Campeones de la Fuerza (33 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Doole se había distraído un poco pensando en qué otras defensas podía utilizar, y se sobresaltó al oír un alarido estridente que llenó de ecos tres de las cámaras más próximas. Unas cuantas hembras ribetianas que habían sido dejadas en libertad surgieron repentinamente de los umbrales y empezaron a gimotear mientras les lanzaban objetos afilados.

Doole se agachó intentando esquivar el diluvio de fragmentos de transpariacero, cuchillos y pesados pisapapeles que voló hacia él. Intentó sacar un desintegrador de una de las bolsas que llevaba a la espalda, pero un tazón chocó con una de sus blandas sienes. Doole dejó caer una bolsa al suelo y echó a correr por el pasillo agitando frenéticamente sus manos llenas de ventosas.

Casi todas las larvas le siguieron, pero unas cuantas decidieron quedarse con sus madres. Doole siguió corriendo. Lo único que deseaba en aquellos momentos era volver a la seguridad que le ofrecía su celda. Cuando por fin llegó a ella, Doole cerró de un manotazo la gruesa puerta a sus espaldas, vació la bolsa que le quedaba sobre el suelo y fue colocando desintegradores con una carga de energía completa en las manos de seis defensores potenciales.

—Apuntad hacia cualquier ruido que oigáis —dijo—. Cuando consigan entrar tendréis que disparar contra ellos, ¿entendido? Éste es el botón de disparo.

Las criaturas de piel lisa y húmeda se estremecieron y deslizaron los altamente sensibles zarcillos de sus bocas sobre los cañones de las armas.

—Basta con que apuntéis, y el arma liquida a quien esté delante de ella.

Doole volvió a colocar las pistolas en las manos vestigiales de las larvas y las dirigió hacia la puerta.

Un instante después su ojo mecánico volvió a fallar de repente, y Doole quedó totalmente ciego y dejó escapar un gemido de terror. El túnel de huida estaba empezando a resultarle más y más atractivo a cada momento que pasaba.

Han Solo corría por los pasillos de la prisión, sintiéndose cada vez más preocupado y nervioso. Todo el complejo estaba lleno de sombras heladas, y los ecos del vacío resonaban por todas partes.

—Hemos encontrado a Doole, Solo —dijo de repente la voz de Mara Jade por el comunicador—. Se ha hecho fuerte en una de las celdas. También hemos conseguido conectar un sensor a las cámaras de vigilancia. Tiene consigo a unas criaturas bastante raras, y parece que están armadas.

—Voy para allá —dijo Han.

Cuando llegó a los pasillos inferiores, Han vio una barricada que protegía una puerta sellada. Mara estaba contemplando cómo las dos guardias colocaban detonadores de onda expansiva especial alrededor del sistema de bloqueo de la puerta.

Lando iba y venía nerviosamente de un lado a otro.

—No causéis más daños de lo estrictamente necesario —dijo—. Tal como están las cosas en Kessel, ya tendré que hacer un montón de reparaciones cuando esto haya terminado.

Las dos mujeres no le prestaron ninguna atención y se apresuraron a alejarse de la puerta. Agacharon las cabezas y se taparon los oídos, y un instante después todos pudieron oír la rápida sucesión de estampidos ahogados que brotó de los detonadores de onda expansiva.

Después oyeron una andanada de disparos desintegradores procedentes del interior de la cámara sellada, una sucesión de sonidos que se confundieron unos con otros en un estridente alarido formado por los haces de energía que saltaban de un lado a otro y rebotaban en las paredes.

—¡No, no! ¡Todavía no! —aulló una voz que Han reconoció como la de Moruth Doole.

El último detonador destrozó la parte inferior de la puerta con una sorda explosión. El wífido corrió hacia ella para apartar las gruesas planchas.

—¡Ten cuidado! —gritó Mara.

El wífido se agachó y rodó por el suelo mientras las larvas de cuerpos pálidos y blandos se agitaban desesperadamente, alzando sus armas desintegradoras y disparando en todas direcciones. Sus enormes ojos vidriosos giraban locamente sin ver nada.

—¡Acabad con ellos! —gritó Doole. El sonido de su voz hizo que las larvas girasen sobre sí mismas y dispararan sus desintegradores contra Doole, pero el ribetiano ya había buscado refugio detrás de una gruesa plancha mural—. ¡No, a mí no! ¡Es a ellos a quienes tenéis que matar!

El trandoshano emitió un siseo de reptil enfurecido y lanzó una andanada hacia el interior de la celda que derribó a dos larvas ciegas. Después entró corriendo en la celda, pero otra explosión hizo vibrar el techo antes de que el resto del grupo de contrabandistas pudiera seguir al trandoshano. Han, Mara y las dos guardias utilizaron la distracción para abrirse paso, agachándose y volviendo a disparar. Han acabó con otra larva en el mismo instante en que el techo se derrumbaba sobre ellos convertido en un montón de fragmentos llameantes.

