Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (9 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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—Así que tenemos un intruso —dijo Qui-Gon—. Probablemente con el que iba a encontrarse Bruck.

—Sí —coincidió Tahl—. Pero no es sólo eso. No tuvo que atravesar la vegetación ni seguir tus pasos. Conocía el camino. Se sentía como en casa y no tenía miedo.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Qui-Gon. Lo que acababa de oír era la peor noticia de todas, y la más alarmante.

Capítulo 13

A la mañana siguiente, Obi-Wan se levantó y se dio cuenta de que estaba solo. La mayoría de los Jóvenes habían salido a la superficie. Probablemente, Cerasi no había querido despertarle. Estaba seguro de que la chica ya estaba despierta cuando, casi al amanecer, él había entrado sigilosamente en la zona destinada a los dormitorios.

Cerasi le había preparado un plato de fruta y un pastel de muja para que desayunara. Obi-Wan se lo comió y se preguntó cuándo podría volver a comer algo. Los días eran muy ajetreados. Cuando no estaba al frente del Área de Seguridad, estaba, junto con Cerasi, tratando de convencer a los Jóvenes de que había que sentarse a discutir sin ira.

De repente, Roenni irrumpió en la estancia. Últimamente no había visto mucho a esa chica tranquila. Cuidaba de sí misma ella sola.

—Obi-Wan, te necesitan —dijo jadeando.

—¿Quién me necesita? —respondió Obi-Wan poniéndose de pie.

—Todos —contestó con los ojos llenos de lágrimas.

—Roenni, empieza por el principio.

—Nield ha convencido a Mawat para que ignore el voto del Consejo, y para que le ayude a demoler la Sala de la Evidencia de la Calle de la Gloria —dijo Roenni—. Ha reunido a la mayoría de los de su Área y a algunos de los Jóvenes de los Basureros.

Obi-Wan suspiró. Tenía que afrontar este nuevo problema.

—Tienen armas —le advirtió Roenni.

—¿De dónde las han sacado? —preguntó Obi-Wan serio.

—No lo sé, pero Wehutti está allí con los Mayores, y también está armado.

La consternación se apoderó de Obi-Wan. Era precisamente lo que Cerasi y él habían temido; y lo que habían intentado evitar. Las calles de Zehava volvían a vivir un conflicto abierto.

Dudó si debía intentar encontrar a Cerasi. Podía llamarla a través del comunicador, pero no tenía mucho tiempo y era mejor que ella supiera lo que estaba ocurriendo cuando todo hubiera terminado. Recordó lo mucho que le había afectado ver a Nield y a Wehutti enfrentados la última vez.

En lugar de avisarla, Obi-Wan mandó una señal de emergencia a su Área con la localización del lugar del conflicto. Esperaba que sus compañeros aparecieran pronto y así no tener que enfrentarse solo a Nield. Sabía que su presencia no iba a cambiar los planes de Nield. De todas formas, tenía que intentarlo.

Agarró su espada vibradora y se dirigió al exterior.

Cuando llegó a la Calle de la Gloria, sus peores temores ya se habían confirmado. En medio de la plaza había una gran fuente de piedra con los caños secos. Nield y sus fuerzas estaban situados al final de la plaza, esgrimiendo pistolas láser y espadas vibradoras. Wehutti y los Mayores se encontraban frente a ellos, con sus armaduras y sus armas listas, y bloqueando la entrada a la Sala de la Evidencia. La fuente era lo único que los separaba. La chispa estaba a punto de estallar.

Obi-Wan se dirigió rápidamente hacia ellos.

—¡Os ordeno que dejéis las armas en nombre del gobierno de Melida/Daan! —gritaba mientras corría.

Vio a los miembros de su escuadra acercarse corriendo hacia el lugar, blandiendo sus armas, y les hizo una señal para que no dispararan. Si abrían fuego, los Mayores y las fuerzas de Nield responderían al ataque.

—¡Tú no representas al gobierno de Melida/Daan! —gritó Nield.

