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Authors: Mike Mullin

Tags: #Intriga, #Aventuras

Cenizas (10 page)

BOOK: Cenizas
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Pues eso, se la estaba llevando al cielo, cuando metió una mano dentro de su bolso y empezó a sacar chocolatinas Snickers y a lanzármelas. Lo hacía con suavidad, como si me arrojara un regalo, pero yo no lograba atraparlas y me golpeaban una tras otra. Una lluvia de pequeños proyectiles que me aporreaban la cabeza. De hecho, ahora que vuelvo a pensar en ello, me doy cuenta de que el primer sueño fue una porquería. El segundo fue mucho mejor.

Capítulo 13

A la mañana siguiente me encontraba fatal. El paño que me cubría la boca y la nariz se había secado durante la noche, y desperté con una tos asquerosa. Tenía la boca llena de ceniza. Me quité el trapo de la cara y lo examiné en busca de sangre. Fue un gran alivio no ver ni gota, aunque en realidad estaba demasiado oscuro como para estar seguro. Volví a mojarlo, y usé un poco más de agua para enjuagarme la boca. Me bebí el resto de la botella. Me quedaba sólo una más. Ese día tenía que encontrar agua, sin falta.

Durante la noche había caído una fina capa que lo había cubierto todo. La ceniza se me había metido por debajo de los párpados, en las axilas, e incluso en la entrepierna. Me arañaba cuando me movía, áspera y arenosa. Me picaban al menos una docena de partes del cuerpo a causa de la sequedad de la piel, o quizá tuviera algo que ver con la propia ceniza. Pensé en cambiarme de ropa; no me había puesto la camisa ni la ropa interior limpias que llevaba en la mochila. Pero cambiarme la muda en un campo cubierto de ceniza durante una lluvia de ceniza no parecía que fuera a servir de mucho.

La lluvia de ceniza parecía menos intensa que el día anterior. Los rayos seguían apareciendo de vez en cuando en el cielo pero a intervalos más largos y, a juzgar por los truenos, solían caer más lejos.

Hacía más o menos una hora que estaba esquiando cuando la carretera llegó a un cruce en forma de T. Torcí a la derecha, suponiendo que si me dirigía al sur daría con la autopista 20 tarde o temprano. Pero no vi la 20, y como tenía que ir al este, giré a la izquierda en cuanto llegué a otra intersección.

A la hora de comer empezaba a desesperarme por encontrar agua. Había atravesado dos riachuelos pero el agua estaba sucia de ceniza. Volví a mojar mi trapo protector con la menor cantidad de agua posible, y luego bebí dos sorbos. Me quedó media botella.

Un par de horas después de comer, vi una granja a un lado de la carretera, a mi izquierda, y fui hacia ella. Estaba formada por tres edificios: una casa blanca de dos plantas con un puntiagudo tejado a dos aguas, un granero grande que parecía estar pintado de rojo bajo la capa de ceniza, y un cobertizo bajo y de tejado plano que estaba casi totalmente derrumbado.

El lugar parecía desierto. Pero lo mismo sucedía con todas las granjas que había visto hasta ese momento. El único indicio visible de un camino de entrada era un buzón que sobresalía de entre medio metro de ceniza. La casa estaba rodeada por una cerca de malla, pero había tanta ceniza que sólo asomaban unos treinta centímetros por encima. Salté la cerca y esquié hasta la puerta.

La ceniza había volado hasta el pequeño porche delantero y se amontonaba de tal forma delante de la puerta mosquitera que no podía abrirla. La aporreé y grité. No respondió nadie. Rodeé la casa esquiando hasta una puerta lateral. Estaba cerrada con llave. Seguí golpeando y chillando, pero no conseguí nada. Salí del recinto de la casa pasando por encima de la cerca, y esquié hasta el granero. Las puertas estaban cerradas con candado.

