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Authors: Mike Mullin

Tags: #Intriga, #Aventuras

Cenizas (6 page)

BOOK: Cenizas
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Me quedé junto a él durante un segundo, jadeando y temblando, y luego miré a mi alrededor. Cadena estaba en la parte de atrás del salón persiguiendo a Darren, que había desaparecido en el dormitorio principal.

Miré a Joe a tiempo de ver que Bate de Béisbol le lanzaba un golpe a la cabeza, pero me encontraba demasiado lejos para ayudarle. Joe tuvo entereza suficiente como para avanzar hacia Bate de Béisbol en lugar de alejarse de él, de modo que recibió el golpe de las manos del tío, en lugar del mortal impacto del extremo del bate. Aun así, Joe cayó. Grité y di un paso hacia él.

Bate de Béisbol alzó el arma por encima de la cabeza y vino a mi encuentro. Por instinto, me puse en posición de lucha con las rodillas flexionadas y las manos a la altura del mentón. Pensaba a toda velocidad. ¿Qué podía hacer? Si golpeaba hacia abajo con el bate, podría echarme a un lado y agarrarle la muñeca para hacerle una llave.

Oí un par de pequeñas explosiones detrás de mí. ¡Bambam! Cayó algo que tintineó al llegar al suelo y sonó parecido a unos cubitos de hielo al caer dentro de un vaso. Bate de Béisbol bajó el arma y retrocedió un paso, así que me arriesgué a mirar atrás.

Darren estaba atravesando el salón a grandes zancadas, sujetando una gran pistola cromada con ambas manos. Cadena estaba tirado al lado del sofá; le salía sangre a borbotones de la cabeza destrozada y empapaba la alfombra. Al respirar sentí el olor a cobre de la sangre mezclado con un ligero tufo a mierda. Me esforcé para no vomitar.

Darren se acercó lo bastante como para ver a Joe, inmóvil en el suelo del recibidor. Entonces gritó, un aullido animal, inhumano. Bate de Béisbol se dio media vuelta y dio un paso hacia la puerta. Tendió una mano hacia el pomo. ¡Bam-bam! Darren le disparó en la nuca. Le explotó la cara. Oí un golpe seco cuando una parte de ella se estrelló contra la puerta, seguido de un ruido apagado cuando el cuerpo de Bate de Béisbol cayó al suelo. En la puerta quedó una marca oscura, como si alguien le hubiera lanzado un globo lleno de sangre.

Llave de Rueda gimió y se incorporó sobre un brazo. Darren volvió a chillar.

—Darren, no lo… —grité yo.

—¡¡Yaaaarrrrh! —Darren puso la pistola en la sien de Llave de Rueda. ¡Bam-bam! La cabeza explotó y me salpicó las piernas con sangre, trocitos de pelo, de cráneo y de cerebro. El olor a sangre y mierda era ya insoportable.

Joe dio un sonoro gemido al darse la vuelta. La mirada de Darren iba a toda velocidad de un cadáver a otro, con la cara desfigurada por la rabia.

Corrí hacia la puerta principal.

Capítulo 8

EL cuerpo de Bate de Béisbol bloqueaba la puerta pero quedaba espacio suficiente para que pudiera pasar. Detrás de mí oí la débil voz de Joe llamándome.

—Alex… —Me daba igual. No me importaba lo que tuviera que decirme. Tampoco me importaba adónde iba. Tenía que marcharme. Tenía que salir de aquel horrible recibidor salpicado de sangre. Tenía que librarme del hedor de la sangre que me inundaba la nariz, si acaso era posible.

Correr a través de la lluvia de ceniza no era fácil. El agua y la ceniza me arañaban la cara. Con cada paso mis pies se hundían en aquella porquería fangosa. No era tanto como correr sino más bien una marcha rápida levantando mucho los pies. No alcanzaba a ver muy lejos y la verdad es que no miraba alrededor, pero la calle parecía desierta. No se veían vehículos en movimiento, sólo coches aparcados y medio enterrados. Ni rastro de gente. No había más sonido que el de los truenos. Apenas había más luz que la del destello de algún rayo.

