Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (4 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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—Con Tahl tú trabajarás —añadió Yoda—. Verdad es que ella ver no puede, pero destacables sus poderes son.

Qui-Gon asintió. Estaba de acuerdo con Yoda. La intuición y la inteligencia de Tahl eran reconocidas por todos.

—Puede que de momento los robos sean menores —advirtió Mace Windu—, pero un robo pequeño puede formar parte de otro mayor. En cualquier caso, la amenaza es real. Ocúpate de ello, Qui-Gon.

***

—Sí, ya lo sabía —le dijo Tahl a Qui-Gon cuando éste se dirigió a sus aposentos para comentarle la decisión del Consejo—. Yoda vino a verme esta mañana. Me despertó con la mala noticia. No es la mejor manera de comenzar el día.

Tahl esbozó una sonrisa irónica que Qui-Gon conocía perfectamente. Habían estado juntos durante su entrenamiento de Jedi en el Templo. Tahl siempre llamaba la atención. Era fuerte y bella, con la piel del color de la miel oscura y con unos ojos verdes y grandes. Tahl y su lengua afilada habían bajado los humos y habían desafiado a todos los que intentaban burlarse de ella, incluso cuando tenía seis años.

Ahora, cuando miraba sus ojos ciegos y la cicatriz blanca que le atravesaba la cara hasta la barbilla, el corazón de Qui-Gon se encogía de dolor. Aunque Tahl seguía siendo asombrosamente bella, le dolía ver las marcas que delataban su sufrimiento.

—He oído que los curanderos estuvieron ayer contigo —puntualizó Qui-Gon.

—Sí, ésa era otra de las razones por las que me visitó Yoda. Quería asegurarse de que estaba bien —dijo Tahl. Su media sonrisa volvió a asomar por un lado de su boca—. Ayer me dijeron que nunca recuperaría la vista.

La mala noticia hizo que Qui-Gon se fuera agachando lentamente hasta sentarse en una silla. Se alegraba de que Tahl no pudiera ver la expresión de dolor que había en su cara.

—Lo siento.

Él, como Tahl, había conservado la esperanza de que los curanderos de Coruscant fueran capaces de curar su ceguera.

Ella se encogió de hombros.

—Yoda vino a decirme que me necesitaba en esta investigación. Creo que nuestro amigo me ha encargado esto para mantenerme ocupada y que piense en otras cosas.

—Si no te apetece puedo buscar otro compañero —dijo Qui-Gon—. El Consejo lo entenderá.

Ella le dio una palmadita en la mano y buscó su tetera.

—No, Qui-Gon. Yoda, como siempre, tiene razón. Y si hay una amenaza sobre el Templo, quiero ayudar. Y ahora toma un té conmigo. —Tocó la tetera—. Todavía está caliente.

—Déjame ayudarte —dijo Qui-Gon rápidamente.

—No —contestó Tahl cortante—. Tengo que hacer las cosas por mí misma. Si vamos a trabajar juntos espero que lo comprendas.

Qui-Gon asintió y después se dio cuenta de que Tahl no podía verle. Tenía que acostumbrarse a esta nueva Tahl. Puede que hubiese perdido la vista, pero su percepción era más fuerte que nunca.

—De acuerdo —accedió Qui-Gon—. Me apetece un té.

Tahl cogió una taza.

—¿Sabes lo que he estado haciendo estas últimas semanas? Ejercicios de entrenamiento. Estoy trabajando con los Maestros para desarrollar mi sentido del oído, del tacto y del olfato. Ya he hecho algunos avances importantes. No tenía ni idea de lo fino que era mi oído.

—Y yo que pensaba que lo único afilado que tenías era la lengua —dijo Qui-Gon.

Ella se rió mientras cogía la taza con una mano y empezaba a servir el té.

—Yoda tenía preparada una sorpresa para mí. Una sorpresa inesperada, debo decir, pero no se lo cuentes. Él...

—¡Un centímetro a la izquierda!

