Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (6 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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Empezaban a caer unos ligeros copos de nieve de un cielo metálico. Era casi invierno y la gente necesitaba combustible para los meses que venían, pero todavía no habían hecho nada al respecto.

Nield se había limitado a reclutar cada vez más trabajadores para acabar con todos los mausoleos de la ciudad. Obi-Wan, que ahora se pasaba la mayor parte del tiempo en la calle, había notado el enfado de la gente. Las preocupaciones de la guerra habían cambiado por las que provocaba la supervivencia. Los Jóvenes no ayudaban a reconstruir los edificios ni a alimentar a las familias. El descontento crecía. La Generación de Mediana Edad les había ayudado a ganar la guerra, pero ahora apoyaban cada vez menos a los Jóvenes y, aunque eran menos numerosos, tenían mucha influencia. Los Jóvenes no podían perder su apoyo.

Tenemos que hacer algo
, pensó Obi-Wan.

Vio un grupo de los Jóvenes de los Basureros que bajaban corriendo por una calle como si se dirigieran a un sitio a toda prisa. Obi-Wan llamó a uno de ellos.

—¡Joli!, ¿Qué pasa?

Un chico bajo y rechoncho se volvió.

—Mawat nos ha llamado —dijo—. Hoy van a derribar otra Sala de la Evidencia. La que está en la Calle de la Gloria, cerca de la plaza principal.

Cuando acabó de hablar corrió detrás de los otros.

Obi-Wan sintió un estremecimiento. En esa Sala de la Evidencia se guardaban los monumentos y los hologramas de los ancestros de Cerasi. El muchacho recordó lo preocupada que se había mostrado la joven por no tener una familia. Quizá debería avisarla de lo que iba a pasar.

Obi-Wan olvidó su debilidad y corrió hacia los túneles. Se deslizó por la cueva cercana al mausoleo y corrió hacia la bóveda. Cerasi estaba sentada en la tumba que los Jóvenes utilizaban como mesa de reunión.

—Ya lo he oído —dijo a Obi-Wan.

Obi-Wan redujo su paso a medida que se aproximaba a ella.

—Podemos pedirle a Nield que no lo haga.

Cerasi se retiró un mechón de pelo que le caía cerca de los ojos.

—Eso no sería justo, Obi-Wan.

El joven se sentó en una piedra cerca de ella.

—¿Cuándo fuiste por última vez a la Sala?

Cerasi suspiró.

—No me acuerdo. Antes de venir a vivir a los túneles... Hace tanto que ya ni puedo recordar la cara de mi madre. Su recuerdo se está desvaneciendo de mi memoria —se volvió hacia Obi-Wan—. Creo que Nield tiene razón. Odio las Salas de la Evidencia tanto como él, o por lo menos las odiaba; pero no odio a mi familia, Obi-Wan. Mi madre, mis tías, mis tíos, mis primos... Todos los que perdí están allí. Sus caras, sus voces... No tengo otra forma de recordarlos. Y no soy la única. Mucha gente en Melida/Daan no tiene nada con lo que recordar a sus seres queridos excepto esos mausoleos. Hemos bombardeado nuestras casas, las bibliotecas y los edificios públicos... No tenemos ningún recuerdo de los nacimientos, las bodas y las muertes. Si destruimos todos nuestros hologramas, nuestra historia se perderá para siempre. ¿Terminaremos echando de menos parte de lo que estamos destruyendo ahora?

Los ojos de Cerasi buscaron los suyos, pero él no tenía ninguna respuesta que ofrecerle.

—No estoy seguro —dijo poco a poco—. A lo mejor Nield está siendo demasiado estricto. Quizá los hologramas se puedan conservar de alguna manera. Tal vez en una bóveda a la que sólo se pueda acceder con un permiso. Así no estaríamos fomentando los valores de la guerra y de la violencia, pero los escolares podrían acceder a los monumentos, que conservarían la historia de Melida/Daan.