Las fuerzas de Obi-Wan se agruparon en torno a él. Miraban a Nield y a Obi-Wan. Se percibía confusión en sus caras. Obviamente, algunos estaban de acuerdo con Nield cuando había llamado extraño a Obi-Wan. Incluso Deila parecía dudar.

Ignorando sus disyuntivas, Obi-Wan ordenó a la mitad de sus efectivos que rodearan el perímetro de la plaza. Así, por lo menos, evitaría que la batalla se extendiese al resto de la ciudad. Tenía que impedir que llegaran más refuerzos. El enfrentamiento no tenía que convertirse en una guerra total.

Obi-Wan se acercó lentamente a los grupos. Podía sentir una perturbación en el aire, como si las fuertes emociones se hubiesen condensado allí. Sabía que todos estaban a punto de utilizar sus armas.

—Quítate de en medio, Wehutti —dijo Nield—. Nosotros ganamos la guerra. Déjanos hacer nuestro trabajo.

—¡No permitiremos que una pandilla de mocosos masacren la memoria de nuestros ancestros! —rugió Wehutti.

—¡Nosotros no permitiremos que unos asesinos sean tratados como glorias del pasado! —le respondió Nield, gritando. Movió su rifle en el aire—. Y ahora, ¡quitaos!

De repente, el caño seco que ocupaba el centro de la fuente se abrió. Cerasi salió al exterior a través de él y empezó a correr hasta situarse en medio de los dos grupos.

—¡No! —gritó según corría—. ¡Esto no puede suceder!

—¡Cerasi! —aulló Obi-Wan, y se echó hacia delante.

En ese momento se oyeron disparos. En medio de la confusión, Obi-Wan no pudo distinguir de dónde procedían.

Pero la muchacha había sido alcanzada. Los ojos de Cerasi se desorbitaron cuando el disparo impactó en su pecho. Lentamente, la joven cayó de rodillas. Obi-Wan llegó hasta ella y, justo cuando iba a caerse de espaldas, la cogió en brazos.

—¡Cerasi! —gritó.

Sus ojos verdes se habían vuelto cristalinos.

—Te pondrás bien —le dijo sinceramente—. ¿Puedes oírme? Tú no necesitas tener suerte. ¡Cerasi!

Levantó la palma de la mano. Ella trató de imitarle, pero la mano cayó hacia atrás. Sus ojos dejaron de ver.

—¡No! —gritó Obi-Wan.

El joven le tomó el pulso con dedos temblorosos. No sentía nada, ni siquiera un pequeño fluir de sangre.

El dolor le taladró cada fibra de su cuerpo. Obi-Wan miró arriba, hacia Nield y Wehutti. No podía articular palabra. Era como si hubiese perdido la facultad de hablar.

Se le empezaron a escapar las lágrimas, mientras el dolor, que crecía dentro de él, alcanzaba cada rincón de su corazón y de su cerebro. Era insoportable. Su cuerpo no podía resistir un dolor así. Se iba a romper. Y, sin embargo, él sabía que esto sólo era el principio.

Capítulo 14

La sorprendente noticia de la muerte de Cerasi se extendió por toda la ciudad de Zehava. Ella había sido un símbolo de paz. Y, ahora, su muerte también se había convertido en otro símbolo, pero no de reconciliación.

Cada bando del conflicto había utilizado la muerte de la joven para justificar sus propios fines. Para los Mayores, era un símbolo de la irresponsabilidad y la imprudencia de los Jóvenes. Para los Jóvenes, su trágica muerte simbolizaba el odio inflexible de los Mayores. Cada grupo culpaba al otro de la muerte de Cerasi.

Los Jóvenes y los Mayores estaban más enfrentados y divididos que nunca. Aunque tanto Nield como Wehutti se habían retirado, sus facciones patrullaban las calles sin esconder las armas. Cada bando captaba adeptos a diario. El rumor más extendido era que la guerra era inevitable.

Obi-Wan sabía que Cerasi habría odiado que su muerte se hubiera convertido en una razón para luchar. Pero él no quería empezar a descifrar significados y símbolos. Sólo podía sentirse afligido.

