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Authors: Mike Mullin

Tags: #Intriga, #Aventuras

Cenizas (2 page)

BOOK: Cenizas
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Calma, Alex, me dije. Inspiré dos veces por la nariz, con rapidez, y exhalé por la boca; respiración de recuperación, como solía hacer después de un duro combate de entrenamiento de taekwondo. Podía lograrlo.

Volví a apoyar la mano en la pared, extendí el brazo hasta estirar el codo, y empujé con los pies, fuerte. El obstáculo apenas se movió. Bramé y me dejé caer contra él con todas mis fuerzas al tiempo que intentaba estirar las rodillas. Existe una razón por la que los practicantes de artes marciales gritamos cuando partimos tablas: nos brinda más fuerza. Entonces algo cedió; sentí que se movía, y oí un fuerte golpe de madera contra madera. Me cayeron escombros sobre los tobillos, tal vez trozos de yeso y aislamiento del techo. Unas cuantas patadas libraron mis piernas de todo eso y levantaron más polvo seco que me hizo cosquillas en la nariz.

Reculé con esfuerzo hasta el nuevo agujero. Recorrí unos treinta o cuarenta centímetros antes de tropezar de nuevo con algo sólido. El aire era cada vez más caliente. El sudor me caía por toda la cara. No pude desplazar el obstáculo, así que me doblé por la cintura, pasando el cuerpo en torno al escritorio hasta formar una L.

Continué reculando hacia el espacio abierto que quedaba entre mi escritorio y una vigueta del techo, arrastrándome hacia arriba por el suelo inclinado. Una aterradora y parpadeante luz anaranjada iluminaba el nuevo espacio. Cuando logré salir y situarme junto a la vigueta, metí la cabeza y los hombros a través del techo roto, dentro de lo que había sido el desván sin terminar que había encima de mi habitación.

Me golpeó un muro de calor, como cuando abría el horno y tenía la cara demasiado cerca. Unos largos mechones de llama se colaban en el desván de encima de la habitación derrumbada de mi hermana, como lenguas de gato lamiendo con fuego las vigas y la parte inferior del techo. El humo ascendía en nubes y se acumulaba debajo de la cumbrera. La parte delantera del desván se había derrumbado, y las viguetas se inclinaban hacia abajo en ángulos disparatados. Lo poco que podía ver de la parte posterior del desván parecía estar bien. Algo había abierto un agujero redondo casi perfecto encima de la habitación de mi hermana. Vi un círculo de cielo azul a través de las llamas que consumían los bordes del agujero.

Me arrastré por las empinadas viguetas para intentar llegar a la parte trasera del desván. Tenía las palmas de las manos resbaladizas a causa del sudor, y el hombro derecho me dolía horrores. Pero lo conseguí, trepé por las viguetas mientras el calor me perseguía y me hacía acelerar.

La parte de atrás del desván parecía normal, aparte del polvo y el mogollón de humo. Gateé por las viguetas y atravesé el aislamiento que estaba suelto, hasta llegar a las cajas de adornos de Navidad que mi madre había guardado junto a la escalera desplegable. Forcejeé para abrirla, estaba hecha para bajarla mediante una cuerda desde el pasillo de abajo. Me colgué de ella para ver si mi peso la hacía bajar. Al principio los muelles resistieron, pero luego la trampilla cogió velocidad y se abrió de golpe. Apenas logré sujetarme para no caer al pasillo, aunque me hice unos buenos rasguños en las rodillas. Desplegué los diferentes segmentos de la escalera para bajar al primer piso.

Con la cabeza baja para evitar el humo todo lo posible, corrí por el pasillo hasta la escalera. Esa parte de la casa parecía no haber sufrido daños. Cuando llegué a la planta baja, oí golpes y gritos en el jardín trasero. Corrí a la puerta de atrás y miré por la ventana. En el exterior estaba nuestro vecino de en frente, Darren. Quité el cerrojo y abrí la puerta.

