Se levantó y contempló los destrozos.
El cable se había arrastrado hasta la mitad de la zona vallada, dejando un rastro de fuego. El edificio del ascensor se estaba quemando, así como media docena de pinos. Alrededor del Humvee en llamas se acumulaban muertos con horribles quemaduras.
«Más almas en el paraíso —pensó Doke—. Más almas a la diestra del Señor.»
Ken Dolby vio cómo aumentaba vertiginosamente el suministro eléctrico por la pantalla plana. Después, el gráfico cayó en picado y empezó a saltar como un loco.
—¡
Isabella
!
Volvió a introducir los códigos de desconexión. Como respuesta, la pantalla le espetó: «operación incorrecta».
—¡Mierda!
Una sirena se disparó como el grito de un alma en pena que atravesara el Puente, y en el techo se encendió una luz roja.
—¡Sobrecarga de emergencia! —gritó St. Vincent a pleno pulmón.
Un golpe sordo sacudió toda la sala. La pantalla del visualizador estalló en pedazos de cristal que cayeron al suelo como si granizara.
—¡
Isabella
! —exclamó Dolby, aferrándose con ambas manos al terminal.
«No te rindas,
Isabella
.»
St. Vincent luchaba contra su tablero de control, aporreando interruptores.
—¡Ya no hay corriente en el Uno! ¿Qué puede haber sido? ¡Es imposible!
—¡El haz! —exclamó Kate, cogiendo un terminal—. ¡Se está descolimando! Hay… ¡un desvío! A Hazelius se le escapó un grito.
—¡Chen! ¡El último mensaje! ¡No lo he leído entero! ¿Y tú?
—¡No lo encuentro! —dijo Chen—. Puede que lo haya perdido, junto con todo el resto.
—¡Pasa la información a papel! —rugió Hazelius.
Dolby hizo un gran esfuerzo para aislarse del caos que le rodeaba. El
Isabella
no estaba respondiendo a ningún input del teclado. Algo había sucedido. Debían de haberse estropeado los p5. Se volvió hacia Edelstein.
—Enciende el ordenador principal. Prescinde de los procesos de inicio y las secuencias de prueba. Enciéndelo de una maldita vez.
Un arco eléctrico cruzó los restos destrozados de la pantalla. En lo más hondo de la cueva se oyó una explosión que lo hizo temblar todo, seguida de otra. El ruido del
Isabella
empezó a distorsionarse, en una espiral de zumbidos y palpitaciones.
—Estamos creando un agujero negro en miniatura —dijo Kate en voz baja.
—¡Esto es increíble! —exclamó Wardlaw—. ¿Sabéis por qué os habéis quedado sin corriente en el Uno? Pues porque los desgraciados de allá fuera han cortado el cable a balazos. La puerta del
Isabella
está llena de gente. Dios mío… Las cámaras de seguridad están fallando. Pasan todas por el ascensor.
Se oyó un siseo de nieve informática. De golpe se apagó toda una hilera de pantallas.
—Oh, no…
Más silbidos y chasquidos, hasta que falló todo el panel de seguridad. Las luces de advertencia parpadearon unos instantes antes de apagarse. El
Isabella
gemía con notas trémulas.
—¿Lo estás imprimiendo? —gritó Hazelius a Chen.
—Ya lo tengo. ¡Ahora estoy buscando una impresora que funcione!
Chen aporreaba el teclado, sudando a mares.
—Dios mío… Que no se te escape, Rae.
—¡Ya lo tengo! —dijo ella con todas sus fuerzas—. ¡Ya imprime.
Saltó de la silla y corrió hacia una bandeja de impresión para coger el papel a medida que salía y arrancarlo. Hazelius se lo quitó, lo dobló y se lo metió en el bolsillo trasero.
—Y ahora, largo de aquí.
Otra explosión sorda que sacudió la sala hizo caer a Dolby. Las luces parpadearon. Brotaron arcos eléctricos en las consolas. El
Isabella
profería gemidos guturales, como si agonizase. Dolby se levantó del suelo y volvió junto a su máquina. Ford le asió del brazo.