Nield no había ido al funeral de Cerasi. Sus cenizas se habían guardado en la misma Sala de la Evidencia donde estaban sus padres.

Obi-Wan estaba solo. El sentimiento de la pérdida de Cerasi era lo único que le acompañaba. Lo percibía en cuanto abría los ojos. Era como si sus huesos hubiesen abandonado su cuerpo y hubieran dejado un enorme espacio vacío. Caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad, preguntándose cómo podía la gente comer, ir de compras o vivir, si Cerasi se había ido.

Revivía el momento de su muerte una y otra vez, y se preguntaba por qué no había corrido más rápido, por qué no se había dirigido a ella antes o por qué no había previsto que ella pudiese aparecer por allí. ¿Por qué no le había alcanzado el disparo a él?

Entonces, volvía a ver la sorpresa reflejada en los ojos cristalinos de Cerasi cuando había recibido el disparo, y sentía ganas de gritar y de golpear las paredes. La rabia ocupaba tanto espacio en él como el dolor.

La pérdida de Cerasi le golpeaba cada vez con más fuerza. Saber que nunca más hablaría con ella le producía un enorme dolor. Echaba de menos a su amiga. Siempre la echaría de menos. Había sido una persona importante en su vida y les habían quedado muchas cosas por decirse.

Obi-Wan caminaba a diario meditando estos pensamientos. Caminaba hasta que se sentía exhausto, hasta que casi no podía ni ver. Después dormía todo lo que podía. En cuanto se levantaba, comenzaba a caminar de nuevo.

Los días pasaban y él no sabía cómo superar el dolor. Un día, sin darse cuenta, se encontró en la plaza donde terminaba la Calle de la Gloria y donde Cerasi había muerto. Alguien había colgado una pancarta entre dos árboles, en la que podía leerse: "VENGAD A CERASI. ELEGID LA GUERRA".

Obi-Wan sintió que algo explotaba en su interior, corrió hacia la pancarta y saltó para cogerla. Cuando la tuvo en las manos, notó que el material era duro y difícil de romper, pero, aunque acabó con los músculos doloridos y los dedos llenos de heridas, logró reducirlo a pequeños pedazos.

No podían utilizar el nombre de Cerasi de esa manera. Tenía que impedirlo. Tenía que utilizar su dolor y el amor que sentía hacia ella para lograrlo.

Necesitaba hablar con Nield. Nadie excepto él podía ayudarle.

Obi-Wan lo encontró en los túneles, en la habitación lejana de la bóveda donde se habían encontrado por primera vez. Era una estancia que habían utilizado como almacén durante un corto período de tiempo. Nield estaba sentado en un banco, con la cabeza agachada.

—¿Nield? —Obi-Wan entró dubitativo en la habitación—. Te he estado buscando.

Nield no levantó la mirada, pero tampoco le dijo a Obi-Wan que se fuera.

—Nuestros corazones están rotos —dijo Obi-Wan—. Lo sé. La echo de menos. Pero ella estaría furiosa si pudiese ver lo que está sucediendo. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Nield no contestó.

—Va a empezar otra guerra, y Cerasi está siendo utilizada como excusa —continuó Obi-Wan—. No podemos permitir que eso suceda, iría en contra de todo lo que ella defendía. No fuimos capaces de proteger a Cerasi mientras estuvo viva, pero podemos proteger su memoria.

Nield permanecía con la cabeza agachada. ¿Era su dolor tan grande que no podía escuchar a Obi-Wan?

En ese momento, Nield miró hacia arriba. Obi-Wan dio un paso atrás. En lugar de la aflicción que Obi-Wan esperaba encontrar en el rostro de su amigo, vio una enorme rabia.

—¿Cómo te atreves a venir aquí? —le preguntó Nield, con una voz que temblaba de la furia—. ¿Cómo te atreves a decir que no pudiste protegerla? ¿Por qué no, Obi-Wan?

Nield se puso de pie. En ese reducido espacio, casi tocaba con la cabeza en el techo. Su ira inundaba toda la habitación.