—Es una buena idea, Obi-Wan —dijo Cerasi muy contenta—. Es un compromiso. Y es algo que podemos ofrecer a la gente de Zehava.

—¿Por qué no convencemos a Nield para que detenga esto momentáneamente hasta que hayamos tomado una decisión?

La alegría desapareció de los ojos de Cerasi.

—No va a querer —dijo en un tono serio.

—El Consejo podría plantearse detener las actividades del grupo de Nield hasta que el tema se lleve a debate y se estudie más profundamente. Tenemos esa opción. Nield tendrá que hacernos caso.

Cerasi se mordió el labio.

—No creo que pueda hacerlo. No puedo oponerme a Nield oficialmente. Los Jóvenes se dividirían en dos bandos. Necesitamos estar juntos. Si los Jóvenes nos dividimos significará el fin de la paz en Melida/Daan. No puedo arriesgarme a llegar a eso.

—Cerasi, la ciudad se está desmoronando —dijo Obi-Wan con desesperación—. La gente quiere volver a su vida anterior. Ésa es la paz que quieren. Si Nield se ocupa sólo de la destrucción y no de la reconstrucción, la gente se levantará en su contra.

Cerasi dejó caer la cabeza entre las manos.

—¡No sé qué hacer!

De repente, Mawat entró en la habitación.

—¡Obi-Wan! —gritó—. ¡Te necesitamos!

El joven se puso de pie.

—¿Qué ocurre?

—Wehutti ha organizado a los Mayores para que protesten por la destrucción de la Sala de la Calle de la Gloria —dijo Mawat—. Se ha congregado una gran multitud de gente allí. Te necesitamos urgentemente para que autorices a los Jóvenes a coger las armas. ¡Tenemos que defender nuestro derecho a demoler los mausoleos!

Obi-Wan negó con la cabeza.

—No os voy a dar armas, Mawat. Si lo hago, la protesta acabará convirtiéndose en una masacre.

Mawat, en un gesto de frustración, se pasó las manos por su largo y rojizo pelo.

—¡Pero ahora estamos desarmados gracias a ti!

—Gracias a la decisión unánime del Consejo —intervino Cerasi—. Obi-Wan tiene razón.

Mawat se dio la vuelta disgustado.

—Gracias por nada.

—¡Espera, Mawat! —gritó Obi-Wan—. He dicho que no os voy a dar armas, pero no que no os vaya a ayudar.

Capítulo 8

El rumor se extendió rápidamente por todos los rincones del Templo. Se había detectado la presencia de un intruso en el planeta. Algunos aseguraban que había sido visto en el propio Templo. Los estudiantes más jóvenes estaban atemorizados, y los propios Caballeros Jedi mostraban su preocupación. El Templo se encontraba en situación de máxima alerta. ¿Cómo había logrado entrar? ¿Era el Templo vulnerable?

—La seguridad interna del Templo es muy severa —dijo Qui-Gon a Tahl durante una de sus investigaciones—, pero quizá deja mucho que desear si la amenaza viene del exterior.

Ambos caminaban por uno de los pasillos, llevando a DosJota a sus espaldas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Tahl.

—Quiero decir que los sistemas de seguridad no están preparados para impedir que un intruso se introduzca en el Templo, si alguien, desde dentro, quiere que así sea. El sistema está programado suponiendo que ningún Jedi permitiría el acceso de una amenaza del exterior.

—Una rampa con una inclinación de quince grados a dos metros de distancia —informó DosJota.

Tahl se mostró enfadada durante un segundo, pero enseguida volvió a centrarse en el planteamiento de Qui-Gon.

—Ni siquiera sabemos con seguridad que hay un invasor —dijo, frustrada—. Hemos intentado llegar al fondo de los incidentes y ha sido imposible. Todo se sabe por alguien que ha oído la historia contada por algún otro, que, a su vez, ni siquiera recuerda quién se la ha contado a él...