—¡Ken! ¡Tenemos que irnos! Dolby se soltó e hizo otro intento con la clave.
«operación incorrecta.»
El ordenador principal activó las rutinas de inicio.
—¡Alan! —chilló Dolby—. ¡Te he dicho que apagues los p5!
—¡Déjalo, Ken, nos vamos! —repitió Ford.
«No te me vayas,
Isabella
.»
Dolby siguió trabajando. Tenía que establecer contacto con el
Isabella
, fuera como fuese. Tenía que apagarlo de manera segura. el imán defectuoso estaba perdiendo cohesión. Dentro del tubo, los dos haces se estaban saliendo de sus trayectorias. Si tocaban el borde, o se rozaban entre sí…
—¡Dolby! —Hazelius le cogió del hombro—. ¡No puedes salvarlo! ¡Tenemos que irnos!
—¡Déjame! —Dolby quiso darle un puñetazo, pero falló.
Cuando volvió a girarse hacia la pantalla, le puso furioso lo que vio—. ¡Alan, maldita sea, aún están funcionando los p5! ¡Te he dicho que los apagaras!
No hubo respuesta. Miró a su alrededor, buscando a Edelstein entre el humo. Se frotó los ojos llorosos y tosió. Había humo por todas partes. El Puente estaba vacío. Se habían ido todos.
Podía salvar el
Isabella
. Estaba seguro. Y en caso de que no pudiera… ¿qué sentido tenía la vida?
«Estoy aquí,
Isabella
. Tú quédate conmigo un poco más.»
Lo había hecho. Russell Eddy había matado. Dios le había dado las fuerzas necesarias. Había empezado la batalla. Matar al pecador había sido como enchufar a la multitud a la corriente eléctrica. Se oyó un rumor de entusiasmo. Eddy, lleno de energía, se acercó decidido a la gran puerta de titanio y se plantó delante. Después se volvió y levantó la pistola.
—¡«Se concedió al Anticristo infundir el aliento a la imagen de la Bestia»! ¿Quién se enfrentará conmigo al Anticristo?
Otro rugido delirante. Sintió una inyección de fuerza.
—¡Es el Impío!
Otro rugido.
—¡El Malvado!
Puro descontrol.
—¡Le destruiremos en el nombre de Dios y de su único hijo, Jesucristo!
La multitud se arrojó hacia la puerta como un solo hombre, pero el titanio no cedía.
—¡Apartaos todos! —exclamó Eddy—. ¡Vamos a cruzar esta puerta!
Apuntó con la pistola, pero alguien le cogió la mano.
—Pastor, con el revólver no funcionará. —Apareció un hombre con ropa de camuflaje y un rifle de asalto AR-15 a su espalda—. ¿Ve aquello? —Señalaba tres aparatos cónicos montados en trípodes, que apuntaban hacia la puerta—. Es un equipo de demolición de paredes preparado para disparar. Los soldados querían abrir un boquete en la puerta. También querían entrar en el
Isabella
.
—¿Cómo lo sabes?
—Mike Frost, ex Grupo 5 de las Fuerzas Especiales.
Frost le dio la mano, y casi se la rompió. —Llévanos al otro lado, Mike.
Rodeó con cuidado el dispositivo, examinando los conos de metal.
—Ya está cargado con C-4. ¡Qué suerte que no hayan recibido ninguna bala perdida! Están todos conectados con estos cables. Aquí tiene los detonadores.
Levantó un cilindro pequeño, con un cable. Había tres. Los metió cuidadosamente en el C-4 y lo comprimió a su alrededor.
—Dígale a todo el mundo que se aparte. Que se pongan en aquel lado, de espaldas.
Eddy se apresuró a llevarse a su rebaño lejos del dispositivo, Frost estiró al máximo los cables, quitó la tapa del interruptor del detonador y puso un dedo encima. —Tápense los oídos.