—Intenté llegar hasta donde estaba ella —comenzó a decir Obi-Wan—. Yo...

—¡Ella no tenía que haber estado allí! —gritó Nield—. Tú tendrías que haber estado vigilándola y protegiéndola, en lugar de salir corriendo a intentar solucionar los problemas de los demás como un... ¡Jedi!

Mientras escupía la última palabra, Nield dio un paso amenazante hacia él. Sus ojos oscuros estaban encendidos. Obi-Wan pudo ver restos de lágrimas en ellos. Lágrimas de dolor y de rabia.

—Los Jedi sólo piensan en sus grandes principios —continuó Nield con amargura—. Siempre se creen mejores que aquellos a los que protegen, y son incapaces de conectar con los seres humanos de carne y hueso, que tienen corazón...

—¡No! —gritó Obi-Wan—. ¡Los Jedi no son así! ¡Eso es justamente lo contrario de lo que somos!

—¡Hablas de nosotros! —chilló Nield—. ¿Lo ves? ¡Eres un Jedi! No eres leal a nuestro mundo. Eres un extraño. Tú influiste en Cerasi para que se pusiese en mi contra...

—No, Nield —Obi-Wan luchaba para que su voz pareciese calmada—. Sabes que eso no es verdad. No se podía influir en Cerasi ni decirle lo que tenía que hacer. Ella sólo quería la paz. Por eso estoy aquí ahora.

Nield cerró los puños.

—¿Paz? —silbó entre dientes—. ¿Qué es eso? ¿Qué es la paz después de la pérdida de Cerasi? A Cerasi la asesinaron los Mayores, y deben pagar por ello. No descansaré hasta que todos hayan muerto. ¡Vengaré su muerte o moriré en el intento!

Las palabras cogieron por sorpresa a Obi-Wan. Sonaban como los hologramas que tanto despreciaba Nield.

—¿Qué estás haciendo aquí, Obi-Wan Kenobi? —preguntó Nield sin que el tono de su voz disimulara el desagrado—. No eres parte de los Jóvenes. No eres Melida. No eres Daan. No eres nadie. Estás en ninguna parte y no significas nada para mí.

La ira pareció abandonar la voz de Nield, y la debilidad le empujó obligándole a sentarse de nuevo en el banco.

—Ahora, fuera de mi vista... y de mi planeta.

Obi-Wan retrocedió y salió de la habitación. Atravesó varios túneles hasta que vio un rayo de luz gris sobre su cabeza. Subió por una gruta por la que nunca había pasado y se encontró en una calle que le resultaba desconocida.

Se había perdido. Comenzó a caminar en una dirección y luego cambió de rumbo. Su mente estaba agotada y no conseguía elaborar ningún pensamiento coherente. Sólo meditaba las palabras de Nield.

¿Adonde podía ir? Todo lo que le ataba a la vida había desaparecido. Todos aquellos que le habían importado se habían ido.

Nield tenía razón. Sin los Jedi y sin los Jóvenes no tenía a nadie. Él no era nadie. Cuando no has dejado nada atrás, ¿adonde puedes regresar?

Era como si el cielo oscuro sobre su cabeza le presionara y le aplastara contra el suelo. Quería caerse y no volver a levantarse jamás.

Pero cuando estaba llegando al límite de su desesperación oyó una voz dentro de su cabeza.

Siempre aquí puedes venir, cuando perdido estés...

Capítulo 15

Qui-Gon alertó a los guardias de seguridad para que salieran en busca de Bruck. Ellos podrían rastrear todos los rincones del Templo mejor que él. Después sacó el contenedor del agua y lo arrastró a la orilla. Por lo menos, podrían devolver lo que había sido robado.

Cogió el sable láser de Obi-Wan del departamento aislado. Lo activó y volvió a funcionar al instante, reflejando su luz azul brillante en medio de la oscuridad. Comprobó con alivio que no había sufrido daños. Lo apagó y lo colgó de su cinturón al lado del suyo.

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