Tal vez debería haber asaltado la casa; dentro podría haber habido agua. Pero no pude hacerlo. Para empezar, no parecía correcto meterme en casa de nadie aunque necesitara agua. Por otro, me preocupaba lo que podría encontrar dentro. Debía de haber una razón para que aquel lugar estuviese desierto; ¿y si los dueños estaban dentro de la casa, muertos o algo así?

Unas horas más tarde me maldecía a mí mismo por no haber entrado en la casa. Se me había acabado el agua. Una hora antes había usado las últimas gotas para mojar el trapo con que me cubría la cara. Empezaba a secarse y dejaba pasar polvo asqueroso que se me metía en la boca y los pulmones. Si en aquel momento hubiera reaparecido delante de mí aquella casa, habría roto el cristal de una ventana con el bastón y habría entrado.

No mucho después de haber pensado esto, vi otra granja a mi derecha, en la oscuridad. Aceleré el paso y fui directo sin dudarlo.

Al acercarme, me di cuenta de que aquella granja estaba ocupada o lo había estado hasta hacía poco. El primer indicio fue el olor: a leña quemada y un ligero aroma a carne debajo del omnipresente hedor del azufre. La granja estaba formada por cinco edificios: una casa y un granero casi idénticos a los anteriores, y tres cobertizos, dos de ellos derrumbados.

Había huellas que iban desde un pequeño cobertizo con tejado a dos aguas hasta la puerta de atrás de la casa. Las huellas tenían que ser recientes porque ya estaban llenándose de ceniza y no tardarían en quedar cubiertas del todo. Alguien había despejado el porche trasero. Había montones de ceniza en torno a él, pero apenas una capa fina en el suelo.

Me quité los esquís y crucé el porche arrastrando los pies con torpeza. Tenía las piernas petrificadas en posición de esquí. Pulsé el timbre de la puerta y luego me di cuenta de lo tonto que era y me enfadé; por supuesto, el timbre no funcionaba. Entonces golpeé con los nudillos el marco de la puerta.

Nadie vino a abrir. Quizá los truenos no les dejaban oír mis golpecitos. Abrí la puerta mosquitera y llamé en la principal. Nada. Volví a intentarlo, esa vez gritando al mismo tiempo.

La puerta se abrió hacia dentro de repente, y vi el largo, negro y doble cañón de una escopeta apuntándome a las pelotas. Mis pelotas también sabían dónde estaba apuntando esa escopeta; sentía cómo intentaban trepar para meterse dentro de mi cuerpo en busca de protección. Se me tensaron todos los músculos y mis ojos se abrieron como platos, mientras la adrenalina corría por mis venas.

La escopeta la empuñaba un tío alto y muy delgado, con una barba blanca rala, piel curtida y pelo blanco corto. Lo más asombroso de él, sin embargo, era lo limpio que estaba. Tenía la cara, las manos y los pies descalzos impolutos. Los pantalones vaqueros y la camisa de franela que llevaba no tenían ni una mota de ceniza. Agua…, allí tenía que haber agua. Nadie podía estar tan limpio, si no.

Mi primer impulso al ver la escopeta fue el de salir corriendo con la esperanza de que no le apeteciera malgastar una bala en mi esmirriado culo. Pero acababa de darme cuenta de que allí había agua. Estaba muerto si no encontraba agua en alguna parte, y pronto. ¿Era más doloroso morir de sed o de un disparo de escopeta? No estaba seguro. Me quedé donde estaba.

Él me hizo un gesto con la escopeta.

—Márchate, muchacho. —Su voz rugía como una máquina que no se engrasara a menudo.

Levanté las manos ante mí, con las palmas hacia él, y di un paso atrás. Era un mal movimiento en caso de que tuviera que luchar; me situaba fuera del alcance para asestarle una patada circular. Pero patear una escopeta es un acto estúpido que sólo merece la pena probar cuando no hay más opciones. Se tarda mucho menos en apretar un gatillo que en dar una patada.

—Sólo estoy buscando agua, señor.

—Aquí no hay agua para ti. Vete.

