Read Border of a Dream: Selected Poems of Antonio Machado (Spanish Edition) Online
Authors: Antonio Machado
My childhood is memories of a patio in Sevilla
and a shining orchard where the lemon tree ripens.
My youth, twenty years on the earth of Castilla,
my life, a few events that I prefer forgotten.
Not a seducing Don Juan or a Bradomín—
by now you know the shabby plainness of my dress—
but I was hit by Cupid’s arrow and have been
in love whenever women fed me welcomeness.
Coursing my veins are drops of Jacobinic blood,
and yet my poems issue from a tranquil fountain;
more than an upright man who knows his doctrine,
I am, in the good meaning of the word, good.
I love beauty and in tune with modern aesthetics,
have plucked old roses from the garden of Ronsard,
but I don’t love the rouge of contrived cosmetics,
and am no chirping bird in the latest garb.
I scorn the ballads of loud tenors as hollow
as a choir of crickets singing to the moon.
I stop to note the voices from their echo
and among those voices listen to only one.
Am I romantic or classical? I don’t know.
I’d like to leave my verse as a captain his blade,
known for the iron hand that made it glow,
not for the maker’s celebrated mark or trade.
I chat with a companion with me to the end—
who speaks alone may hope to speak to God one day,
and my soliloquy is chat with that good friend
who showed me secrets of a philanthropic way.
And in the end I owe you nothing. For what I write
you owe
me.
I go to work, pay for the house I rent,
the suit that covers me, the cot I lie on at night,
and the plain bread that gives me nourishment.
And when the day for my final voyage arrives,
and the ship, never to return, is set to leave,
you will find me on board, light on supplies,
and almost naked like the children of the sea.
1906
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor—romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos!—carros, jinetes y arrieros—,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados;
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿que pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
It was mid July. A handsome day.
Alone up rocky slopes I found my way,
slowly searching out corners of shadow.
At intervals I stopped to dry my brow
and give respite to my heaving chest;
or forcing my step, forward my body pressed
up to the right, exhausted, and I took
a walking stick, a kind of shepherd’s crook,
and scaling hills to sites of soaring birds
of prey, I trod harsh-smelling mountain herbs—
rosemary, sage, and lavender and thyme.
Over the bitter fields fell a sun of flame.
A vulture of broad wings in majestic flight
was crossing solitary through blue light.
I discerned a sharp peak beyond far fields
and a round hill like an embroidered shield
and scarlet slopes over the brownish soil
—the scattered rags of an old coat of mail—
the small bald ranges where the Duero swerves
to realize an archer’s crossbow curve
around Soria—Soria is a barbican
that Castilian towers link to Aragón.
I saw the horizon enclosed by darkened knolls
and rimmed with northern and evergreen oaks,
denuded cliffsides and a humble green
where merino sheep graze and the bull on its knees
broods in the grass; the borders of the river
where clear summer sun lights the green poplars;
and silently some distant travelers,
so minute!—carts, riders and muleteers—
cross the long bridge, and under the arcades
of stone, the Duero waters turn dark shades
of silver.
The Duero crosses the oaken heart
of Iberia and Castilla.
O land apart,
sad and noble high plains, wastelands and stone,
land without plow or streams, the treeless zones,
the crumbling cities, innless roads, and throngs
of stupefied boors without dance or song,
who from their dying hearths still escape free
like your long rivers, Castilla, to the sea!
Miserable Castilla—a master yesterday—
wrapped in her rags, disdaining the unknown way.
Does she hope, sleep or dream? Recall her blood
spilled when she had the fever of the sword?
Everything moves, flows, turns or races by;
the sea and mountain change and the moist eye
of judgment. Gone? Over fields the ghost still soars
of a people placing God above their wars.
A mother, in other days a source of captains,
is now a stepmother of lowly urchins.
Castilla is no longer that generous state
when Myo Cid Rodrigo rode with haughty gait,
proud of his opulence and new commands,
bequeathing Alfonso Valencia’s orchard lands;
or those whose courage gained them famed report,
who begged the mother of soldiers, the royal court,
to conquer the enormous Indian rivers,
whose warriors and leaders came back, deliver-
ing silver and gold to Spain in regal galleons—
for booty, ravens, and for battle, lions.
Philosophers who fed on convent salt,
now impassive, ponder the starry vault,
and if as a far rumble in dreams they hear
merchants shouting from the Levantine piers,
they will not even try to ask their fate.
The war stalking the house has breached the gate.
Miserable Castilla—a master yesterday—
wrapped in her rags, disdaining the unknown way.
The sun is setting. From the distant town
I hear the bells harmoniously resound—
old women in black mourning now intone
their rosary. Two sharp weasels slip between big stones,
spot me, run off, and gaping reappear.
The fields are fading on the somber sphere.
Along the white road is an inn open,
facing the darkened field and desert stone.
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
The man of these lands, burning down the pines,
hoarding their branches like the loot of war,
once dug the black oaks out of tangled vines
and felled rough oaks high on the mountain floor.
Today his son in poverty has fled
as storms have stripped the nutrients from the soil
and holy rivers washed them from their bed
down to broad seas. On cursed wastelands he toils,
suffers and roams, a son of those who walk
the road, shepherds who drive their hordes of sheep
to rich Extremadura, nomadic flocks
dust-stained, gilded by sunlight of the steppes.
He’s short, limber, suffering; the jealous eye
of a quick cunning man, and his eyebrows,
curving like a crossbow over his dry
jutting cheekbones, shape his thick hairy frown.
In field and village these bad men abound.
They’re good at insane vice and bestial crime.
Under brown capes they hide an ugly soul.
Slaves of the seven deadly sins, their time
on earth is eyes blurred with envy and grief;
happy when hanging on, furious if a neighbor
makes it. Failure wounds them, with no relief
from pain. No fortune in their filthy labor.
The numen of these fields is bloody and proud,
and when the day splinters on a far hill
you’ll see a giant emerging from a cloud,
a centaur with his arrow poised to kill.
You’ll see these warring fields and desert granite
—no Bible garden ever graced this plain—
a land made for the eagle, a piece of planet
over which floats the roaming shade of Cain.
Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,
el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas
en donde los vencejos anidan en verano
y graznan en las noches de invierno las cornejas.
Con su frontón al Norte, entre los dos torreones
de antigua fortaleza, el sórdido edificio
de grietados muros y sucios paredones,
es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!
Mientras el sol de enero su débil luz envía,
su triste luz velada sobre los campos yermos,
a un ventanuco asoman, al declinar el día,
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,
a contemplar los montes azules de la sierra;
o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,
caer la blanca nieve sobre la fría tierra,
¡sobre la tierra fría la nieve silenciosa!...