Tiger la abrió con cuidado y examinó la cámara de vídeo, luego miró a Raoul, confundido.
—Eh, ¿cuánto nos pagan por esto?
—Un precio que sólo se paga una vez en la vida —respondió Raoul tras considerarlo un momento. No era mentira—. Te lo diré cuando comencemos a filmar.
Tiger asintió y miró hacia delante. El incómodo silencio duró más de lo que el británico había esperado.
—He oído por ahí que habías tenido una noche agitada —dijo, finalmente.
Una lenta y lasciva sonrisa se asomó al rostro de Tiger.
—Has visto los resultados —dijo—. Esas putas hicieron cosas que nunca imaginé que fueran posibles.
«Imbécil».
—Quiero decir antes de eso. En el bar.
Dar a aquel lugar la categoría de bar representaba el mismo error de nomenclatura que llamar hangar a la choza donde guardaban los aviones, pero era la mejor descripción que podía darle. En aquella parte de la ciudad, cualquier lugar en el que un no lugareño pudiera beber sin que lo acuchillaran merecía ser llamado bar.
—¿Qué pasa con eso?
—Hiciste muchos amigos anoche.
Tiger estaba claramente incómodo con las indirectas.
—¿De qué coño hablas?
«Pronto lo sabrás, amigo».
—Bueno, estamos en posición.
Tigre, disgustado, sacudió la cabeza y sacó la cámara de la bolsa.
Raoul señaló una zona de aguas poco profundas del lado del copiloto.
—Empieza a filmar cuando pasemos sobre el arrecife.
—¿Qué estamos buscando?
—Tiburones.
—Bromeas.
—Enciende de una vez la condenada cámara.
Tiger alzó la cámara hacia su rostro y enfocó hacia abajo. Raoul vio que la lente del zoom estaba estirada.
—Eh, hay tiburones allí abajo.
—Imagínate —respondió secamente Raoul—. ¿Cuántos?
—Tres. No, espera. Cuatro.
—¿Qué están haciendo?
Tiger alzó la cabeza y echó a Raoul una mirada sin sutileza alguna.
—Están nadando, Raoul.
«Gilipollas».
—Voy a tratar de pasar un poco más bajo esta vez. ¿Puedes ponerte en el suelo? Quiero hacer las tomas más claras posibles para que podamos terminar con esto y volver antes que nadie se dé cuenta.
Tiger lo miró con ojos desconfiados.
—¿Se dé cuenta de qué?
—Échate al suelo y sigue filmando.
Raoul observó como el estúpido joven se desabrochaba el arnés y se acomodaba en el suelo, frente a su asiento, con las piernas colgando a un lado, sin apoyar los pies en la barra de aterrizaje. Se sostenía despreocupadamente en el marco de la puerta con una mano, mientras giraba para lanzarle a Raoul una sonrisa de placer, por encima de su hombro.
—Me siento como esos tíos en Vietnam. Ya sabes, los de las películas que siempre iban colgados de los helicópteros. —Se volvió hacia la peligrosa abertura y alzó nuevamente la cámara hasta su rostro.
«Estúpido y jodido ignorante». Raoul voló más allá del arrecife de coral y comenzó un lento descenso mientras bajaba a cincuenta pies. No quería asustar demasiado a los peces. Eso arruinaría el efecto.
—Estuviste muy parlanchín en el bar la otra noche —dijo con tono despreocupado.
Tiger se quedó inmóvil, bajando lentamente hasta su regazo la mano que aferraba la cámara de vídeo.
—¿Que has dicho?
—Estabas pasado, perdón, borracho, como decís vosotros los yanquis, y comenzaste a hablar sobre lo que hemos estado haciendo a principios de la semana. —La voz de Raoul era casi alegre sobre el rugido de los rotores—. La tormenta, el avión, el equipamiento… Te estabas divirtiendo mucho, ¿no es verdad? Brindándole a los otros idiotas el relato de tu gloria. —Hizo una pausa—. Desgraciadamente, el asunto es que no sólo no estuvo bien, sino que, en verdad, no tenías ni la más remota idea de qué estabas hablando.
