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Authors: Mike Mullin

Tags: #Intriga, #Aventuras

Cenizas (3 page)

BOOK: Cenizas
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—Puede quedarse con nosotros —dijo Darren—. Hasta que podamos hablar con su familia, en cualquier caso.

—¿A ti te parece bien, chaval?

—Sí, bien. —Habría preferido ver aparecer el monovolumen de mamá rugiendo por la calle, pero Joe y Darren eran buena gente. Llevaban toda la vida viviendo en la casa de enfrente.

—El fuego está casi apagado. Vamos a airear algunas paredes y a recuperar lo que podamos. Sobre todo quédate fuera de la casa; no es segura.

—Vale. ¿Qué le prendió fuego?

—No lo sé. La central nos mandará un investigador cuando podamos ponernos en contacto.

—Gracias. —Me habría gustado que supiera algo más sobre lo sucedido, pero no me pareció cortés decírselo.

—Venga —dijo Darren—. Vamos a limpiarte un poco.

Me puse en pie con dificultad y crucé la calle a paso lento, junto a Darren. El sol se había puesto; se veía un poco de luz anaranjada al oeste, pero por lo demás el cielo era gris oscuro. No se había encendido ninguna luz. A medio camino en el jardín de Darren, me detuve para mirar el vapor blanco que aún salía de mi casa medio derrumbada. Apoyé las manos sobre las rodillas y miré la hierba. Por cada poro de mi cuerpo se había colado un agotamiento adormecido que convertía en líquido mis músculos, atacando los huesos con dolores intermitentes. Me sentía como si hubiera estado entrenando en un combate de una hora con un tío el doble de grande que yo.

Darren me puso una mano sobre el hombro.

—Todo irá bien, Alex. Probablemente los teléfonos volverán a funcionar mañana, y podremos llamar a tu familia y a la compañía de seguros. Dentro de un año la casa estará como nueva, y tú te reirás de esto.

Asentí con gesto cansado y me enderecé, con el peso consolador de la mano de Darren aún sobre mi hombro.

Entonces comenzaron las explosiones.

Capítulo 3

EL sonido me golpeó como una inesperada ráfaga de viento que intentaba derribarme. En la casa de al lado, dos ventanas se curvaron hacia dentro a causa de la presión y estallaron. La fuerza hizo que Darren se tambaleara y lo sujeté con la mano izquierda.

Solía mirar las tormentas eléctricas con mi hermana. Cuando veíamos un relámpago, comenzábamos a contar: un Misisipi, dos Misisipis… Si llegábamos a tres, el rayo había caído a más o menos un kilómetro. Seis, dos kilómetros. Lo que oí en aquel momento fue como cuando veíamos el relámpago, contábamos uno… y de repente sonaba el trueno sobre nosotros, el tipo de trueno que hacía que mi hermana se fuera para dentro corriendo y chillando.

Pero a diferencia de lo que pasaba en una tormenta, aquello no paró. Siguió y siguió como una metralleta de truenos, como si Zeus hubiera cargado sus rayos en una M60 con un cajón de municiones inagotable. Pero no había relámpagos, sólo truenos. Miré a mi alrededor. Los bomberos corrían hacia el camión y el grupo de mirones se había dispersado. El cielo estaba despejado. Apenas podía distinguir un par de columnas de humo a lo lejos, pero hacía más de una hora que estaban allí. No había nada destacable, salvo aquel maldito ruido espantoso.

Me estaba tapando los oídos con las manos, pero no recordaba haberlas puesto ahí. El suelo golpeaba las suelas de mis deportivas. Darren me agarró por el codo y corrimos hacia la puerta delantera de su casa.

En su interior el ruido era sólo un poco menos horrible. El suelo de roble del recibidor de la casa de Darren temblaba bajo mis pies. De una grieta del techo caía una fina cascada de polvo blanco de escayola. Joe llegó corriendo con dos pares de auriculares y un rollo de papel higiénico. Llevaba puesto un tercer par de auriculares tapándole las orejas. Hizo como si arrancara trocitos de papel y se los metiera dentro de las orejas. Eso es pensar rápido. Quedaba claro que Joe era el cerebro de la pareja.