La voz musical se escuchó de repente detrás de ellos. Sorprendida, Tahl derramó el té sobre su muñeca.

—¡Estrellas y galaxias! —gritó.

Qui-Gon le acercó una servilleta. Se dio la vuelta y vio que había un androide en la habitación. Llevaba el traje plateado de los androides de protocolo, pero Qui-Gon se fijó en que estaba equipado con otros accesorios complementarios. Tenía extra sensores en la cabeza y sus brazos eran más largos. Se acercó y cogió la taza de Tahl.

—Ves, Maestra Tahl, has derramado el té —dijo el androide.

—Ha sido porque tú me asustaste, montón de latas reciclado —escupió Tahl—. Y no me llames Maestra Tahl.

—Sí, por supuesto, señor —contestó el androide.

—No soy un señor, soy una mujer. ¿Quién es el ciego?

Qui-Gon trató de aguantarse la risa.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando al androide.

—Descubre cuál era la sorpresa de Yoda —dijo Tahl sonriente—. 2JTJ, pero llámale DosJota. Es un androide de navegación personal. Se supone que me ayudará con las tareas personales hasta que pueda valerme por mí misma. Me avisa de los obstáculos y puedo programarle para que me lleve a cualquier sitio.

—Parece una buena idea —señaló Qui-Gon viendo cómo DosJota limpiaba eficazmente el té que se había derramado.

—Preferiría andar sola por espacios cerrados —protestó Tahl—. Fue idea de Yoda, pero no estoy acostumbrada a tener compañía constantemente. Ni siquiera tuve nunca un padawan.

Cuando Tahl comenzó a tomar el té, Qui-Gon dio un sorbo al suyo. Él tampoco había querido otro padawan después de perder al primero, Xánatos, que había destruido todos los lazos de honor y lealtad que había entre ellos. Estar solo le había gustado. Así sólo tenía que responsabilizarse de sus actos. Pero, después de aquello, Obi-Wan había irrumpido en su vida y, con el tiempo, se había habituado a tenerle a su lado.

—Lo siento, Qui-Gon —dijo Tahl amablemente—. Fue una observación desafortunada. Sé que echas de menos a Obi-Wan.

Qui-Gon bajó su taza con cuidado.

—Ya que no quieres que te ayude a servir el té —dijo—, ¿puedo pedirte que no me digas cómo me siento?

—Bueno, a lo mejor no sabes que le echas de menos —dijo Tahl—. Pero es así.

Enfadado, Qui-Gon se puso de pie.

—¿Ya has olvidado lo que hizo? Robó un caza para derribar las torres deflectantes. ¡Si le hubiesen alcanzado tú habrías muerto en Melida/Daan!

—Ah, así que tienes una nueva habilidad. Puedes ver las cosas que habrían sucedido. Nos vendrá bien.

Qui-Gon empezó a dar vueltas alrededor de ella.

—Si no le hubiésemos detenido, lo habría robado otra vez.

Nos habría dejado tirados en ese planeta sin un medio de transporte para huir.

Tahl empujó la silla de Qui-Gon con el pie.

—Siéntate, Qui-Gon. No te veo, pero me estás poniendo nerviosa. Si yo no culpo a Obi-Wan, ¿por qué tienes que culparle tú? Estás hablando de mi vida.

Qui-Gon no se sentó, pero dejó de andar. Tahl buscaba en su cabeza razonamientos para aplacar su estado de ánimo.

—Recibió una llamada fuerte —dijo en un tono amable—. Tú te fuiste por un lado y él por otro. Creo que eres el único que continúa culpando al chaval. Es sólo un niño, Qui-Gon. Recuérdalo.

Qui-Gon permanecía en silencio. Estaba discutiendo otra vez sobre Obi-Wan, y no quería hablar de ese tema con Tahl. Ni siquiera con Yoda. Ninguno sabía cuánto había puesto de su parte para enseñar al chaval en tan poco tiempo. Nadie sabía cuánto le había herido la decisión de Obi-Wan.

