Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (5 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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Su mano firme sujetaba una pistola láser. Había perdido un brazo en una de las guerras anteriores, pero Obi-Wan sabía de primera mano que Wehutti era más peligroso con un brazo de lo que muchos guerreros podían serlo con los dos.

—¡Jóvenes locos! —continuó Wehutti con rudeza—. ¡Habláis de paz con las armas en la mano! No sois diferentes a nosotros. Os involucrasteis en la guerra para conseguir lo que queríais y sometéis a la gente para conservar lo que habéis ganado. Sois hipócritas e irracionales. ¿Por qué debemos doblegarnos ante vuestra autoridad?

Obi-Wan comenzó a avanzar. Su grupo le seguía.

—Tirad las armas o tendremos que arrestaros. Hemos pedido refuerzos.

Por lo menos esperaba que así fuese. Si las cosas se complicaban, lo habitual era que el último del grupo avisara al que vigilaba fuera para que pidiera más refuerzos. En ese momento, Cerasi ya tenía que haberse comunicado con Mawat.

—Si das otro paso, Jedi, abriré fuego —dijo Wehutti apuntando con su arma.

Antes de que Obi-Wan pudiera moverse empezaron a surgir disparos de láser desde lo alto de las escaleras. Obi-Wan se echó hacia atrás para esquivarlos, pero no pudo ver de dónde procedían.

Wehutti se echó también hacia atrás, lo que significaba que él tampoco lo sabía.

¡Cerasi! De alguna manera, la joven había subido al piso superior. Cerasi era una gimnasta ágil que no temía a nada. Había puesto en marcha una estrategia que ella llamaba "especial para tejados", y que consistía en saltar de un tejado a otro hasta llegar al edificio de destino. Una vez allí se introducía en él a través de una ventana.

Obi-Wan se aprovechó de la sorpresa de Wehutti y, con sus compañeros pisándole los talones, se abalanzó sobre el grupo. Saltó e hizo girar su cuerpo en el aire para, al caer, golpear con la empuñadura de su espada en la muñeca de Wehutti. Nadie podía aguantar semejante golpe, ni siquiera un hombre fuerte como Wehutti, que gritó y soltó su arma.

Obi-Wan la recogió del suelo y, cuando se dirigía a desarmar al siguiente Mayor, vio un reflejo de movimiento a su espalda. Era Cerasi, que saltaba desde la escalera al pasillo. La joven cayó con los pies por delante encima de un Melida. El hacha vibratoria del Melida cayó en el suelo y Deila la recogió.

En treinta segundos, el grupo entero estaba desarmado.

—Gracias por su cooperación —dijo Obi-Wan.

El muchacho había decidido que si los rebeldes eran desarmados sin perder una sola vida, no serían arrestados. Si tenían que arrestar a todos los que ofrecían resistencia, según había señalado Nield, no habría sitio suficiente para retenerlos.

—¡Maldigo a los locos Jóvenes que destruyen nuestra civilización! —exclamó Wehutti. Sus ojos verdes tenían el mismo color que los de Cerasi, pero su mirada estaba llena de odio.

La mirada de odio de su padre atravesó a Cerasi y la dejó clavada en el suelo. Él no la había reconocido con su abrigo marrón y su capucha.

Obi-Wan la cogió del brazo y ella le siguió al exterior. El aire frío refrescó sus mejillas coloradas.

—Deila, lleva las armas a los almacenes —ordenó Obi-Wan con una voz cansina—. Nos tomaremos un descanso.

Deila se despidió con la mano.

—Buen trabajo, jefe.

El resto del grupo siguió adelante. Cerasi caminó en silencio al lado de Obi-Wan durante unos minutos. El frío les había obligado a guardar las manos en los bolsillos de los abrigos para hacerlas entrar en calor.

—Lo siento, no pedí refuerzos —dijo Cerasi—. Pensé que podríamos arreglarnos solos.

—¿Sabías que Wehutti estaba allí? —preguntó Obi-Wan.