Enjambres de hembras ribetianas cayeron a través de los restos del techo e invadieron la celda privada de Doole lanzando gemidos de venganza. Cada hembra iba armada con un desintegrador, y disparó repetidamente contra el escudo metálico detrás del que se ocultaba Doole hasta que el centro de la plancha empezó a brillar con un resplandor rojo cereza.

Las larvas ciegas volvieron sus armas hacia la nueva fuente de ruido, pero un instante después giraron sobre sí mismas como si hubieran comprendido lo que ocurría y fueran capaces de comunicarse con sus madres, y también dirigieron el fuego de sus desintegradores hacia Doole.

—¡Alto, alto! —gritó Doole.

Han se arrastró hasta reunirse con Lando, no deseando atraer ninguna ráfaga de energía de aquella auténtica guerra civil. Doole chilló y dejó caer el escudo protector, que ya estaba terriblemente recalentado. Su ojo mecánico salió despedido de la órbita y se desintegró en mil pequeños componentes que cayeron sobre el suelo con un ruidoso repiqueteo. Los largos dedos viscosos del ribetiano presionaron un botón de control oculto, y una trampilla se abrió debajo de él. Doole saltó por una escotilla de acceso a un túnel de fuga, y desapareció en la fría negrura de las minas de especia con un último chillido de terror.

—¡Tenemos que cogerle antes de que consiga escapar! —gritó Lando—. No quiero tener a ese tipo suelto por mis minas de especia.

Las larvas supervivientes avanzaron como si quisieran lanzarse a los túneles detrás de Moruth Doole, ya fuese para seguirle o para capturarle: pero las hembras anfibias las agarraron, impidiendo que saltaran al túnel y tranquilizándolas con suaves sonidos ronroneantes. Sus enormes ojos contemplaban a los contrabandistas invasores con evidente aprensión.

Han corrió hacia la trampilla, se puso de rodillas junto a ella y metió el rostro en la oscuridad. Podía oír el sonido levemente húmedo de las pisadas de Doole debilitándose rápidamente a medida que sus pies palmeados llevaban al ribetiano hacia las profundidades del laberinto de catacumbas.

Las larvas dispararon varias ráfagas desintegradoras contra los pasajes. Largas lanzas de calor rebotaron en las paredes del túnel y desprendieron unos cuantos peñascos. La repentina claridad provocó un resplandor parpadeante de especia brillestim activada.

Y un instante después Han oyó un nuevo sonido que le heló la sangre. Era bastante débil, pero resultaba aterrador..., porque era el sonido que producían centenares de patas terminadas en puntas quitinosas tan afiladas como picahielos que se movían a gran velocidad por el túnel. Han aún podía oír las pisadas de Doole, que se iban alejando cada vez más a medida que huía. Después oyó el rik rik rik causado por criaturas con muchas patas que habían sido atraídas por el calor de un cuerpo vivo, y la respiración jadeante y entrecortada de Doole. El ribetiano se estaba moviendo a ciegas, buscando frenéticamente alguna manera de escapar de allí.

Han oyó el sonido producido por muchos pares más de patas terminadas en puntas afiladas, como si se estuviera produciendo una estampida desde los túneles convergentes. Las arañas que devoraban la energía acababan de encontrar un nuevo alimento después del largo silencio que se había adueñado de las minas de especia. Han sintió que se le ponía la piel de gallina.

Las pisadas de Doole se detuvieron de repente al final de un estridente alarido impregnado por un terror insoportable. El grito se interrumpió bruscamente, al igual que el sonido de aquellas patas-picahielos lanzadas a la carrera. El silencio que se adueñó de todo el complejo de túneles resultaba todavía más horrible que el grito, y Han se apresuró a bajar la trampilla y la aseguró antes de que las arañas que se alimentaban de energía pudieran empezar a buscar otra presa.

Después se echó hacia atrás con el corazón latiéndole a toda velocidad. Los rostros de los contrabandistas mostraban la hosca satisfacción que sentían por la victoria que acababan de obtener, y el wífido se había apoyado en una pared y había cruzado los brazos delante de su peludo pecho.

—Ha sido una buena cacería —gruñó.

El trandoshano estaba mirando de un lado a otro, como si buscara algo que comer.

Las hembras ribetianas empezaron a llevarse los cadáveres de las larvas que habían sido destrozadas por los rayos desintegradores. Después cuidarían de las que habían resultado heridas y llorarían a las muertas.

Lando se puso de cuclillas al lado de Han.

—Bien, Lando, ya puedes empezar con la remodelación —dijo Han, y suspiró.

Han, Lando y Mara volvieron a la luna guarnición a bordo del
Halcón
. Lando ya no insistía tan aparatosamente en arrancar una palabra o una sonrisa a Mara, y eso había hecho que la conversación fluyera con más naturalidad entre los dos. Mara incluso había dejado de rehuir la mirada de Lando, y ya no levantaba la barbilla con desdén cada vez que le oía hablar. De hecho, dedicó casi todo su tiempo a asegurarle que la
Dama Afortunada
estaría perfectamente a salvo detrás de los campos de seguridad de la prisión que acababan de reconquistar. Lando no parecía creerla del todo, pero no quería discutir con ella.