Ford y los científicos siguieron a Wardlaw a la sala de ordenadores, que estaba al fondo del Puente. Era una habitación larga y desnuda, de paredes grises, del mismo color que el plástico de los armarios que formaban tres silenciosas hileras. Dentro de aquella habitación estaba el superordenador más rápido y potente del mundo. Los procesadores zumbaban. En cada uno de los paneles parpadeaban un sinfín de luces, rojas o amarillas en su mayoría. Al fondo había una puerta de acero.
Llegó Hazelius.
—Dolby no viene.
—Tenemos tres problemas —dijo Wardlaw—. Uno, que el
Isabella
está a punto de explotar; dos, que fuera hay una multitud armada; y tres, que no podemos pedir ayuda.
—¿Qué haremos? —se lamentó Thibodeaux.
—La puerta de acero del fondo da a los túneles de la antigua mina de carbón. Por ahí saldremos. Hay que interponer un buen trozo de montaña entre nosotros y el
Isabella
antes de que explote.
—¿Cómo saldremos de la mina? —preguntó Ford.
—En la otra punta —dijo Wardlaw— hay un pozo vertical que habilitaron para sacar metano por el otro lado de la mina. Todavía queda un viejo elevador, aunque probablemente no podamos usarlo. Tendremos que inventar algo.
—¿Es la mejor opción?
—O eso o salimos por la puerta principal y nos encontramos con la multitud.
Se hizo un silencio.
La explosión que sacudió la sala de ordenadores hizo caer de rodillas a Ford y a los demás, como piedrecitas dentro de una lata. El eco se prolongó durante un buen rato, como un trueno atravesando la montaña. Las luces de la sala parpadearon, mientras saltaban arcos eléctricos de las consolas. En cuanto pudo levantarse, Ford ayudó a Kate.
—¿Era el
Isabella
? —preguntó Hazelius.
—Si hubiera sido el
Isabella
, estaríamos muertos —dijo Wardlaw—. La multitud acaba de reventar la puerta de titanio.
—¡Imposible!
—No, si han usado las cargas de demolición militares.
De repente se oyeron puñetazos en la puerta del Puente. Ford agudizó el oído. Imaginó a Dolby en el Puente, encorvado sobre su terminal como un fantasma rodeado de humo.
—¡Hazelius! —dijo una voz aguda al otro lado, en sordina—. ¿Me oyes, Anticristo? ¡Venimos a por ti!
El pastor Russell Eddy chillaba contra la puerta de acero.
—¡Hazelius, has blasfemado contra Dios, contra su Nombre y contra los que moran en el paraíso!
Era una puerta de acero macizo, y no les quedaban explosivos. Teniendo en cuenta que era un espacio cerrado, pegar un tiro a la cerradura con el revólver, aparte de ineficaz, sería una locura.
La gente se arrojó contra la puerta, vociferando.
—¡Cristianos! —La voz de Eddy resonó por el enorme espacio—. ¡Escuchadme, cristianos! —Se hizo un silencio inquieto, que llenó el aullido infernal de la máquina en el túnel adyacente—. ¡Apartaos de la puerta! —Señaló con el dedo—. En el otro lado de esta cueva hay un montón de vigas de acero. Quiero que los más fuertes (¡solo los hombres!) cojan una y la usen para echar la puerta abajo. Para el resto tengo un trabajo igual de importante. Dividios en dos grupos. Quiero que el primero entre en el túnel circular de allí. —Señaló el acceso oval, que estaba empañado—. ¡Cortad y machacad las tuberías, los cables y los conductos que alimentan el superordenador, la Bestia! —Levantó un papel, una copia que había conseguido en internet—. Esto es un mapa de la Bestia—. Señaló a un hombre que estaba más sereno que el resto; llevaba el arma con naturalidad y parecía tener madera de líder—. Toma ponte tú al frente.
—Sí, pastor.