—Gracias a Dios —dijo Darren—. ¿Estás bien, Alex?

Salí al jardín, di unos pocos pasos, y me detuve con las manos apoyadas en las rodillas, inspirando bocanadas de aire. Tenía un sabor dulce, después de la mezcla de polvo y humo que había estado respirando.

—Estás hecho unos zorros. ¿Te encuentras bien? —repitió Darren.

Me miré. Decir que estaba hecho unos zorros era demasiado suave. Tenía la camiseta y los vaqueros empapados de sudor mezclado con polvo de yeso, aislamiento y humo hasta formar un fanguillo blanco grisáceo asqueroso que me cubría el cuerpo. En algún momento me había hecho un corte en la palma de la mano y ni me había enterado. Tenía un manchurrón de sangre en la rodilla de los vaqueros sobre la que acababa de apoyar la mano.

Miré a mi alrededor; todas las casas vecinas parecían estar bien. Incluso la parte posterior de la mía parecía estar bien. Pero algo sonaba mal. Los oídos ya casi no me zumbaban, aun así tardé un momento en darme cuenta de qué pasaba: reinaba un silencio absoluto. No se oían ni pájaros ni insectos. Ni siquiera grillos.

Justo en ese momento, Joe, el marido de Darren, llegó corriendo por detrás de él, armado con una de esas barras de hierro a las que llaman pata de cabra.

—Me alegro de ver que estás fuera. Iba a derribar la puerta.

—Gracias. ¿Habéis llamado a los bomberos?

—No…

Le dediqué mi mejor mirada de «¿qué me estás contando?», y me encogí de hombros.

—Lo intentamos… El teléfono de casa no tiene línea, ni siquiera un tono de llamada. En la pantalla del móvil pone «sin cobertura», pero eso es imposible porque aquí suele haber cinco rayitas.

Pensé en eso durante dos segundos, puede que tres, y eché a correr.

Capítulo 2

DARREN y Joe gritaron algo detrás de mí. No les hice caso y corrí tanto como pude. Las contusiones de las rodillas no ayudaban, ni tampoco el hombro derecho. Seguramente resultaba gracioso verme intentando correr moviendo el brazo izquierdo adelante y atrás, con el derecho pegado al lado.

Aun así, logré llegar en seguida al parque de bomberos. Cuando ya llevaba medio camino me di cuenta de que estaba haciendo el idiota. Salí corriendo por impulso, porque necesitaba hacer algo, cualquier cosa, en lugar de charlar con Darren mientras mi casa se quemaba. Debería de haberles pedido a Darren y Joe que me llevaran en coche, o haber cogido mi bicicleta del garaje. Pero cuando acabé de pensar todo esto, ya casi había llegado a mi destino.

Por el camino me llamaron la atención un par de cosas raras. El semáforo que pasé no funcionaba. Eso aceleró mi carrera, ya que los coches se detenían en la intersección y avanzaban muy despacio, así que pude pasar corriendo con facilidad. No vi luces encendidas en ninguna casa; era el atardecer y estaba casi oscuro, normalmente siempre había unas cuantas luces encendidas. Y a mi izquierda se alzaban, a lo lejos, cuatro columnas de humo hacia el cielo azul intenso.

Cuando llegué al parque de bomberos, oí el ruido de un generador encendido en un lateral. La puerta de salida de vehículos estaba abierta. Entré corriendo y esquivé un camión rodeándolo. Apiñados alrededor de una radio había tres tíos con pantalón de bombero y camiseta azul cielo con las palabras «Cuerpo de Bomberos de Cedar Falls» impresas en la espalda. Sentada en la cabina del camión escalera había una mujer vestida igual que ellos.

—Vaya mierda de aparatos que nos endosan los que compran los equipos— oí que decía uno de ellos, al acercarme.

—Eh, chaval, estamos… —El tío se interrumpió a media frase al verme mejor. Entonces olfateó el aire—. Hueles a pollo quemado, has estado en un incendio. Deberías estar en el hospital.