Sólo recorrí dos manzanas antes de quedarme sin aliento. Había perdido las deportivas en alguna parte, la ceniza, que era como cemento fresco, se las había tragado. Apoyé las manos en las rodillas y me quedé allí un minuto, jadeando. La imagen de la cabeza de Llave de Rueda estallando me invadía. Vomité. Los filetes sabían mucho peor al salir que cuando habían entrado.

No sé si fue el correr o el devolver, pero algo hizo que volviera a pensar con coherencia. Necesitaba agua, comida y algún tipo de protección contra la ceniza. Y también zapatos. Correr por ahí como un loco me mataría en poco tiempo. Pero no podía volver a casa de Darren. No sabía si podría volver a mirarle jamás sin ver su cara crispada por la ira. Y sólo pensar en regresar al recibidor cubierto de sangre… Ni hablar.

Pero tenía que ir a alguna parte. Volví andando con lentitud por la calle que llevaba a mi casa. La ceniza me había atravesado los calcetines y me arañaba. Cada paso me lastimaba el lateral de los pies, donde la piel era suave y fina. La ceniza se había convertido en una masa dentro de mi boca, se me metía en los ojos y los hacía lagrimear, haciéndome parpadear sin parar.

La parte delantera de mi casa se había derrumbado un poco más bajo el peso de la ceniza. Mi habitación y la de mi hermana estaban casi totalmente aplastadas. Los canalones se habían caído pero los nuestros eran modernos de aluminio, no como los de casa de Darren, así que no habían causado muchos daños. La parte posterior de la casa parecía estar bien. Encontré una ventana que los bomberos se habían dejado abierta y entré.

El interior no estaba del todo mal. Había entrado mucha ceniza por las ventanas abiertas, pero mientras no caminara por encima y la agitara, no me molestaba. Comprobé el grifo del fregadero de la cocina. Suspiró al abrirlo, cuando entró aire en las tuberías vacías. No había agua. Saqué una coca-cola natural de la nevera y me enjuagué la boca con el primer sorbo. Eso me hizo toser. Cuando aparté el brazo de la boca, tenía puntitos de sangre. Me asusté; lo de toser sangre no podía ser nada bueno. Pero ¿qué podía hacer? Me acabé la coca-cola, me bebí otra, y devoré dos manzanas.

Necesitaba mear. El lavabo de la planta baja y el que compartíamos mi hermana y yo estaban en la parte derrumbada de la casa, así que subí por la escalera de atrás hasta el baño del dormitorio principal. Mientras me preparaba para entrar en faena, se me ocurrió una cosa. Por repugnante que fuera, podría necesitar el agua del váter. La que había en el depósito estaba limpia, ¿no? Y uno de mis amigos tenía un gato, George, que siempre bebía de la taza del váter, y no se había muerto por eso. Bajé por la escalera y meé sobre la ceniza a través de una ventana abierta.

De vuelta en el primer piso, en la habitación de mis padres, me quité la ropa que me había prestado Joe y que ya estaba asquerosa, y la tiré a la basura. Tenía ceniza hasta dentro de la ropa interior. Toda mi ropa estaba quemada o enterrada en la parte delantera de la casa, pero la de papá me quedaba bastante bien. Un poco grande de cintura, pero por lo demás no estaba mal. Empezaba a hacer frío, y eso me preocupaba. Pensé un momento y me di cuenta de que era el último día de agosto. El volcán debía de estar afectando al clima de alguna manera. ¿Cuánto frío llegaría a hacer? No tenía manera de responder a esa pregunta, así que intenté olvidarla de momento. Me puse una camisa de manga larga de papá encima de una camiseta.