—La huella de cualquier rumor, por propia naturaleza, es difícil seguir —argumentó Qui-Gon—, puede que el invasor cuente con ello, o quizá quiere que creamos que se trata de una invasión desde el exterior.

A través del sistema de comunicación, una voz calmada y con un tono neutro dijo:

—Código catorce, código catorce.

—La señal de Yoda —dijo Tahl—. Ha ocurrido algo.

Los dos Jedi se dieron la vuelta. Tahl se agarró al brazo de Qui-Gon para poder avanzar más rápidamente.

—¡Maestra Tahl! ¡Por favor, camine más despacio! —dijo DosJota en un tono musical—. ¡No puedo seguirles!

—¡Piérdete! —le gritó Tahl por encima del hombro—. ¡Tenemos prisa!

—No me puedo perder, señor —contestó DosJota, apresurándose para seguirles—. Soy un androide de navegación.

Qui-Gon y Tahl aceleraron el paso y llegaron a una pequeña sala de conferencias, donde habían acordado encontrarse con Yoda para darle las últimas novedades. Era la sala más segura del Templo porque estaba equipada con un escáner que controlaba en todo momento varios dispositivos de seguimiento.

Cuando entraron en la sala de paredes blancas, Yoda ya les estaba esperando.

—Puerta a punto de cerrarse en unos dos segundos —dijo DosJota a Tahl.

—DosJota... —contestó Tahl a punto de perder la paciencia.

—Esperaré fuera, señor —se ofreció DosJota.

La puerta se deslizó a sus espaldas y se cerró. Yoda parecía preocupado.

—Malas noticias tengo —dijo—. Otro robo que informar. Los Cristales de Fuego Sanadores robados esta vez han sido.

—¿Los Cristales? —preguntó Qui-Gon asombrado—. Pero si se guardan con unas medidas de seguridad muy estrictas.

Tahl respiró con fuerza.

—¿Quién sabe lo que ha ocurrido?

—El Consejo solamente —dijo Yoda—. Pero qué esta noticia pronto se sepa nosotros tememos.

Cuando Qui-Gon pensaba que la situación no podía empeorar más, las cosas empezaban a ir peor. La gravedad de los robos iba en aumento. Ésa podía ser la clave.

Esa era la clave
, pensó Qui-Gon.
No era una casualidad. Todo estaba planeado
.

Esta vez, el robo había golpeado directamente en el corazón del Templo. Los Cristales habían sido un tesoro Jedi durante miles de años. Se guardaban en una habitación de meditación a la que tenían acceso todos los estudiantes. La fuente de calor y de luz de esa habitación procedía de los propios Cristales, en el centro de cada uno de los cuales ardía una llama eterna.

Cuando los estudiantes se enteraran del robo perderían la confianza y dejarían de ver el Templo como un lugar inexpugnable. Su propia creencia en la Fuerza se tambalearía.

—Encontrar a quien hizo esto vosotros deberéis —dijo Yoda—. Pero algo más importante hay que descubrir.

—¿El qué, Yoda? —preguntó Tahl.

—Averiguar por qué debéis —dijo Yoda con preocupación—. En la semilla de nuestra destrucción me temo que el porqué se esconde.

Yoda se marchó de la habitación. Cuando hubo salido, la puerta se cerró.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Tahl a Qui-Gon.

—Por mi habitación —respondió Qui-Gon—. Tengo notas apuntadas en mi cuaderno. Y a partir de ahora llevaremos siempre con nosotros lo que escribamos. Si los Cristales son vulnerables, también lo somos nosotros.

Qui-Gon y Tahl entraron en la habitación. El Maestro Jedi temía que al llegar no encontraran el cuaderno, pero estaba en un cajón al lado de su cama, justo donde él lo había dejado. En el Templo no existían ni llaves ni cerrojos.

—Está bien —dijo—. Volvamos a...