Me metí un pegote de papel higiénico en cada oreja, y me puse los auriculares encima. El ruido atronador se atenuó hasta convertirse en un rugido casi soportable. Pero entonces escuché otra cosa: me silbaban los oídos, era como el irritante pitido agudo de un desfibrilador cuando un paciente se muere en la tele.

Seguramente teníamos una pinta bastante graciosa, allí de pie, con los cables negros colgando de los auriculares, pero nadie se reía.

—¿No deberíamos bajar al sótano? —le grité a Joe. Pero ni siquiera me oía a mí mismo con tanto ruido.

Los labios de Joe se movían, pero no tenía ni idea de qué estaba diciendo. Darren también gritaba algo, pero el estruendo de las explosiones ahogaba la voz de todos. Joe nos agarró a Darren y a mí y nos arrastró hasta la parte de atrás de la casa. Atravesamos el dormitorio principal; era el dormitorio más sofisticado que había visto jamás, pero con la invasión auditiva que estábamos sufriendo no era cuestión de quedarme mirándolo, embobado.

El cuarto de baño principal era igual de impresionante, al menos lo que pude ver de él con la luz que se filtraba desde el dormitorio. Suelo de mármol rosa, un enorme
jacuzzi
, ducha, bidet… de todo. Y lo mejor: era una habitación interior, situada justo en el centro de la planta baja. Así que era silenciosa, más o menos. Cuando Joe cerró la puerta, el ruido disminuyó bastante. Por supuesto, eso nos sumió en la más absoluta oscuridad. Joe volvió a abrir la puerta un momento para poder sacar una linterna de debajo de uno de los lavamanos.

Me puse las manos a ambos lados de la boca y grité «¿Y ahora qué?», pero no creo que me oyeran. Ni yo mismo me escuchaba.

Joe gritó algo y señaló la bañera con la luz de la linterna. Ni Darren ni yo reaccionamos, así que, pasado un momento, Joe se metió dentro de la bañera, se arrodilló y se cubrió la nuca con las manos.

Eso tenía sentido. La bañera en sí era de plástico, pero estaba instalada en una pesada plataforma de mármol. Si la casa se derrumbaba, podría protegernos. Quizá hubiésemos estado más seguros en el exterior, al aire libre, pero el ruido de las explosiones era apenas soportable incluso entonces, dentro de una habitación interior. Joe se puso de pie y yo me metí en la bañera a su lado.

Joe enfocó a la cara de Darren con la linterna. La tenía roja y estaba gritando; vi que movía la boca, pero tenía los ojos desorbitados y la mirada perdida. Hacía grandes aspavientos con los brazos. Joe salió de la bañera para abrazarlo, y a punto estuvo de recibir un puñetazo antes de conseguirlo. Darren intentó apartarlo, pero Joe lo abrazó con más fuerza mientras le acariciaba la espalda con una mano para tratar de calmarlo.

La luz de la linterna iba dando bandazos por el baño mientras Joe se movía, dándole a la escena un toque surrealista y extraño. Convenció a Darren de que se metiera en la bañera, y nos arrodillamos los tres. Era un
jacuzzi
grande, quizá el doble de la bañera con ducha a la que yo estaba acostumbrado, y aun así estábamos muy apretados. Apoyé la cabeza sobre las rodillas y me puse las manos en la nuca. El codo de alguien se me clavaba en un costado.

Entonces, esperamos. Esperamos a que parara el ruido. Esperamos a que la casa se nos cayera encima. Esperamos a que cambiara algo, lo que fuera.

Mis pensamientos eran un torbellino. ¿Qué causaba ese horrible ruido? ¿Se derrumbaría la casa de Joe como la mía? Y ya que estábamos, ¿qué le había caído encima a mi casa? No podía responder a ninguna de esas preguntas, pero eso no impedía que me las formulara una y otra vez, como cuando no puedes dejar de tocarte con la lengua un diente que te duele.