—Creo que debemos hablar de la investigación —dijo finalmente—. Ahora es nuestra principal preocupación. Estamos perdiendo el tiempo.

—Es verdad —dijo Tahl asintiendo—. Creo que el Consejo tiene razón. No podemos tomarnos este asunto a la ligera. Es peligroso.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Qui-Gon sentándose—. ¿Tienes alguna idea?

—Uno de los robos ocurrió en un área semi-restringida —señaló Tahl—. Faltan algunas grabaciones de estudiantes. Podemos mirar quién tiene acceso al registro del Templo. Cuando no sabes por dónde empezar, hay que arrancar por lo más obvio.

Capítulo 5

Obi-Wan se metió la pistola láser en el cinturón y comprobó que llevaba su espada vibradora. Le habían informado de que ciudadanos que se negaban a entregar sus armas estaban causando disturbios en el sector Melida.

Hasta que encontraran un lugar mejor, Cerasi, Nield y él vivían aún en las cavernas subterráneas. Además, no era un buen ejemplo tener una vivienda cuando tanta gente no tenía adonde ir. Obi-Wan se dirigió a la bóveda principal, donde le esperaban los integrantes del Área de Seguridad. Saludó con un gesto a Deila, su segunda al mando. Todos estaban preparados.

El grupo ascendió a través de un túnel utilizando una escalera de mano y salió a la calle. Habían andado sólo unos pocos metros, cuando Obi-Wan oyó unos pasos que corrían detrás de ellos. Se volvió y vio a Cerasi.

—He oído lo de los disturbios —dijo mientras se acercaba corriendo—. Voy con vosotros.

Obi-Wan negó con la cabeza.

—Cerasi, puede ser peligroso.

Sus ojos verdes emitieron un destello.

—Oh, ¿y la guerra que hemos librado no lo era?

—No llevas armas —le dijo Obi-Wan a la desesperada—. Puede que haya disparos.

—Relájate, Obi-Wan —dijo Cerasi enseñando un cinturón grueso que llevaba alrededor de la cintura—. Tengo mis trucos.

A pesar de su preocupación, Obi-Wan no pudo evitar sonreír. Cerasi llevaba encima una serie de "armas" de mentira. Eran los tirachinas que, al lanzar munición, sonaban como si fuesen disparos láser.

—De acuerdo —accedió Obi-Wan—, pero por una vez harás caso de mis órdenes.

—Sí, Capitán —bromeó Cerasi.

Era un día frío y su respiración se condensaba al entrar en contacto con el aire helado. Pasaron por una esquina donde algunos miembros del Área de la Nueva Historia estaban ocupados en desmantelar un monumento de guerra. Había un grupo de Mayores Melida mirando con expresión seria.

—He oído que hay quien piensa que vamos a erigir monumentos en nuestro honor —dijo Cerasi—. No espero sorprenderles. No habrá más monumentos conmemorativos de guerra en Melida/Daan.

—¿Estás segura? —preguntó Obi-Wan aparentando seriedad—. Puedo imaginarte en un pedestal con tu tirachinas en la mano.

Cerasi le dio un empujón con el hombro.

—Mírate, amigo —le sonrió—. No sabía que los Jedi teníais permiso para bromear.

—Claro que podemos —la cara de Obi-Wan enrojeció—. Quiero decir pueden —habló sin darle importancia, pero una sombra debía haber recorrido su cara, ya que la sonrisa de Cerasi desapareció de sus labios.

—Hiciste un gran sacrificio por nosotros —dijo ella con pena.

—Y mira lo que he recibido —contestó Obi-Wan, abriendo sus brazos para abarcar Zehava.

Cerasi estalló en risas.

—Sí. Una ciudad destruida, poca comida, nada de calefacción, una casa en un túnel, un trabajo que consiste en desarmar a fanáticos y...

—Amigos —concluyó Obi-Wan.

Cerasi sonrió.

—Amigos.