Esa noche dormí en la cama de mis padres, completamente vestido. A pesar del opresivo olor a azufre, conseguí oler a mamá, apenas un rastro del perfume Light Blue que le regalábamos cada año por el día de la madre.

En los últimos tiempos había estado tan ocupado peleándome con mi madre que nunca se me ocurrió cómo sería mi vida sin ella. Sin el benevolente desinterés de papá. Sin la mocosa, mi hermana. ¿Quién sería yo, si hubieran desaparecido todos?

Cerré los ojos con fuerza y me negué a llorar. ¿Volvería a verlos? Sí, decidí. Encontraría a mi familia si estaba viva. No había manera de que ellos pudieran venir a casa a buscarme. Nada que no fuera, como mínimo, una excavadora podría moverse entre toda aquella ceniza. Y si la pandilla que habían irrumpido en casa de Joe y Darren probaba algo, era que Cedar Falls sería cada vez más peligroso. Decidí que al día siguiente me marcharía a Warren, en busca de mi familia. Puede que el viaje fuera imposible, pero tenía que intentarlo. Debía encontrar a mi madre. Tomada esa decisión, me quedé dormido.

Dormí mal. Me desperté empapado en sudor varias veces con pesadillas que tenían a Llave de Rueda como protagonista. Bate de Béisbol también invadió mis sueños. La mañana se anunció con un cambio en la oscuridad, que pasó de ser totalmente negra a algo oscura y lóbrega. Me di la vuelta y volví a dormirme, profundamente por primera vez en varios días.

Un ataque de tos me despertó del todo. Esta vez no salió sangre, gracias a Dios. Necesitaba agua, así que me levanté y encontré un vaso en el baño. Le quité la tapa a la cisterna del váter y cogí agua. Olía bien. Di un sorbo y sabía bien, dulce, incluso. Vacié el vaso y me serví otro.

Me lavé los dientes con el cepillo de papá y me enjuagué la boca con un minúsculo sorbo de agua. Me sentí como en el cielo con los dientes recién lavados. Tal vez se debió a la normalidad de lavármelos al levantarme, o quizá fue por tener una parte del cuerpo limpia, pero me sentí mucho mejor.

Desayuné lechuga mustia y otras dos manzanas.

Después del desayuno, busqué provisiones. Si iba a cumplir la promesa que había hecho la noche anterior de encontrar a mi familia, tenía que prepararme.

Mi mochila estaba enterrada en mi habitación, junto con todo lo demás. Pero necesitaba algo para llevar provisiones, así que rebusqué en el armario de mi padre. Muy en el fondo encontré una mochila pequeña, de la época en la que solía hacer excursiones y esquiar. Me habría gustado que fuera más grande, pero tendría que conformarme.

Saqué otra muda del armario de papá, pero no podía dejarle más espacio que ése a la ropa. Eso sí, cogí dos camisetas, ya que podría necesitarlas para hacerme una mascarilla. También pillé un par de botas de trabajo de papá. Me iban bien si me las ponía con dos pares de calcetines.

Teníamos seis botellas de agua en la nevera y las metí todas en la mochila, junto con toda la comida que cupo: latas de sopa, de piña y de judías en salsa de tomate, además de todo el queso y el jamón que había en la nevera. Encontré un viejo abrelatas manual en el fondo del cajón de los cuchillos. Saqué de un armario unos paquetes de galletas de mantequilla de cacahuete, y también los guardé en la mochila. No parecía mucha comida. Si tardaba más de una semana en llegar a Warren, tendría problemas.

También metí una cuchara, tres cajitas de cerillas y un par de velas. Se me ocurrió que también iba a necesitar un cuchillo, tanto para defenderme como para comer. Pensé en en los de carnicero, pero me parecieron demasiado aparatosos. Así que me decidí por el cuchillo favorito de mamá, un minicuchillo de cocinero, de doce centímetros que ella mantenía afiladísimo. Lo probé con una de las camisetas, a la que le corté una tira más o menos de la medida justa para que me cubriera la boca y la nariz.