No era un tío religioso. A mamá le iba ese rollo, pero yo había ganado esa batalla hacía dos años. Salvo en Navidad y Pascua, no había ido a la iglesia luterana de St. John desde mi confirmación. Antes de eso iba casi todos los domingos, a veces voluntariamente.

Cuando tenía once o doce años, teníamos a un tío muy viejo como profesor en la escuela parroquial. Mamá dijo que había estado en alguna guerra: Irak, Vietnam… No me acuerdo. El caso es que, en casi cada clase, repetía: «No hay ateos en las trincheras, jovencitos.» En aquel entonces me sonaba raro. ¿Qué sabíamos nosotros de ateos o de trincheras? Nada. Pero creo que ahora ya lo entendía.

Así que recé. Nadie podía oírme con el ruido; ni siquiera me oía a mí mismo, pero supongo que daba igual. Seguramente fuera mejor que ni Joe ni Darren pudieran oírme, porque la verdad es que no me salió demasiado bien. «Querido Dios, por favor, cuida de mi hermana pequeña. No sé qué son estas explosiones, pero no permitas que le hagan daño a mi familia. Supongo que están en Warren, pero imagino que tú lo sabrás mejor. Te juro que haré lo que quieras. Iré a St. John los domingos, intentaré ser amable con mamá, lo que sea. Haz conmigo lo que quieras. Sólo te pido que cuides de Rebecca, mamá y papá…» Pensar en mi familia me hizo llorar. Esperaba que las plegarias contaran aunque no llevaran el amén y todo eso al final. Estaba bastante seguro de que sí.

No sé cuánto tiempo pasé arrodillado en el fondo de la bañera. Lo suficiente como para que se me secaran las lágrimas y se me entumeciera el cuello.

Me estiré y le di una patada a alguien. Joe levantó la linterna y nos reorganizamos para poder tumbarnos en lugar de estar arrodillados. Seguíamos demasiado apretados allí dentro. Se me clavó en el muslo una rodilla. Intenté acomodarme mejor, pero lo único que conseguí fue golpearme el hombro con un codo.

Entonces esperamos un poco más. ¿Dos horas? ¿Tres? No había forma de saberlo. El sonido no disminuyó ni un poco. ¿Qué podía provocar un ruido tan fuerte durante tanto tiempo? Pensar en ello hacía que me sintiera pequeño y muy, muy asustado. El olor a miedo inundó mi nariz, una mezcla de humo y sudor rancio. La luz de la linterna empezó a palidecer y Joe la apagó, supuse que para ahorrar batería.

Un poco más tarde, alguien me dio una patada en el pecho. Luego sentí un zapato sobre la mano y la retiré con rapidez para que no me pisara. Joe encendió la linterna. Darren estaba de pie, buscando a tientas el borde de la bañera. Salió de ella con cuidado. Joe se encogió de hombros y le siguió.

Yo también salí de la bañera. El polvo de escayola de mi casa, antes húmedo con el sudor, se había secado en los brazos y la cara y me picaba. Abrí el grifo de uno de los lavamanos. Salió agua, cosa que me sorprendió. No funcionaba nada más; ¿por qué aquello iba a ser diferente? Me lavé los brazos y la cara lo mejor que pude en la oscuridad. Me di cuenta de que volvía a tener sed, y bebí agua ayudándome con las manos.

Mientras me aseaba, Joe salió del baño. Darren estaba sentado en el borde de la bañera, con la mirada fija en sus manos cruzadas sobre su regazo. Entonces regresó Joe cargado de almohadas, mantas y edredones. Extendió un edredón en el fondo del
jacuzzi
, añadió una almohada y una manta doblada, y me hizo un gesto con la linterna para que volviera a meterme. Me quité las roñosas zapatillas de deporte.

