Border of a Dream: Selected Poems of Antonio Machado (Spanish Edition) (15 page)

BOOK: Border of a Dream: Selected Poems of Antonio Machado (Spanish Edition)
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Fields of Soria

1

Cold and arid land of Soria.

Through the hills and the bald sierras

small green meadows, high ashen slopes,

spring comes

leaving in the redolent grass

its diminutive white daisies.

The land does not awake, the field dreams.

In early April there is heavy snow

on the back of Moncayo.
23

Those walking wrap a scarf

around neck and mouth, and the shepherds

make their way enveloped in trailing capes.

2

The plowed fields

like patches of brown serge,

the small orchard, the beehive, strips

of dark green where the merino grazes

on leaden rocky slopes

evoke a pleasant dream of childhood Arcadia.

In far black poplars by the road

stiff branches seem to steam

a glaucous vapor—new leaves—

and in the clefts of valleys and gorges

blossoming brambles whiten

and perfumed violets open.

3

A rolling field, and the roads

now conceal the travelers who ride

on tiny brown donkeys;

already at the scarlet rim of afternoon

small plebeian silhouettes rise,

staining the gold linen of the sunset.

But if you climb a hill and gaze at the field

from the peaks where the eagle lives,

you will see steel and carmine sunflowers,

lead plains and silver slopes

ringed by violet mountains

with summits of rose-tinted snow.

4

Those figures in the field against the sky!

Two slow oxen plow

a knoll in early autumn,

and, between the black heads bent down,

under the heavy yoke

is the cradle for a child.

Behind the team

a man plods leaning over the earth,

and a woman casts seed

into the open furrows.

Below a cloud of crimson and flame,

in the greenish and liquid gold

of sunset, the shadows become giants.

5

Snow. In the inn facing the open field

you see the fireplace and smoking logs

and the stewpot bubbling at the boil.

The north wind sweeps the stiffened land,

arousing the silent snow

in white whirlwinds.

Snow over the field and roads

is falling as over a grave.

An old man shivers and coughs,

huddled over the fire. The old woman

spins her mop of wool. A young girl sews

green fringes on her scarlet serge.

The son of these old grandparents,

a muleteer, walked on the white land

and one night he lost his way

and vanished in the mountain snows.

Around the fire there’s an empty place,

and on the old man’s forehead a sullen wrinkle

like a big dark scar

—an ax blow into a log.

The woman looks at the field, as if she heard

footsteps on the snow. No one comes.

Deserted, the neighboring road;

deserted, the field around the house.

The girl is thinking of green meadows

she might race around on with other girls

on blue-and-gold mornings

when white daisies are growing.

6

Cold Soria!
Pure Soria,

headland of Extremadura,
24

with her warrior castle

in ruin over the Duero,

with crumbling walls

and houses turning black!

Dead city of lords,

soldiers or hunters,

of portals with shields

of a hundred hidalgo lines,

of ravenous hounds,

tense and skinny dogs

who are swarming

through the squalid alleys,

and at midnight howl

when the crows caw!

Cold Soria! The courthouse

bell strikes one.

Soria, Castilian city

so beautiful below the moon!

7

Silver-plated hills,

gray heights, cardinal rocks

where the Duero twists

its crossbow

around Soria, somber oaks,

harsh stony wastelands, bald peaks,

white roads and poplars by the river,

Soria twilights, mystical and warlike,

today I feel a sadness for you

at the bottom of my heart, a sadness

that is love. Sorian fields,

where the rocks seem to dream,

be with me! Silver-plated hills,

gray heights, cardinal rocks!

8

Again I’ve come to see the gold poplar trees,

poplars of the road along the bank

of the Duero, between San Polo and San Saturio,
25

beyond the old town walls

of Soria—a barbican

facing Aragón, on Castilian land.

These black poplars by the river

accompany the rustle of dead leaves

with the plashing noise of water on windy days.

On their bark they have

the carved initials of lovers, and numbers

to date the year.

Poplar trees of love whose branches

yesterday were crammed with nightingales,

poplars that tomorrow will be harps

in spring’s perfumed wind,

poplars of love near the water

flowing and passing by and dreaming,

poplars on the edges of the Duero,

come with me. My heart carries you!