Qui-Gon se detuvo a observar a Tahl. Era obvio que no le estaba escuchando. Se había quedado parada en medio de la habitación. Su rostro mostraba un gesto de gran concentración. Esperó para no interrumpirla.

—¿No lo hueles? —preguntó ella—. Alguien ha estado aquí, Qui-Gon. En la habitación se percibe la esencia de tu persona... y la de alguien más. Un invasor.

Qui-Gon miró a su alrededor. No habían tocado nada. Activó su cuaderno. Todas sus notas codificadas estaban allí. Las entrevistas con los estudiantes, los sistemas de seguridad. ¿Alguien podría haber descifrado el código y leerlas? Tampoco importaba mucho. No había anotado conclusiones, sólo hechos. Pero alguien había estado allí.

De repente, Qui-Gon se sintió muy satisfecho. Tahl notó su cambio de humor y se dio la vuelta. Cada vez era más extraordinario todo lo que podía percibir sin necesidad de verlo.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Acabas de encontrar la manera de capturar al ladrón —contestó Qui-Gon.

Capítulo 9

Obi-Wan, Cerasi y Mawat salieron de los túneles a una manzana de la Sala de la Evidencia. Obi-Wan había convocado allí a todos los miembros del Área de Seguridad. No quería utilizar la violencia, pero les ayudaría mostrar un poco las armas. Había que evitar la crisis a toda costa.

Pero era demasiado tarde, la crisis ya había comenzado.

Wehutti y los Mayores habían formado una cadena humana alrededor de la Sala. Estaban de pie, hombro con hombro, desafiando a Nield y a sus ayudantes.

Todo indicaba que Nield había comenzado la destrucción del mausoleo, pero los Mayores no le habían permitido acabar. Algunos monumentos medio destruidos estaban ya fuera de la Sala. Al otro lado de la cadena humana que cercaba el lugar se alineaban deslizadores aparcados, en los que se transportaban taladradores de piedra y otros equipos de demolición. Obviamente, Wehutti y los Mayores habían logrado colocarse entre Nield y sus instrumentos de trabajo.

Cerasi y Obi-Wan corrieron hasta situarse al lado de Nield.

—Miradlos —dijo Nield disgustado—. Protegen su odio con sus vidas.

—Tenemos problemas —dijo Obi-Wan.

—Gracias por la información —contestó Nield con sarcasmo. Después suspiró—. Mira, sé que tenemos problemas. ¿Por qué crees que estoy parado aquí sin hacer nada? Si los desalojamos por la fuerza será como volver al enfrentamiento armado, pero no podemos dejar que impongan su voluntad. Tenemos que destruir el mausoleo.

—¿Por qué? —preguntó Cerasi.

Nield movió la cabeza con fuerza.

—¿Qué quieres decir? Ya sabes por qué.

—Creí que lo sabía —le dijo Cerasi—, pero he cambiado de opinión, Nield. ¿Te parece una decisión acertada destruir los únicos lugares donde se guardan testimonios de nuestra historia?

—¡Una historia de muerte y destrucción!

—Sí —admitió Cerasi—. Pero ésa es nuestra historia.

Nield miró fijamente a Cerasi.

—No puedo creer lo que estoy oyendo —murmuró.

—Nield, hay que tener en cuenta lo que está pasando en Zehava —señaló Obi-Wan—. Cuando dije que teníamos problemas no me refería sólo a la destrucción de este mausoleo. Si insistes en utilizar la fuerza, la noticia correrá por toda la ciudad. La gente ya está descontenta con nosotros. Tienen frío y el invierno está cerca. Necesitan ver alguna señal de reconstrucción, no más destrucción.

Nield miraba a Cerasi y a Obi-Wan con desconcierto.

—¿Y qué hay de nuestros ideales? ¿Vamos a ceder tan pronto?

—¿Es que los acuerdos son malos? —preguntó Cerasi—. Civilizaciones enteras se han construido a partir de ellos —colocó la mano en el brazo de Nield—. Deja que Wehutti gane esta vez, Nield.

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