Me metí en la bañera y me tumbé completamente vestido. Me sabía mal ensuciarles el edredón con mi ropa mugrienta pero quién sabe lo que podría ocurrir más tarde. Si volvía a caer otra cosa extraña y tenía que salir corriendo, prefería no hacerlo en pelotas. Me tumbé sobre el lado izquierdo en el
jacuzzi
, con una almohada bajo la cabeza y la otra encima de los auriculares y el papel higiénico. Los auriculares se me clavaban en las sienes, pero eso era un mal menor. Aún podía oír tanto las explosiones del exterior como el zumbido de mis oídos.

Resulta difícil dormir cuando Zeus te ametralla con truenos. Resulta difícil permanecer despierto después de pasar la tarde intentando sobrevivir al incendio de tu casa. Me llevó un par de horas más, pero al final ganó el sueño y acabé por quedarme dormido a pesar del tremendo ruido y las vibraciones. Al día siguiente todo sería mejor. Pensé: un nuevo día, un nuevo amanecer, tienen que ser mejores que esto.

Me equivocaba. Al día siguiente no hubo amanecer.

Capítulo 4

ME desperté y gemí. Me dolía todo. La espalda de haber estado acurrucado en la bañera. El hombro derecho se me había agarrotado durante la noche. Los músculos de las piernas y los cardenales de las rodillas me atormentaban. Sentía que la cabeza me iba a estallar de dolor, y en la boca me sabía a cenizas y moho. Me di la vuelta para tumbarme boca arriba y tiré la almohada que tenía encima de la cabeza.

Perder la almohada fue como subir cuatro rayitas el volumen de la radio, una radio que estuviera emitiendo la música de un grupo de
trash metal
con cinco baterías. Aquel maldito ruido. Seguía siendo tan fuerte como la noche anterior. Comprobé cómo estaba el papel higiénico de las orejas para asegurarme de que continuara bien apretado. Los auriculares se me habían caído al darme la vuelta, así que me los puse, lo que ayudó un poco.

No tenía ni idea de qué hora era, pero me sentía como si hubiera dormido seis horas, quizá ocho. ¿Así que las explosiones, los truenos o lo que fuera habían continuado durante al menos ese tiempo? ¿Qué producía un ruido semejante? Todo lo que se me ocurría —bombas, truenos, estampidos sónicos— habría acabado hace horas. En el baño se estaba bien, pero a pesar de eso tenía las manos y los pies fríos y entumecidos. Me quedé en el fondo de la bañera un rato, temblando e intentando controlar la respiración.

Pero tumbado en un
jacuzzi
no iba a encontrar la respuesta a ninguna de mis preguntas. Me obligué a salir de la bañera y busqué a tientas mis deportivas. Ponérmelas con una sola mano en una oscuridad tan absoluta que no podía ver los cordones ni mis manos era todo un reto. Pasé de atármelas; mi brazo derecho se negaba a cooperar con el izquierdo. Me metí los cordones dentro de las zapatillas para no tropezarme.

Necesitaba echar un meo. Pero la noche anterior Darren y Joe habían acampado entre la bañera y el váter. No sabía si seguían allí, y la verdad era que no quería darles una patada. Después de todo, era un invitado. Un invitado un poco raro, el refugiado de un incendio que había dormido en su bañera, pero un invitado de todos modos. Supuse que podría aguantarme un rato más.

Tenía un recuerdo aproximado de dónde estaba la puerta… Unos pocos pasos en diagonal desde el extremo de la bañera. Extendí el brazo izquierdo y arrastré los pies en esa dirección. La encontré al machacarme el dedo del corazón contra el pomo, por supuesto. Entré al dormitorio principal y cerré la puerta.

Oscuridad. Estaba tan negro que no podía verme la mano delante de la cara. Era normal que el baño estuviera a oscuras porque era una habitación interior. Pero la noche anterior se pudo ver bien dentro del dormitorio, los tres enormes ventanales dejaban entrar mucha luz. Aunque todavía fuese de noche, se tendría que ver algo. Ni la noche nublada más oscura que había visto en mi vida había sido tan negra como ésa.

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