerasi.

—Continúa —pidió Qui-Gon.

—Corrí y perdí de vista a Nield. Yo iba hacia Cerasi, intentaba llegar a ella. Vi un reflejo del sol en el tejado del edificio que tenía enfrente. Recuerdo que deseé que el reflejo no me diera en los ojos y me impidiese ver. Necesitaba ver todo lo que estaba sucediendo. Y entonces oí el disparo. Y ella cayó.

—Abre los ojos, Obi-Wan. Tengo una pregunta que hacerte.

Obi-Wan obedeció y los abrió.

—¿No me habías dicho que era un día gris y que el cielo estaba nublado?

Obi-Wan asintió.

—Entonces, ¿cómo podía brillar el sol en un tejado?

Qui-Gon puso las manos sobre los hombros de Obi-Wan y le hizo girarse.

—Mira. Allá arriba. ¿Es posible que hubiera alguien en el tejado? ¿No sería el brillo que viste el reflejo de un rifle láser?

—Sí —contestó Obi-Wan emocionado—. Puede ser.

—Y ahora tengo otra pregunta —continuó Qui-Gon—. Dices que los Mayores llevaban armas ese día. Pero eso fue antes de que las importaran del campo. ¿De dónde las sacaron, entonces? Si habíais confiscado todas sus armas y las guardabais en vuestros almacenes, ¿cómo se las apañaron los Mayores para obtenerlas?

—No lo sé —dijo Obi-Wan—. Yo asumí que las habían traído del campo.

Qui-Gon sonrió sarcásticamente.

—¿Lo asumiste? Eso no suena mucho a lo que debe hacer un Jedi.

Obi-Wan trató de no demostrar lo derrotado que se sentía. Qui-Gon tenía razón. Se había dejado atrapar por sus propios sentimientos. Había perdido la disciplina mental que debe gobernar la mente de todo Jedi.

Y Qui-Gon se había dado cuenta. Ahora, su antiguo Maestro tendría aún menos confianza en él que antes.

Capítulo 19

Para averiguar cómo habían recuperado los Mayores las armas, Qui-Gon decidió empezar por el sitio más obvio: el almacén donde el Área de Seguridad las había confiscado. Nield había conseguido las suyas allí, pero, ¿podrían los Mayores haber robado sus armas también de allí?

Los dos hombres hicieron el camino hasta el almacén sin decir nada. Qui-Gon se dio cuenta de que había mucho silencio entre ellos, y no era el silencio cómodo que surge entre los amigos. Qui-Gon percibía las emociones que Obi-Wan trataba de ocultar. Entre ellas, la principal era la esperanza de ser perdonado.

Qui-Gon, por supuesto, ya le había perdonado. No estaba seguro de en qué preciso momento había ocurrido; si cuando había escuchado la voz de Obi-Wan contando la noticia de la muerte de Cerasi, o cuando su antiguo padawan le había recibido con esa expresión de esperanza en la cara. Tal vez había sido algo gradual, pero estaba seguro de que ese sentimiento estaba en su corazón.

Qui-Gon no se consideraba un hombre inflexible. Obi-Wan había tomado una decisión impulsiva en el calor de una determinada situación, y era una elección de la que ya se había arrepentido. Eso formaba parte de su proceso de crecimiento.

La cuestión principal no era que le hubiese perdonado. Qui-Gon había dado ya el siguiente paso. ¿Le permitiría a Obi-Wan volver con él si se lo pedía? Creía que no.

De todas formas, pensó Qui-Gon siendo honesto consigo mismo, ese sentimiento podía cambiar. Ya habían cambiado otros en el pasado, así que era mejor esperar y no decir nada. Obi-Wan tenía que responsabilizarse de las consecuencias de su decisión. Y una de estas consecuencias era la incertidumbre.

El almacén estaba desierto, cerrado por el exterior con un fuerte candado. Qui-Gon lo manipuló con su sable láser y, cuando logró abrirlo, empujó la puerta. Había un chico y una chica sentados y hablando en medio de un espacio vacío. Cuando Qui-Gon entró, ambos miraron hacia arriba sorprendidos. Reconocieron a la chica, que era Deila, pero no al chaval, un muchacho de cara regordeta y redonda.

Deila se puso de pie cuando vio a Obi-Wan. Parecía confundida. Desde que Obi-Wan no era ya su jefe no sabía qué hacer. ¿Tenía que seguir respetándole? Volvió a sentarse en la silla. El chico hizo un ademán para levantarse, pero Deila le lanzó una gélida mirada y él se volvió a sentar rápidamente.

Qui-Gon vio que Obi-Wan enrojecía. Antes, esos dos chicos habían sido sus amigos, pero Nield había trazado una línea de combate y, ahora, eran leales a Nield. Qui-Gon se preguntó hasta cuándo y en qué consistiría esa lealtad. ¿Qué hacían allí, sentados en medio de un enorme almacén vacío? Debían de haber entrado por una ventana. ¿Qué estaban ocultando?

—Hola, Deila —dijo Qui-Gon en un tono amistoso—. Me alegro de que estés bien.

Deila asintió fríamente a Qui-Gon.

—Me sorprende que estés de vuelta en Melida/Daan.