Yo jadeaba, falto de aliento por la carrera.

—Estoy bien… Unos vecinos han estado intentando llamar…

—Sí, este trasto no funciona. —El tipo que sujetaba el micrófono de la radio lo dejó de golpe.

—Mi casa está ardiendo.

—¿Dónde?

—A seis manzanas de aquí. —Le di la dirección.

—No deberíamos salir sin notificárselo a la central… ¿cómo vamos a conseguir refuerzos, si no lo hacemos? —dijo un tío poco más pequeño que el camión, que estaba junto al otro.

—Al diablo con eso, Tiny. La casa del chaval está ardiendo. ¡Vámonos!

Todos recogieron cascos y abrigos ignífugos de los ganchos que había en la pared. En sólo unos segundos estaba sentado entre Tiny y otro tío, en la parte de atrás de la cabina. Apenas podía ver a la mujer bombero que conducía por encima del montón de material que separaba las dos hileras de asientos. Accionó un interruptor que había sobre ella para que sonara la sirena, luego arrancó el camión. Bajó rugiendo por el corto camino de entrada y esquivó por los pelos un coche que no consiguió frenar para cederle el paso.

Miré a Tiny una vez durante el trayecto. Tenía los ojos cerrados con fuerza y murmuraba para sí una especie de plegaria. La mujer bombero que iba al volante se reía como una loca mientras invadía una y otra vez varios carriles con el camión, circulaba en sentido contrario, hasta llegó a subirse a la acera en una ocasión. Se volvió en el asiento para mirarme, apartando completamente los ojos de la carretera.

—¿Hay alguien más en casa, chico?

—No —respondí yo, con la esperanza de abreviar la conversación.

—¿Alguna mascota?

—No.

El recorrido no pudo durar más de un minuto, pero se me hizo más largo. Entre aquella conducción de locos y la plegaria que murmuraba Tiny, me arrepentí de no haber vuelto corriendo. El camión se detuvo bruscamente delante de mi casa, y antes de que mi estómago volviera a su sitio o incluso de pensar en moverme, la cabina se vació. Ambas puertas estaban abiertas. Gemí y me deslicé hacia el lado del asiento del conductor. Me dolía todo: las rodillas, el hombro derecho, los músculos de las pantorrillas y los muslos; los ojos me escocían, sentía como si tuviera la garganta en carne viva, y para rematar empezaba a dolerme la cabeza.

Había dos escalones enormes para bajar de la cabina. Tropecé con el primero y estuve a punto de caerme de espaldas. Me agarré a la barra de sujeción que había en el lateral del camión. Cuando llegué al suelo, seguí agarrado a ella para mantenerme de pie.

La casa era una ruina. Era como si un puño gigante hubiera descendido de los cielos y hubiera abierto un agujero en el techo de la habitación de mi hermana, y derruido la parte delantera. Las llamas ascendían hacia el cielo a través del agujero y lamían el tejado. Por todas partes salía un feo humo pardo.

Gracias a Dios que mi hermana no estaba en casa. Si hubiera estado en su habitación, ahora estaría muerta. Una hora antes estaba deseando poder pasar todo un fin de semana sin ella. En ese momento no había nada que quisiera más en el mundo que volver a verla… y esperaba que fuera pronto. Mamá regresaría a toda pastilla desde la casa de mi tío, en Illinois, en cuanto se enterara de lo del incendio. Sólo estaba a dos horas de viaje. Me aferré con más fuerza aún a la barra del camión e intenté tragar, pero tenía la boca reseca.

La mujer bombero desenrolló una manguera que llevó hacia la parte delantera de la casa. Tiny estaba inclinado sobre un hidrante que había al otro lado de la calle, para conectar otra manguera con una llave inglesa enorme. Darren y Joe se encontraban de pie en el jardín del vecino, así que fui hacia ellos a trompicones. Desde allí podía ver el lateral de mi casa. Uno de los bomberos abrió la ventana del comedor y empezó a salir humo.