—No estaba segura, pero cuando oigo hablar de un grupo de disidentes Melida cabezotas y enfadados, pienso en mi padre inmediatamente.

Cerasi miró hacia arriba, buscando los primeros rayos de sol para que le calentaran la cara, la chica parecía serena, pero Obi-Wan había notado la triste amargura que se desprendía de su tono de voz.

—Está equivocado —admitió Obi-Wan con calma—, pero no conoce otra manera de vivir.

—Fue una estupidez pensar que esta guerra podía cambiarle —dijo Cerasi. Después se detuvo para coger un escombro que encontró en su camino. Lo arrogó sobre una pila que había en un lado del camino y volvió a meter la mano en el bolsillo—. Pensé que si sobrevivíamos a la última guerra en la que habíamos participado en Melida/Daan, terminaríamos reconciliándonos. Y es una estupidez.

—No lo es —dijo Obi-Wan con cuidado—. Puede que eso no haya sucedido todavía.

—Es curioso, Obi-Wan —comentó pensativa Cerasi—. No me faltaba nada durante la guerra. Mi deseo era alcanzar la paz y mis amigos, los Jóvenes. Ahora que hemos vencido me siento vacía. Nunca pensé que algún día echaría de menos a mi familia, pero ahora necesito agarrarme a algo tan fuerte como mi linaje.

Obi-Wan tragó saliva con dificultad. Cerasi le sorprendía constantemente. Cada vez que pensaba que la conocía bien, se despojaba de otra capa y aparecía una persona diferente. Él se había encontrado con una chica ruda y enfadada, que podía disparar y luchar casi con tanta habilidad como un Jedi. Después de la guerra había visto cómo surgía una idealista capaz de influir en la mente y en el corazón de los demás. Y ahora veía a una niña que sólo quería tener un hogar.

—Has conectado conmigo, Cerasi —dijo—. Me has cambiado. Nos apoyamos y nos protegemos. Eso es una familia, ¿no?

—Supongo.

Obi-Wan se detuvo y se volvió para mirarla.

—Cada uno seremos la familia del otro.

El joven levantó la mano. Esta vez, ella apretó su palma contra la de él.

Arreció el viento, que les cortaba a través de sus abrigos y les hacía temblar. Aun así, mantuvieron sus manos unidas. Obi-Wan podía sentir el calor de la piel de Cerasi. Casi podía sentir cómo corría la sangre por sus venas.

—Ya ves —dijo—. Yo también lo he perdido todo.

Capítulo 6

Una caja de herramientas para la unidad de mantenimiento. Ficheros holográficos y grabaciones de ordenador de todos los estudiantes cuyos nombres empiecen con las letras comprendidas entre la A y la H. Un traje de profesor de meditación. Un equipo de actividades deportivas de un estudiante de cuarto año.

Qui-Gon miró la lista. Era un compendio de objetos extraño. No tenían nada en común. Tahl y él habían partido de la base de que se trataba de robos de pequeña importancia. Esa era la respuesta más fácil. En algún lugar había un estudiante que parecería adaptado, pero que en el fondo ocultaba resentimiento o ira. Él o ella había atacado a los demás.

Pero, gracias a su larga experiencia vital, Qui-Gon había aprendido que normalmente las respuestas fáciles conducen a una pregunta más complicada.

Los ficheros holográficos de los estudiantes eran custodiados por el Maestro Jedi T'un, que llevaba mucho tiempo cumpliendo ese servicio. T'un tenía varios cientos de años y llevaba a cargo de las grabaciones del Templo desde hacía cincuenta. Cada año le ayudaban dos estudiantes que se ofrecían voluntarios, y a los que Tahl y Qui-Gon ya habían entrevistado. Los estudiantes se habían mostrado tranquilos y habían respondido de forma clara. Solamente T'un y otros miembros del Consejo tenían acceso a los ficheros privados. Los estudiantes nunca se quedaban a solas en la oficina de T'un.

El resultado habitual de su investigación era que cada cabo suelto les conducía a un callejón sin salida.