La mirada en los ojos de Tiger había pasado de la cautela al miedo, lo que le dejaba sólo a dos pasos de la realidad que empezaba a hacerse evidente. Raoul sabía que no iba a esperar demasiado.
—No estuve hablando de…
—Estaba allí para protegerte. Te oí, Jimmy.
—Eh, no me llames…
—Creo que fui claro cuando dije que no toleraría ese tipo de comportamiento en mi equipo, Jimmy, ni siquiera en grandes pilotos yanquis como tú. ¿Recuerdas la parte cuando te dije que no me importaba qué bebieras, cuándo o cuánto, siempre que pudieras volar cuando te necesitara? ¿Y que no me importaba a quién o a qué te follaras pero que si hablabas de la misión con cualquiera te sacaría del equipo? ¿Recuerdas esa pequeña charla?
—Vale. Es verdad. Entiendo. Yo… mantendré la boca cerrada.
—No, Jimmy. Esto no es una advertencia. Te estoy diciendo adiós.
La nuez del joven se movía a toda velocidad y parecía estar a punto de orinarse encima. Había pasado sin interrupción del pánico al terror. Nivel cuatro.
—Bueno. Vale. Tan pronto como volvamos…
—Demasiado tarde para eso, Jimmy. Salud. —Raoul inclinó el helicóptero bruscamente y el azorado Jimmy «Tiger» Strathan cayó, demasiado aterrado para gritar.
Enderezando el viejo aparato, Raoul tomó un poco de altura y puso nuevo rumbo, sin molestarse en ver en dónde había caído Tiger o si había sobrevivido al chapuzón. No tenía por qué hacerlo. En el mejor de los casos, semejante resultado sería momentáneo, y en treinta kilómetros a la redonda, la única señal de vida pertenecía a cuatro tiburones.
Además, tenía otras cosas en que pensar ahora que se había ocupado de Tiger, como sacar a su tripulación del país antes de que lo que aquel maldito yanqui había estado largando la noche anterior llegara a oídos de alguien que pudiera estar interesado. Por supuesto, en una vuelta de tuerca convenientemente perversa, porque la mayoría de las personas a quienes podría interesarle estaban ocupadas preparándose para el huracán
Simone
, del que se preveía causaría fuertes lluvias y vientos mientras pasaba por el norte de la isla en algún momento de las próximas cuarenta y ocho horas. Si la tormenta cambiaba de rumbo y la isla recibía un impacto directo, decenas de miles de personas se verían en serios problemas.
Pero nada comparable a los problemas con los que se encontrarían Raoul y su tripulación si no se marchaban del país. Aquel mismo día.
Viernes, 13 de julio, 14:30 h, Distrito Financiero, Nueva York.
—¿Tienes un minuto?
Kate alzó la vista y vio a Elle en la puerta de su oficina, un poco más consternada que de costumbre.
—Claro. Entra. —Agarró un montón de carpetas de una de las sillas y las puso en el suelo.
Elle entró y cerró la puerta, luego se sentó.
—He acabado de leer tu ponencia hace un rato.
—Gracias por tomarte el tiempo de leerla. No quería que pensaras que tenía prisa —dijo Kate, y luego frunciendo el ceño preguntó—: ¿Y qué te parece?
—Es buena. Interesante. —Elle sonrió, reclinándose en la silla.
Incluso recostada, su vientre era plano. Era motivo suficiente para que no cayera bien.
—¿Es eso el equivalente de los investigadores a decir que tiene una personalidad encantadora? —preguntó Kate secamente. Elle se rió.
—No. Eso quiere decir que pensé que era interesante, Kate. Ha resultado muy agradable leer sobre algo actual. La mayor parte del material con el que trabajo pertenece a varias décadas atrás.