Apareció una mujer en la puerta, detrás de él. Sacó un trapo de cocina que llevaba metido en las cintas del delantal, y le dio al hombre con él en el cogote.

—¡Elroy! Tenemos mucha agua. ¿No te das cuenta de que sólo es un pobre muchacho abandonado?

—No lo conozco. No sé quién puede estar con él.

—¿Hay alguien contigo, chico? —preguntó ella, con tono amable.

—No, señora.

—Entonces, entra. —Rodeó a Elroy y apartó el cañón de la escopeta con su cuerpo. Me sentí aliviado al verlo apuntar a la pared en lugar de a mí. Tal vez habría podido luchar entonces. Pero la mujer parecía bastante simpática; puede que rellenara mis botellas de agua vacías. Obligó a Elroy a atravesar el recibidor y seguir hacia la cocina. Luego se giró y me dijo:

—Bueno, vamos.

Crucé la puerta con lentitud, aún con las manos arriba. Al otro lado encontré un pequeño recibidor donde había una nevera enorme, un limpiabarros y una ordenada hilera de zapatos y botas.

—Madre mía, estás cubierto de ceniza. —Me dio un cepillo—. Quítatela con esto, hijo. Dime, ¿cómo te gusta el filete?

—¿El filete?

—Pues sí. Tú límpiate, que voy a echar otro filete a la parrilla para ti. Estábamos haciendo la comida.

—No, no quiero molestar. Si me llena las botellas de agua, saldré de su…

—Ni hablar. Si cualquiera de mis hijos anduviera por ahí fuera, te garantizo que me gustaría que alguien lo acogiera y le diera una buena comida. Y no es que vayan a andar vagando por ahí solos, claro, que son adultos y tienen una familia que cuidar. Así que, dime, ¿cómo te gusta el filete?

—Al punto, señora. —Mi boca intentó llenarse de saliva al pensar en el filete, pero estaba demasiado reseca. Justo en ese momento recordé la última vez que había comido filete, en casa de Darren y Joe, y me sentí ligeramente mareado.

—Haré lo que pueda. No había tenido que cocinar directamente con fuego desde que era una muchacha, y entonces teníamos una cocina de leña como es debido. La verdad es que me gustaría que todavía tuviéramos una, en lugar de ese trasto eléctrico inútil. Mis viejas rodillas se resienten de tanto agacharse. Ay, ¡qué educación la mía! Me llamo Edna. Edna Barslow.

—Alex. —Iba a tenderle una mano pero vi lo mugrienta que estaba y me lo pensé mejor—. Encantado de conocerla, señora Barslow.

—Llámame Edna, querido. Ahora deja la mochila y las botas en el recibidor, y cepíllate la ropa todo lo que puedas. No me gusta que haya ceniza en mi cocina.

—Sí, señora. También tengo algo de ropa limpia en la mochila.

—Entonces cerraré la puerta de la cocina para que tengas un poco de intimidad mientras te cambias. Entra en cuanto estés listo.

Me lo quité todo y lo dejé en un montón tan ordenado como pude en el suelo del recibidor. No aparté la mirada de la puerta mientras me cambiaba. La señora Barslow parecía muy amable, pero no podía olvidar que al otro lado de la puerta también había un tío armado con una escopeta.

La ropa de la mochila no estaba precisamente limpia, la ceniza parecía haberse metido en todas partes, pero fue una mejoría considerable respecto a la ropa acartonada y llena de ceniza pegada que acababa de quitarme. Ataqué mi pelo y mi cara con el cepillo, lo que dolió un poco pero hizo caer una gran cascada de ceniza de mi cabeza.

Cuando entré en la cocina, Elroy estaba sentado presidiendo la mesa con la escopeta sobre el regazo. Detrás de él vi el interior de un gran salón con chimenea. Edna estaba agachada ante el fuego. El aroma era tan delicioso que me mareé.