—¿Estás bien? —preguntó Darren.

—La verdad es que no. —Me dejé caer sobre la hierba fresca y observé cómo ardía mi casa.

—Deberíamos llevarte al hospital.

—No, estoy bien. ¿Podríais prestarme vuestro móvil? El mío está ahí dentro. Fundido, supongo. —Quería, necesitaba llamar a mamá. Saber que estaba volviendo a casa y que pronto estaría allí, ocupándose de todo. Ocupándose de mí.

—Sigo sin tener cobertura, lo siento.

—Tal vez es sólo nuestro operador —dijo Joe—. Veré si alguien más tiene cobertura. —Cruzó la calle hacia un grupo de personas que estaban reunidas allí, fisgoneando.

Volví a tumbarme sobre la hierba y cerré los ojos. Incluso desde el jardín del vecino sentía el calor del incendio pasando en oleadas sobre mi cuerpo. También olía a humo, pero eso podría haber sido de mi ropa.

Al cabo de un momento volví a oír la voz de Joe.

—Nadie tiene cobertura. Verizon, Sprint, T-Mobile, AT&T… Todas sin cobertura. Y tampoco tenemos luz, ni línea de teléfono fijo.

Abrí los ojos.

—Pensaba que las líneas de fijo nunca dejaban de funcionar. Quiero decir que, cuando nos quedamos sin luz, el viejo teléfono de casa sigue funcionando. Sólo dejan de hacerlo los inalámbricos.

—Así se supone que debería ser, pero a nadie le funciona el teléfono.

—Ah.

—¿Sabes qué le ha pasado a tu casa? Parece que le ha caído algo en el tejado.

—No sé. Se fue la luz, y luego, ¡cataplum!, se me cayó encima toda la casa.

—¿Crees que ha sido un meteorito? ¿O un trozo de avión?

—¿Sería eso lo que hizo que nos quedáramos sin luz y sin teléfono?

—No…, no debería.

—Y hay otros incendios. Al menos cuatro, a juzgar por el humo.

Joe miró al cielo.

—Sí, parece que están bastante lejos. En Waterloo, tal vez.

Intenté sentarme. El movimiento me provocó un ataque de tos seca y áspera. Con cada tosido sentía un agudo dolor en la cabeza. Para cuando se me pasó el ataque, la jaqueca amenazaba con volarme la tapa de los sesos.

—¿Quieres un poco de agua? —preguntó Joe.

—Sí —resollé.

—Deberíamos llevarte al hospital —repitió Darren, mientras Joe cruzaba la calle a paso ligero, hacia su casa.

Volví a cerrar los ojos, lo que me calmó un poco el dolor de cabeza. El agua que me trajo Joe me lo alivió aún más. Vacié a toda velocidad la primera botella, y bebí a sorbos la segunda. Joe volvió a marcharse; dijo que iba a buscar pilas para la radio que tenían. Darren se quedó a mi lado, y observamos el trabajo de los bomberos.

Metieron dos mangueras a través de una ventana lateral de la casa. Los cuatro bomberos ya estaban dentro, haciendo vete a saber qué. Al hincharse con la presión del agua, las mangueras se contorsionaron y saltaron. En seguida se apagaron las llamas que salían por el tejado. Escuché siseos, y el humo que escapaba por las ventanas pasó del marrón intenso al blanco al extinguirse el fuego.

Dos bomberos salieron por una ventana. Uno fue hasta el camión a paso ligero y sacó dos largas palancas metálicas en forma de T. El otro se me acercó.

—¿Estás bien? ¿Te cuesta respirar? —me preguntó.

—Estoy bien.

—Me alegro. Normalmente llamaríamos a un paramédico y a la ambulancia de la Cruz Roja para que te asistieran, pero ni siquiera podemos contactar con la central. ¿Tienes con quién quedarte?

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