—Ciertas facciones de Melida/Daan han pedido ayuda Jedi —contestó Qui-Gon—. He venido para ayudar.

Deila miró a Obi-Wan.

—Creo que sé quién te ha llamado.

—Quedamos muchos que aún tenemos confianza en alcanzar la paz —dijo Obi-Wan—. Como tú la tenías hace tiempo.

Deila se puso colorada.

—Nuestro último objetivo siempre es la paz. ¿Qué quieres?

—Sólo algunas respuestas —dijo Qui-Gon.

—No tengo nada que decirte.

—Todavía no te he preguntado nada.

—Estamos intentando averiguar cómo consiguieron las armas los Jóvenes y los Mayores —dijo Obi-Wan—. ¿Alguien las robó? Obviamente, el almacén ha sido vaciado. —Se giró hacia el chico— ¿Tú qué sabes de eso, Joli?

—No digas nada, Joli —dijo Deila cortante—. No tenemos por qué dar explicaciones a un extraño.

Qui-Gon se agachó para acercarse a Deila y la traspasó con su intensa mirada azul. Podía utilizar la Fuerza con la chica, pero era mejor dejar que se guiara por sus propias emociones. Sentía su incomodidad. Todavía respetaba a Obi-Wan. Podía sentirlo también.

—Sabes que Obi-Wan ha luchado mucho por el planeta Melida/Daan —dijo Qui-Gon—. Derribó cada torre deflectante por ti, y para ello corrió un gran riesgo. Él, Nield y Cerasi diseñaron la estrategia con la que ganasteis la guerra. Luchó a tu lado en esa guerra. Después de lograr la paz volvió a arriesgar su vida para lograr el desarme. Puede que sea un extraño, pero también ha jugado un papel fundamental para salvar tu mundo. Y, ahora, quedándose aquí, continúa arriesgando su vida porque piensa que aún puede ayudar. ¿Por qué no le muestras un poco de respeto?

La fiereza de Deila se esfumó bajo la mirada de Qui-Gon, y la joven empezó a refunfuñar.

—No lo sé.

—Cuando alguien no tiene claras las cosas suele llenar su mente con las ideas de otros. ¿Estás segura de que todo lo que dice Nield es verdad?

Deila miró a Joli. Quizás Qui-Gon había tocado una cuestión que ellos habían estado discutiendo. Joli asintió.

—No —murmuró Deila.

—Entonces, si puedes, ¿contestarás a mis preguntas? Con eso ayudarías a preservar la paz en Melida/Daan.

Deila miró a Obi-Wan y se mordió el labio.

—Por supuesto que quiero contribuir a la causa de la paz.

Qui-Gon señaló a Obi-Wan.

—¿Dónde están las armas? —preguntó Obi-Wan.

—Mawat se llevó la mayor parte —dijo Deila—. Según dijo, se las llevaba a un sitio más seguro. No sé adonde.

—¿Se encargó él de dar armas a Nield y a los Jóvenes? —preguntó Obi-Wan.

Qui-Gon vio que Deila miraba a Joli antes de asentir con la cabeza.

—Él nos explicó que se había enterado de que los Mayores tenían armas. Entonces, Nield le dio permiso. ¿Qué podía hacer yo? Nield es el gobernante principal.

Así que Mawat había conseguido lo que quería. Sabía que Obi-Wan se opondría a utilizar las armas, pero, ¿cómo habían conseguido las armas los Mayores?

La cara redonda de Joli estaba roja. Miró nervioso a Deila.

—Creo que deberíamos decírselo —dijo.

—¡Cállate, Joli! —gritó Deila.

—¡No quiero volver a luchar en una guerra! —gritó Joli—. ¡Tú dijiste que tampoco! ¿No estamos escondidos aquí por eso?

—¿Qué quieres decirnos, Joli? —preguntó Qui-Gon.

—Ese día, Mawat dio armas a los Mayores —estalló Joli.

—¿Mawat? —preguntó asombrado Obi-Wan—. Pero, ¿por qué?

—Porque él quería un enfrentamiento —adivinó Qui-Gon—. ¿No es así, Joli?

Joli asintió.

—Si había una batalla, Nield sería el responsable. Mawat quería asegurarse de que habría un enfrentamiento. Él..., incluso colocó francotiradores en los tejados para asegurarse de que empezaban a disparar en caso de que Nield y Wehutti no lo hiciesen. Quería la guerra.

—Y, de esa manera, él podría hacerse con el poder —sugirió Qui-Gon.

—Él cree que Nield es débil —dijo Joli, echándose hacia atrás hasta apoyarse en una pared—. Y ahora está planeando otra batalla.

—¿Hoy? —preguntó Obi-Wan—. ¿Por eso estáis escondidos?

Deila se mordió el labio.

—Ha tratado de reclutarnos, pero nos hemos escondido. No queremos luchar. Especialmente desde que nadie sabe dónde está Nield. Mawat está planeando una acción a gran escala, pero no estamos seguros de cuál es. Actúa por su cuenta. Quiere que yo coloque determinados explosivos. ¡Pero él no puede decidir si empezamos una guerra con los Mayores!

—Creo que tanto Nield como Mawat se han vuelto locos —dijo Joli—. Tenemos paz en nuestro planeta. ¿Por qué no tratamos de conservarla?

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