Read Chalados y chamba Online

Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Chalados y chamba (16 page)

BOOK: Chalados y chamba
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Yo sí que me alarmé al ver que Fermín, Pantalín y el Predictómetro ya no estaban donde los había dejado. Subí a toda velocidad y me colé por la puerta entreabierta del laboratorio.

Pantalín carraspeó al verme, pero cuando entró Solsticio detrás de mí, ya se armó el follón del siglo.

—¡Hija! —rugió—. ¿Qué haces aquí? ¡Llévate ahora mismo a ese condenado pájaro! ¡Esta habitación tiene el ambiente regulado! ¡Cualquier cuerpo extraño puede provocar graves trastornos en mis aparatos!

Y así siguió.

No le hice ni caso y me puse otra vez a tirarle a Solsticio del vestido, arrastrándola hacia el Predictómetro, para que viese la frase que yo había leído antes.

Pero ella estaba muy ocupada disculpándose ante su padre y tratando a la vez de agarrarme por las alas, y entonces… ¡Qué desastre! Entonces vi que habían vuelto a usar la máquina otra vez y que ahora tenía una frase nueva.

Soplar peludo tubo cordero sorber mascullas
.

Me desmoroné sobre las losas del laboratorio, convertido en un montón de plumas alicaídas.

Al ver que me había desanimado de golpe, Solsticio me tomó en brazos, preocupada.

—¿Qué pasa, Edgar? —dijo.

¿Cómo podía explicárselo? Tanto esfuerzo para nada. Ahora ya solo había en el maldito artilugio otra retahíla disparatada y sin el menor sentido.

—Vamos, Edgar. Creo que padre preferiría que saliéramos de aquí. Venga, te buscaré alguna cosa repulsiva para comer. ¿Es lo que te gusta, no?

Ya salíamos, cuando oí que Pantalín le decía al mayordomo una cosa de extraordinario interés.

—Anota la frase, Fermín, y luego le damos otro viaje, ¿eh?

¡Claro!

Me zafé de las garras de Solsticio, localicé con la vista lo que buscaba —un trocito de papel entre otros muchos— y, agarrándolo con el pico, huí del laboratorio mientras sonaban más gritos y maldiciones de Lord Otramano.

—¡Un día —dijo cuando me alejaba—, habrá que deshacerse de ese pájaro!

Pero me daba lo mismo, ya me había puesto fuera de peligro. Reduje la velocidad, planeando suavemente, y esperé a que Solsticio me diera alcance.

—Bueno, ¿cuál es ese gran misterio? —dijo, tomando el papel.

Lo leyó en silencio y se quedó boquiabierta.

—¿Esto es una frase de ese cacharro? —dijo—. ¿Una de las sentencias del Predictómetro que Fermín ha anotado?

—¡
Ark
! —grité. Y luego añadí—:

¡
Croc
!

Ella volvió a leerlo, ahora en voz alta:

«Fumando Blanco Mono Vestido Pipa Idiota».

Durante unos instantes se quedó sin habla; luego pronunció la única palabra que podía ocurrírsele en aquel momento:

—Grito.

Fermín raramente

disfruta de un día

libre, porque Lord

Pantalín lo tiene

siempre en danza,

trabajando de mala

manera. Aun así,

cuando se presenta la

ocasión, le gusta

preparar magdalenas,

sobre todo de color

rosa y amarillo.

H
ay momentos en la carrera de un cuervo en los que uno se pregunta de qué sirve todo, para qué se molesta, a quién narices le importa, etcétera, etcétera, y aquel era para mí uno de esos momentos. Porque cuando creía que había logrado atraer por fin la atención de Solsticio y que podía contar con su ayuda, me di cuenta de que había vuelto a perderla de nuevo.

—Sí —dijo—. Grito. Muy interesante. Bueno, volvamos al trabajo.

—¿
Ark-Ark
? —grazné, desconcertado. Solsticio se encaminó a su habitación y yo no tuve más remedio que seguirla.

—¡
Raaark
! —traté de insistir, pero ni por esas.

—Bueno, no deja de ser interesante que padre haya inventado una cosa que parece haber funcionado, lo reconozco, pero yo tengo otras cosas que hacer. Y además, estamos hablando de una frase, solo una. Quizás ha salido bien por pura chamba.

¿Chamba?

Fumando Blanco Mono Vestido Pipa Idiota
.

La probabilidad de que hubiera acertado de chiripa era incluso más baja que la probabilidad de que Pantalín hubiera inventado un cacharro que funcionase. Hasta el humano más lerdo podía darse cuenta de que bastaba con reordenar las palabras para que dieran: mono idiota, vestido blanco, fumando pipa.

¿Qué más pruebas se requerían?

Pero Solsticio no estaba convencida.

—¿Qué hay de todas las demás cosas que ha dicho la máquina? —preguntó—. ¿Qué hay de «Redondeando ruido globo salchicha fruta caja», o de «Después pez hablar plomada pan pingüino»? ¿Eh? ¿Cuándo vamos a ver cómo se hacen realidad?

Tenía parte de razón.

Dobló un recodo, irritada. Ya llegaba a su habitación, cuando Silvestre salió de la suya arrastrando los pies. Se le veía más abatido que nunca.

—¿Has visto a mi mono? —dijo sin muchas esperanzas.

—No, lo siento —contestó Solsticio—. Bueno, ha llegado la hora de seguir adelante con mi plan. Lo he llamado «La trampa del lobo» y es alucinante. Lo que sucederá…

—¡
Juark
! —chillé, esta vez con tanta fuerza que Solsticio se detuvo en seco. Si ella no estaba interesada en descubrir los más profundos misterios de aquella historia de chalados y de chamba increíble, la única esperanza que me quedaba era su hermano. Le arranqué el papel de las manos y se lo puse a Silvestre en la cabeza.

—¡Eh, Edgar! ¡Deja ya de dar lata!

—Creo que pretende que lo leas —le dijo Solsticio—. Al parecer, es posible que padre haya inventado una cosa que funciona…

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