9

Yes, be with me, Sorian fields,

still afternoons, mountains of violet,

ilexes of the river, green dream

of the gray ground and brown earth,

painful melancholy

of the decaying city,

have you entered my soul

or were you already deep in her?

People of the high Numantian plain

who cling to God like old Christians,

may the sun of Spain fill you

with happiness, with light and abundance!

23
A high peak east of Soria in Aragón.

24
The Spanish
“Soria pura / cabza de Extremadura”
are words Machado is quoting from the town’s escutcheon.

25
Sanctuaries on the west bank of the Duero, to which Machado liked to walk on the road under “the poplars along the bank” of the Duero River. San Polo was a Knights Templar convent (monastery or convent). The Hermitage of San Saturio is a Romanesque shrine to the patron saint of Soria.

La tierra de Alvargonzález

Al poeta Juan Ramón Jiménez.

1

Siendo mozo Alvargonzález,

dueño de mediana hacienda,

que en otras tierras se dice

bienestar y aquí, opulencia,

en la feria de Berlanga

prendóse de una doncella,

y la tomó por mujer

al año de conocerla.

Muy ricas las bodas fueron

y quien las vio las recuerda;

sonadas las tornabodas

que hizo Alvar en su aldea;

hubo gaitas, tamboriles,

flauta, bandurria y vihuela,

fuegos a la valenciana

y danza a la aragonesa.

2

Feliz vivió Alvargonzález

en el amor de su tierra.

Naciéronle tres varones,

que en el campo son riqueza,

y, ya crecidos, los puso,

uno a cultivar la huerta,

otro a cuidar los merinos,

y dio el menor a la Iglesia.

3

Mucha sangre de Caín

tiene la gente labriega,

y en el hogar campesino

armó la envidia pelea.

Casáronse los mayores;

tuvo Alvargonzález nueras,

que le trajeron cizaña,

antes que nietos le dieran.

La codicia de los campos

ve tras la muerte la herencia;

no goza de lo que tiene

por ansia de lo que espera.

El menor, que a los latines

prefería las doncellas

hermosas y no gustaba

de vestir por la cabeza,

colgó la sotana un día

y partió a lejanas tierras.

La madre lloró, y el padre

diole bendición y herencia.

4

Alvargonzález ya tiene

la adusta frente arrugada,

por la barba le platea

la sombra azul de la cara.

Una mañana de otoño

salió solo de su casa;

no llevaba sus lebreles,

agudos canes de caza;

iba triste y pensativo

por la alameda dorada;

anduvo largo camino

y llegó a una fuente clara.

Echóse en la tierra; puso

sobre una piedra la manta,

y a la vera de la fuente

durmió al arrullo del agua.

El sueño

1

Y Alvargonzález veía,

como Jacob, una escala

que iba de la tierra al cielo,

y oyó una voz que le hablaba.

Mas las hadas hilanderas,

entra las vedijas blancas

y vellones de oro, han puesto

un mechón de negra lana.

2

Tres niños están jugando

a la puerta de su casa;

entre los mayores brinca

un cuervo de negras alas.

La mujer vigila, cose

y, a ratos, sonríe y canta.

—Hijos, ¿que hacéis? —les pregunta.

Ellos se miran y callan.

—Subid al monte, hijos míos,

y antes que la noche caiga,

con un brazado de estepas

hacedme una buena llama.

3

Sobre el lar de Alvargonzález

está la leña apilada;

el mayor quiere encenderla,

pero no brota la llama.

—Padre, la hoguera no prende,

está la estepa mojada.

Su hermano viene a ayudarle

y arroja astillas y ramas

sobre los troncos de roble;

pero el rescoldo se apaga.

Acude el menor, y enciende,

bajo la negra campana

de la cocina, una hoguera

que alumbra toda la casa.

4

Alvargonzález levanta

en brazos al más pequeño

y en sus rodillas lo sienta;

—Tus manos hacen el fuego;

aunque el último naciste

tú eres en mi amor primero.

Los dos mayores se alejan

por los rincones del sueño.

Entre los dos fugitivos

reluce un hacha de hierro.

Aquella tarde...

1

Sobre los campos desnudos,

la luna llena manchada

de un arrebol purpurino,

enorme globo, asomaba.