El enorme edificio de dos plantas donde estaban viviendo algunos de los alborotadores Melida parecía tranquilo bajo el cielo azul. Estaba intacto por su parte delantera, pero al rodearlo, lo que no se veía a primera vista estaba completamente destrozado. Habían intentado arreglarlo con una serie de tablas y planchas de plástico duro.

Obi-Wan se dio cuenta de que había algo extraño en la construcción. No había puerta trasera. Se lo comentó a Cerasi.

—Sólo una entrada que defender —dijo mirando hacia el techo—. Así no pueden ser atacados por sorpresa.

—No quiero sorprenderles —comentó Obi-Wan—. Quiero darles la oportunidad de dejar las armas. No entraré disparando.

Miró hacia la casa y dirigió la mano hacia el cinturón. Todavía le resultaba extraño no encontrar allí su sable láser.

—Necesitamos alguien que se quede vigilando en la calle —continuó Obi-Wan—. Serás tú.

Durante un instante, Cerasi estuvo a punto de protestar, pero después asintió y levantó la mano con la palma hacia afuera. Obi-Wan levantó la suya y la acercó todo lo que pudo sin llegar a tocarse.

—Buena suerte.

—No necesitamos suerte.

—Todo el mundo necesita suerte.

—Nosotros no.

Obi-Wan dobló la esquina seguido de una cuadrilla de seis chicos y chicas; los mejores luchadores que tenían los Jóvenes.

Llamó a la puerta. Oyó movimientos en el interior, pero no sucedió nada. Se acercó más a la puerta y gritó:

—Somos los Jóvenes del Área de Seguridad. El actual gobierno de Melida/Daan os obliga a abrirnos la puerta.

—Vuelve cuando tu voz haya cambiado —gritó alguien desde el interior.

Obi-Wan suspiró. Tenía la esperanza de que cooperarían. Asintió a Deila, su experta en explosivos, que colocó rápidamente unas cargas explosivas cerca del cerrojo de la puerta.

—Alejaos de la puerta —indicó a los que se hallaban al otro lado.

Los del Área de Seguridad ya lo habían hecho. Muchos Mayores Melida y Daan se negaban a abrir para demostrar que no reconocían su autoridad. Los explosivos eran una manera de demostrar quién mandaba sin causar daño a nadie, salvo a las puertas.

Deila indicó a sus compañeros que retrocedieran. Después, colocó la carga y saltó hacia atrás para unirse al resto.

Una explosión apagada resonó en el silencio. La puerta tembló. Deila se adelantó y la empujó con la punta del pie. La puerta cayó provocando un gran estruendo y los chicos del Área de Seguridad, comandados por Obi-Wan, entraron en el edificio.

Al principio, Obi-Wan no veía nada, pero, como no había olvidado su entrenamiento de Jedi, alejó de sí la necesidad urgente de ver y aceptó la oscuridad. En cuestión de segundos pudo distinguir sombras.

Sombras con armas...

Los Mayores Melida estaban de pie al final de un largo pasillo. Sus espaldas estaban apoyadas en una escalera que llevaba a los pisos superiores. Todos llevaban puestas sus armaduras y les apuntaban.

Obi-Wan adivinó en seguida cuál era el problema. Tenía que acabar con el enfrentamiento en ese momento. El grupo estaba muy cerca de la escalera. Se podían perder vidas si se veían obligados a perseguirlos escaleras arriba. Podía haber trampas en el camino. Y, como mínimo, sería peligroso ir tras los seis Mayores en el piso superior.

Uno de ellos habló:

—No reconocemos vuestra autoridad.

Obi-Wan reconoció la voz. Era la de Wehutti, el padre de Cerasi. La joven no le había visto desde hacía años. Obi-Wan se alegró de que la chica se hubiera quedado fuera.

—No importa que tú no la reconozcas —contestó Obi-Wan en un tono tranquilo—. La tenemos. Ganamos la guerra. Hemos formado un nuevo gobierno.

—¡No reconozco vuestro gobierno! —gritó con fuerza Wehutti.

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