—Entonces, ¿te parece que estoy loca?
—Define «loca».
Kate hizo un gesto con los ojos.
—Fantástico.
Elle renunció a la respuesta con un gesto lánguido de su mano.
—Estoy bromeando. No parece que estés loca. Pero puesto que tú lo preguntas, supongo que no te sorprendería si algunos lo creyeran después de leer tu ponencia.
—Un amigo mío ha sugerido eso —admitió Kate—. Aunque más que sugerir, creo que dijo que me convertiría en la modelo de la Sociedad de los Meteorólogos Locos cuando los trabajos fueran colgados en Internet. —Suspiró—. Así que, dejando el factor locura a un lado, ¿te parece que el trabajo tiene sentido?
—Por supuesto que tiene sentido —confirmó Elle—. No soy meteoróloga, así que no pude seguir del todo las ecuaciones. No sé qué son o significan algunas de esas variables, pero tus argumentos parecen ser sólidos. —Hizo una pausa—. ¿Tu exposición va a concentrarse en la ciencia o en lo especulativo?
«Buena pregunta».
—No estoy segura de poder separar la una de lo otro —respondió Kate, encogiéndose de hombros.
—Pero tú crees que las tormentas fueron, ¿cómo le dices tú?: ¿enriquecidas por la tecnología?
Kate se revolvió en su silla, incómoda ante aquella pregunta tan directa.
—Eso es lo que me ha parecido, pero creo que es una idea demasiado descabellada para presentarla ante un auditorio de científicos serios. Aunque si estuviéramos presentándola en una convención de
Star Trek..
. —dejó que la idea flotara en el aire, con una sonrisa.
A pesar de parecer cansada, Elle dirigió a Kate una mirada clara, concentrada y atenta.
—Pero eso es lo que realmente analiza tu trabajo, ¿no es cierto? ¿De verdad piensas que los especialistas lo rechazarían si lo presentas con claridad?
—No lo rechazarán, pero puedo casi asegurar que su respuesta no estará acompañada de sonrisas. Se trata de gente obsesionada con el clima, Elle. Y sé que puede sonarte extraño, pero el clima es como nuestro bebé. Da igual que seamos académicos, gente de negocios, que trabajemos para el gobierno o estemos en la televisión, todos tenemos una sensibilidad bastante obsesiva con respecto al clima. Meterse con él no es una acusación que muchos de ellos vayan a tomar con ligereza.
—Entonces, eso significa que vas a presentar más superficialmente tu…
«Por Dios. Parece como si estuviera en un programa de entrevistas del domingo por la mañana». Kate negó con la cabeza.
—Claro que no. Quiero una discusión abierta, pero también necesito mantener mi credibilidad.
«Y mi trabajo».
Elle pensó por un momento.
—No eres la primera persona en sugerir algo así. Hay una historia razonable de intentos de manipular y controlar el clima que podrías utilizar para sustentar tus suposiciones. No hablas de ello en tu trabajo, pero podría ayudarte en tu exposición.
—¿Como el sembrado de nubes por cuestiones agrícolas y lo que los chinos están intentando hacer para mantener la lluvia alejada de las sedes de los Juegos Olímpicos en Pekín? —preguntó Kate con una sonrisa—. Ésas no sólo son noticias antiguas, sino que son minucias comparadas con lo que yo estoy diciendo. Mis tormentas muestran un aumento importante que desafía toda explicación. Si hay algún tipo de manipulación climática en estos momentos, sería al estilo del «científico loco». —Su sonrisa se apagó—. El sembrado de nubes se ha realizado durante décadas. Es muy sencillo, muy controlado y produce lluvia. No hace que las nubes exploten en nubes de tormentas que se elevan unos cuantos miles de metros en dos o tres minutos y, por cierto, no causa inesperadas inundaciones en el desierto en medio de la noche.