Los hijos de Alvargonzález

silenciosos caminaban,

y han visto al padre dormido

junto de la fuente clara.

2

Tiene el padre entre las cejas

un ceño que le aborrasca

el rostro, un tachón sombrío

como la huella de un hacha.

Soñando está con sus hijos,

que sus hijos lo apuñalan;

y cuando despierta mira

que es cierto lo que soñaba.

3

A la vera de la fuente

quedó Alvargonzález muerto.

Tiene cuatro puñaladas

entre el costado y el pecho,

por donde la sangre brota,

más un hachazo en el cuello.

Cuenta la hazaña del campo

el agua clara corriendo,

mientras los dos asesinos

huyen hacia los hayedos.

Hasta la Laguna Negra,

bajo las fuentes del Duero,

llevan el muerto, dejando

detrás un rastro sangriento;

y en la laguna sin fondo,

que guarda bien los secretos,

con una piedra amarrada

a los pies, tumba le dieron.

4

Se encontró junto a la fuente

la manta de Alvargonzález,

y, camino del hayedo,

se vio un reguero de sangre.

Nadie de la aldea ha osado

a la laguna acercase,

y el sondarla inútil fuera,

que es la laguna insondable.

Un buhonero, que cruzaba

aquellas tierras errante,

fue en Dauria acusado, preso

y muerto en garrote infame.

5

Pasados algunos meses,

la madre murió de pena.

Los que muerta la encontraron

dicen que las manos yertas

sobre su rostro tenía,

oculto el rostro con ellas.

6

Los hijos de Alvargonzález

y tienen majada y huerta,

campos de trigo y centeno

y prados de fina hierba;

en el olmo viejo, hendido

por el rayo, la colmena,

dos yuntas para el arado,

un mastín y mil ovejas.

Otras días

1

Y están las zarzas floridas

y los ciruelos blanquean;

y las abejas doradas

liban para sus colmenas,

y en los nidos, que coronan

las torres de las iglesias,

asoman los garabatos

ganchudos de las cigüeñas.

Ya los olmos del camino

y chopos de las riberas

de los arroyos, que buscan

al padre Duero, verdean.

El cielo está azul, los montes

sin nieve son de violeta.

La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza;

muerto está quien la ha labrado,

mas no le cubre la tierra.

2

La hermosa tierra de España

adusta, fina y guerrera

Castilla, de largos ríos,

tiene un puñado de sierras

entre Soria y Burgos como

reductos de fortaleza,

como yelmos crestonados,

y Urbión es una cimera.

3

Los hijos de Alvargonzález,

por una empinada senda,

para tomar el camino

de Salduero a Covaleda,

cabalgan en pardas mulas,

bajo el pinar de Vinuesa.

Van en busca de ganado

con que volver a su aldea,

y por tierra de pinares

larga jornada comienzan.

Van Duero arriba, dejando

atrás los arcos de piedra

del puente y el caserío

de la ociosa y opulenta

villa de indianos. El río,

al fondo del valle, suena,

y de las cabalgaduras

los cascos baten las piedras.

A la otra orilla del Duero

canta una voz lastimera:

“La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra.”

4

Llegados son a un paraje

en donde el pinar se espesa,

y el mayor, que abre la marcha,

su parda mula espolea,

diciendo: —Démonos prisa;

porque son más de dos leguas

de pinar y hay que apurarlas

antes que la noche venga.

Dos hijos del campo, hechos

a quebradas y asperezas,

porque recuerdan un día

la tarde en el monte tiemblan.

Allá en lo espeso del bosque

otra vez la copla suena:

“La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra.”

5

Desde Salduero el camino

va al hilo de la ribera;

a ambas márgenes del río

el pinar crece y se eleva,

y las rocas se aborrascan,

al par que el valle se estrecha.

Los fuertes pinos del bosque

con sus copas gigantescas

y sus desnudas raíces

amarradas a las piedras;

los de troncos plateados

cuyas frondas azulean,

pinos jóvenes; los viejos,

cubiertos de blanca lepra,

musgos y líquenes canos

que el grueso tronco rodean,

colman el valle y se pierden

rebasando ambas laderas

Juan, el mayor, dice: —Hermano,

si Blas Antonio apacienta

cerca de Urbión su vacada,

largo camino nos queda.