—¡Cuando hayamos derribado la puerta, quiero que el segundo grupo me siga a la sala de control, capture al Anticristo y destruya los aparatos que haya dentro!
Hubo un rugido de aprobación. Ya había veinte hombres levantando una viga del montón. Cuando volvieron, apuntando con ella hacia la puerta, los demás les dejaron pasar.
—¡Ahora! —exclamó Eddy, colocándose a un lado—. ¡Echadla abajo!
—¡Echadla abajo! ¡Destrozadla!
La multitud se apartó. El grupo de hombres se acercó a la puerta a paso ligero. La viga chocó con un sonoro impacto que hundió un poco la puerta. La fuerza del choque provocó un retroceso que estuvo a punto de hacer perder el equilibrio a los hombres.
—¡Otra vez! —ordenó Eddy.
Las paredes vibraron con un ruido sordo. Un golpe brutal hizo que reverberara la puerta metálica. Yendo a tientas a través del humo, Ford encontró a Dolby y le cogió por el hombro.
—Ken, por favor… —dijo—. Ven con nosotros, por el amor de Dios.
—No. Lo siento, Wyman —dijo Dolby—. Yo me quedo. Puedo… puedo salvar el
Isabella
.
Ford oía los chillidos de la gente al otro lado de la puerta. Le estaban dando con algo pesado. La puerta se hundió un poco y perdió una bisagra.
—No podrás. No hay tiempo.
El rugido de la muchedumbre se filtró por la puerta:
—¡Hazeliuuus! ¡Anticristooo!
Dolby siguió trabajando como un poseso.
Kate se acercó por detrás de Ford.
—Tenemos que irnos.
Ford se volvió y la siguió hasta la sala del fondo, la del ordenador. Los demás ya se agolpaban frente a la salida de emergencia, menos Wardlaw, que intentaba activar el panel de seguridad. Tecleó varias veces la clave al tiempo que ponía la palma de la otra mano sobre el lector que había al lado de la puerta, pero no respondía.
¡Bum! La puerta del Puente rebotó contra el suelo. De pronto, el griterío se oyó mucho más fuerte; la multitud ya se internaba por el humo.
Se oyó una ráfaga de disparos. Dolby gritó al ser abatido su terminal.
—¿Dónde está el Anticristo? —gritó alguien.
Ford corrió hacia la puerta de la sala de ordenadores y la cerró con llave.
Wardlaw sacó una llave normal y abrió una tapa al lado de la puerta. Debajo había otro teclado, en el que introdujo un código. Nada.
—¡Están en la habitación del fondo!
—¡Echad abajo aquella puerta!
Al segundo intento de Wardlaw, la puerta se abrió con un ligero clic. Se internaron todos juntos en la oscuridad de la mina de carbón, que olía a humedad. El último fue Ford, que empujaba a Kate. Tenían delante un túnel largo y ancho, apuntalado con vigas de acero oxidado que sostenían un techo abombado y lleno de grietas. Olía a moho y a putrefacción, como la ciénaga que había sido antiguamente. Del techo caían gotas de agua.
Wardlaw cerró la puerta e intentó asegurarla, pero eran cerraduras electrónicas y no funcionaban sin corriente.
Un fuerte golpe hizo temblar la sala de ordenadores. Los gritos de la multitud aumentaron de intensidad. El ariete había derribado la puerta.
Wardlaw seguía intentando activar la cerradura, primero con la tarjeta magnética y después tecleando un código.
—¡Ven, Ford!
Sacó otra pistola de su cinturón y se la dio a Ford. Era una SIGSauer P229.
—Voy a intentar contener a toda esa gente. Esta mina se construyó con el sistema de cámaras y pilares. Todo está comunicado. Avanzad un rato y después girad a la izquierda, sin meteros en ningún pasadizo que no tenga salida, hasta que encontréis la sala grande donde apareció la veta de carbón. Está a unos cinco kilómetros. El pozo queda al fondo a la izquierda. Podéis salir por allí. No me esperes. Consigue que salga todo el mundo. Y llévate esto.