—¿Vas a dejar que el señor Thompson vea tu trabajo?
El impulso de retorcerse en su silla era fuerte, pero Kate permaneció inmóvil, mirando a Elle a los ojos.
—No lo había planeado. Davis Lee ya lo ha aprobado.
—¿Sabes si lo ha leído?
—Me imagino que sí. A estas alturas ya debe de haberlo hecho, aunque no sea realmente su especialidad. Él cree que mi interés en estas tormentas es algo estúpido. Como lo es presentar un trabajo que no ofrece conclusiones. —Kate se encogió de hombros con una despreocupación que en realidad no sentía y agarró una botella de agua que descansaba en la desordenada repisa de la ventana—. El interés de Davis Lee por el clima está casi completamente limitado a los efectos en las acciones de su compañía. Y en su vida social.
—Que seguramente será complicada, estoy segura.
—No tengo ni la más remota idea —respondió Kate sobre el borde de la botella de agua, enarcando una ceja.
Elle enrojeció.
—Eso no ha sonado muy correcto. Quiero decir, no es que me importe…
Kate se encogió de hombros.
—Eh, relájate. No ha pasado nada. Aunque te importara, no serías la primera mujer que trabaja aquí a quien le interesa. Es rico, soltero, atractivo y, a su manera, seductor.
—Sí, supongo que lo es, pero no me importa —repitió con énfasis Elle.
—Entiendo. ¿Entonces por qué me has preguntado si iba a enviárselo a Carter Thompson? ¿Por qué tendría que hacerlo? Y, a propósito, ¿cómo sabes tanto sobre la manipulación climática?
Elle se mantuvo inmóvil un instante antes de mirar a Kate a los ojos.
—He estado investigando un poquito. El señor Thompson solía estar interesado en esos temas cuando estaba en la universidad.
—¿Tiene algo publicado?
—En cierto sentido. Aparece citado en varios libros.
Kate absorbió la información durante un minuto, sintiendo un irritante escozor en el fondo de la mente.
—Llevo investigando este asunto varios meses y no me he tropezado con su nombre. ¿En qué tipo de libros aparece citado? ¿Y sobre qué temas ha escrito?
—Yo no los llamaría libros científicos —respondió Elle con franqueza—. Ciencia residual, tal vez. Fueron publicados a mediados o fines de los cincuenta y eran poco fiables, incluso en aquella época. Para que te hagas una idea, uno de los autores también escribió un libro sobre cómo construir su propio refugio nuclear.
—¿Pero qué decían sobre la manipulación climática?
—En general, cosas bastante absurdas. Que remolcar iceberg hacia el Ecuador detendría la formación de huracanes o lanzar bombas en medio de los huracanes los detendría de inmediato. Que el clima invernal que ayudó a detener el avance de Hitler en Rusia fue causado por la mano del hombre. Que la gran sequía durante la Depresión había sido un experimento comunista. —Puso los ojos en blanco—. Eso roza los límites de lo creíble.
—¿Pero citaban a Carter Thompson? ¿Él estaba escribiendo sobre esos temas?
—Sí, lo citaban, pero no, él no apoyaba esas ideas. Sus trabajos parecían centrarse más en la idea de manipulación que con salir a la palestra y declararlo abiertamente. Estaba más o menos apuntando la teoría de que no era algo que estuviera fuera del ámbito de lo posible, y que un día sería realidad. Pero nunca llegó a decir cómo sucedería. —Elle cruzó sus largas piernas y descansó su hombro en el brazo de su silla y su barbilla en la palma de la mano—. A lo mejor no deberíamos sorprendernos, creo. Supongo que tenía que ver con la época. Ya me entiendes, parece que entonces uno tenía mentalidad de Guerra Fría —Cuba, Rusia, los rojos escondidos detrás de cada bandera estadounidense— o de los
beatniks
—paz, amor y el
flower power
—. Y además todo ese asunto con Buck Rogers.