No quise guardar el cuchillo en la mochila, tardaría mucho en sacarlo. Así que me quité el cinturón de piel y le hice un corte horizontal. Eso iba perfecto como funda improvisada; llevaba el cuchillo en la cadera con la hoja hacia fuera, alejada de mi cuerpo.

De un armario cogí el poncho más grande que encontré, uno de papá. Tenía capucha y era lo bastante amplio como para cubrirnos a mí y a la mochila. También me llevé la llave de reserva del garaje que mi madre tenía colgada de un gancho. Mis llaves habían desaparecido, eran una más de las víctimas de mi habitación derrumbada.

Luego volví al piso de arriba. Empecé a beber agua del tanque del váter hasta que estuve tan lleno que pensé que iba a vomitar. Empapé el trozo de camiseta que había cortado y me la até sobre la boca y la nariz. Ya estaba listo para irme.

En el primer intento, llegué hasta la puerta trasera. Se abrió sin problemas, pero delante del portón se había amontonado por lo menos medio metro de ceniza. No conseguí abrirlo. Le di una patada con frustración, y luego cerré la puerta de atrás con llave. (Mientras daba media vuelta me di cuenta de que no tenía sentido cerrar con llave, pero qué más da.) En su lugar, salí por una ventana.

El garaje estaba separado de la casa, y llegar hasta él con toda la ceniza fue un trabajo lento y costoso. Me hundía ocho o diez centímetros a cada paso, y tenía que hacer grandes esfuerzos para sacar los pies. Si tenía que recorrer así los doscientos veinticinco kilómetros hasta Warren, podría tardar un año, en lugar de una semana.

Por suerte, la puerta peatonal de nuestro garaje se abría hacia dentro. Al entrar también entró la ceniza, así que no pude volver a cerrarla. En un estante vi que había un plástico protector doblado, y pensé en usarlo como tienda de campaña improvisada. Pero claro, no me cabía en la mochila. Cambié algunas cosas a los bolsillos exteriores, y saqué un par de latas de comida para hacer sitio.

Mi bicicleta estaba apoyada en la pared del garaje, al lado de la de mi hermana. La saqué andando hasta el patio trasero cubierto de ceniza. Entonces me monté y puse los pies en los pedales. ¡Ya iba camino de Warren!

Capítulo 9

NI siquiera conseguí salir del patio trasero.

En cuanto me puse de pie sobre los pedales, las dos ruedas se hundieron en la fangosa ceniza. Era resbaladiza, y en pocos metros me quedé atascado. La rueda de atrás giraba en el sitio e hizo un surco. Bajé de la bici, tiré de ella para sacarla del fango de ceniza, y lo volví a intentar. El resultado fue el mismo. No había nada que hacer. Iría más rápido caminando, aunque así no llegaría a Warren ese año.

Volví a sacar la bici del fango y la volví a meter en el garaje. Incluso esa corta salida la dejó cubierta de una repugnante plasta entre gris y blanca.

Me quité la mochila y me senté en el suelo del garaje a pensar. Tenía que haber una forma mejor de viajar. No había visto pasar ningún coche; era probable que se quedaran atascados al momento. Además, me preguntaba qué le haría la ceniza al motor de un coche. Nada bueno. Caminar era horroroso porque a cada paso el fango se me tragaba los pies, y no podía ir en bicicleta porque las ruedas se hundían y no hacían tracción a causa de lo increíblemente resbaladiza que era la ceniza. Era algo parecido a una nevada abundante. Unas raquetas de nieve hubieran sido muy útiles, de haberlas tenido. ¿Tal vez un par de tablas atadas a los pies? ¿O unos esquís…?

Cuando era pequeño, mi padre había sido un loco del deporte. Corría en verano y hacía esquí de fondo en invierno cuando había suficiente nieve. Luego se lesionó una rodilla y se volvió regordete. Pero puede que sus esquís siguieran en algún lugar del garaje.

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