Sonaron unos golpes apresurados en la puerta de Qui-Gon. —Qui-Gon —dijo Tahl con suavidad—. Te necesito.

Él abrió la puerta.

—Malas noticias —dijo frunciendo el ceño—. Han saqueado las habitaciones de entrenamiento de los estudiantes avanzados, y han robado todos los sables láser.

La sorpresa le impidió responder con rapidez. El sable láser de Obi-Wan se encontraba en esa habitación. Qui-Gon lo había dejado allí. Una parte de él todavía conservaba la esperanza de que algún día Obi-Wan volviera y lo reclamara.

—Eso ya no es un robo sin importancia —dijo.

—Yoda ha acordonado la zona hasta que nosotros examinemos la habitación —explicó Tahl—. Date prisa, antes de que DosJota me encuentre.

Caminaron aprisa hasta el ascensor, que les llevó al piso de entrenamiento. Qui-Gon entró en la sala de vestuario. De repente, se detuvo y Tahl chocó contra su espalda.

—¿Qué ocurre? —preguntó—. ¿Qué ves?

Qui-Gon no pudo responder inmediatamente y observó toda la estancia con el corazón dolorido. Las túnicas de entrenamiento habían sido reducidas a harapos, y los trozos estaban esparcidos por el suelo. Habían saltado los cerrojos de las taquillas y su contenido estaba esparcido por todas partes.

—Puedo sentirlo —dijo Tahl—. Rabia. Destrucción.

Tahl caminó a través del desorden, se agachó y cogió un trozo de tela.

—¿Y qué más?

—Un mensaje —contestó Qui-Gon—. Pintado en rojo en la pared.

Se lo leyó.

VENDRÁ, TU TIEMPO

PREPARADO DEBES ESTAR, PROBLEMAS YO TENDRÉ

—Se burlan de Yoda —dijo ella—. Sé que los estudiantes le imitan a veces. Incluso yo lo hago. Pero lo hacemos con cariño. Aquí hay odio, Qui-Gon.

—Sí.

—Tenemos que llegar al fondo de esta cuestión. Y los estudiantes tienen que saberlo. Hay que avisarles.

—Sí —coincidió Qui-Gon—. No podemos mantener esto en secreto durante más tiempo.

***

Se declaró la alerta de alta seguridad en el Templo. El Consejo tomó la decisión con reticencias porque convertía a los estudiantes en prisioneros, y los obligaba a llevar un pase para abandonar el Templo, pasear por los jardines o nadar en el lago. Todos tenían que dar cuentas de lo que hacían en cada minuto del día. Era por su propia protección, pero iba contra el espíritu del lugar. La filosofía del Templo decía que la disciplina no tenía que ser impuesta, y los controles de seguridad iban en contra de esa idea.

Pero Qui-Gon y Tahl habían insistido, y habían contado con el apoyo de Yoda. La seguridad de los alumnos estaba por encima de todo.

En el Templo se respiraba una atmósfera de desconfianza. Los estudiantes se miraban unos a otros con suspicacia. Todos estaban siendo llamados a realizar una entrevista con Qui-Gon y Tahl, y se miraban entre sí para descubrir cualquier signo delator. Sin embargo, nadie podía creer que un estudiante hubiese sido capaz de realizar un acto tan vandálico.

Bruck era uno de los estudiantes que pensaba así.

—Yo creo que no ha podido ser ninguno de los estudiantes avanzados —dijo tranquilamente a Tahl y a Qui-Gon cuando le llamaron para que hablase con ellos—. Nos han entrenado a todos juntos. No puedo imaginar por qué uno de nosotros querría perjudicar al Templo.

—Es difícil saber lo que hay en el corazón de otra persona —señaló Qui-Gon.

—Yo fui el último en salir anoche de las habitaciones de entrenamiento —dijo Bruck—. Y, por supuesto, sabréis que hace meses fui sancionado a causa de mi ira. He trabajado con Yoda y he realizado progresos, pero me imagino que todavía soy uno de los sospechosos.