—Edna ha dejado un cubo de agua en el baño para que te laves, muchacho. Está detrás de ti.

—Gracias. —Miré atrás y vi otra puerta al lado de la que me había servido para entrar. Me escabullí por ella, sin dejar de mirar a Elroy con precaución. En el baño había un lavamanos con una esponja y un cubo de metal galvanizado. Lo cogí y olí el agua. Olía bien, así que me bebí más o menos la mitad directamente del cubo, y usé el resto para lavarme.

Cuando volví a la cocina, Edna estaba poniendo sobre la mesa una bandeja de filetes y una olla llena de zanahorias y patatas.

—¿Vas a dejar esa ridícula escopeta de una vez, Elroy? — preguntó ella, al sentarnos.

—No.

Ella se quedó mirándolo durante un momento.

—¿Vas a bendecir la mesa, al menos?

—Sí. —Unieron las manos e inclinaron la cabeza. Reparé en que Elroy no dejaba de mirarme por el rabillo del ojo. Maldito desconfiado… Aunque yo también le observaba a él. Imité a Elroy mientras decía:

—Señor nuestro —dijo—, bendice esta comida para que sea de utilidad a nuestros cuerpos y así podamos subsistir en estos tiempos difíciles y emerger más fuertes y sabios. Amén.

—Amén —dijo Edna, así que yo también lo dije.

Edna habló durante la cena. Elroy murmuraba «sí» o «no» de vez en cuando, pero por lo demás no dijo gran cosa. Yo me limité a comer. No iba a preguntar si podía repetir, pero, por supuesto, no dije que no cuando Edna me lo ofreció. Tampoco dije que no cuando me ofreció repetir una segunda vez, y una tercera. Me ofreció café, pero la convencí de que prefería agua. Comí y bebí hasta quedar harto y soñoliento, y al borde del empacho.

Cuando Edna me ofreció repetir por cuarta vez negué con la cabeza y aparté el plato. Me sentía un poco mareado, así que apoyé la cabeza en la mesa para descansar, sólo un momento.

Me desperté con Edna sacudiéndome un hombro. Me ayudó a levantarme y me llevó hasta el sofá del salón. Allí hacía calor, y los restos del fuego de cocinar brillaban en la chimenea. Me hundí en el sofá, y Edna me envolvió con una manta. Volví a dormirme al instante.

Seguía siendo de noche cuando volví a despertarme. Alguien estaba sacudiéndome. Era Elroy. Le vi la cara a la luz de la vela que llevaba. Me senté en el sofá y me desperecé.

Elroy habló en voz baja.

—Chaval, lamento esto.

Me desperté más.

—¿Qué lamenta?

—Edna está convencida de que debemos hacer que te quedes aquí, cuidarte…

—No, no puedo quedarme…, tengo que encontrar a mi familia.

—Me alegro, entonces. Levántate y te sacaré de aquí.

Me levanté y seguí a Elroy hasta la chimenea. Delante había una cuerda de tender de la que colgaba la ropa que llevaba puesta el día anterior.

—¿Qué…?

—Anoche Edna se quedó despierta hasta tarde y lavó tu ropa en la bañera. ¿Está lo bastante seca como para guardarla en la mochila?

—Sí, me parece que sí. Gracias. —Recogí la ropa de la cuerda y la doblé como pude. Luego seguí la vela de Elroy hasta el recibidor.

—Anoche llené tus botellas de agua. Y aquí tienes algunas más. —Me dio una bolsa de plástico de supermercado con seis botellas de Coca Cola Light de medio litro llenas de agua. Durante los últimos dos días había comido lo suficiente como para que las seis botellas cupieran en la mochila, aunque muy justas.

—Debería despedirme de Edna.

—No, si lo haces montará una escenita con lágrimas incluidas. Te pareces un poco a uno de nuestros hijos cuando era más joven.

—Bueno, dele las gracias de mi parte. Gracias por todo…, la comida de anoche, un lugar donde dormir, el agua. De verdad…

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