—Cuando hacia Urbión alarguemos

se puede acortar de vuelta,

tomando por el atajo,

hacia la Laguna Negra

y bajando por el puerto

de Santa Inés a Vinuesa.

—Mala tierra y peor camino.

Te juro que no quisiera

verlos otra vez. Cerremos

los tratos en Covaleda;

hagamos noche y, al alba,

volvámonos a la aldea

por este valle, que, a veces,

quien piensa atajar rodea.

Cerca del río cabalgan

los hermanos, y contemplan

cómo el bosque centenario,

al par que avanzan, aumenta,

y la roqueda del monte

el horizonte les cierra.

El agua, qu va saltando,

parece que canta o cuenta:

“La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra.”

Castigo

1

Aunque la codicia tiene

redil que encierre la oveja,

trojes que guarden el trigo,

bolsas para la moneda,

y garras, no tiene manos

que sepan labrar la tierra.

Así, a un año de abundancia

siguió un año de pobreza.

2

En los sembrados crecieron

las amapolas sangrientas;

pudrió el tizón las espigas

de trigales y de avenas;

hielos tardíos mataron

en flor la fruta en la huerta,

y una mala hechicería

hizo enfermar las ovejas.

A los dos Alvargonzález

maldijo Dios en sus tierras,

y al año pobre siguieron

largos años de miseria.

3

Es una noche de invierno.

Cae la nieve en remolinos.

Los Alvargonzález velan

un fuego casi extinguido.

El pensamiento amarrado

tienen a un recuerdo mismo,

y en las ascuas mortecinas

del hogar los ojos fijos.

No tienen leña ni sueño.

Larga es la noche y el frío

arrecia. Un candil humea

en el muro ennegrecido.

El aire agita la llama,

que pone un fulgor rojizo

sobre las dos pensativas

testas de los asesinos.

El mayor de Alvargonzález,

lanzando un ronco suspiro,

rompe el silencio, exclamando:

—Hermano, ¡qué mal hicimos!

El viento la puerta bate

hace temblar el postigo,

y suena en la chimenea

con hueco y largo bramido.

Después, el silencio vuelve,

y a intervalos el pabilo

del candil chisporrotea

en el aire aterecido.

El sugundo dijo: —Hermano,

¡demos lo viejo al olvido!

El Viajero

1

Es una noche de invierno.

Azota el viento las ramas

de los álamos. La nieve

ha puesto la tierra blanca.

Bajo la nevada, un hombre

por el camino cabalga;

va cubierto hasta los ojos,

embozado en negra capa.

Entrado en la aldea, busca

de Alvargonzález la casa,

y ante su puerta llegado,

sin echar pie a tierra, llama.

2

Los dos hermanos oyeron

una aldabada a la puerta,

y de una cabalgadura

los cascos sobre las piedras.

Ambos los ojos alzaron

llenos de espanto y sorpresa.

—¿Quién es? Responda—gritaron.

—Miguel—respondieron fuera.

Era la voz del viajero

que partió a lejanas tierras.

3

Abierto el portón, entróse

a caballo el caballero

y echó pie a tierra. Venía

todo de nieve cubierto.

En brazos de sus harmanos

lloró algún rato en silencio.

Después dio el caballo al uno,

al otra, capa y sombrero,

y en la estancia campesina

buscó el arrimo del fuego.

4

El menor de los hermanos,

que niño y aventurero

fue más allá de los mares

y hoy torna indiano opulento,

vestía con negro traje

de peludo terciopelo,

ajustado a la cintura

por ancho cinto de cuero.

Gruesa cadena formaba

un bucle de oro en su pecho.

Era un hombre alto y robusto,

con ojos grandes y negros

llenos de melancolía;

la tez de color moreno,

y sobre la frente comba

enmarañados cabellos;

el hijo que saca porte

señor de padre labriego,

a quien fortuna le debe

amor, pode y dinero.

De los tres Alvargonzález

era Miguel el más bello;

porque al mayor afeaba

el muy poblado entrecejo

bajo la frente mezquina,

y al segundo, los inquietos

ojos que mirar no saben

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