—Tenemos mucho papeleo por delante —dijo Mara—. Tengo preparados todos los contratos y acuerdos habituales en la base lunar. Podemos ocuparnos de las formalidades entre nosotros, pero aun así sigue habiendo un montón de impresos que firmar y sellar con las huellas dactilares, y muchos registros que comparar y unificar.

—Lo que tú digas, Mara —replicó Lando—. Quiero que esta relación comercial sea lo más larga y agradable posible para ambos. Ahora tú y yo debemos decidir cuál es la mejor manera de poner en marcha la producción de especia en Kessel. Tanto a ti como a mí nos conviene que el suministro de especia brillestim se reanude lo más pronto posible, especialmente teniendo en cuenta la gran inversión que deberé hacer en las operaciones mineras.

Han les oía hablar, pero dedicaba casi todos sus pensamientos a su familia.

—Bueno, pues yo sólo quiero volver a casa —dijo—. Se acabaron las excursiones por mi cuenta.

El
Halcón
se estaba alejando de la nebulosa corona de atmósfera que escapaba al espacio para dirigirse hacia la gran luna. No tardaron en salir de la turbulenta atmósfera de Kessel, y se encontraron viajando por el vacío espacial en una trayectoria tan veloz y fluida como si estuvieran resbalando por una pendiente de cristal.

Y de repente una luz de alerta empezó a parpadear en su panel de comunicaciones, indicando que acababan de recibir una transmisión de la base lunar.

—¡Advertencia! Hemos detectado un navío de grandes dimensiones que se aproxima a Kessel..., ¡y cuando digo «de grandes dimensiones» hablo en serio!

Han reaccionó al instante.

—Echa un vistazo a los sensores, Lando —ordenó.

Lando volvió la cabeza hacia el puesto del copiloto, y se irguió al instante con los ojos tan abiertos y desorbitados que parecían un par de pantallas esféricas.

—Eh... Creo que decir «grande» es quedarse muy corto, Han —murmuró.

Han ya podía ver el objeto en forma de globo por el visor. Era como el esqueleto de una esfera envuelto en remaches y circundado por los inmensos arcos de unas vigas gigantes, y tenía el tamaño de una luna en miniatura.

—Es la
Estrella de la Muerte
...

Las reparaciones exigieron más tiempo del esperado, para gran irritación de Tol Sivron, pero el prototipo por fin estuvo preparado para dirigirse hacia el sistema planetario más próximo y atacarlo.

Sivron se removió en su asiento, sintiéndose muy complacido mientras veía cómo el capitán de las tropas de asalto daba todas las órdenes necesarias sin cometer ni una sola equivocación. Delegar las responsabilidades era la primera lección que debía aprender todo buen administrador, y a Sivron le encantaba poder estar sentado en el sillón de pilotaje mientras otros hacían todo el trabajo.

La silueta calva y achaparrada de Doxin se inclinó hacia él.

—El objetivo ya empieza a ser visible, director Sivron —dijo Doxin, que estaba sentado en otro sillón del puesto de control.

—Excelente —dijo Sivron, y contempló la atmósfera llena de franjas oscuras que parecía hervir alrededor del planeta y de la luna que se movía en una órbita muy cercana a él.

—Parece haber bastante actividad de naves en la zona —dijo Yemm, el devaroniano—. Estoy siguiendo las trayectorias y archivándolas para su estudio posterior. Necesitaremos un registro completo en el caso de que queramos redactar un informe sobre el funcionamiento de este prototipo.

—Es una base rebelde —dijo Tol Sivron—. Sí, no cabe duda...

Fíjense en todas esas naves, y observen su posición. Han Solo, nuestro antiguo prisionero, debió de venir de aquí.

—¿Cómo puede estar seguro de ello? —preguntó Golanda. Sivron se encogió de hombros.

—Necesitamos probar esta
Estrella de la Muerte
en un combate real, ¿verdad? Bien, pues justo delante de nosotros hay un blanco que reúne todas las condiciones deseables..., y en consecuencia podemos suponer que se trata de una base rebelde.

El capitán de las tropas de asalto se irguió en su puesto de control táctico.

—Estamos captando numerosas transmisiones de alerta procedentes de la base lunar —dijo—. Parece que es alguna clase de instalación militar.

Un enjambre de naves surgió de un gran orificio abierto en la superficie de la luna, esparciendo alrededor de Kessel una abigarrada gama de cruceros veloces y bien armados.

—No pueden huir de nosotros —dijo Tol Sivron—. Centren el planeta en los sistemas de puntería. Puede disparar cuando esté preparado para hacerlo. —Sonrió, y sus dientes puntiagudos formaron una pequeña cordillera llena de picachos afilados sobre su labio—. Tengo el presentimiento de que todo va a salir estupendamente.

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