Bruck miró directamente a los ojos de Qui-Gon.

—Aún no sospechamos de nadie —le aseguró Tahl—. ¿Viste algo extraño anoche? Piensa detenidamente.

Bruck cerró los ojos durante unos instantes.

—Nada —dijo finalmente—. Apagué las luces y me marché. Nunca cerramos con llave las habitaciones de entrenamiento. Cogí el turboascensor hasta el comedor y estuve allí con mis amigos hasta que me fui a la cama.

Qui-Gon asintió. Había comprobado con anterioridad la historia de Bruck.

Ni Tahl ni él sabían con precisión lo que estaban buscando. Sólo estaban recopilando información e intentando descubrir si los estudiantes habían visto algo fuera de lo normal, o incluso si habían visto algo que en su momento no les había parecido importante.

Despidieron a Bruck. Tahl, suspirando, se volvió hacia Qui-Gon.

—Creo que tiene razón. No puedo imaginar a uno de los estudiantes antiguos haciendo eso. Son Jedi.

Qui-Gon se pasó una mano por la frente.

—Y nadie ha visto a ningún estudiante que últimamente se haya mostrado enfadado o preocupado. Sólo lo habitual, un ejercicio que no sale muy bien, un desacuerdo por algún asunto nimio... —tamborileó sus dedos sobre la mesa, pensando—. Y, sin embargo, Bruck se enfadó una vez.

—Yoda dice que ha hecho progresos muy notables —dijo Tahl—. Bruck ha aprendido que su problema era tener tanta ira y ha admitido que haber sido el último estudiante en utilizar las habitaciones de entrenamiento le ha perjudicado. No percibí que tuviese malas intenciones. Un chico tan honesto no ha podido hacer eso.

—A menos que sea muy inteligente —señaló Qui-Gon.

—¿Sospechas de él?

—No —dijo Qui-Gon—. No sospecho de nadie, y de todos...

—¡Maestra Tahl! —DosJota apareció de repente en el quicio de la puerta de la sala de entrevistas—. Estoy aquí para llevarte al comedor.

Tahl apretó los dientes.

—Estoy ocupada.

—Es la hora de la cena —dijo DosJota con un tono musical.

—Puedo ir sola—se quejó Tahl.

—Está cinco niveles más abajo.

—¡Sé perfectamente dónde está!

—Tienes un cuaderno de datos a tu izquierda, a tres centímetros...

—¡Lo sé! ¡Y en un segundo estará volando por los aires en dirección a tu cabeza!

—Ya veo que estás ocupada. Volveré —DosJota emitió unos pitidos de forma amistosa y se marchó.

Tahl se llevó las manos a la cara.

—Recuérdame que me haga con un par de vibrocortadores, ¿vale, Qui-Gon? Necesito desmontar a ese androide —Tahl levantó la cabeza y dio un fuerte suspiro—. Esta investigación va a acabar con los nervios de todos en el Templo. Siento una perturbación seria en la Fuerza.

—Yo también.

—Me temo que el causante de todo esto no es un estudiante. Creo que es un invasor. Alguien que nos odia. Alguien que quiere dividirnos y mantenernos ocupados.

—¿Un plan a largo plazo? ¿Eso es lo que temes?

Tahl se dio la vuelta y dirigió hacia él unos ojos dorados y esmeralda que se reflejaban preocupación.

—Es lo que más miedo me da.

—A mí también —replicó con suavidad Qui-Gon.

Capítulo 7

Obi-Wan caminó exhausto por las calles de la ciudad. Llevaba tres días trabajando intensamente al frente del Área de Seguridad. Había resultado agotador, pero el resultado final había sido que barrios enteros de la ciudad habían quedado desarmados. Ya sólo quedaban unos pocos reductos aislados. La mayoría de las armas estaban guardadas en enormes almacenes bajo grandes medidas de seguridad. Era más seguro alejarlas de la ciudad hasta que el Consejo decidiese si había que destruirlas. Tendría que plantear esta cuestión en la próxima reunión.

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